jueves, 31 de mayo de 2012

La convención (2ª parte)

Me siento encima de la cama y abro el sobre donde me dan las instrucciones a seguir. Leo que mi misión es hacer de intérprete para una delegación de importantes químicos y farmacéuticos de varios laboratorios internacionales. Éstos acababan de terminar una investigación sobre un virus llamado "Escorpión". Solo faltaba la firma del ministerio de sanidad para empezar su comercialización.
Todo se tenía que hacer en el más absoluto secreto. Por lo tanto, cuando salí de mi habitación, en recepción me confiscaron el teléfono móvil y el ordenador personal portátil que hasta ese momento nunca se había separado de mí.
Comprendí algo en ese instante y tuve una repentina y atormentadora visión en la que me vi así mismo como un idiota, al saber que habían elegido a un novato que desconocía el ámbito farmacológico. Se trataba de algo que no tenía que ver con la legalidad.
Me sentí, como si hubiera caído en una encerrona, alejándome sin previo aviso y aislado del mundanal ruido, que tanto me había gustado siempre.
Al caer la tarde y cuando el sol tímido se oculta tras la colina aparece el primer delegado. El hombre era gordo, con una ligera cojera en el pie derecho, hablando en francés. Con disimulada corrección me dirijo a él, le saludo en su idioma y  le hago pasar a una sala destinada para ser recibidos con un vino de bienvenida. Con aire de prepotencia entra en el salón sin mirarme a la cara, balanceando su obeso cuerpo y analizando su alrededor hace un gesto de desagrado al ser el primero en llegar.
Así fueron llegando uno a uno con su corte correspondiente de chóferes y secretarios. El último hizo su entrada en el hotel a la doce de la noche. Su cara era  redonda con unos ojos pequeños, la nariz afilada y luciendo una gran calvicie. Mientras, yo seguía en mi puesto, a pie de escalera, recibiendo a un grupo de hombres la mayoría presuntuosos que creían tener la salud del mundo en sus manos.
Miro mi agenda, y veo con satisfacción que todos los que tenían que llegar estaban, sin faltar ninguno.
Por la mañana del día siguiente y cuando me disponía a tomar un merecido café, se presenta ente mí un hombre menudo y desaliñado con lentes de miope hablándome acaloradamente en japonés, solicitando la entrada en la sala de congresos. Le pido sus referencias mientras miro la agenda donde leo los nombres de los participantes y le comunico que no está en la lista de invitados a la convención a la que él se refería. Pero él no está de acuerdo, y se dirige hacia el tablero informativo que se encuentra en el vestíbulo, dando voces como un poseso.
 Y después de leer el tablero, se va directamente a la sala de conferencias, abre la puerta de par en par con una sonora patada e interrumpe la disertación de un químico francés, que en esos momentos tenía la palabra. La voz del japonés sonó tan potente que no parecía pertenecer a un hombre tan pequeño.
- Esa fórmula –dijo- aún no se puede comercializar, todavía no ha sido perfeccionada, y menos sin mi permiso, lo confirmo porque soy su descubridor.
Todos los allí presentes lo miraron con asombro.
De inmediato, todas las miradas se posaron en el químico alemán alto con tipo atlético y con cara de haber pertenecido a las juventudes hitlerianas. Al saber  descubierto su fraude, se levanta de su asiento y sin más explicaciones le invita a salir de la sala. Con palabras displacientes y la cara roja de ira, mientras el bajito japonés le acusa a gritos de ladrón, por haber copiado su fórmula.
Los asistentes no podían salir de su asombro, todos habían expuesto un sustancioso capital con garantías aseguradas de su comercialización y ahora parecía ser todo un fraude.
Un farmacéutico italiano enjuto y con cara de palo, intenta calmar los ánimos mientras se crea un revuelo producto de la polémica y la incertidumbre.
Acuden de inmediato los agentes de seguridad del hotel al oír las voces para poner orden, reduciendo inmediatamente al bajito japonés. Minutos después el oriental desaparece del hotel. La atmósfera de la sala se vuelve tensa, donde antes solo había colegas y amigos, ahora reinaba la desconfianza entre ellos.
Todos participaban como actores en el espectáculo de la depredación y la zancadilla y todo habría llegado a buen puerto si no hubiera llegado a tiempo el japonés para dilucidar la verdad sobre el descubrimiento científico.
Desde ese momento en que fueron interrumpidos en el simposium, la fatalidad empezó a acecharles con saña, llegando a sospechar unos de otros hasta pensar en el mismísimo asesinato.
A los dos días de la inoportuna entrada en el salón de actos del japonés, una pareja de policías, hace preguntas sobre un hombre oriental que se le había visto por el hotel. El director le informa que hacia dos días que no lo veía  y no tenía ficha de cliente. Omitió todo lo sucedido en la sala de conferencias.
El policía informa al director del hotel que un joven montañero, cuando regresaba a su casa después de una escalada, y cuando las estrellas fugitivas iluminan los caminos, vio un cuerpo en un barranco entre luces y sombras un hombre tendido en el suelo bajo una vieja encina en el fondo del barranco, como un espectro donde una pareja de cuervos negros, gordos y relucientes intentaban darse un festín.
Después de recibir el impacto de una piedra que les tiró el montañero, estos levantaron el vuelo, no sin perder de vista su presa.
 Tal fue su susto que al ver que se trataba de un hombre nos avisó de inmediato.
Una vez levantado el cadáver, el forense tuvo que hacer las pruebas necesarias para saber su identidad y qué le había provocado la muerte.
Los exámenes post morten o la versión oficial de su fallecimiento, no se dio a conocer perteneciendo al secreto del sumario, dando pábulo sin freno a un carrusel de especulaciones que a lo largo de la semana se hicieron entre los congresistas al no ser estas reveladas por la policía. El nerviosismo y la incertidumbre se apodero de todos ellos, un infortunio que iría germinando con la rapidez de las maldiciones sobre ellos.
