martes, 25 de julio de 2017

Lo mejor es la neutralidad. Final

Anna no tenía ni la más remota idea de qué nuevo misterio se enfrentaba con aquel personaje desconocido.
Su mente, parecían haberse alborotado, la cabeza le empezó a dar vueltas como si se hubiera subido a una noria, pues aquello que estaba presenciando, podía ser muy serio, ¿Se encontraría ante un fantasma?
Y el hombre, volviéndose hacia ella le dijo con rotundidad para que lo oyera, “Si” dijo  antes de que ella tuviera tiempo de articular palabra alguna.
Anna poco después me comentó, que ni siquiera se había imaginado un caso tan sorprendente como el de vivir esos momentos. Anna envidió a aquel hombre que podía deshacerse de lo que no le servía, ¿Pero qué barbaridad estaba pensando?
Empezó a envidiarlo, era lo que sentía a pesar de que le dijera que ella también podía hacer lo mismo que él y, que si quería también podía  hacer con sus miembros todo lo que quisiera, pero para hacer todo eso tenía primero que deshacerse de pensamientos, negativos,  banales, porque estos pensamientos sólo suelen hacer que se desperdicie parte de la inventiva. Y por lo tanto quiero decirte—le recomendaba aquel hombre-- no consientas que una sola crítica pueda  mermar  tu imaginación, pues ésta es un manantial de vida que dosificándola nunca  se agota.
Estas palabras hicieron que  Anna se quedara  perpleja.
Y, siguió diciendo:
 No dejes de producir esos relatos que con ellos puedes hacer que una mente torturada por los avatares de la vida, pueda con  tus fantasías literarias hacer que esa persona, aunque  sea una sola, tenga la fuerza de sacarla del profundo abismo en la que se pueda encontrar en esos momentos, y eso  tan sólo puede suceder en su rato de ocio, que puede hacer cambiar al ser humano al entrar en ese  milagro que es  la de  integrarse con la  fantasía.
Entonces, de repente aquel hombre, comenzó a volar ante su atónita mirada.
Señor le dijo al fin Anna con voz clara y, en un tono que parecía reprobatorio: “me está asustando con hacer esas cosas tan extrañas, y ni siquiera he sido avisada para que no me sorprendiera”
El hombre tiró el sombrero al suelo, y Anna lo recogió pensando que era un acto de generosidad, entonces, al tocarlo con sus manos, su cuerpo empezó a elevarse hasta volar junto a él, llegando justo hasta sobrepasar las nubes; una vez que Anna se vio en las alturas supo que todo había vuelto a sucederle.
De repente, una impresionante tormenta de agua y viento sepultó todo lo que pudiera dar testimonio a aquello que había vivido.
Fue curioso que un desagradable zumbido de moscas azules moribundas cayera  a los pies de Anna.
Cuando llegó a su casa, subió de dos en dos las escaleras hasta el cuarto piso, su puerta se encontraba abierta. Como una exhalación entró en su despacho, el ordenador se encontraba conectado.
Y sin apenas darle tiempo a pensar se encontró escribiendo ante un folio en blanco, y en esos momentos fue cuando comenzó el relato de su nueva novela. Algo raro le pasaba pues, de su mente brotaba como si de un manantial se tratara todo el argumento de esa nueva  novela que ni siquiera había pensado cómo sería la trama, todo estaba saliendo  de los trazos  de su bolígrafo, ilusionada quiso pensar que aquella novela  podía ser su Ópera Prima.
 Y, supo que debía seguir escribiendo; tan sólo quedaba flotando una palabra hiriente y confusa en el aire, que al querer olvidarla, Anna  la convirtió en todo lo contrario, pues hizo despertar en ella de nuevo la magia.
 Un año después  aquella persona que quiso destruirla con unas palabras despreciativas, cuando supo que había escrito una nueva novela y que había sido un gran éxito de ventas, aquel hombre de sentimientos retorcidos, se vio envuelto en un laberinto de desolación al ignorar el significado de cómo se deben usar las palabras.
¿Qué es lo que lleva al hombre a  inducir tener  una conducta reprochable ante una persona?
Tal vez sea una obcecación por querer que nadie le haga sombra en su deficiente y anodino trabajo, no aceptando que alguien por casualidad  pueda encontrar fortuitamente un fenómeno inesperado que pueda darle ese impulso que todos necesitamos, algo que al  presentarse  de golpe y, ser aprovechado, puede cambiar todos nuestros esquemas.
 Este hombre sin saberlo estaba inhibiendo con su proceder las Meninges que al no dejarla reaccionar con normalidad, lo abandona, dejándole sin fantasías dentro de un complejo  que va más allá de lo razonable, no dejando nada  en su memoria. Sin embargo Anna y sólo Anna supo aprovechar el ser  testigo de algo que le pareció recurrente, porque  sin saberlo había roto todo lo razonable de la realidad incontenida.
Ahora cuando Anna se encuentra ante su mesa de trabajo, siente en su interior que no puede dudar que lo que creyó ver podía ser realidad.  De nuevo se dispuso a escribir, solo se le ocurrió, que a este nuevo relato se le podía llamar simplemente “recalcitrante” por lo arriesgado de su atrevimiento, pues con toda seguridad, nadie  creería, que este relato hubiera sido una realidad.
¿Pero la novela?
Ahora Anna se encontraba con otro nuevo dilema, pues no sabía  cómo titularla.
Quizás.
Viajes por una mente escondida en las Meninges
 Tal vez-- pensó-- sería contraproducente, el querer desentrañar los misterios que guarda nuestra cabeza  que sólo él Creador  puede desvelar.
Lo cierto es que en cualquier momento de nuestras vidas, puede que  llegue a sorprendernos alguna reacción espontánea, puede que nos venga de esas Meninges  que sin remisión llevamos todos con nosotros.

