viernes, 24 de febrero de 2012

El talismán de la momia de oro

Por el laberinto de corredores que hay en la facultad, con paso rápido y un silencioso frenesí de urgencia, camina un extremeño de inteligencia inflamable y con grandes ideas poderosas.
Es aún joven, no ha cumplido los cuarenta años, pero su arquitectura ósea de flauta y su mansa gestualidad de profesor despistado no le hace justicia.
Vicente Montiel, es un egiptólogo de prestigio reconocido que prepara una expedición con dos de sus mejores alumnos de la facultad a su añorado Egipto, donde pasó parte de su juventud entre tumbas antiguas y epitafios. Después de permanecer dos cursos impartiendo clases en Cáceres, cuna de sus ancestros, una noche tuvo un sueño premonitorio. Sólo el hecho de pensarlo le producía una opresión en el pecho, tanto que se le llenaban los ojos de lágrimas.
Había descubierto algo en sus sueños, algo que siempre intuyó que existía. Desde entonces solo pensaba obsesivamente en hacer ese viaje al Antiguo Egipto, antes que otros colegas encontraran su sueño, en ello estaba su prestigio de hombre estudioso.
Cuando abrió la ventana de su alcoba, el sol desgarraba las nubes, sus ojos brillaron en el fondo de su cara seca y hundida. Empezó a caminar en círculos por su alcoba, después de desayunar se sentía aun más nervioso y ansioso. De repente llaman a la puerta, un mensajero le entrega una carta urgente, antes de abrir el sobre enciende la luz de la estancia, aun la claridad del día era tenue, abrió el sobre y ya estaba en sus temblorosas manos el pasaje que solicitó a la agencia de viajes. Después de hacer el equipaje, hace unas llamadas telefónicas.
Ya navega con sus entusiastas alumnos por las aguas del río Nilo, un río que sin él no se hubiera realizado la sorprendente civilización del Antiguo Egipto, el profesor rememora, mientras remonta las aguas del Nilo con destino a Menfis, y sonríe recordando la gloriosa historia, como que en las dos orillas del río se prodigaban inmenso campos de cultivo, de cereales, frutas y verduras, que después de las inundaciones la tierra recoge la sabia del rico limo, haciendo que las cosechas fueran ricas y abundantes, en esta tierra negra que ellos llaman Kemet. El pequeño barco se balancea por una ráfaga de viento. Vicente Montiel se siente a cada momento más identificado con estas tierras, abre los ojos, pero aún sigue con sus profundos sueños, porque en esos momentos se encuentra en la más acuosa autopista del orbe Egipcio, por donde en ningún caso las hordas de esclavos tenían el privilegio de navegar, sino miembros de las cofradías y en números restringidos, como eran los sacerdotes y artesanos que formaban parte de los llamados (servidores del lugar de la verdad) donde su misión no era otra que crear las moradas eternas de los faraones de el Valle de los Reyes.
Pero ese, no es el destino de estos tres arqueólogos. De repente, el paisaje fue transformándose intensificando la luz hasta llegar a ser cegadora, estaban cerca del Valle de los Reyes. Ante sus ojos una montaña de arena hizo que el barco en su subconsciente dejara de balancearse, en ese instante, los pájaros dejaron de trinar quedando fuera del tiempo, un tiempo que iba a la deriva mezclando los vivos con los muertos y con los que están por nacer.
El cielo se tornó de nácar gris cuando el barco quedó atrás Tebas. Siguieron la ruta, pasan por Asiut siguiendo el curso del río hasta llegar a Menfis. Una mañana después de navegar tres días, y ya en Menfis, se adentran en el desierto caminan con un calor sofocante hasta divisar las pirámides de Gizeh, todo estaba silencioso, la magia se respiraba albergándoles una fuerza que hacia trascender las leyes de la naturaleza y del entendimiento humano, en el valle ven una estrecha hendidura apenas visible y estrecha, por donde los tres entran a duras penas, al encender las antorchas, al entrar proyectaban un trémulo resplandor rojizo.
