martes, 24 de marzo de 2015

Lo que jamás se atrevió a contar



Cuando un día Anna sentada en su escritorio decidió contar su historia, inmediatamente pensó que la narración que quería contar, sólo sería una parte de lo que había vivido, llegando a la conclusión que no podía ser de otra manera, pues  si llegara a ser sincera, haría el efecto contrario al que ella deseaba,  pues sería  como tener que desnudar su alma, un alma que al pasar el tiempo de lo acaecido, aún seguía encallecida por los acontecimientos que tuvo que  pasar  a lo largo de su vida.
Yo creo que cuando pensó en la publicación de su relato, para todos aquellos que la conocíamos, al tener el texto en las manos supo que podíamos llegar a dudar de su autenticidad, pues en algunos párrafos se veía claramente que no deseaba profundizar, por miedo a que se pudieran sacar erróneas  conclusiones y que se pudiera notar claramente que  estaba omitiendo la esencia de lo más importante. También llegué a la conclusión de su sofisticada manera de ser, que contrastaba con un enigmático hermetismo que afloraba en ella en algunas ocasiones; desconcertando a los que la rodeaban.
Este definido carácter fue el que propició que a los dieciocho años decidiera vivir una libertad prematura que le hizo  sobrepasar todos los límites.
Y así  comenzó su relato, con unos recuerdos de cuando decidió hacer un viaje acompañada por un chico que acababa de conocer en un Pub una noche loca; éste sería su primer viaje, pues quería recabar argumentos para hacer realidad sus ilusiones, deseaba escribir una novela, una de esas novelas que quedara al lector impactado por su contenido, pero al mismo tiempo quería que, en su ejecución, se pudiera notar la realidad de su historia, siempre basándose en no contar  las situaciones más escabrosas.
Aquella tarde de su partida, era otoño y el sol aún calentaba cuando su amigo circunstancial llego a recogerla en un flamante deportivo, saliendo de Cáceres en dirección a un pueblo perdido del sur de Castilla que hace frontera con Extremadura.
Yo desde el momento que decido escribir sobre lo poco que se puede saber de ella dado el carácter que ostentaba, al preguntarle por el nombre del pueblo, se quedó callada, tan sólo me dijo que no se acordaba; más tarde al disculparse, me dijo que el nombre de aquel pueblo sólo estaba grabado cómo un tatuaje en sus entrañas.
Anna siempre estuvo obsesionada con vivir una gran aventura, pero por el momento se conformaba con comenzar  a tan sólo unos pocos kilómetros de Cáceres.
Nada más llegar, se sorprendió que no encontraran alojamiento, su acompañante la tranquilizó, pues sabía comentó de una casa que se encontraba a las afueras del pueblo.
Poco después se vio ante una de esas casas solariegas, mitad palacio, mitad agrícola que de todos modos le pareció que era la casa perfecta para sus propósitos, a pesar de lucir un aspecto un tanto deteriorado.
Frente a las escaleras de subida al portal, Anna mira la fachada con interés, entonces piensa ilusionada que el argumento de su novela empezaría por describir aquella fachada que le pareció sin más, muy peculiar.
De repente, se siente observada, mira escudriñando cada centímetro de la fachada y descubre un ventanuco tapado con celosía de madera despintada por las inclemencias del tiempo, sus ojos se cruzan con otros ojos que asomados por los entramados de la celosía parecían taladrarla con la mirada.