Cuidado hay que mimar esa parte del cuerpo, pues al no ser visible, puede que nos sorprenda, nunca se sabe cuál puede ser su reacción.











lunes, 17 de julio de 2017

Lo mejor es la neutralidad

Alguien, que Anna no recordaba bien quién pudiera ser, se dirigió a ella al término de una conferencia sobre literatura mágica, ese hombre se puso ante ella con pose de prepotencia, pues de esa altivez que proclamaba, sólo se podía sacar la conclusión de que todo aquel que  adopta esa pose es porque  que le gustaría ser alguien y, no lo  es.
Entonces le dijo a Anna, que lamentaba comunicarle que no sabía escribir, que el papel en el que ponía esos garabatos valía más cuando se encontraba en blanco. Gracias, le contestó Anna con una sonrisa, agradeciéndole su crítica decidió ignorar el incidente y, sin más, siguió su camino hacia la salida.
Una vez en la calle, Anna reflexionó muy a su pesar pues aquellas palabras lograron herirla, y tuvo que preguntarse si acaso ese desconocido estaba en lo cierto, el hombre no pareció satisfecho con la actitud pasiva que adoptó Anna, porque en su mirada dejó entrever una frialdad sobrecogedora que  le hizo sospechar que tejía a su alrededor una malla viscosa de difamación con la misma cautela con que la araña compone su red atrapadora.
 Una vez pasada la primera impresión, en sus labios afloró una sonrisa de complacencia, al no entender tantas molestias,  por  parte de aquel desconocido, y se sorprendió al saber que  sus relatos pudieran haber hecho tanto daño.
 Entonces recordó que en una ocasión llegó hasta sus oídos que algunos de sus lectores disfrutaban leyendo sus libros, algunos hasta llegaron a manifestárselo por la calle haciéndole  comentarios de que al igual que un poeta sabía manejar las palabras, estos  comentarios  le hicieron  gracia al mismo tiempo que subía su autoestima, pues según ese ciudadano desconocido, Anna desdibujaba con su bolígrafo las palabras; pero esa crítica (destructiva o instructiva, según se mire) pero al intuir  que no iba a dejar mella en ella, como para olvidarse de seguir escribiendo lo que se le antojaba, este desconocido desapareció de su vista.
Pero ante este  dilema innecesario, Anna decidió quedarse al margen, creyó que  no era el  momento ni siquiera ético de ponerse a favor de ninguna de las dos opciones,  ni de los halagos ni de los detractores. Anna me confesó, que dijeran lo que dijeran unos y otros, para ella era un elogio, ya por sí sólo, el que se hablara de su trabajo.
Y me dijo, (confidencialmente) puedo garantizarte que la palabra para mi es importante, porque siempre hay que huir como del aceite hirviendo de las lenguas ladinas porque si ésta llega a salpicarte, puede ser tan cruel como una daga cercenadora que mutila las buenas intenciones, siendo lo contrario otras palabras, esas que se susurran con la intención de acariciar los oídos poniendo en el tono amor.