En el rostro del profesor se reflejaba una luz de vigoroso intelecto, tan rápidamente como le había venido esa sensación desapareció, el sitio donde se encontraban no era el de su sueño. De una vasija de barro moderna sale una serpiente de color púrpura, silenciosa, que al verlos arrastra su cuerpo hasta esconderse en un nicho donde antes había estado descansando un cadáver, de repente, una luz roja y amarilla resplandece bajo un hueco del suelo, alguien como ellos investigador, llama con voz de ultratumba, clamando que lo sacaran de allí, era un explorador de pirámides, ahora su suerte pendía de un solo hilo y ese hilo lo tenían ellos, y pensó, la suerte de ese hombre en esos momentos era asunto de todos o de nadie, y miró a sus discípulos, mientras la voz se oía cada vez más lejana y apagada, después un silencio que solo era roto por el ruido que hacía la arena del techo al caer al suelo, salen al exterior con el remordimiento de no haber podido dar auxilio a una persona en peligro, y una extraña y suave calma los invadió mirando un radiante sol que les quemaba el rostro.
Al día siguiente se dirigen a Bahariya, situado a unos cuatrocientos kilómetros de El Cairo, donde se encuentra el Valle de las momias de oro, llamado así por la gran cantidad de momias grecorromana que se han encontrado cubiertas con máscaras de oro y pecheras del mismo mineral. Desde que en 1999 y por casualidad se encontró este tesoro arqueológico y el profesor tuvo información de ello, empleo todo su tiempo y energía en estudiar todo lo concerniente a este hallazgo.
Bajo la claridad de la mañana, y rodeada de kilómetros de arena bajo un sol ardiente, las pirámides parecían traslúcidas, un estremecimiento ante la extraordinaria visión hizo en ellos tal mella que no olvidarían en mucho tiempo. Cruzó los brazos, levantó la cabeza, y mirando la pirámide, dijo a sus dos discípulos desafiando el futuro. !Aquí está lo que tantas veces os he dicho que había soñado!. La intensa y dorada luz vibraba entre el polvo con un raro espesor.
Se acercaron a la entrada de la pirámide y armado de arneses bajaron por un profundo pozo, hasta llegar a una cámara mortuoria que estaba compuesta por tres habitaciones, dos de enterramiento y la otra para la “entrega” en la primera incursión por aquella pirámide no podía haber sido más acertada, descubrieron un ataúd de cerámica que contenía unas decoraciones de caras humanas, también tablillas de huesos grabados con los primeros signos jeroglíficos, algunos escritos con tinta negra, es todo tan extraño… cuando tienen estos objetos en sus manos, de repente se oye un ruido atroz, las tumbas de los nichos empezaron a abrirse, momias de todas las estaturas aparecieron ante ellos cubiertas, unas con vendas de lino, otras con vestidos romanos.
Una de las mujeres que debía ser la jerarca de una poderosa élite, se pone ante la entrada con la pierna derecha al frente como si quisiera salir al exterior, debían pertenecer a una familia importante pues todas ostentaban una rica máscara de oro a excepción de la mujer que quería salir, que lucía unos ojos que parecen estar hechos de cristal de un azul intenso, de su cuello cuelga un camafeo o amuleto, que en un movimiento de su esqueleto cae a los pies del profesor que después de unos segundos de indecisión lo recoge. Ya en su mano el objeto empezó a proyectarse destellos de luz, mientras de las otras tumbas se oían lamentaciones y alaridos, las máscaras de oro empezaron a caer al suelo con estrepitoso ruido apareciendo sus calaveras adornadas con extravagantes pelucas.
Los tres intentaron salir de allí pero la mujer de los ojos de cristal no se apartaba de la entrada impidiéndoles la salida, el amuleto cada vez pesaba más en la mano del profesor tanto que se hacía casi insoportable soportar su peso, de repente tras una de las tumbas se oye una melodía, los tres rompieron a llorar, porque cuando se está entre los muertos, los secretos del alma humana a veces se contienen en emociones con una sola melodía.
El amuleto, resbala y cae de su mano haciendo una hendidura en el suelo, la voz de unos de los guardianes de pirámides pide que se deslicen por la hendidura, era la hora de cerrar.
Por la noche ya en el hotel, y mientras cenaban, el profesor piensa en el talismán que tantos sueños le robó, y pensó, que las cosas más pequeñas pueden ser espejos secretos de los más profundos y grandes misterios.
Por la mañana, los alumnos al notar la ausencia del profesor en el comedor para desayunar, llaman a su habitación, al no recibir respuesta, entran, y la visión que perciben es tremendamente impactante. Tendido en la cama se encontraba el profesor con una máscara de oro en su cara, y el símbolo de la corona blanca del dios Seth del Alto Egipto, a su lado mientras, el talismán brillaba en su mano con destellos de ultratumba.
El sueño premonitorio del profesor se había cumplido.

domingo, 19 de febrero de 2012

Carnaval 2012 como lo ven mis ojos.

