Erase una vez una princesa, que olvidó ser la hija
de un rey.
En su infancia pudo disfrutar de todos los juguetes que muchos niños como
ella no podían ni siquiera llegar a alcanzar.
Se hizo mayor y nunca supo de aquellos exámenes
duros que sufría el ciudadano hasta terminar una carrera (que siempre aparecía
algún que otro obstáculo). Ella como princesa pasó aquella etapa sin pena ni
gloria pero, eso sí, encontró cuando
quiso un trabajo muy bien remunerado y todo, sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo,
romperse la espalda por estudiar al adquirir una postura viciada. Ella no
necesitó jamás hacer ninguna oposición pues las tenía todas
ganadas.
Cuando fue adulta, se enamoró siendo del todo lo lógico.
Pero no fue de ninguno que tuviera el status social requerido
en estos casos.
Se enamoró de un “chorizo” pues al estar acostumbrada a comer los más ricos manjares, al ver esta chacina que
rebosaba grasa, le hizo gracia y se lo comió.
Entonces el chorizo
al saber que le había gustado a la princesa se volvió loco de alegría y
después de innumerables artimañas consiguió llevarla al altar.
El muchacho choricero, que su afán era el de
prosperar sin tener que dar un palo al agua cuando descubrió la “bicoca” que se
le presentaba, se olvidó del rango que por ser consorte ostentaba.
Y como si de
un maratón se tratara, empezó a engañar a diestro y
siniestro haciendo gala de su parentesco pero llegó a ser tanta su ambición,
que como dice una moraleja “tanto llenó el saco que se rompió”.
Mientras tanto
su enamorada esposa sólo veía lo listo que su esposo parecía y cuando por las noches después de la
cena el marido le contaba sus aventuras y hazañas, ella emocionada le aplaudía pues le
parecía que era un hombre lleno de osadía.
Pero un día sin que tuvieran sospechas de lo que Hacienda
tramaba, llamaron unos hombres a su lujosa morada para comunicarles que a pesar
de ser la hija del rey estaba siendo investigada.
Ella al enterarse de que estaba siendo observada, puso
cara de inocente, pues creía que los millones que su esposo ganaba tan sólo era
porque tenía suerte, que en la quiniela acertaba.
Aquella princesa cuando estuvo ante el tribunal, dijo que no recordaba nada,
pues los lujos que había en su morada habían sido heredados de un tío de su esposo que hizo fortuna
cuando marchó con la legión del Duque de Alba y que además puso una pica en Flandes.
Pero esa patraña no coló y ahora los dos enamorados
se encuentran imputados.
Y tendrán que pagar lo hurtado y acatar las leyes,
pues siempre que hablaba su padre, decía que todos sus súbditos eran iguales.
Acaso merece la pena, toda esta trama bajera, que
por querer vivir en la mayor opulencia, se pueda llegar a perder el prestigio junto con el honor por una
causa tal banal como es el dinero, que se va de entre las manos como la espuma, cuando no ha
sido ganado honestamente y puede
dejar para toda la vida envilecido al hombre por no
saber respetar lo ajeno.