Por esa razón “ciudadano sin nombre” en tu honor, en mi próximo libro te voy a dedicar unas palabras muy sencillas de comprender; un susurro puede tener  varias connotaciones, según las circunstancias y el tono en las que se pronuncien, una opción es, que al pronunciarlas  puede producir terror a quien la escucha, la otra opción es que si se dice  con dulzura al oído, puede despertar ilusiones que siempre alegran el corazón.
Al día siguiente supo por ella misma  que había aceptado aquella crítica con deportividad, por cierto, me comentó que le había sido beneficiosa.
Al día siguiente se lanzó a la calle con el propósito de recabar información para su cuarta novela, paseó por lo más céntrico de la ciudad, saludó aquí y allá, contempló escaparates, se sentó en una terraza para tomar un refresco que calmara su sed.
En realidad, no sabía cómo empezar la novela; poco después sin ser consciente de ello,  se encaminaba hacia un destino incierto, iba distraída cuando ante ella se cruza un caballero bien vestido que cubría su cabeza con un sombrero de ala ancha, por su forma de caminar Anna dedujo, que parecía  presumir de belleza.
Aquel cimbreo de su cuerpo le intrigó, entonces inducida por las meninges, esa membrana que está formada por tejido conectivo y que según parece cubre todo el sistema nervioso central, bien, pues todo esto que se halla en nuestra cabeza, le dio una orden incuestionable “síguelo”.
Anna obediente siguió ese mandato, sin apenas darse cuenta, se vio caminando fuera de la ciudad, entonces el hombre miró hacia atrás y, ella se sintió ridícula al no encontrar palabras para justificar su conducta.
Ya sabía de antemano que una buena palabra dicha a su tiempo puede llegar a justificar lo injustificable, ante la mirada de aquel hombre Anna se sintió despojada no sólo de su palabra, sino también de su lengua, pues se le quedó pegada al paladar.
Anna admitió que alguna que otra vez  sus palabras le habían sacado de algunas situaciones embarazosas, pero contando como el Todo Poderoso que le había dotado de carácter perseverante, siguió a aquel hombre, la verdad es que no pensó que aquel hombre  pudiera mirar para atrás, pues en el caso de haberlo hecho, no hubiera sabido qué decirle.
En aquel momento sólo pensaba en las palabras de disculpa que le pudieran servir  para justificar aquella sin sentido persecución; pero aquel hombre poseía un Don, que era el de dejarla sin palabras, entonces sin más, y como el que tira un cigarrillo ya consumido, se desprendió de uno de los brazos, que tiró lejos de él; aquella acción provocó en Anna  una reacción que hizo que se aceleraran sus pulsaciones, mientras su boca seguía muda como la de una monja de clausura.
Habían caminado unos cuantos pasos más y, se desprendió de una de sus piernas, arrojándola lejos de él cómo hizo con el brazo, aquella actitud del hombre la  dejó perpleja, pues seguía caminando con una sola pierna sin apoyo alguno, ella ya no sabía con exactitud lo que pensaba, pues no se entendía ni ella misma, en la fracción de unos segundos pasó de creer que era un sentimiento de admiración, para  convertirlo al instante  en algo excepcional.