El ambiente, era divertido, las risas se prodigaban por doquier tras las máscaras de porcelana que cumplen con la función rastrera de esconder la verdadera expresión. Es una de esas fiestas divertidas, que todos los años se festejan, nada menos que en la casa del jefazo. Los abrazos hipócritas, se prodigan por doquier, los ¡hola! ¿No me conoces?.
Mientras las copas se llenan y vaciaban en los huecos de las bocas de mentira, con tanta rapidez que no dejaban pensar en lo que de verdad importaba. El jefe siempre tenía la sartén por el mango, (es imprescindible hacerle la velada agradable) un mango, que si no fuera por sus subordinados no sabría como manejarlo. Pero el solo tenía la clave de las sonrisas, esas sonrisas que casi ninguno dibujaba en su verdadero rostro, pero sí en el rostro de porcelana fría y pálida, que quizás mañana desapareciera para dar paso a la mueca amarga y verdadera del que sabe que quizá tenga que volver a ponerse de nuevo esa misma máscara que haga disimular su desencanto. Después que se supo el legado de los cinco millones de parados que nos dejaron algunos políticos sin escrúpulos que solo pensaron en su ego.

viernes, 17 de febrero de 2012

El despertar

Durante las cinco horas siguientes nadie podía imaginar que sobreviviera a tan tremendo accidente. Pero Lucas estaba allí. Inerte, en coma, en una cama del hospital, después de sufrir un fuerte choque frontal cuando iba en su flamante moto contra un camión de alto tonelaje que circulaba por la carretera comarcal 305.
En la cabecera de su cama, su madre reza cada día por su recuperación.
Después de tres interminables años y cuándo parecía estar todo perdido, una mañana, mientras una enfermera le aseaba los pies, se da cuenta de un movimiento convulsivo.
Más tarde, ante dos médicos y una enfermera, Lucas, abre los ojos cómo si acabara de nacer y no recuerda nada del tiempo que ha estado en estado comatoso.
Después de una rehabilitación severa y cuando se incorpora a la vida cotidiana, empieza a recopilar experiencias sobrenaturales de enfermos que han estado en coma como él. Todos los entrevistados coinciden en la realidad que vivieron y que forma parte de una maquinaria de precisión enorme e invisible en la que toda acción provoca una reacción.
Los acontecimientos están encadenados entre sí y las cosas no se provocan por casualidad.
Un día, Lucas llega a su casa después de una jornada intensa de trabajo, ve en la bandeja del mueble de la entrada un sobre de color malva muy abultado. Lo abre con curiosidad expectante y envuelto cuidadosamente en papel acolchado hay un crucifijo sin la sagrada figura de Jesús. En un pequeño sobre escueta una nota sin firmar: Mañana a las 9 en el Convento de las Hermanas Clarisas. No faltes.
A la mañana siguiente y puntual como suele ser, Lucas llega al convento pero el gran portón está cerrado. Mira hacia todas direcciones por si alguien le espera. La puerta se abre lentamente con un chirrido que hace volver la cabeza a Lucas sorprendido.
Entra en la iglesia medieval y observa la vidriera bicolor que corona la cúpula y que proyecta una misteriosa claridad en la estancia. Tras el ábside de la iglesia una monja de rodillas reza haciendo que parezca un murmullo fantasmal.
Lucas después de santiguarse se acerca a la monja. Ésta lo mira y él reconoce en sus ojos algo que le era familiar pero no sabe precisar con exactitud qué es.
La monja le da un sobre que saca del bolsillo de su hábito y desaparece por la puerta de la sacristía.
Lucas en unos segundos sale a la calle intrigado por lo sucedido.
En casa lo abre y encuentra la figura de Jesús que encajaba con la cruz que le han enviado unos días antes.
Todo es tan irreal que sale de nuevo a la calle, entra en una cafetería y pide un coctel. En ese instante una voz melodiosa le dice al oído:
- No te puedes permitir el lujo de beber, tienes que estar despejado para lo que tienes que vivir ahora.
Esa voz no es la primera vez que la oye. A su lado no hay nadie.
Por la noche cuando intenta dormir y dejar de pensar en lo sucedido, la misma voz le dice:
- Lleva el crucifijo al Hospital del Corazón de Jesús, va a haber una catástrofe y se necesita su presencia allí.
En la calle la lluvia poco a poco se va convirtiendo en nieve…
A la mañana siguiente, aquellas palabras le dan vueltas en la cabeza. No sabe si ha sido un sueño o ha sido realidad.
Decide ir a ver a una persona de su confianza. Un físico amigo de su padre que en su juventud tuvo fama internacional. Después de contarle su historia a partir del accidente le contesta escueto y con cara seria:
Sólo la divina providencia guía nuestros pasos. Obedece su voz.
Después de llevar el crucifijo al hospital se produce un movimiento sísmico.
Todos los heridos son trasladados al Hospital del Corazón de Jesús y sobreviven milagrosamente a sus heridas.
Nada es casualidad, todo está escrito desde que nacemos. El Dios omnipotente sigue nuestro destino desde su gloria y nadie puede escapar de él.