Un día y en la soledad de la madrugada, el recepcionista que hace guardia, ve en la penumbra de la noche subir las escaleras a un hombre tullido con el cuerpo emplumado, se tambaleaba con esa ebriedad aturdida que tienen los enfermos al levantarse de la cama después de un sueño profundo y cuando, lleno de estupor, quiso reaccionar ya había desaparecido la visión sin dejar rastro.
El terror lo dejo mudo por unos instantes.
Alguien da el chivatazo y por la mañana el hotel se llena de periodistas sensacionalistas, intentando conseguir la información que desean.
Los más sagaces, solo saben que el astuto japonés, cuando se inscribió en el hotel dio un nombre falso.
La noticia fue filtrada a la prensa, al día siguiente sin poder remediarlo la policía. Salio en primera página en el diario de la mañana con una fotografía del fallecido. Yo al verlo, quedé perplejo, era sin duda el japonés bajito, el que había formado el revuelo.
Yo, hasta ese momento, no había conseguido información de lo sucedido, para mí era todo un secreto, siendo testigo de pequeños incidentes incomprensibles para mí. Mientras, veía el ir y venir de los agentes de policía con preocupación. y no dejaron de llegar más para hacer averiguaciones que eran exhaustivas, y rigurosamente dirigidas a los congresistas, por tratarse de un colega que días antes les había hecho una visita poco apropiada.
Todos ellos fueron retenidos en el hotel hasta una nueva orden del juez instructor del caso.
Pasaron dos días del hallazgo del cadáver del japonés, y los ánimos seguían encrespados.
Eran las diez de la noche tres días después del suceso, cuando en la habitación número diecisiete, un componente del grupo farmacéutico francés se dispone a descansar después de ingerir para calmar su sed una limonada que cogió del frigorífico de su habitación. Empezó a encontrarse mal y un fuerte dolor de estómago lo dejó inconsciente no pudiendo llamar a recepción para que le mandaran un médico. Después (según el forense) de dos horas en soledad debatiéndose entre la vida y la muerte fallece en el cuarto de baño arrodillado ante el inodoro, donde se suponía fue a vomitar.
La policía aún no había abandonado el hotel cuando hacía presencia en la habitación numero diecisiete.
De nuevo se ven todos involucrados, siendo requeridos por el comisario de policía para declarar por separado todos los movimientos que se hicieron en ese día y así demostrar su inocencia.
Un murmullo sórdido lleno de temor se adueñó de la sala en la que se encontraban.
Desde que fui informado de lo sucedido fueron días de vértigo para mí, no tenía tiempo para descansar, la policía requería mis servicios constantemente como intérprete.
Después de veinticuatro horas de vigilia todo parecía calmado y con ilusión pensé que muy pronto podría dormir al menos dos días seguidos para descansar.
Eran las diez de la mañana, cuando la mayoría de los sospechosos, que ya éramos todos, desayunábamos y de la habitación once se oyó un grito aterrador que salió de la garganta de la limpiadora. Cuando entró en la habitación después de llamar y no tener respuesta, se dispuso a abrir la habitación con la llave maestra. Se encontraba con la terrible visión de ver al químico ingles tumbado en la cama con las piernas cercenadas y colocadas a ambos lados del cuerpo.
El revuelo que se formó fue tremendo y a todos los allí presentes nos invadió una terrible incertidumbre por lo que estaba aconteciendo.
Es difícil y desazonante contemplar como cada día o cada noche puede morir un hombre en extrañas circunstancias.
La policía empezaba a desconcertarse ya no abandona ninguno de ellos el hotel en ningún momento, los interrogatorios se intensifican siendo cada vez más minucioso.
Aquel fatídico día del asesinato no había salido ni entrado nadie del hotel ni tampoco en la habitación del asesinado, el pánico no nos salía del cuerpo a ninguno de los allí presentes, parecía que pasaban cosas paranormales.
Por orden de la policía no se podían entrar ni salir del hotel, tanpoco los abastecedores habituales, bajo ningún pretexto.
Estábamos viviendo un ámbito de realidad con ese asesinato inexplicable.
Nos reunieron en a todos juntos en una sala decorada con ricas pinturas al fresco alusivas al Nuevo Mundo, tenia ese aire expoliado y mustio de los salones que se hacen añejos sin haberlos usados, todo parecía irreal, invitando a admirar el arte puro del siglo XV  pero ninguno de nosotros estábamos para admirar nada por muy bonito que fuera.
A las diez de la noche cerrada y ventosa en donde las nubes grises corren por el cielo sin rumbo, todos estábamos en el comedor ante una cena improvisada, el silencio era palpable.
Al terminar, y sin ningún comentario, nos dirigimos cada uno a nuestras habitaciones, y cuando me dispongo a entrar la llave en la cerradura de mi habitación siento que me da en la cara una ráfaga de viento helador que me desconcierta, miro con la rapidez de un felino hacia atrás y veo como el ocupante de la habitación de al lado, que se disponía a abrir su puerta, cae al suelo fulminado como por un rayo. El terror se apodero de todos los que nos encontrábamos en esos momentos en el pasillo donde están las habitaciones.
Como una estampida de elefantes todos bajamos las escaleras del primer piso hasta el vestíbulo. Media hora después, de nuevo el forense hace su trabajo, examina el nuevo cadáver y con preocupación diagnostica estrangulamiento.
Un murmullo de gargantas asfixiadas por el pánico se apodero de la sala en la que estábamos.
Es horrible pensar que te puedes tropezar con un asesino al cruzar el pasillo.
Desde ese momento nadie quería estar solo y el hotel tuvo que habilitar como improvisada alcoba una sala, que llenó de colchones para que pasáramos todos allí la noche, pareciendo que estábamos de acampada.
Nadie pego el ojo esa noche, ni las noches siguientes.
Al amanecer y cuando la aurora tímida asoma por el horizonte una sombra nos sobrecoge. Un cuerpo se balancea pendido de una lámpara de nuevo, un murmullo colectivo recorrió el salón, era el químico alemán.
Mi respiración apenas audible, adquirió en el silencio una resonancia que hacía fluctuar la realidad.