Anna interrumpió sus pasos, pues deseaba hacerle una pregunta, pero antes de que esta fuera  formulada, el hombre contestó--- este es mi Don—si lo que deseas es seguirme hasta que llegue a mi destino, entonces te mostraré cual es  el final del trayecto, pero, hasta que llegue ese momento, debes esperar, y si quieres saber algo más de mí tendrás que averiguarlo por ti misma.











lunes, 10 de julio de 2017

El poder oculto, Final

Poco después cuando despierta se encontraba ante una pirámide, ubicada en la Península de Yucatán, allí ante sus ojos se encontraban los vestigios de un pasado que había hecho en este presente  volver a resurgir la ambición desmedida de unos cuantos, haciendo que éste resurgir fuera tan turbulento como lo es el magma que abrasa  todo lo que encuentra a su paso, a sabiendas de que con esta acción borran con ello la historia de los pueblos.
Manuel, siente de pronto cómo su cuerpo es presa de una convulsión que proviene de un poder sobrenatural que se adueña de su conciencia, quizás provenía del ultraterreno, que hizo que desde su perspectiva pudiera ver violentas escaramuzas y guerrillas que luchaban por diezmar un patrimonio único.
Manuel de repente se ve subido en un pódium, ordenando que llevasen ante su presencia  a todo aquel que había sido cogido robando, ante esta orden los presentes palidecen, pues ante ellos se hacía presente la omnipresencia huella de un misterio que supieron existía, pero que en esos momentos se estaba haciendo visible.
Los malhechores pasaban ante él gimoteando, mientras la luz del sol brillaba sobre la pirámide irradiando  los colores de las gemas.
Manuel no puede creer lo que estaba pasando, aquellos hombres se postraban ante él, eran todos de raza blanca, con apariencia de ostentar cargos relevantes, esos que se creen importantes, intocables, mientras llevan a sus espaldas pegados como lapas el alijo de un expolio, que saben mejor que nadie  vender al mejor postor.
Mientras tanto Manuel no salía de su asombro, la serpiente emplumada, parecía hacer la función de verdugo, a uno de los reos, le sacó un ojo, que depositó en una cajita de jade, y siempre con majestuosidad abrazó con fuerzas a otro reo hasta asfixiarle mientras uno de sus brazos caía desplomado al suelo moviéndose cómo el rabo de una lagartija, a otro le cercenó las piernas metiéndolo en una pila funeraria de dura piedra; una vez terminado este ritual, a los restantes delincuentes, la serpiente les ordena que cojan unos machetes que les eran ofrecidos por los nativos, éstos, les hacen segar la maleza  que se encontraba alrededor de la pirámide.
Su misión no era otra que la de cumplir un ritual  que era el de descubrir la mortaja del tiempo  que la naturaleza había tapado.
 Manuel se baja del pódium, da unos pasos, ante el aparece un cenote cuyas aguas cenagosas dejaban ver cómo los cuerpos que se había engullido flotaban como  muñecos hinchables.
Mientras miraba con horror aquel espectáculo espeluznante, pensó me van a matar, ante él una mujer de belleza perfecta lo miraba con una mueca de crueldad  que se dibujaba en su cara, entonces apretó los dientes, la mujer le dijo, no, no vas a morir aún, lo que tú has hecho por este pueblo es diferente, Manuel la mira impertérrito, los ojos de la mujer le atravesaron.
Una mañana, aparece una moto abandonada  cerca del pantano de Guadiloba en Cáceres, un caminante que por allí pasaba dio la alarma, la moto se encontraba en su parte posterior se encontraban abollados los ejes de las ruedas que hicieron sospechar de un accidente con fuga incluida.
