Aquella
mañana amaneció con una niebla tan espesa y pertinaz que a las once del medio
día aún se podían cortar con un cuchillo el frío y la humedad que penetraban
como dardos envenenados por el paño del abrigo hasta helar los huesos.
Las
cafeterías del centro, con el vaho producido por el calor pegado a los
ventanales, reclamaban al aterido viandante para que entrara, aceptando
ansiosos de meter algo caliente en el estómago.
La
cafetería de la plaza Mayor se encontraba como cada mañana llena de clientes
cuando una compungida voz da la alarma desde la barra:
-
Señores, no se puede servir más café, se ha cortado el
fluido eléctrico.
Un
murmullo se hace notar en el lujoso establecimiento.
En
el fondo de un oscuro pasillo, donde se encuentran los lavabos, se oye una voz
lastimera pidiendo ser rescatada de la oscuridad. La puerta del lavabo, al ser
eléctrica y de último diseño se negaba a abrir.
Unos
minutos después de saber la noticia de que no tenían luz, desapareció la calma
y el sosiego. Como una catarata de aguas impetuosas, todos se precipitan hacia
la puerta de salida.
Pero
había un inconveniente, que la puerta estaba dotada de una moderna “célula”
fotoeléctrica, esa que a todos nos hace sentir que somos importantes cuando al
notar nuestra presencia se abre y se cierra ante nosotros. Pero la puerta al no
tener fluido eléctrico que la obligase a
ser una sierva se niega a trabajar dejando a los clientes de la cafetería
atrapados.
La
puerta parecía disfrutar al observar las caras desencajadas de los que minutos
antes reían. Y se le ocurre la idea de vengarse de todos ellos. Ahora ella era
la que tenía el sartén por el mango, era la protagonista absoluta, la única y
verdadera estrella de una película con la que siempre había soñado.
Impertérrita
ve acercarse un caballero que parece ahogarse con el nudo de su corbata al
verse atrapado ¿qué contenía en el cartapacio que con tanto ahínco apretaba bajo
su brazo?
Algunos
enloquecidos al precipitarse hacia ella marcaban sus huellas en los cristales,
quizás de delincuentes de corbata y traje caro.
Mientras, ella estática resiste los envites
con cierto sarcasmo y piensa que quizás no existiera en el infierno una furia
semejante como la que se siente al verse atrapados sin tener la posibilidad de
poder escapar.
El
cielo empezaba a oscurecer afuera y en las calles las gentes corren de un lado
para otro buscando un sitio donde guarecerse de la inminente lluvia. Pero no
encontraban ninguna puerta abierta pues todas se encontraban automatizadas (herméticas,
eléctricas) pero los que se hallaban atrapados en esos momentos en los
establecimientos no lo pasaban mejor.
En
la cafetería de la plaza Mayor se encontraban hacinados, asemejándose a una
jauría, en la penumbra. Pronto se perdieron los modales de gente civilizada,
todos hablaban a voces, unos a otros se daban codazos por estar más cerca de
mí. En una de las mesas, un hombre sentado pide con voz entrecortada ayuda…su
pecho rezuma sangre espesa y negruzca esparciendo un olor nauseabundo. Un
tenedor se encuentra alojado como un tridente en su pecho mientras su mano
derecha se aferra a su cartera en los estertores de la muerte.
Una
joven de piernas largas y exagerada minifalda se acurruca mimosa en los brazos
de un vejestorio con cara de mafioso. Ella aprovecha el momento de confusión
para extraerle del bolsillo unos documentos valiosos para más tarde hacerle
chantaje. Ya habían pasado dos horas de desconcierto y ya nada quedaba de
aquella cafetería de moda, ahora solo había suciedad, el suelo estaba lleno de
ponzoña como la que generan las culebras cuando se encuentran hacinadas en un
cubículo. Pronto empezaron a ser ellos mismos, se insultaban como chacales
intentando devorarse por conseguir el mejor trozo de la “presa”.
Todos
ostentaban altos cargos, donde eran llamados con respeto “señores”, unos señores
qué se encontraban enfrentados por querer ser los que más trincaran. Aquel apagón
sirvió para que se les cayera la máscara de “caballeros” quedando al
descubierto su verdadero rostro, que les denunciaba y decían quiénes eran en
realidad, vulgares chorizos que se dedicaban a vivir bien a costa de los demás.
En
la calle un tumulto de gente se aglomera frente al ventanal acristalado de la
cafetería y miran con compasión a los allí encerrados. Pero nadie hace nada por
ellos. Eran hombres que tenían en sus manos el poder de hacer un mundo más
justo y mejor para todos pero perdieron la oportunidad por una ambición
desmedida.
Un
escape de gas en la cocina de la cafetería y un cigarrillo al ser encendido fue
el detonante.
En
la deflagración la puerta se abrió y cuando llegaron los bomberos, sólo
quedaban cenizas que ni siquiera pudieron ser identificadas.