Anna era la
artífice de todas las fiestas que se celebraban en su pandilla; una pandilla en
la que todos derrochaban alegría y juventud y Anna, que fue siempre muy amiga
de sus amigos, las organizaba y
conseguía que fueran siempre las más
divertidas.
No supo el motivo por el cual empezó a salir con un
chico que conoció en la última fiesta que habían celebrado todos los amigos
juntos. Inesperadamente, ese chico era un desconocido para la pandilla y desde
entonces ella, extrañamente, había dejado de frecuentarla. Anna empezó a pensar
que sus amigos no parecían los mismos de siempre y no quería reconocer el
motivo por lo que esta situación le daba un amargo sabor de boca. Una noche
sentada ante su escritorio le exigió a su cabeza con desesperación que
recordase porqué se encontraba en aquella situación, pero algo muy fuerte
parecía impedírselo, ella creyó que era su natural carácter alegre el que le
impedía recordar los últimos acontecimientos vividos, que por cierto no le eran
gratos.
Una tarde soleada del mes de abril se encontraba
sentada en una terraza viendo pasar a la gente que indiferentes deambulaban
ante ella desconociendo su estado de ánimo, que en aquel momento se encontraba
por los suelos. Cuando terminó de beberse
el refresco, decidió pasear. No entendía que es lo le pasaba, por primera vez en su vida se
encontraba llena de zozobras y desasosiego e ignoraba la razón.
No supo cómo se encaminó hacia la parte más antigua de
la ciudad. Sus calles estaban perfiladas por casas medievales que parecían las guardianas de los grandes
misterios del pasado. Mientras caminaba despacio, no recordaba con exactitud en
cuál de aquellas casas fue donde se celebró la fiesta de su cumpleaños ya que a ella nadie le dijo quien había decidido a última hora que la fiesta se
celebrara en un caserón antiguo.
Anna, que caminaba sin rumbo, de pronto se sintió
perdida en medio de una plaza desconocida y sin saber discernir ni el tiempo ni
el espacio en que se encuentra. Mira aquellas paredes de piedra que parecían
hablarle, en ese lenguaje que sólo saben hablar las piedras que han vivido
muchos avatares y que ella no sabía entender. Se adentró por una de aquellas
calles estrechas que salían cómo tentáculos desde el centro de la plaza
misteriosa. La eligió al azar y subió por una cuesta cansina, que amagaba con
consumir sus agotadas energías. Una vez
arriba, se encontró ante una casa grande cuya fachada presidía una puerta
enorme de madera con herrajes fuera del anclaje, se veían desvencijados y se
podía apreciar claramente el oxido impregnado que hacía que la puerta estuviera
inclinada hacia uno de los lados.
Se paró unos momentos ante aquella casa y no supo
cómo pero algo le impulsó a entrar; en aquella calle no parecía haber más que
aquella casa. Extrañada, no sabía que pensar, miró con detenimiento la fachada
de granito y levantó la vista asombrada de que no tuviera ventanas que dieran
al exterior; miró hacia el cielo como pidiendo clemencia cuando descubrió una
gran nube de forma lenticular y de geometría perfecta. Dio un paso atrás para
ver mejor aquella maravilla de la naturaleza y fue entonces cuando se sorprendió al oír una voz que le decía:
-
Anna, ten cuidado,
guarécete del viento que empezará a soplar en unos momentos y vendrá acompañado
con fuertes rachas huracanadas.
Sin pensarlo, empujó la puerta que al estar
cuarteada se resistía a la apertura. De nuevo insistió empujando con todas sus
fuerzas y ante la presión los goznes saltaron haciendo algo más fácil la entrada por una hendidura. Poco después se encontraba ante un
espléndido patio del románico tardío donde la piedra de las arcadas estaba
bellamente trabajada exhibiendo los blasones heráldicos de la familia que lo
mandó construir. Un pozo en medio del patio era depositario de las aguas recogidas
por las lluvias, se acercó a él con cautela y un ruido infernal parecía salir
del brocal, sus aguas estaban cociendo a borbotones.
A la derecha del patio unas escaleras estrechas y
oscuras parecían insistir a que subiera al primer piso. Una vez arriba entra en
uno de los salones que lucía un pórtico espectacular lleno de belleza; allí sin
complejos la piedra exhibe cuatro torsos de conquistadores y otros tantos de
nativos americanos que parecen estar unidos como hermanos después de la
conquista. Aquella puerta se encontraba abierta, antes de entrar asoma la
cabeza para preguntar:
- ¿Hay alguien ahí?
Ante un silencio por respuesta que le hizo
estremecer, la angustia empezó a dominarla hasta el punto que empezó a gritar
de desesperación e hizo con sus gritos que se oyera un eco que parecía querer
despertar las iras del infierno.
Allí, en aquella casa, no parecía haber señales de
vida y entonces Anna empezó a intuir que aquella casa no se encontraba sola por
casualidad, estaba poblada de presencias y emanaciones que salían por las
paredes, todo allí parecía surgir de otro mundo. Agotada miró hacia atrás y
encontró un banco de madera donde se sentó e intentó serenarse, no sin antes
percibir el paso de halo gris que atravesaba aquel pasillo como una exhalación.
Ya no pensaba nada, no estaba segura de si todo
aquello que le estaba pasando era producto del cansancio, ese cansancio que
sentía sin motivo aparente desde aquella fatídica fiesta. Desde la perspectiva
del banco lo veía todo difuso, inconexo y
creyó que no debió haber entrado en aquella casa porque no tenía nada que ver
con ella. Echó una ojeada a su alrededor y todo allí era antiguo y tan viejo como
el mismo mundo, se quedó mirando una cómoda adosada a la pared, lacada, con
sendos jarrones de fina porcelana limpias y relucientes que descansaban sobre
la encimera de mármol que parecía recién pulido. No supo que pensar, aquel
mueble junto con sus adornos eran contemporáneos.
Cuando se levantó del banco, no se atrevió a dar
ningún paso más, tenía que salir de aquella casa cuanto antes, aquello parecía
una pesadilla, pero supo que aquella casa era un imán para ella y no la dejaba
salir, allí había algo que ella desconocía.
Continuará...
Nubes lenticulares
Fuente: objetivomalaga.diariosur.es
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