Poco después sin percatarse de ello, se abre el portón apareciendo ante ella una mujer pequeña, vestida de negro, mira hacia atrás y para su sorpresa, el joven que la acompañaba desaparece a toda velocidad en su automóvil. La mujer se dirige a ella con voz que carecía de matiz:
- La estábamos esperando.
Y con un gesto la invita a pasar, entran en el zaguán que a Anna le pareció inmenso, con el suelo de granito que se encontraba ennegrecido al carecer de limpieza, la sigue hasta llegar a un patio interior porticado, en medio el clásico pozo con brocal, una polea de hierro soporta una cuerda de donde pende un cubo de cinc.
Anna sigue a la mujer, hasta llegar a una de las habitaciones que supuso le tenía destinada. Cuando se encuentra en la habitación y recorre la mirada,  todo le parece tan extraño que hasta llega a gustarle el que careciera de ventana, arrimada a la pared una alta y enorme cama con cabecero de hierro, se queda pensativa pues sintió que algo no empezaba a encajar, pero enseguida se sobrepuso y una sonrisa afloró de sus labios cuando pensó que sería afortunada si por la mañana al despertar y bajar de la cama se encontrara ilesa.
Entonces  fue cuando pensó en su improvisado compañero, que la dejó tirada desapareciendo sin dar explicaciones y fue cuando dedujo que aquella casa no parecía tener dada que no estuviera previsto, ni tampoco su entorno,  aquella casa no era nueva para ella, pues ya la había imaginado en sus sueños.
Aquella noche al acostarse después de una cena rápida, sorprendida pudo comprobar que no había más huésped que ella. Este descubrimiento llego a preocuparla por unos momentos, pero enseguida descartó toda incertidumbre al pensar que por primera vez se sentía libre y feliz por haber conseguido el poder hacer lo que siempre soñó, escribir un libro sin prejuicios arrancando la esencia de lo que le rodeaba.
Aquella noche durmió como hacía días no había conseguido dormir  motivada por la agitación de saber que ya había emprendido lo que quiso llamar aventura.
Por la mañana al salir de la habitación y cuando  se dirigía al comedor, le invadió un tremendo deseo de investigar la casa, pues quería empezar cuanto antes a escribir; pero algo extraño pasó, porque al mismo tiempo que se disponía a caminar, de repente sintió como si un nudo virtual apretara una soga que creía  aprisionaba su cuerpo, obligándola a seguir las directrices  ciegamente de algo que desconocía y que le marcaba el camino. Anna se empezó a sentirse como si fuera un reo cuando caminaba por un corredor largo con olor a moho.
Siente que su corazón palpita henchido por una emoción sin límites, Anna sigue dócil al ser invisible, no puede saber de qué se trata, pues no se oían pasos, ni voces que la guiaran. Entonces descubriría el  porqué no recordaba nada, pues era un estigma que llevaría para siempre,   al pasar por el comedor su corazón la obsequiaba con pálpitos devastadores, haciendo crecer en ella una nueva incertidumbre,  fue entonces cuando se preocupó por saber  dónde la dirigían aquellos amarres magnéticos que la estaban dominando.
De pronto es obligada a pararse,  ya no sabía dónde se encontraba, sus ojos  empezaron  a nublarse, podía oír el ruido frío y seco de un cerrojo al abrirse y cómo los goznes de una pesada puerta parecían regocijarse con el roce de los mohosos hierros.