Continuará...

jueves, 24 de mayo de 2012

La convención (1ª parte)

Me llamo Emilio Sandoval, (Emi) para los amigos, es decir para todos los que me tratan diariamente. Siempre he tenido un genio contra corriente. Mi vida la he vivido sin tapujos, y sin remilgos, siendo un símbolo de la cultura europea de los años ochenta, viviendo a todo gas.
Me apasiono hasta el exceso, y siempre fui rotundamente, genial en todo lo que acometí, viví libre como un pájaro sin rumbo. Estuve viviendo y disfrutando en Japón, tres maravillosos años de mi azarosa vida. Contemplé muchas auroras boreales en las frías tierras escandinavas acompañado de lindas vikingas.
Fui músico en Paris, llegando a ser miembro de la  orquesta que actuaba en el famoso bar Buddlia en la Rue Saint-Honore, en el cual conocí a muchas celebridades del séptimo arte y las letras.
Más tarde me fui a Londres donde trabajé en un importante banco en Carnaby-Street, una de las calles más céntricas e interesantes que he conocido, donde los artistas más famosos del pop hacen sus compras de ropas para lucirlas en los conciertos multitudinarios que dan por todo el mundo.

Ahora y después de estos años fuera de España vuelvo a Madrid con deseos de echar raíces y empezar una nueva vida que me haga vibrar con nuevas experiencias, diferentes a las vividas.
A las siete de la mañana, suena con estrépito el timbre del reloj despertador, un rayo ilumina fugaz mi dormitorio, aún así me levanto de la cama con buen humor, y con la sensación que va a ser un día especial para mi.
Camino descalzo por el pasillo hacia el cuarto de baño para no despertar a mi compañero de aventuras y de piso, que duerme en la habitación de al lado.
Después de asearme con esmero, me pongo el único traje que tengo, uno de color gris-marengo, que ensalza mi figura de hombre atlético.
Salgo a la calle, y esta parecía borrada bajo el peso de la tormenta que sufrimos en la madrugada, que yo nunca viví tan virulenta, no exenta de abundante pedrisco, era una de esas jornadas en las que nadie saldría de casa si no fuera por necesidad, que en verdad para mí lo era.
Ya en la calle, pido un taxi a la manera tradicional con el brazo en alto y al instante se para uno ante mí ofreciéndome sus servicios.
Le doy la dirección después de entrar en el vehículo, Gran hotel Internacional.
Mientras atravesamos Madrid miro desde la ventanilla del taxi la desolación en la que estaba sumida la ciudad, las aceras aparecían interceptadas por los árboles abatidos por el viento.
Yo no tengo mucha prisa, la entrevista de trabajo a la que estoy citado, está concertada para las nueve treinta de la mañana y mi reloj de pulsera marca las ocho y quince.
Y pienso que aún me da tiempo para tomarme un café en alguna cafetería cercana al hotel. Mientras, el taxi rueda hacia mi destino.
Sin que mi cabeza dejara de pensar en la entrevista, saco del bolsillo de la americana un sobre con el membrete del hotel, lo abro y en su interior, leo mi nombre Emilio Sandoval, treinta y ocho años, soltero, diplomado en económicas por la Universidad Complutense de Madrid.
En otro renglón: Será recibido el día diecisiete de Abril a las nueve treinta de la mañana para ser entrevistado por la directora del hotel, como solicitante para ocupar la vacante de jefe de recepción e intérprete.
Una sonrisa se escapó de mi boca. Cierro de nuevo el sobre volviéndolo a poner de nuevo en el bolsillo, y recuerdo cuanto lucho mi padre para que consiguiera mi licenciatura, cuando yo estaba remiso a no continuar.
Ahora la iba a utilizar de nuevo para conseguir el trabajo que siempre soñé adornándolo con los cinco idiomas que domino a la perfección, aunque en esta ocasión solo exigen tres idiomas.
 Me apeo del taxi cerca del hotel, y paseo por unos minutos, sonámbulo por la calle, entrando a desayunar en una moderna cafetería.
Después de tomarme un aromático café, me dirijo hacia mi destino, sintiendo las células de mi cuerpo, producido por la incertidumbre me deparaban un desagradable cosquilleo huidizo en la espalda, cuando entro en el vestíbulo del Gran hotel Internacional,
 Me distraigo de mi ansiedad mirando con la atención su suntuosidad a pesar de estar acostumbrado a contemplar bellas decoraciones. Las paredes forradas de ricas maderas de ébano de donde pendían copias geniales como El espejo de vestir de Morisot.
A su lado Las tres Edades de la mujer de Kilt
Otra genial copia de Los Girasoles de Vincent Van Gogh.
Del techo pende una preciosa lámparas de cristal de murano, cómodos sillones tapizados en el mejor terciopelo se prodigaban por la estancia, en el suelo una mullida alfombra de color azul tinta haciendo juego con las cortinas tamizando la luz del sol, al fondo se encuentra la recepción.
Un grupo de refinados y elegantes clientes sentados en unos cómodos sillones y ante un aromático café, discuten acaloradamente sobre las próximas elecciones municipales en la capital.
 Me dirijo a la recepción, donde un joven me atiende con amabilidad. Después de exponer mi demanda me hace esperar unos minutos que  me parecieron horas interminables.
Más tarde aparece ante mí una señora de unos cincuenta años, alta, esbelta, vestida con un impecable traje chaqueta Chanel conjuntado con una blusa de seda color melocotón .Va encaramada en unos altos tacones de color negro. Nos presentamos y estrechándome la mano me pide disculpas por su retraso.
Entramos los dos en un pequeño despacho decorado con esmero los muebles de color nogal. Hacen destacar las cortinas color gris perla y la alfombra del mismo color completando la decoración un pequeño sofá de color carmesí que da al despacho una agradable sensación de bienestar.
Se sienta ante su mesa y con un gesto de su mano me invita a imitarla.
