viernes, 21 de agosto de 2015

Queridos amigos:
Espero que hayáis pasado unas vacaciones estupendas y si todavía las estáis disfrutando, me alegro mucho.
Yo ya he vuelto con vosotros con más relatos.
Deseo que os gusten.




Para eso se licenció en Químicas (1ª parte)



Anna nunca pensó que pudiera haber llegado al punto donde se encontraba, ella que en la Universidad mientras cursaba la carrera de químicas supo que ostentaba entre sus compañeros de aula un prestigio  merecido.
Pero el destino caprichoso la había ubicado en un puesto que no era compatible con sus conocimientos, pues se encontraba trabajando en un laboratorio de poco renombre dedicándose a copiar las fórmulas que los laboratorios importantes les encargaban.
Este hecho  hacía que no se sintiera satisfecha y mucho menos cómoda con su trabajo, estos factores fueron los motivos que una noche la indujeron a quedarse rezagada en el baño cuando sus compañeros, al terminar la jornada, se disponían a salir abandonando sus puestos de trabajo hasta el día siguiente. Ella regresó para poder investigar, pues tenía mucho dentro de su cabeza que no quería olvidar.
A veces se hacía la olvidadiza ante sus compañeros y regresaba al laboratorio con cualquier excusa para entrar en la sala de investigación donde verdaderamente se sentía feliz. Allí y a solas podía sacar de su cabeza fórmulas que sólo ella podía hacer realidad, sabía  manipular  los productos y materiales que tenía a su alcance y se emocionaba al comprobar  que sus fórmulas le daban los resultados de sus favorables investigaciones. Entonces el ego le ardía en deseos de sacarlos a la luz, pero la cordura le aconsejaba que debía esperar a que se presentara mejor ocasión, ante el temor de perder el único medio de vida que disponía.
Cuando se sentía animada se decía a sí misma que algún día llegaría esa oportunidad de que alguien se fijara en su trabajo y pudiera trabajar en lo que verdaderamente le gustaba.
Una de las muchas noches que se quedaba hasta tarde en el laboratorio en la clandestinidad, salió a la calle, se encontraba vacía, solitaria y una espesa niebla lo cubría todo con su manto gris y húmedo, las luces de las farolas, anémicas, lucían mortecinas haciendo que las calles se encontraran en penumbra.
Con la cabeza pegada al pecho y el cuello del abrigo tapándole media cabeza, Anna caminaba pensativa. Aquella noche mientras iba pisando el duro asfalto, sintió que su alma y cuerpo se fundía en la melancolía callejera, haciéndole pensar que su vida había dejado de ser interesante, había cumplido los treinta años y no había tenido, desde hacía tiempo, un atisbo de felicidad.
Ante estos deprimentes pensamientos, sus pasos se volvían cortos, tal vez esperaba que su vida aunque fuera entre la niebla de la noche diera un giro, necesitaba sentirse viva. De repente sintió un pinchazo en el pecho y a su cabeza le vino una pregunta inesperada
 ¿Quién soy? 
¿Qué beneficios estoy aportando a la humanidad?
Metida en sus tribulaciones no se percata que unos pasos recios pero acompasados que van tras ella.
Cuando aquella noche entró en su casa cerró la puerta de un puntapié. Se encontraba sola, quizás más que nunca lo había estado, se dirigió a la alcoba y con el abrigo puesto y húmedo se echó encima de la cama sin retirar la colcha.
Así permaneció con los ojos abiertos fijos en la lámpara del techo, no supo precisar cuánto tiempo pasó si una hora o una eternidad. Durante ese tiempo perdido, ni siquiera se le ocurrió pensar, sólo se compadecía de ella misma.
“No soy nada…” se repetía una y otra vez.
 “Soy un ser insignificante, la pieza de una maquinaria que me obliga a seguir sus directrices haciendo que me sienta como una autómata sin voluntad mientras peso y mido con especial exactitud las dosis exactas; 2/mg de azufre, 1/mg de lavanda… para suavizar el intenso olor a la sustancia química añadida.
El teléfono que descansa en la mesilla de noche interrumpe bruscamente sus cavilaciones cuando una voz desconocida pregunta por Javier Fernández, Anna tarda en reaccionar, ¿se habrían confundido?
Su corazón se desbocaba al escuchar ese nombre, pensó  alguien  ha debido marcar  el número equivocado, sus recuerdos se atropellaron cómo potros salvajes, quedando al descubierto aquella relación que se rompió antes de formalizarse.
Continuará...