domingo, 11 de junio de 2017

Río Neva, segunda parte

Querida Anna:
Solo unas letras más para decirte  que es un honor para mí y mi familia el que por fín hayas decidido
  Viajar  a esta mi país precisamente en el mes de Agosto; creo que has elegido bien, pues en invierno es casi imposible transitar por la acumulación de nieve que hay en las calles añadiéndole el frio intenso, también por esa fecha hay otro inconveniente que hay que sumar el intenso tráfico, aunque eso no te debe preocupar, pues disponemos de una extensa red de metro que sin duda tendríamos que coger; de todas formas puedes venir cuando lo creas conveniente.
Mis mejores deseos.
Quedo a ti disposición.
Natacha.
Anna con la carta en la mano tuvo una negación de la realidad.
Se detuvo unos momentos en el pasillo antes de entrar en su pequeño estudio, en un impulso, de dos zancadas se puso ante su mesa de trabajo, y se dispuso a buscar la primera carta que había recibido el día antes, pero no la encuentra, desolada no recuerda haberla tirado a la papelera, la mira, se encontraba vacía.
Aquella noche le invadió una terrible inquietud no pudiendo pegar ojo en toda la noche, en el insomnio en su cabeza empezó a cernir  una gran incertidumbre que le hacía de imán incitándola a aceptar aquella insólita invitación.
Por la mañana se encontraba extenuada ante el insomnio sufrido, se levanta de la cama, y al poner el pie en el suelo siente que se encuentra débil de cuerpo y alma, y empezó a dudar de todo lo que le rodeaba, achacando todo su mal a aquellas dos cartas que había recibido; algo le pasó, que de repente sintió  que con precipitación era conducida hacia un purgatorio desde donde se podía ver el infierno.
Anna se horroriza ante los recuerdos de uno de los pasajes de la novela de La Divina Comedia, ¿estaría acercándose al infierno?  Pero en esta travesía no tenía a nadie que le acompañara, ella no era Dante, ni tampoco Virgilio, porqué ella, precisamente ella, caminaba por laderas escalonadas y redondas atravesando el purgatorio.
Sin apenas saber qué era lo que hacía decidió averiguar quién le había escrito aquellas misivas que habían desconcertado su vida, pues se veía atrapada por un ente invisible.
Poco después se encontró conduciendo su pequeño utilitario hacia el aeropuerto de Adolfo Suarez para embarcar rumbo a Moscú.
No supo cómo pero de repente se encontró en una gran plaza donde los carros se amontonaban, para vender las mercancías que llegaban de los campos  los labradores, eran  sacos de heno, verduras, animales en venta, todo cabía en aquella enorme plaza.
 ¿Pero qué era todo aquello?
Cuando Anna miraba desorientada aquel entorno, una garganta profunda , invisible—le dijo—yo soy una sombra que te sigue, Anna se quedó casi sin aliento, entonces, y sin pensarlo comenzó a correr desesperadamente, aquella plaza…..no podía ser, no se parecía en nada a la plaza Roja, que ella había visto en muchas publicaciones donde se hablaba de Moscú, Anna  recuerda el sinónimo en ruso quiere decir , “bella” pero allí no se veía ninguna belleza, solo desolación y gritos de desesperación.
En la cabeza de Anna empezó a bullir como en una hoya a presión episodios pasados que creyó que no le eran ajenos. Recuerda mientras corría hacia la nada, que todo aquello que estaba viviendo transcurrió en los siglos XVIII, Y XIX, en el que el hombre pudo al fin abrir su mente  a las nuevas tecnologías, mecanización, y un conjunto de  inventos científicos de unos cuantos ingenieros, entre ellos se encontraba un español llamado Agustín de  Betancourt que creó máquinas increíbles, viajó por muchos países para importar su reciente tecnología, terminando sus días en Rusia, al ser requerido por el Zar  Pedro I.
Requerido por el Zar para que lo acompañara al litoral del golfo de Finlandia, el Zar le propuso a Betancourt, apenas llegar, que deseaba allí mismo en una pequeña isla en la desembocadura del río Neva, fundar una nueva ciudad que sería la nueva capital de Moscú y que le pondría por nombre San Petersburgo, el zar le propuso a Betancourt que fuera el  arquitecto de si magno capricho, pues odiaba con todas sus fuerzas Moscú.
Pero aquella región tenía un grave inconveniente, era pantanosa y de clima insalubre. Cuando comenzaron las obras, Agustín de Betancourt aun a pesar de los enormes  sacrificios de hombres que morían cada día, llegando a reclutar  a la fuerza a campesinos y a obreros reclutados por todo el imperio ruso. Cuando se terminó la ciudad muy similar a la de Ámsterdam, pues así era el deseo del Zar.

Anna seguía corriendo sin entender que le estaba pasando sus pies se movían inseguros al pisar los troncos flotantes que constituían la cimentación de una ciudad que clamaba justicia para sus muertos. El barrizal se convirtió en una ciénaga intransitable, pero Anna no podía echar marcha atrás, las casas de madera flotaban hacia el mar, uno de los troncos era llevado a gran velocidad por la corriente, en él llevaba cadáveres adheridos de lapas  como circulan las ballenas  por el mar.












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