viernes, 10 de febrero de 2012

Queridos lectores de Los Relatos de Teresa:
Hoy voy a publicar en el blog tres relatos. El primero es un homenaje a mi sobrina Montaña, que ya hace un año que nos dejó. El segundo os cuenta la historia de Laura y el tercero es una fábula. Espero que os gusten.

Para Montaña:

Montaña, hoy nos encontramos aquí reunidos todos los que te queremos para conmemorar que ya hace un año te fuiste en silencio para pasear por el camino de los ángeles. Tus hijos, tu esposo, tus padres, tus hermanos y todos los que hemos tenido la suerte de conocer tu dulce sonrisa no nos sentimos tristes, porque en tus alegres juegos celestiales, a veces bajas hasta nosotros haciéndonos sentir el dulce aleteo de tus alas de algodón. Cuando pasas junto a nosotros inundas nuestras vidas de un suave perfume que solo los que están cerca de Dios pueden sentir.
En tu deambular celestial sabemos que sigues estando pendiente de tus hijos, no hace falta que te digamos que son estudiosos, eso tu ya lo sabes, y que desean hacerse gentes de bien. En sus corazones puros de adolescentes saben que ninguno de los dos está solo, porque siguen teniendo un padre y una madre y se sienten protegidos, porque tú Montaña, los vigilas desde el cielo con ese infinito amor que solo una madre sabe dar.
Por eso te pedimos los que estamos aquí, donde existe el dolor y escasas son las alegrías, que nos arropes con tus alas de ángel custodio y que veles por nosotros siendo nuestra emisaria en el cielo.

Tula

Laura esperaba sentada con impaciencia ante el calor del hogar. Tenía una preciosa casa de madera con suelos y chimenea de piedra que era su orgullo.
Movía con el atizador una y otra vez el fuego con impertinencia haciéndolo chisporretear llenando de pequeñas partículas de ceniza la estancia. A su lado indolente y moviendo de vez en cuando el rabo estaba su perra Tula que hacía notar a su dueña que ella también estaba allí.
De repente Laura sintió como el miedo le atenazaba la garganta. Abrió la ventana y todo estaba como boca de lobo. El viento había cesado y una calma amenazadora se respiraba en el ambiente. Los pájaros dejaron de trinar y en el cielo se podían divisar enormes nubarrones gris oscuro que no presagiaban nada bueno.
Pero a ella eso no era lo que le inquietaba, eran los espíritus malignos los que la martirizaban, como a cualquier persona en su sano juicio.
Luis no estaba con ella y no entendía porqué. Era su cumpleaños y presagiaba lluvia… y empezó a llover a cántaros sobre el pueblo. Con la mirada perdida entre las sombras intentó apartar de su mente el motivo de su angustia.