Manuel despierta de un raro letargo que le recuerda haber vivido algo insólito, real, pero cómo no se lo puede explicar, piensa que pudo ser el hecho de tener la preocupación de si firmar o no firmar era algo que le inquietaba en sumo grado.
 Él siempre había vivido con su familia en la misma casa, por lo tanto se sabía los recovecos de cada rincón, pero…nunca se fijó en una foto que colgaba en el rincón más oscuro del pasillo, lo mira, remira, obcecado en querer ver algo que creyó tenía que ocultar aquel cuadro; una sombra de hombre arropado con un poncho se proyectó en la pared, da un paso atrás, mientras una voz que era la suya propia le habla en pretérito.
Manuel, no te reconozco has cambiado, tanto que ni tú mismo te reconoces, mira bien la foto, si, eres tú mismo o sea el abuelo que lucía con orgullo un pectoral adornado de gemas preciosas
 ¿Por qué ahora quieres desenterrar el pasado?
¿Qué es lo que te preocupa?
Que se sepa que tú sí, tú, o sea yo,-- da igual porque somos el mismo aunque aún no lo creas --porque cambiar los términos, no cambia nada tú, yo, sabemos que robamos el mapa donde los indígenas guardaban el más preciado “Tesoro de su historia”  viste el rito, no lo niegues, pues se hizo ante ti presidida por la serpiente emplumada, ¿Acaso no recordaste nada? Allí fue cuando engañaste con tu candidez a los mayas, pero se te olvidó el detalle más importante que la serpiente emplumada siempre te estuvo observando, a veces, recuerda que nos entraba el remordimiento, y entonces pensábamos bajo una perspectiva completamente distinto a la que siempre tuviste o tuvimos, como el de robar a gente que creíamos no sabían distinguir…Qué era lo que creíamos tenían que distinguir, si estaban muertos.
Manuel, “despierta” le dijo su propia voz, sólo tú(o yo) me da igual, somos los únicos culpables, sé que todo esto pasó hace mucho, mucho tiempo, pero no creas que fuimos  olvidados, tócate el ojo derecho sin miedo, ¿Notas algo?
Manuel empezó a gritar de espanto, su ojo, tenía la cuenca vacía, le faltaba su ojo derecho y, comenzó a saltar preso de un ataque de nervios, se lo había sacado la serpiente emplumada ahora recordaba, fue aquella tarde que creyó era de gloria para él, entonces empezó a sudar, aún tenía presente el momento en que la serpiente emplumada depositaba un ojo en una caja de jade; ante tanto desasosiego sus pies  tropiezan con algo que le  hace tambalearse, era la misma caja, no se atreve a cogerla.
Minutos después, todos los miembros de  su departamento inundaron el oscuro pasillo, eran hombres tullidos que habían pertenecido a la expedición que Manuel capitaneó.
Todo pudo haber sido una burda alucinación, pues nunca se supo de Manuel ni de los componentes de aquella expedición. De la foto desapareció el pectoral, en una esquina del salón se encontraba la serpiente emplumada que lucía cómo nadie aquel pectoral o collar o, el mapa, porque ese pectoral era el mapa  que indicaba donde se encontraba los secretos más misteriosos que puede llegar a tener un pueblo.
Entonces para qué tanta pantomima de querer salvar algo de lo que había sido diezmado hacía muchos, muchos, años.
 ¿Había existido Manuel junto con la serpiente emplumada?
Algo sí que fue verdad, existe una magia que confunde al explorador ambicioso, llevándolos hacia los cenotes lóbregos donde nadie los puede encontrar.

En lo alto del cielo, se proyectaba una iluminación por los destellos de una luna llena. 