Después de unos minutos de amena charla (para tantear mi formación), se levanta y tendiéndome de nuevo su cuidada mano dio por terminada la entrevista, diciéndome que tendría noticias suyas.
Después de la entrevista paseé bajo la tenue lluvia que caía sobre la capital para despejar la mente y caminé sin rumbo por la Gran Vía madrileña, miré sin mirar escaparates haciendo tiempo para que fuera la hora del almuerzo, el azar me llevó ante un restaurante coqueto y moderno de comida rápida.
Entré por ser la hora en la que suelo comer, aunque no notaba hambre, por la excitación que sentía. Me encaramé en un taburete de la barra, y pedí un sándwich de vegetal con una limonada bien fría. Una mujer joven y bien vestida se acerca a mí mostrándome un cigarrillo que oprime con sus carnosos labios, me pide fuego con una sonrisa que en esos momentos, con mi mente trastornada por la ansiedad de no saber si iba a ser aceptado para el nuevo trabajo, no supe apreciar. Le acerqué el mechero encendido a su cigarrillo y arrojó insinuante la primera bocanada de humo sobre mi cara. Y volvió a sonreír, esta vez con una risa contagiosa, una de esas risas que curan las enfermedades del alma. Salí del restaurante sin mirar atrás, (nunca había tenido semejante comportamiento con ninguna mujer) me sentía extraño.
 Deambulé por las calles, no quería estar temprano en casa, me dirigí a una sala de cine donde proyectaban la exitosa película del no menos exitoso libro Milenium o (Los hombres que no amaban a las mujeres).
Después de la entrevista, pasaron dos semanas de incertidumbre y ansiedad sin saber nada desde el día que acudí a ser entrevistado.
Cuando sentado ante mi ordenador, estoy leyendo las noticias nacionales, una llamada a mi móvil me desvela el misterio.
Había sido elegido para el puesto que había solicitado, siendo el candidato idóneo para desempeñarlo.
En ese instante sentí una extraña sensación, como si las venas de mis brazos se helasen. Esto nunca antes me había sucedido.
Después de un curso de formación que me facilitó la empresa, una mañana del cuatro de septiembre me citan para empezar a trabajar.
En el hotel tenía que preguntar por la señorita Margarita.
Una vez en el hotel pregunto por ella y ante mí se presenta una joven poco agraciada pero simpática, que me aclara ante mi perplejidad y con voz firme que ejercía de secretaria de dirección. Me pide que la siga, y nos dirigimos al garaje, me invita a subir a su coche, un Mercedes clase A de color negro.
En el trayecto hablamos de cosas intranscendentes, mientras el coche rodaba por carreteras secundarias y mi vista se perdía en el horizonte. En mi interior la curiosidad estaba a punto de explotar por saber cuando llegábamos a nuestro destino.
De repente apareció ante mis ojos el hotel en forma de castillo entre la neblina, parecía tener una sustancia inmaterial, suspendido en lo alto de una colina.
A él llegamos por un camino sinuoso no exento de peligro, por el que poco a poco se va descubriendo la espléndida fortaleza. Cuando llegamos a la cima, un musgo verdoso bordeaba el atrio en donde se posaba el edificio.
La escasa luz de la mañana dibujaba un reverbero fluctuante en la sombra que proyectaba el castillo, hizo mi cuerpo temblar.
Me paré ante el edificio para mirarlo detenidamente, me pareció o al menos sospechaba que  sus orígenes se podían remontar al siglo XV  por lo tanto tenía que tener mucha historia vivida entre sus anchos muros.
Y pensé que cuando la cadena del hotel compró esta propiedad debió estar en ruinas, nada más había que observar sus muros enmohecidos por la erosión del tiempo, el arquitecto, pensé, hizo una restauración acertada, a pesar de sus modificaciones.
Sigo contemplando los altos muros y me sorprende gratamente sus almenas rectangulares donde en cada una de sus cuatro esquinas hay una garita de vigilancia de forma cónica.
De repente me encontré por un momento incómodo, me sentía observado desde lo alto de una de las almenas, notando en mi nuca una mirada y extraña sensación inquisitoria.
Entramos en el vestíbulo, cuya planta era rectangular con un precioso patio central, donde las paredes están tapadas con hermosos tapices.
Las escaleras de granito conducen a la segunda planta donde están instaladas las habitaciones, que sostienen desde el patio columnas pareadas,  las esquinas de los arcos quebrados adornan con medallones nobiliarios que proclamaban la categoría de sus antiguos dueño. Estaba empapando de arquitectura Gótica mi visionaria cabeza.
Un escalofrió recorrió mi cuerpo en mi subconsciente creí haber visto una casa castillo, igual en algún sitio.
Margarita me saca de mi ensoñación, y mirándome dijo: El director nos espera.
En la planta baja y en un despacho de estilo gótico somos recibidos. Después de las presentaciones de rigor el director me da un sobre con las instrucciones, rogándome que hiciera lo posible para que todo saliera a la perfección, era muy importante para el hotel.
Margarita después de las presentaciones, se despidió de mí con la palabra " suerte" y me dirigió una sonrisa de complicidad desapareciendo en su coche Mercedes clase A.
Al subir el primer escalón que conduce al piso superior, donde tengo asignada mi habitación, me sorprende un cuadro que pende de la pared, su pintura representa a un hombre extraño subido a la rama de un árbol reseco como la muerte, mientras sus ojos permanecen abiertos como los de un búho en mitad de la noche
Ya en mi habitación, sobriamente decorada con un toque de distinción, me siento encima de la cama y siento como la reminiscencia de ese hombre del cuadro me hace temblar. Admiro para distraerme el artesonado del techo adornado con la siempre bella flor de lis.

 continuará...