Enormes goterones rebotaban contra el tejado de pizarra. El agua salía con un caudal interminable de los canalones de zinc. Las cortinas de lluvia azotaban sobre la fachada de la casa, mientras caudalosos regueros de agua recorrían la estrecha callejuela.
Chapoteando bajo el aguacero provista de botas y resguardado por la capucha del chubasquero caminaba con dificultad sobre el barro, con su atril a cuestas, el fotógrafo del pueblo. Sus fotos tenían que dar al día siguiente testimonio en el diario matinal de lo virulento de la tormenta.
De repente, un hombre gigantesco, surgió de la forestal penumbra del parque queriéndole arrebatar su instrumental de trabajo, el sintió un miedo aterrador, y sin saber el porqué se lanzó a una huida sin control. Que tropezando con su propio atril cayo al suelo dándose un golpe desafortunado en la cabeza que lo dejó inconsciente. Alguien asustado ve desde su ventana como se lo llevaba la corriente hacia el río.
Laura esperaba siempre esperaba en su cálida casa vacía solo con la compañía de su perra Tula.
Llamaron a su puerta y abrió con ansiedad, un hombre bajito de nariz prominente y pésima dentadura le daba la triste noticia. Luis había desaparecido en la tormenta, unos policías encontraron su coche vacío y su cuerpo estaba siendo buscado en el lecho del río.
Laura entró en el cuarto de baño, se miró detenidamente al espejo, se limpió la cara con parsimonia y se pintó de nuevo la cara con un maquillaje color tierra, se perfiló los ojos, y los labios se los pintó de rojo pasión como para asistir a una fiesta importante, se calzó los zapatos de tacón mas alto que tenía y enfundándose en su vestido favorito, cogió el bolso de piel de anguila y salió de su casa.
La calle estaba desolada y el barro inundaba las aceras.
Laura atraviesa la plazoleta de la iglesia sorteando los obstáculos que se encontraba en su camino, ramas tronchadas de árboles heridos y mustios después del azote de la tormenta. Entró en la iglesia y se dirigió al campanario, subiendo con precisión la estrecha y empinada escalera de caracol. Para encontrarse con Luis
Estaba anocheciendo y la tímida luna escondida entre las nubes regalaba pinceladas de plata a los solitarios charcos que al pisarlos desprendían polvos de estrellas.
A la mañana siguiente sobre la plazoleta empedrada yacía un cadáver junto a su fiel perra llamada Tula.

La fábula de los ciegos

Era un hospital de ciegos donde reinaba la democracia. Todo se resolvía votando y aunque les faltaba el sentido de la vista, habían desarrollado con destreza el resto de los sentidos para conseguir conocimientos.
Un día, un ciego que decía saber de los colores consiguió hacerse jefe de los ciegos. Todo empezó a torcerse.
Obligó a todos los ciegos a darle la limosna y a vestir de un determinado color para distinguirse, pero como no veían, cada uno se vestía de un color diferente. La gente, en la calle, se reía de ellos, los cuales enfadados se rebelaron contra el dictador y formaron otro partido.
Los colores provocaron tal enfrentamiento que decidieron no opinar acerca de ellos.
Un sordo, al leer ésta fábula, pensó que el error de los ciegos estaba en creer saber sobre los colores. Sin embargo él sí creía que los sordos son los únicos entendidos en música.

viernes, 3 de febrero de 2012

Tánger (2ª parte y final)