   



martes, 4 de julio de 2017

El poder oculto

Manuel, sabía que se encontraba  en esa  línea que era la de pasar o no pasar el delgado hilo de una frontera que para él suponía podía resultar ser muy  peligrosa. Todo  comenzó cuando aceptó  un trabajo que lo elevo a la jefatura de tratados de aduanas, sabía que estaba preparado pero, no se sentía satisfecho con este nombramiento, pues tuvo que comenzar  a investigar unos detalles que parecían escabrosos y que le eran imprescindible conocer. Pero toda la información que pudo obtener por medios extraoficiales no parecía encajar con el resultado de la investigación que tenía sobre la mesa, repasando de nuevo los archivos supo  que faltaba la documentación de una serie de  piezas desaparecidas rescatadas de una de las excavaciones que eran  de incalculable valor para el pueblo peruano; esta nueva situación hizo en él que extremara en exceso su celo por rescatar ese tesoro,  hasta el extremo de no pensar en otra cosa que la de vivir por y para desentrañar algo que parecía ser el engranaje de una gran  trama que rayaba en lo misterioso y, que él, por supuesto no acababa de entender.
Este trabajo hizo que cambiara su carácter, sus allegados comentaban a su espalda que se había convertido en un hombre taciturno, llegando a irradiar tristeza.
Hacía días que entraba en su despacho como una tromba de agua inundándolo todo, sin dar los buenos días a su secretaria, sus ojos parecían entibiados por la falta de sueño y, que al pasar por su lado, casi no la miraba, entraba en su despacho  para unos minutos más tardes salir de nuevo sin decir nada.
Llevaba tres días ausente de su despacho sin saber nadie de su paradero, en aquellos días todos los de su departamento parecían relajados con su ausencia. Una mañana sonó el teléfono, preguntando por Manuel, nadie supo darle razón de su paradero.
Una medio día la radio da la noticia de un terrible accidente, todos pensaron que se podía encontrar involucrado Manuel por su ausencia, la oficina se convirtió en el departamento que llevaba Manuel  en un hervidero de funcionarios curiosos que querían  saber si lo que se decía en las noticias eran ciertas y, que si era cierto que Manuel podía encontrarse cerca de la frontera con Portugal. Pasaron unos días y la prensa no acababa de desvelar los nombres de los afectados.
Aquel día la garita de la aduana, se encontraba colapsada, una multitud de viajeros se encontraban sin saber que estaban siendo vigilados por helicópteros desde el cielo, haciendo  que todo aquel que  pretendía pasar la frontera se le hiciera  era una travesía imposible.  
El espectáculo en la carretera daba un aspecto peculiar ante el corte ineludible del tráfico, los conductores protestaban mientras otros sudaban pensando cómo escapar de ser detenidos, cada uno tenía claro lo que querían, que era llegar cuanto antes a su destino, en otros era una necesidad perentoria de huir. Alguien intencionadamente derrama un bidón de gasolina en medio de la carretera, le prende fuego, el caos estaba servido al convertirse la carretera en una antorcha por consiguiente, en  terrible ratonera.
Alguien apartado de aquel tumulto enloquecido y, desde un montículo, tapado con un poncho y un gorro peruano observa desde su atalaya mientras contempla la escena inmutable y abraza contra el pecho algo que para él debía ser muy valioso.
En medio de tanto caos, pasa desapercibido un motorista que conduce por campo través hasta llegar al montículo, era Manuel, se acerca al hombre del poncho que parece esperarlo, el indio, sube a la grupa de la moto como si se tratara de una caballería, la moto daba tumbos por la compleja  orografía del terreno, llegan en una vaguada, al bajarse de la moto les esperaban cuatro hombres vestidos con la indumentaria india que los conducen a una tienda de campaña, una vez dentro Manuel observa  que uno de los indios llevaba colgando del cuello un pectoral que le quedó sin palabras, su abuelo en una foto antigua lucía uno semejante.