miércoles, 11 de marzo de 2015

El descubrimiento (final)



Pero Anna se relaja al recordar que ella misma la cogió de la caja de seguridad,  junto con el frasquito que contenía el resultado de la investigación, esto fue dos horas antes de emprender aquel viaje.  Pero en su estado de excitación no podía pensar, aquella sustancia era muy importante, pues le dio vida a su gato… vuelve a rebuscar en la mochila, su estado a cada momento se hacía más excitado, mete por quinta vez la mano, al momento respira aliviada, en uno de los pliegues del fondo se encontraba el pequeño tubo, junto a la piedra  donde también se encontraba un pergamino con un texto antiguo escrito donde se  daba la explicación de cómo ser manipulada aquella piedra para sacar la sustancia y que sus efectos fueran positivos, porque esta sustancia( según decía el pergamino que encontró después de mucho buscar por las librerías de anticuarios) este mineral debía ser compartido según las circunstancias y el propósito del que la manipulara.
Anna aquella noche antes descansar ya tenía preparada  una estrategia a seguir, tan sólo tenía que enfrentarse a tres hombres que estaba segura no dominaban aquellos parajes y además se encontraba con ellos la cursi de su compañera. Al alba, Anna es la primera en aparecer por el  único comedor que había en el poblado, bebió un sorbo de café muy caliente y cuando se disponía a subir a la montaña, al salir del albergue ve a los cuatro esquiadores subir ufanos la montaña dónde ella casualmente tenía previsto esperarlos en la cima. El encuentro en lo alto de la montaña con su compañera fue demasiado efusivo y entonces Anna aprovechando la favorable coyuntura, con gran amabilidad se brindó para enseñarle nuevas rutas que exhibían paisajes maravillosos. Todo el grupo se acercó a ella para escuchar la propuesta que, Anna con su fingida inocencia,  les hizo,  un juego divertido que prometía  conseguir que la adrenalina les subiera a tope al ser deslizados por la ladera.
Anna se encajó en la espalda su mochila sabedora de cuáles eran las intenciones de sus compañeros casuales de ruta, entonces observó que entre ellos se podía adivinar una mueca irónica que aparentaba ser una sonrisa. En ese momento “la pija” le dijo:
-          ¿Piensas ir con la mochila? Parece que la has cargado demasiado ¿no?
Entonces Anna contestó:
-          No te preocupes, no pesa nada, pues todo lo que traje metida en ella lo he tenido que tirar, al parecer no supe que los alimentos enlatados también se estropeaban cuando son manipulados.
Todos la miraron como si fuera un cordero a punto del sacrificio.
Subieron a la cima, parecía que se alejaban demasiado de la ruta por donde habitualmente transitaban los esquiadores, se levantó una ventisca y el frío se empezaba a sentir intenso, la nieve se volvió dura, una vez arriba había que ser muy ágil para hacer un buen descenso con la nieve en esas condiciones. Decidieron regresar aunque aún quedaba al menos dos horas para la puesta de sol.
Anna solícita les indica el punto donde reunirse, todos aceptan, uno de ellos masculla al lado de su compañero:
-          Ya estoy arto de tanta comedia, había que quitársela de en medio cuanto antes.
El frío parecía haberse aliado con el viento y dijo uno de ellos lamentándose por haber ido hasta allí:
- Este tiempo no es nada bueno para mis huesos.
Poco después ya todos se encontraban al amparo del bosque de coníferas, pero alguien se da cuenta de la ausencia de Anna,  impacientes la buscaban con la mirada, ella debía estar allí pues había llegado el momento que tanto habían esperado. El viento cada vez más virulento, hacía agitar las ramas que dejaban caer la nieve dura sobre ellos, tuvieron que taparse lo poco de cara  que tenían al descubierto con las manos.
De repente se empezó a oír como pisadas precipitadas de animales que hacían temblar el suelo, parecían huir de algo y cuando quisieron darse cuenta de lo que estaba pasando un alud de nieve iba hacia ellos para sepultarlos, que junto con la manada de lobos hambrientos que se dirigían hacia el bosque para refugiarse,  se formó una gran pelea entre fieras y “personas” que terminó en una terrible sangría que la nieve se ocupó de borrar.
Anna desde una atalaya en lo alto de la montaña vio todo el dantesco espectáculo, sacó de su mochila aquel pedazo de piedra, que siempre estuvo con ella y frotándola con sus manos sintió tanto poder  dentro de ella que quiso desear todo lo que le rodeaba. La montaña en unos segundos se desmoronó, no dejando rastro de una mujer que por ser ambiciosa, no quiso compartir la sabiduría de aquella piedra, pues fue mucho más malvada  que los que  querían arrebatársela.
Aquella mañana, al despertar Anna, se sintió rara, confusa, puso los pies descalzos en el suelo y entonces se dio cuenta de que la avaricia y la ambición no es ninguna utopía, pues se puede encontrar extendida entre los seres humanos de tal manera como se expande la peste. Entonces Anna al mirarse  al espejo, siente que no se reconoce y se pregunta:
 ¿Por qué tengo que compartir algo que me puede dar todo el poder del mundo?
Una sonrisa diabólica se dibujó en su rostro que parecía transformado.
Aquella piedra que ella cogió del suelo quizás no fuera tan benefactora cómo se suponía.
¿O tal vez había cogido del suelo una piedra equivocada?
 ¿Era ella la adecuada depositaria?
Aquella mañana mientras se dirigía al trabajo, una cornisa en mal estado se desprendió  por donde ella transitaba y una mano poderosa la hizo desviarse unos metros, aquella cornisa de piedra no era otra cosa que un aviso.
La piedra, sí tenía poderes, pues le hizo ver en sueños que el poder no es para enriquecerse.
Anna aquel fin de semana se acercó a la orilla del río Tajo y en un impulso tiró la piedra para que la custodiara, allí estaba segura que no la encontraría nadie.