Me siento en el patio de butacas, cuando la sala aún proyecta la película. Una mano se desliza tras mi espalda dejando caer sobre mi hombro con habilidad un paquete, que yo recojo con presteza, lo guardo en el bolso y espero hasta la terminación de la película.
Al salir como la calle estaba repleta de cines, muchos espectadores se aglomeran en las puertas para ver películas españolas y americanas.
Con el paquete en mi bolso y aturdida por tanto acontecimiento vivido, me voy a descansar. Al día siguiente entro en el Cervantes con mi encargo. Éste es un pequeño teatro con ménsulas doradas, butacas tapizadas en terciopelo rojo, techos pintados de azul y alrededor del escenario grandes carteles con los nombres de las representaciones próximas a proyectar.
Allí estaba el rifeño, quieto, sombrío, esperando, para mi sorpresa, que le diera su paquete, mientras miraba distraídamente una película de Buñuel. Atravesé la sala hasta ponerme tras él. Dos soldados marines norteamericanos, altos, fornidos, me siguen con la mirada. Vuelvo sobre mis pasos después de hacer el encargo. Nerviosa salgo a la calle y de nuevo me pierdo entre las laberínticas calles de la medina, que parecen retorcerse, doblarse, hasta parecer que ha desaparecido la salida, todo es confusión ante mi vista.
La desesperación empieza a hacer mella en mí, cuando oigo una voz tras de mí, que me parece amable, es un joven de mirada tibia, de acentuado perfil griego, su serenidad me infunde valor, a pesar de que las calles estaban desiertas por el intenso calor. Mi corazón empieza a bombear tan fuerte que las sienes se hinchan hasta parecer querer estallar, lo miro de frente con desconfianza, y mis ojos delatan mi estado de ánimo al anegarse en llanto.
Y en ese mismo instante pienso que los infortunios y las tragedias humanas aparecen inexplicablemente, siendo estos motivos de enigmas y de escepticismo.
El joven sin identificarse, me tiende la mano y se ofrece a sacarme del laberinto de Dédalo en el que creo haberme metido.
Mientras un hombre de los allí llamados contemplativos en la calle, se encuentra sentado a los pies de una farola, parece estar en éxtasis, su inmovilidad es absoluta, en el momento que lo miro pienso que quizás su estómago este repleto de Kif. En esos momentos para mí todo podía ser posible.
Salimos de las calles que son como arabescos de una caligrafía olvidada, y llegamos a una plaza concurrida, donde la animación es constante. El joven misterioso, me invita a entrar a un casino que se encuentra frente a nosotros, la puerta, ancha tachonada, está abierta de par en par, dando paso a otra de cristal transparente desde donde se puede apreciar la antesala del casino.
Después de ser presentada como si fuera una vieja amiga a sus amistades, jugué a la ruleta como nunca antes lo había hecho.
Por la mañana al despertar ya empezaba a amanecer, entrando por mi ventana una luz convaleciente, pálida que lamia con timidez los cristales. Más tarde los rayos de sol se hicieron fuertes, bravos, empezando a jugar en las fachadas, tomando diversos colores, como, siena, azul marino, verde mar y rosado, que parecen querer jugar con su paleta de colores.
A lo lejos se divisa la costa española que parece envuelta en una suave neblina. Son las dos del mediodía, cuando la radio, la Voz de América y radio Tánger Internacional dan las noticias. En esos momentos, estoy viviendo las vicisitudes de una guerra mundial, donde todo lo imposible puede hacerse fácil.
Salgo a la calle y me dirijo a una típica casa de comidas, donde almuerzo unas aceitunas con pan y alcachofas. El viento embravecido soplaba sin cesar en el estrecho. Me siento feliz, cada minuto que paso en Tánger entre esta sociedad tan variopinta en donde casi todo vale.
Entro más tarde en el hotel Palmerium o Kursaal, donde se juega a la ruleta, al baccarat y se bebe champagne. Me mezclo entre el público fiel de los adoradores de fortunas y de la vida fácil del llamado todo Tánger. Me inscribo de nuevo en este hotel, ahora mezclada entre estas gentes, y una inmensa sensación de poder hace subir mi adrenalina. Cuando regreso a mi habitación, un olor extraño me pone en guardia, minutos después supe que alguien había estado registrando mi pequeño neceser. Al día siguiente me voy a Ville Plaisir donde dicen que van los nostálgicos a recordar lo que vivieron en las lujosas noches de Montecarlo o de Niza. Me encuentro en la terraza mientras saboreo una copa de champaña, cuando unos ojos se clavan en mí. Es Mohamed, el joven que tanto me ayudo desde que lo conocí y me saco de las laberínticas calles en las que me vi atrapada.
Después de charlar de cosas intranscendentes, se presenta como mi enlace en Tánger, pidiéndome guardar en la memoria su dirección, para llamar solo en casos de excepción.