A Manuel  le empezó a  bullir la cabeza  hasta entorpecer su mente, dentro de la tienda de campaña se encontraba una mesa que parecía estar dispuesta para que se firmaran los tratados en los cuales se comprometía a que todo lo que se extrajera de cualquier tipo de excavaciones arqueológicas de los países Andinos fueran inmediatamente requisado por los gobiernos de la Unión Europea.
La sonrisa de uno de los cuatro que se encontraba dentro de la tienda, hace que Manuel desconfíe antes  de poner su firma  a pesar de que su mente se encontraba confusa y, empezó a sospechar que al tender su mano para saludar a los que allí le esperaban, sintió algo insólito s pues al instante, vio cómo sus ojos se nublaban, pero  tuvo la capacidad   mental suficiente como para pensar que allí  estaba pasando algo.
Manuel, antes de caer al suelo sin conocimiento, logra acercarse hasta tocarles la cara a los dos que les pareció no eran indios.
Sin duda, aquellos hombres no eran latino-americanos, pero antes de que callera al suelo sin sentido, Manuel ve cómo los dos hombres se desploman al suelo sin conocimiento, ya en el suelo  siente cómo el casco de la moto( que aún no se había quitado) se mueve en su cabeza estertórea mente, entonces se da cuenta que lo llevaba puesto, pero siente que no tiene fuerzas cuando intenta quitárselo, al tocarlo, nota en su tacto algo viscoso, en un impulso de supervivencia tira lejos de él el casco de donde salió una serpiente emplumada que rectaba  con gran majestuosidad acercándose a  los supuestos  indios que inertes yacían en el suelo, uno de ellos despierta de su letargo cuando la serpiente se acercaba a ellos, la mira con ojos espantados, no podían salir huyendo al encontrarse inmovilizado, pues ignoraba que por sus venas corría el veneno mortal del pinchazo recibido por los colmillos de la serpiente emplumada.
Manuel, no sabe qué hacer, se había quedado petrificado en medio de la tienda, mientras la serpiente amorosa se le enrosca al cuerpo.
Cuando despierta, se encuentra ante una pirámide, que estaba ubicada en la península de Yucatán, allí pudo ver Manuel los vestigios de un pasado, que había hecho del presente que volviera a resurgir la ambición desmedida de unos cuantos, éste resurgir fue tan turbulento como un magma abrasador, sobre todo para aquellos que trafican ilegalmente con los objetos antiguos, a sabiendas que con esta acción  borran con ello la historia.
Manuel, siente de pronto una convulsión como si  un poder sobrenatural que se adueñara de su conciencia, quizás todo podía provenir del ultraterreno, haciéndole ver desde su perspectiva violentas escaramuzas de guerrillas que luchaban por diezmar aquel patrimonio único. Manuel de repente se ve subido  a un pódium, ordenando que llevasen  a su presencia a todo el que había sido cogido robando, ante este mandato todos los presentes palidecen, pues ante ellos tenían la omnipresente huella de un misterio que siempre supieron que existía, pero que en esos momentos se estaba haciendo visible.   
Los malhechores pasaban gimoteando ante él, cuando la luz del sol brillaba sobre la pirámide irradiando los colores de las gemas.

Gonzalo, no puede creer lo que estaba viendo, ante él, se postraban los hombres blancos que por su apariencia y por los cargos que parecían ostentar  creían ser  importantes, intocables, mientras  llevaban a  sus espaldas pegados como lapas el alijo de un expolio, para más tarde vender al mejor postor. Mientras tanto Manuel no salía de su asombro, la serpiente emplumada parecía hacer la función de verdugo, a uno de los reos, le sacó un ojo, que depositó en una caja, de nuevo y con majestuosidad abraza con fuerzas a otro hasta asfixiarlo mientras uno de sus brazos caía desplomado al suelo, a otro le cercenó las dos piernas, depositándolo después en una pila funeraria de piedra. Ya quedaban unos cinco de estos llamados delincuentes, cuando, atónito ve que la serpiente les ordena que cojan unos machetes que les son ofrecidos por los nativos que les hacen segar la maleza que se encontraba al derredor de la pirámide, su misión no era otro que el de cumplir el ritual de descubrir la mortaja del tiempo, que la naturaleza había tapado.