jueves, 17 de mayo de 2012

La cepa

El paisaje de aquel parque era hermoso y misterioso, como un rincón secreto, un susurro de una fuente de esplendorosa agua fresca me relaja, sigo la florida vereda y ante mis ojos veo una preciosa estampa de un huerto en donde abundan las higueras centenarias con sus troncos retorcidos hasta parecer gigantes rugosos.
Un hermoso estanque de aguas tranquilas, sirve de bebedero para las juguetonas golondrinas que no cesan de trinar en su jolgorio en el ocaso de la tarde.
Nunca me sentí tan feliz. Estaba en Washington y en el parque que me vio crecer. Miro a mi alrededor y todo me parece mágico, mojo mi mano en las cristalinas aguas del estanque y mi rostro se refleja distorsionado.
Me siento en un banco de cemento, bajo un tilo, y saco de mi bolsillo una bolsa de palomitas que esparzo por el suelo mientras aparecen pájaros por doquier para disputarse su ración de comida, pierdo la noción del tiempo y la noche se hace la dueña del parque.
Camino por la vereda que conduce a la puerta de salida y se me antoja cada vez más larga y estrecha. Un boj tapiza la tapia rodeando el parque pero la salida no la encuentro. Un terror invade mi alma, me siento como si fuera Dédalo en medio del laberinto. No es noche de luna llena, las nubes tapan las rutilantes estrellas, la intranquilidad se apodera de mí.
Una brasa de cigarrillo encendido me avisa de que no estoy solo, no sé si acercarme, dudo un instante y pienso puede ser un despistado como yo que se ha perdido. Pero a lo lejos veo una y otra brasa de cigarrillos encendidos, el pánico me hace esconderme tras un arbusto y espero con el corazón desbocado.
Se oye un murmullo de gente, parece un grupo reducido. Escucho sus pisadas en la gravilla del sendero y por lo que hablan, me hacen sospechar que son delincuentes. Por los movimientos que hacen, mi teoría parece acertada, pero no adivino cuántos son. Una voz seca y autoritaria ordena a tres forzudos hombres que levanten un banco, pero no llego a ver más desde este ángulo. Me escondo tras otro pequeño arbusto y veo que levantan el asiento del banco de cemento y en la pequeña fosa que queda vacía depositan en ella un paquete envuelto en plástico en el improvisado escondrijo, mis piernas se niegan a sostener mi trémulo cuerpo cuando veo que uno de ellos exhibe en su antebrazo una calavera de color rojo.
Después de dejar el banco perfectamente colocado se retiran, uno de ellos dijo con voz ronca:
-  Ya sabréis de mí a su debido tiempo.
La curiosidad siempre fue mi más acusado defecto y cuando creo que estoy solo decido averiguar que es lo que con tanto misterio habían escondido los tres forzudos y misteriosos hombres.
Escarbo con las manos la tierra removida y casi en la superficie encuentro un envoltorio de plástico, lo guardo en el bolsillo de mi chaqueta y espero escondido hasta llegar el nuevo día.
Por la mañana atravieso la verja del jardín como un fugitivo y llego a mi casa, pongo el televisor para saber de las noticias y sorprendido por lo que estaban diciendo puse toda mi atención.
El locutor informa, que la noche anterior, se había cometido un robo en unos laboratorios, comentando que es un virus monstruoso invisible casi microscópico que mata lentamente, y por el momento no hay curación conocida, en el mejor de los casos provoca mutaciones a los que respiren esos virus.
Se trata de una enfermedad aún no diagnosticada y que por ahora no hay calendario de vacunas pues si las hubiera éstas no servirían de nada porque pueden haber creado nuevas patologías. Esto se puede convertir en una pandemia si no aparece cuanto antes la cepa desaparecida. Un equipo de científicos intenta encontrarla antes que se convierta en una plaga total.
El presentador sigue informando…
Los laboratorios tienen el compromiso ineludible de investigar y su misión fundamental es proporcionar ayuda para la atención y desinfección de este nuevo virus. Desde este momento se ha puesto en marcha una nueva investigación farmacológica para mitigar en lo posible la extensión de la epidemia.
Desconecto el televisor y en un impulso me acerco a la chaqueta donde tenia guardada el paquete que había desenterrado en el parque y lo tomo en mis manos. Lo abro y puedo ver un pequeño tubo de laboratorio.
Algo cambia en mí. Hacia tiempo que quería ser importante y ahora, por una casualidad del destino tenia la salud de miles de personas en mis manos. Mi ego creció por momentos hasta llegar a creerme un ser superior.  Y pensé, yo soy el fin de la humanidad.
Decido hacer un plan y de mi corazón surge un odio irresistible hacia toda la humanidad. Nunca antes me había salido nada bien, siempre fui un don nadie y hacía reír por mi extraña manera de caminar.
Ahora era mi oportunidad, el demonio que llevo dentro se despertó con una furia inusitada apoderándose de todo lo bueno que había en mí.
Y me vi flotando a la deriva en mi propio océano de odio.
De pronto me encontré prisionero tras unos gruesos barrotes sin carcelero.
