domingo, 24 de septiembre de 2017

Los Encadenados

En el cielo una nube lenticular de geometría perfecta,  indicaba un inminente vendaval.
Dentro de una vieja mansión de campo, se oían voces discordantes: No consiento que me eches la culpa de que todo haya salido al revés de lo que tú y tu madre teníais planeado, al fin y al cabo fue tu madre, ella la que te incitó a que cometieras este reprochable acto, que pesándolo mejor no deja de ser una auténtica barbaridad, todo fue injusto, sí, yo no estuve nunca de acuerdo con lo que pensabais hacer, y me vi comprometida a dejarle las llaves de mi coche para que tu descerebrada  madre se pudiera alejar de aquí hasta que se aclaren los hechos.
 Justo en ese momento en que se encontraban discutiendo  por lo acontecido unas horas antes en uno de los salones de la mansión; una voz tras ellos sonó como un bombazo que retumbó  en sus oídos  como una declaración de guerra.
Tras ellos se encontraba Juan con una rodilla ensangrentada, y  cojeaba apoyado con dificultad en una vara de olivo, que no restó para nada su imponente  altura a pesar de encontrarse encorvado a causa del dolor que sentía y, que hizo con tan solo su presencia temblar al matrimonio.
¿Me estabais esperando?
El esposo de Anna dio un respingo al mismo que tiempo que mascullaba entre dientes algo que era ininteligible. Juan con voz potente –dijo--¿De qué demonios estabais hablado no te he entendido? O ¿Es que no te funciona la lengua al igual que tu cerebro?
Anna y su esposo temblaron, Juan con su rudeza  aparente podía ser capaz de hacerles algo mucho peor de lo que había intentado hacerle su madre a él, y sentándose en uno de los sillones se quitó las botas con dificultad.
Jacinto el esposo de Anna  e hijastro de Juan, ve aterrado cómo Juan, sacaba una pequeña daga que escondía en el bolsillo interior de la chaqueta  con lo que desveló una cascada de billetes que se precipitó a sus pies, mientras los obsequiaba con una sonrisa llena de ironía.
¿Qué os parece? Esta simpleza la llevaba tu madre en un ridículo bolso de mercadillo, y que yo, un aparentemente muerto se lo arrebaté.
A lo largo de las paredes de aquel salón de principio del siglo XVIII, colgaban cuadros de muchas épocas entre ellos, imitaciones casi perfectas de  pintores modernistas como de Picasso y del surrealista Dalí. Juan sonríe al mirar aquellos cuadros, pero, donde estaban las tablas que se encontraban encima de la chimenea que representaban imágenes bíblicas y apocalípticas, que contrastaban visiblemente  por su luminosidad a lo que en realidad representaban, al ser pintados al estilo Naif.
Entonces, recuerda que minutos antes de tomar como hacía habitualmente un té con un bizcocho dorado, que no terminó de ingerir porque le llamó la atención ver cómo salía su esposa precipitadamente  de la mansión con dos cilindros bajo el brazo y, que se metía en su coche desapareciendo velozmente enfilando la vereda que conduce atrochando al aeropuerto, se toca la rodilla, le dolía demasiado. ¿Acaso sabéis dónde se encuentra vuestra madre? Sí, esa mujer desdentada, desdentada, hasta que yo le pagué una dentadura nueva con la venta de uno de los cuadros que perteneció a esta familia desde hace muchas generaciones y,  que ella decía odiar, esa mujer, que un día me engañó haciéndose pasar por una buena mujer, y que hace unos momentos quiso quitarme la vida, Juan al ver sus caras de asombro ¿Tanto os asusta el saber que estoy vivo?
A pesar de la fortaleza que Juan demostraba, comenzó a notar que por momentos podía derrumbarse, pues  sentía  una especie de vértigo, era como si estuviera deslizándose hacia una profunda fosa de la que no había salida.
Los ojos de Anna al notar que flaqueaba, se hincharon como dos globos a punto de explotar por la ira. Juan abrió los suyos con dificultad, y entonces supo que aquella partida la tenía perdida, pues frente a él se encontraba el hijo de su esposa desafiante y, dispuesto a todo por quedarse con su patrimonio, mientras Anna al otro extremo del salón vigilaba los movimientos de su esposo, y cuando Juan estuvo a punto de desplomarse, cambió de repente  la escena que  se auguraba podía desarrollarse y, que no parecía predecir nada halagüeño para Juan, al tener tintes de acabar en tragedia.
Pero aquella casa, sólo la conocía Juan por ser miembro en tercera generación de los dueños de aquella mansión, por lo tanto y a pesar de su aturdimiento, supo que algo trágico podía pasar, porque aquella casa siempre estuvo poblada de extrañas presencias y emociones que a veces  parecían surgir del mismísimo infierno, Juan se encontraba difuso, inconexo, para él era como volver a revivir su niñez como cuando vivía con su familia en aquella mansión, donde siempre supo que ningún miembro de la familia quería vivir en ella , pero, por alguna razón poderosa   se vieron abocados, tal vez  empujados por un sentimiento inconcebible haciendo a  todas las generaciones  permanecieran  en ella hasta que morían.

Todo parecía encontrarse a favor de Anna y su esposo, cuando algo inesperado les desbarató sus planes preconcebidos, pues un siseo, proveniente de la embocadura de la chimenea  les alertó, cuando volvieron la cabeza horrorizados pudieron ver que de ella salió un manojo de serpientes tan grandes que se aterrorizaron, estas  se encontraban unidas entre ellas  por un nudo que les hacía moverse frenéticamente al sentirse  aprisionadas, con sus silbidos atronaban sus oídos, al intentar deshacerse de aquella ligadura, en uno de los coletazos de una de ellas hizo caer al suelo el cuadro de Dalí que se hallaba colgado en la pared, en  los ojos de aquella pintura pudo apreciar  Anna que los miraba llenos de odio y, espantada reconoció que aquellos ojos eran los  de la madre de su esposo, Juan seguía inconsciente, mientras Anna y su esposo intentaban salir por la ventana que se encontraba atascada, mientras las serpientes libres de sus ligaduras pululaban a sus anchas por el salón.












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