En ese momento supe que estaba metida en el torbellino de la ilegalidad. Por la mañana, me dirijo al Zoco Grande, entre sus callejuelas estrechas y empinadas me dirijo, a la Mezquita de Sidi Bu Abid, donde cerca hay un rastro donde se puede comprar cualquier cosa, hasta una ganzúa para abrir cajas fuertes.
Un hombre con chilaba y gorro fez, vocifera los artículos de su establecimiento, me mira con interés, y yo le pido unas babuchas y una túnica de seda. Una vez en mis manos las babuchas, meto la mano en una de ellas, y recojo el recado que guarda dentro, bajo la mirada atenta del vendedor. Cuando salgo de la tienda, una envestida furiosa del viento de levante, hace que la chilaba caiga al suelo, que al instante es recogida por el hombre extraño de cara surcada, que me la ofrece sin decir palabra. Sigo mi camino intentando no alterar ningún músculo de mi cuerpo, cuando veo ante mí como un hombre vestido a la usanza árabe se encuentra en el centro de la estrecha callejuela, con un cesto de mimbre, era un encantador de serpientes. El hombre me mira y con voz balsámica, casi, táctil me dijo no temas, puedes pasar, mientras el animal encerrado daba silbidos de desesperación. De repente sentí en mi cuerpo que una tempestad se desencadenaba hasta llegar a lo más recóndito del corazón. Mi olfato se estremece al olor que emana de las tenerías que inundan con su olor a pellejo curtido de cabra las callejuelas.
Me dirijo al mirador, y mirando el mar sueño con los barcos fenicios y los trirremes romanos que un día surcaron el estrecho hacia el mar de las tinieblas, como lo llaman los árabes al Océano Atlántico. El viento sigue implacable de levante no cesa de silbar, pero yo sigo en el mirador, una anciana se acerca a mí , y me cuenta que un día escuchó que había una música hipnótica en el viento que todo aquel que la escucha puede hacer que empiecen a girar y girar hasta perder el control y caer en trance. Descubrí al escuchar la narración que hasta yo misma giraba y giraba jugando un papel en esta sociedad que no era la mía y que nunca hubiera sospechado.
Desde el mirador de la Alcazaba o Casbah, veo el café Tingis donde se sientan los comerciantes prósperos después de hacer sus contratos, con cualquier clase de moneda, pues allí se pueden entender en seis idiomas, y es allí donde el estrecho de Gibraltar se extiende ante los ojos el verdor de la costa española que surge misteriosa entre la calima.
Llego de nuevo al hotel, mientras en las calles empieza a apretar el calor, el suelo está formado por una película de finísimo polvo que es levantado al contacto con los zapatos. El viento es tan fino que hace que millares de partículas de polvo floten, haciendo al chocar con los cristales de las ventanas una suave melodía.
Aquella noche, los barcos cargados de contrabando atraviesan el estrecho de Gibraltar para descargar su mercancía en España. Así es como Tánger se convierte en el centro internacional de las intrigas y las maquinaciones secretas, haciéndose famosa entre el público fiel de los adoradores de fortunas que luchan por hacerse un lugar en aquel paraíso.
Me asomo y frente a mi ventana veo una casa extraña rodeada de cipreses que cubiertos de polvo se agitan sin pereza bajo el viento del estrecho, mientras los que transitan las calles se encogen bajo sus chilabas porque los torbellinos de polvo les impide el respirar.
Voy a entregar la mercancía que me había sido encomendada, cuando al salir a la calle, en la puerta aparece ante mí de nuevo el hombre de la cara surcada, en esos momentos siento una sensación extraña, pues creo estar soñando con pasadizos secretos, sombríos que comunican calles empedradas que en su soledad solo se puede oír el zumbido de las moscas.
Una suave voz me devuelve a la realidad, llamándome por mi nombre, Julia.
Julia acaba de instalarse en su tierra natal Cáceres después de casi dos décadas fuera. En sus manos tiene un periódico que cada día le envían sus amigos desde Francia, sintiéndose orgullosa de la labor realizada por ella en los tiempos de agitación política. Con estupor ve como se ha transformado la realidad en hechos extravagantes y misteriosos que dictan mucho de la realidad.
En esos momentos sin duda alguna Julia experimento un doble placer de lectura porque no fue leer por leer, sino que según el informante de la noticia, los hechos siempre se narraron diferentes a la realidad.
En una nota adjunta al periódico, Julia lee que había sido encontrado en circunstancias extrañas un cadáver, cuya identificación es de un hombre llamado Ahmed apodado el rifeño. Junto al cadáver había una nota que decía, Julia.
Pero eso no le impidió viajar de nuevo en su subconsciente a Tánger para revivir en primera persona una historia que solo ella sabia la verdad y que fue la más interesante de su vida.