Llevo dos días sin salir de casa y decido ir de nuevo al jardín al atardecer. Un manto de hojas cubría el terreno terroso, mis pisadas resonaban en la tarde como truenos en la tormenta, la pared de piedra tapizada con hiedra y boj perfumaban el ambiente.
Después de deambular por el desierto jardín durante media hora me encaramo en lo alto de enorme roca y veo desde mi observatorio la ciudad de los rascacielos y los veo como me sentía yo en esos momentos, desafiante, rompiendo el firmamento, para adentrarme en el cielo.
Bajo mis pies, las retorcidas raíces de los árboles clavando sus garras en el duro suelo de la roca, la luz del atardecer era de color topacio inundando el cielo de misterio.
Ya empezaban los gorgojeos de los pájaros en los árboles que empezaban a teñirse de verde primaveral.
El mal se apoderaba cada vez más de mí y yo, ufano, soy consentidor activo.
Mirando desde mí atalaya del parque y mientras estoy subido en lo alto del peñasco pienso en el puente de Brooklyn sobre el río East River.
Este es el puente favorito de Nueva York, todo el que lo cruza caminando tarda de orilla a orilla media hora. Éste puede ser un buen sitio para esparcir la cepa, miles de embarcaciones pasan diariamente bajo el puente surcando las aguas del río.
O quizás en el Central Park, es perfecto, me decía una voz que se había apoderado de mi voluntad susurrándome, esta ubicado entre las calles cincuenta y nueve y ciento diez y la quinta avenida.
El parque puede ser perfecto para mi objetivo, tiene grandes extensiones de zonas cubiertas por césped, plazas, un mini zoológico, una pista de patinaje sobre hielo, en donde todas las tardes de los domingos se llena de gentes ociosas deseosas de pasarlo bien fuera del agobiante trabajo diario.
También se puede esparcir por el sendero donde los atletas se entrenan corriendo, otros en bicicletas, patinadores, amazonas a caballo…y después que todo haya pasado me refrescaré en alguna de las numerosas fuentes.
El corazón se me ensanchó de placer.
Al día siguiente de haber urdido el plan, saco un billete para Nueva York y cuando estoy en el tren, un hombre vestido de azul con gorra me pide el billete para revisarlo.
Yo solo soñaba con mi venganza, una venganza tan pobre como el que carece de entrañas. Cuando el hombre levanta el brazo para colocar el equipaje de mi compañero de vagón, veo con horror que tiene una calavera roja tatuada en su antebrazo.
La revista que estaba leyendo se cae al suelo y el revisor la recoge para dármela mientras su mirada se cruza con la mía y noto que la sangre se me hiela en las venas igual que después de una picadura de alacrán.
El viaje no fue tan placentero como yo había previsto. Un terrible dolor de cabeza no me dejaba pensar, ese hombre había desbaratado todos mis planes.
 ¡Y si sabia quien era yo!, las sienes me martilleaban sin piedad. Miro la maleta que descansa en el portaequipajes, encima de mi cabeza y por primera vez siento un miedo atroz de mí mismo.
El trayecto se me estaba haciendo interminable y el traqueteo del tren agravaba mi dolor de cabeza.
Un altavoz informa a los viajeros que el tren llegaría en unos minutos a su destino a la estación Gran Central. El pulso se me acelera y bajando la maleta del portaequipajes con rapidez la abrazo con un amor incomprensible en mí, y pienso: esto es solo una misión. Camino por el andén y  atravieso la estación, llamo a un taxi con una tremenda excitación y le pido que me lleve después de darle la dirección del hotel que tenía reservado.
Cuando entro en la habitación pongo la maleta encima de la cama y la abro con prisas, cojo el paquete y le quito el envoltorio de plástico en el que estaba envuelto, mi mano tiembla perceptiblemente, voy al cuarto de baño para refrescarme y cuando estoy secándome la cara con la toalla después de lavarme noto con espanto que tengo tres manos.
No puede ser real, estoy aterrorizado. Me siento encima de la cama y como un brote verde crece de mi muslo otra pierna. Asustado pienso que tengo que llamar a un médico. El pánico no me deja pensar y me doy cuenta de que era un monstruo por dentro y por fuera.
Lo que dicen los científicos de la cepa es verdad y no puedo decírselo a nadie ni tampoco puedo hacer lo que tenía pensado, era un crimen contra la humanidad, me sereno y vuelvo a guardar la cepa.
Espero que caiga la noche y cuando Nueva York duerme salgo del hotel sin ser visto y me adueño del primer coche que había aparcado. Conduzco a toda velocidad hasta llegar a un pequeño aeropuerto y pago espléndidamente por una avioneta.
Me dirijo al desierto de Sonora en Arizona, aterrizo en el suelo arenoso y oteando el paisaje descubro a lo lejos una excavación que parecía ser un refugio nuclear. Me adentro con sigilo, pero no hay nadie, todo está en silencio. Hago una fogata con el queroseno de la avioneta y todos los enseres que tenía. De rodillas pido perdón al mundo por no haber sentido piedad.
Me queme a lo bonzo abrazado al paquete o al menos eso fue lo que dijeron en una escueta noticia añadiendo que nadie había reclamado el cadáver.
Nunca se supo que yo había muerto como un gran hombre.



