Cuando un día Anna sentada en su escritorio decidió
contar su historia, inmediatamente pensó que la narración que quería contar, sólo
sería una parte de lo que había vivido, llegando a la conclusión que no podía
ser de otra manera, pues si llegara a
ser sincera, haría el efecto contrario al que ella deseaba, pues sería
como tener que desnudar su alma, un alma que al pasar el tiempo de lo
acaecido, aún seguía encallecida por los acontecimientos que tuvo que pasar a lo largo de su vida.
Yo creo que cuando pensó en la publicación de su
relato, para todos aquellos que la conocíamos, al tener el texto en las manos
supo que podíamos llegar a dudar de su autenticidad, pues en algunos párrafos
se veía claramente que no deseaba profundizar, por miedo a que se pudieran
sacar erróneas conclusiones y que se
pudiera notar claramente que estaba
omitiendo la esencia de lo más importante. También llegué a la conclusión de su
sofisticada manera de ser, que contrastaba con un enigmático hermetismo que
afloraba en ella en algunas ocasiones; desconcertando a los que la rodeaban.
Este definido carácter fue el que propició que a los
dieciocho años decidiera vivir una libertad prematura que le hizo sobrepasar todos los límites.
Y así comenzó
su relato, con unos recuerdos de cuando decidió hacer un viaje acompañada por
un chico que acababa de conocer en un Pub una noche loca; éste sería su primer
viaje, pues quería recabar argumentos para hacer realidad sus ilusiones,
deseaba escribir una novela, una de esas novelas que quedara al lector
impactado por su contenido, pero al mismo tiempo quería que, en su ejecución, se
pudiera notar la realidad de su historia, siempre basándose en no contar las situaciones más escabrosas.
Aquella tarde de su partida, era otoño y el sol aún
calentaba cuando su amigo circunstancial llego a recogerla en un flamante
deportivo, saliendo de Cáceres en dirección a un pueblo perdido del sur de
Castilla que hace frontera con Extremadura.
Yo desde el momento que decido escribir sobre lo
poco que se puede saber de ella dado el carácter que ostentaba, al preguntarle
por el nombre del pueblo, se quedó callada, tan sólo me dijo que no se
acordaba; más tarde al disculparse, me dijo que el nombre de aquel pueblo sólo
estaba grabado cómo un tatuaje en sus entrañas.
Anna siempre estuvo obsesionada con vivir una gran
aventura, pero por el momento se conformaba con comenzar a tan sólo unos pocos kilómetros de Cáceres.
Nada más llegar, se sorprendió que no encontraran
alojamiento, su acompañante la tranquilizó, pues sabía comentó de una casa que
se encontraba a las afueras del pueblo.
Poco después se vio ante una de esas casas
solariegas, mitad palacio, mitad agrícola que de todos modos le pareció que era
la casa perfecta para sus propósitos, a pesar de lucir un aspecto un tanto
deteriorado.
Frente a las escaleras de subida al portal, Anna
mira la fachada con interés, entonces piensa ilusionada que el argumento de su
novela empezaría por describir aquella fachada que le pareció sin más, muy
peculiar.
De repente, se siente observada, mira escudriñando
cada centímetro de la fachada y descubre un ventanuco tapado con celosía de
madera despintada por las inclemencias del tiempo, sus ojos se cruzan con otros
ojos que asomados por los entramados de la celosía parecían taladrarla con la
mirada.
Poco después sin percatarse de ello, se abre el
portón apareciendo ante ella una mujer pequeña, vestida de negro, mira hacia
atrás y para su sorpresa, el joven que la acompañaba desaparece a toda
velocidad en su automóvil. La mujer se dirige a ella con voz que carecía de
matiz:
- La estábamos esperando.
Y con un gesto la invita a pasar, entran en el
zaguán que a Anna le pareció inmenso, con el suelo de granito que se encontraba
ennegrecido al carecer de limpieza, la sigue hasta llegar a un patio interior
porticado, en medio el clásico pozo con brocal, una polea de hierro soporta una
cuerda de donde pende un cubo de cinc.
Anna sigue a la mujer, hasta llegar a una de las
habitaciones que supuso le tenía destinada. Cuando se encuentra en la
habitación y recorre la mirada, todo le
parece tan extraño que hasta llega a gustarle el que careciera de ventana,
arrimada a la pared una alta y enorme cama con cabecero de hierro, se queda
pensativa pues sintió que algo no empezaba a encajar, pero enseguida se
sobrepuso y una sonrisa afloró de sus labios cuando pensó que sería afortunada
si por la mañana al despertar y bajar de la cama se encontrara ilesa.
Entonces fue
cuando pensó en su improvisado compañero, que la dejó tirada desapareciendo sin
dar explicaciones y fue cuando dedujo que aquella casa no parecía tener dada
que no estuviera previsto, ni tampoco su entorno, aquella casa no era nueva para ella, pues ya
la había imaginado en sus sueños.
Aquella noche al acostarse después de una cena
rápida, sorprendida pudo comprobar que no había más huésped que ella. Este
descubrimiento llego a preocuparla por unos momentos, pero enseguida descartó
toda incertidumbre al pensar que por primera vez se sentía libre y feliz por haber
conseguido el poder hacer lo que siempre soñó, escribir un libro sin prejuicios
arrancando la esencia de lo que le rodeaba.
Aquella noche durmió como hacía días no había
conseguido dormir motivada por la
agitación de saber que ya había emprendido lo que quiso llamar aventura.
Por la mañana al salir de la habitación y
cuando se dirigía al comedor, le invadió
un tremendo deseo de investigar la casa, pues quería empezar cuanto antes a
escribir; pero algo extraño pasó, porque al mismo tiempo que se disponía a
caminar, de repente sintió como si un nudo virtual apretara una soga que creía aprisionaba su cuerpo, obligándola a seguir
las directrices ciegamente de algo que
desconocía y que le marcaba el camino. Anna se empezó a sentirse como si fuera
un reo cuando caminaba por un corredor largo con olor a moho.
Siente que su corazón palpita henchido por una
emoción sin límites, Anna sigue dócil al ser invisible, no puede saber de qué
se trata, pues no se oían pasos, ni voces que la guiaran. Entonces descubriría el
porqué no recordaba nada, pues era un
estigma que llevaría para siempre, al
pasar por el comedor su corazón la obsequiaba con pálpitos devastadores,
haciendo crecer en ella una nueva incertidumbre, fue entonces cuando se preocupó por saber dónde la dirigían aquellos amarres magnéticos
que la estaban dominando.
De pronto es
obligada a pararse, ya no sabía dónde se
encontraba, sus ojos empezaron a nublarse, podía oír el ruido frío y seco de
un cerrojo al abrirse y cómo los goznes de una pesada puerta parecían
regocijarse con el roce de los mohosos hierros.