jueves, 10 de mayo de 2012

El estanque (final)

Al día siguiente no podía mover la pierna el hinchazón pues el dolor no me lo permitía. Decidí ir al hospital antes que se despertaran los invitados,  pero lo pensé mejor y me tomé la medicina que le había recetado el médico a Linda. Ella había mejorado y me animó pensar que quizás a mí me pasaría lo mismo.
Dos días después, los invitados se fueron satisfechos por conocer mi encantadora tierra. Los días que siguieron fueron en soledad, monótonos, pues nos quedamos los dos solos en la finca y la doncella de servicio había librado unos días para descansar después del ajetreo.
Yo no me encontraba bien y Linda tampoco. Cuando creía que no la miraba, la encontraba con los ojos puestos en el horizonte, perdidos y esto no me parecía nada normal. Linda no era la misma o quizás era yo porque ya dudaba si vivía el pasado o el presente, todo en mi cabeza estaba confuso.
Hasta aquel día en que Linda encontró la rosa habíamos gozado de mucha felicidad pero luego la casa me empezó a obsesionar y el jardín pletórico de bellezas de color y aromas se me antojaba gris y reseco.
Una noche y cuando el insomnio hacia mella en mí vi como el labriego paseaba por la vereda de pizarra que conduce a la puerta principal de la casa. Desde mi balcón lo oí hablar con alguien por el teléfono móvil y señalaba la casa. Después colgó, lo miró con furia y fue a parar al suelo donde lo pisoteó. Me quede sorprendido ante semejante actitud.
Eran ya las cuatro de la madrugada y  me fui a la cama.
 Desde que observé esa escena, tuve miedo y decidí marcharme de la casa lo antes posible. Podíamos vender la finca y volver a Nueva York. Se lo comuniqué a Linda e intentó persuadirme de lo contrario aunque yo cada día que pasaba estaba más decidido a marcharme.
Mi herida había cicatrizado de un día para otro, igual que le pasó a Linda pero  desde entonces yo no me veía el mismo. Me empezó a gustar todo aquello que antes odiaba y mi obsesión por lo bello desapareció. No quería subir al mirador y las aguas transparentes de la piscina se volvieron verdosas con una capa de asquerosa nata grisácea producto de las hojas muertas. Las golondrinas no bajaban ya con su jolgorio trinar en grupos a beber de ella, nadie le limpiaba el fango al almendro que daba sombra a los relajados bañistas, estaba reseco y ya no daría nunca más flores blancas, se había marchitado.
Todo empezó a deteriorarse y yo mismo me veía como si fuera un viejo al que no le interesaba nada, cansado hasta de soportar el peso de su propio cuerpo.
Linda había perdido su encanto y su bello pelo de color azabache se estaba blanqueando por las canas.  Sus ojos rasgados lucían casi cerrados y su cuerpo, antes esbelto, aparentaba veinte kilos de más. Todo cambió en muy poco tiempo y cuando quisimos salir de la finca ya no podíamos, no teníamos fuerzas en las piernas. La doncella de servicio nunca más apareció por la casa, nos quedamos solos en medio de la nada. El único que quedaba era el labriego que un día llego y se quedó sin yo preguntarle de donde venía.
Una tarde otoñal y cuando los árboles se desnudan para estrenar un nuevo ropaje en la primavera, entro en el salón de la casa y me siento cansado en un sillón que hay frente a la chimenea. Miro con detenimiento el cuadro que está encima de la chimenea frente a mí. Nunca había reparado en él pero mirándolo con detenimiento veo que es el retrato de mi abuelo. Veo sus ojos negros acusadores y un temblor me recorre el cuerpo. Asustado, bajo la mirada a la chimenea y el chisporreteo de la leña al arder me hace ver una caja.
¡Era la caja roja! Miro sin querer el retrato y los ojos de mi abuelo parecen acusarme de algo muy grave.  No sabía qué hacer, no podía moverme del sillón donde estaba sentado, las fuerzas me habían abandonado. Miro hacia un lado y veo a Linda en estado indolente, pasa un segundo y la veo con horror desmadejada con los brazos caídos y la boca abierta. En ese momento yo me siento atrapado como una mosca en la tela de una araña.
 ¡Está muerta!
Subo la mirada de nuevo hacia el retrato y una sonrisa sádica se refleja en los labios de mi abuelo. Quiero levantarme pero no me puedo mover, sigo estando atado al maldito sillón.
 La carta con la rosa roja todavía la llevaba en el pantalón y me quema la pierna. El dolor es horroroso y no lo puedo soportar. Mi abuelo ya no sonríe, ríe a carcajadas.
El rostro pálido de cadáver de Linda me asusta y se me nubla la vista, siento ahogo.
Desde el cuadro arrojan a mis pies una rosa repleta de espinas, oigo voces, voces discordantes.
Eran las voces de mis hermanos que como siempre discutían por todo. Después de un estruendoso portazo, una voz gélida los hace callar.
Es la voz de mi madre, y yo sin salir de mi asombro descubro que estamos todos en la casa. Pero no oigo a mi padre, ¿donde está?, mi querido padre…
 Cuando alzo la mirada hacia el retrato de mi abuelo su mirada es amarga, no sonríe y una lágrima humedece el lienzo.
La puerta del salón se abre y el labriego se acerca a mí, recoge la rosa y un sudor frió recorre mi maltrecho cuerpo.
- Es suya señor.
Y me da la rosa mientras me mira de soslayo el retrato de mi abuelo.
El corazón en ese momento me falla y cuando mi alma flota en el ambiente esperando me lleven a mi nueva morada, veo con estupor como mi abuelo juega con el labriego una partida de mus.
En ese momento creo haber resucitado o lo que quiera que sea la vida después de la muerte. Oigo a mi abuelo hablando como un alma muerta mientras a mí me lleva una suave corriente ascendente y placentera y arriba una mano blanca con una herida en medio me llama en susurros de extramundo.
En ese preciso instante, en que mi abuelo ya había reunido a toda la familia y nos tenía a todos bajo su poder, los cerezos impregnaron el aire con su intenso y sensual aroma, ese olor que se transportaba con nosotros al más allá.

jueves, 3 de mayo de 2012

El estanque (4ª parte)

En mi enojo, exijo que me atienda el joven que dos horas antes me había atendido. Extrañada la joven me contesta con timidez que allí no había ningún recepcionista más que ella. Su mirada me hizo parecer que pensaba que yo no estaba cuerdo. No obstante se brinda a pedir un facultativo para que me atendiera con urgencia.
Después de calmar mi ansiedad desconcertado por lo acontecido, subo a la habitación que comparto con Linda y la encuentro frente al espejo del tocador retocándose el maquillaje.
La miro extrañado de su pronta recuperación pero ella me obsequia con una dulce sonrisa y después de mirarme como nunca me había mirado, me pide con coquetería que la lleve de nuevo al teatro romano donde quería ver una representación de la obra Cleopatra. Sin saber qué decir obedezco sus órdenes mientras mi cerebro confuso se esfuerza por comprender la situación que estoy viviendo.
 Después de regresar de nuestro viaje y para animarla en un día esplendido día de mayo decidí dar una gran fiesta para celebrar la reforma que hice en la casa. Mandé invitación  a los amigos que hicimos en Nueva York y Las Vegas e iban a  acudir todos.
 La casa estaba deslumbrante con una decoración exquisita.  En las habitaciones lucían cortinas traídas del mismo París, los muebles antiguos se restauraron y el estanque se convirtió en una esplendida piscina con cenador adosado. Todo había quedado perfecto y espectacular.
El día de la fiesta llegó y los invitados venidos de Estados Unidos nada más llegar quedaron sorprendidos por el paisaje tan agreste y al mismo tiempo pletórico de olores y colores de la alta Extremadura. Subimos por un empinado y estrecho camino al mirador del cielo desde donde pudieron admirar un inmenso campo de trigales verdes salpicado de rojas amapolas haciendo que este pareciera una inmensa alfombra.
Por la noche durante el cóctel antes de la cena la música sonaba suave como una caricia, alguien se acerca a mí y me agradece la velada.
 Después de la suculenta cena compuesta por ibéricos y quesos extremeños comienza el baile y Linda, como siempre, luce elegante con un traje de Valentino de color rojo y unos pendientes de diamantes. Hizo las delicias de los asistentes con su enorme encanto personal.
La fiesta transcurre entre risas y charlas amenas.
De repente, una luz tenue se refleja en las aguas tranquilas de la piscina. La observo desde la terraza y me adentro por el sendero para averiguar qué es lo que pasa y cuando me acerco a la piscina, una mano de hierro me aprieta el cuello y me hace doblar el cuerpo hasta que me sumerge la cabeza en la piscina. Mis ojos casi se salen de sus orbitas y caigo a la piscina sin remedio. Cuando ya tengo síntomas de asfixia alguien se acerca y con voz ronca pregunta: ¿Quien anda ahí?
El desconocido suelta mi cuello y sale corriendo. Mi salvador ve flotar mi cuerpo y se tira a por mí. Me saca del agua y al ver mi estado inconsciente me hace la respiración boca a boca y yo empiezo a respirar aunque con dificultad.
Una vez recobro la conciencia le pregunto por mi atacante y  parece haber desaparecido, nadie ha visto nada. Después del susto y recuperado, sin que nadie me viera subo a mi cuarto y me cambio de traje volviendo a la fiesta.
Los invitados ríen, gozan y beben a placer pero Linda finge estar bien. Una aureola de color violeta en la palma de la mano hace que su sonrisa sea falsa porque la fiebre empieza a hacer mella en ella y su palidez, a pesar del maquillaje, es notoria. Alguien le pregunta con malicia sobre su descolorida cara y ella sonríe con estudiada coquetería.
Yo me encuentro nervioso después del incidente en la piscina, el cuello me duele y la traquea, después de estar aprisionada, la tengo dolorida y casi no me deja tragar pero tengo que estar en mi puesto haciendo los honores a los invitados.
De repente, se forma en la terraza. Linda se encontraba tendida en el suelo porque había sufrido un desvanecimiento. Uno de los invitados a la fiesta era médico y atendió a Linda. Después de tomarle pulso sugirió que la llevaran a su alcoba para darle un sedante y se quedara dormida. Después del incidente los invitados empezaron a retirarse. Eran las cinco de la mañana y había que descansar para la comida que les ofrecía en el mirador del cielo a las tres de la tarde.
Ya en el dormitorio, me siento a los pies de la cama donde Linda descansa y me fijo en su cara. Ya no me parece la misma, su dulzura ha desaparecido y una rara mueca en su boca me hace estremecer. La miro más de cerca y sus ojos de color de azabache transmiten una gran tristeza. Le cojo las manos y las tiene frías como el témpano y cuando alzo la mirada veo reflejada una rosa sangrante en el cabecero de la cama. Salgo aterrorizado de la habitación sin atreverme a decirle nada a Linda, a llamarla y despertarla y voy al porche para coger algo de aire. Todo me parece tan extraño que creo voy a volverme loco.
Desde aquella noche que vi aquella rosa en la cabecera de su cama, algo extraño sentía que me estaba pasando pues ya no me apetecía besar sus mejillas rosadas ni sus carnosos labios ahora pálidos y fríos como la muerte.
Me siento en el poyete de la puerta y una sombra se desliza entre los almendros. Doy un salto de pavor y me encuentro al labriego que había contratado (en esos momentos no me acordaba de él) me tranquilizo al verlo y éste me da las buenas noches. Saludo con una mano pues no me salen las palabras y entro en la terraza. Me siento en una butaca y allí me quedo dormido. Al amanecer me despierto y alguien me ha tapado con una manta. Miro hacia un lado y veo que Linda estaba allí, resplandeciente, como si no le hubiera pasado nada la noche anterior y con su sonrisa habitual me ofrece un café caliente. Lo acepto con mano temblorosa por de lo sucedido la noche anterior.
 No le pregunto nada, ni tan siquiera cómo se encuentra su dolorida mano que lucía sin vendas. Yo me toco el cuello y lo siento dolorido,  no sé que pensar, quizás mi mente cansada me esté jugando una mala pasada.
Linda y yo charlamos un rato de nimiedades y nos retiramos para vestirnos de nuevo y recibir a los invitados. La mayoría de ellos estaban hospedados en un hotel rural cercano que había reservado para la ocasión porque todos no cabían en la finca.
El día amaneció radiante, se veía hasta el horizonte infinito desde el mirador del cielo. Alguien solicito y cortés casualmente le regala un ramo de rosas rojas a Linda. Las acepta con recelo pero en la primera ocasión que tiene, las tira por un pequeño barranco cercano.
 Durante la jornada festiva no paso nada, todos se divirtieron hasta la extenuación y la fiesta estaba llegando a su fin cuando el labriego se acerca a mí y me da una carta. La abro y dentro de ella había una hoja de papel de color sepia que envolvía una rosa marchita. La guardo en el bolsillo del pantalón y siento un tremendo pinchazo acompañado de un dolor profundo y cómo un hilo de sangre baja por mi pierna manchándome con su viscoso liquido rojo las botas camperas.
Mi cuerpo se estremece y cuando todos se despiden después de un día magnifico, me retiro a mi habitación, me ducho y cuando estoy secándome con la toalla descubro que ésta tiene también bordada una rosa roja. No sé qué hacer pero llamo a Linda y le cuento lo que me había pasado. Linda me extraña, parece no importarle lo que le cuento, está ausente, alejada de mí y fría pero le ruego que pase la noche conmigo para no estar solo.
Malos presagios atormentan mi alma. Aquella noche los dos abrazados nos quedamos dormidos y así pudimos descansar.


Continuará...y en el próximo capítulo, el desenlace.