domingo, 7 de mayo de 2017

El símbolo Segunda parte

Ante la tienda había  una figura de hombre que erguido parecía esperar a que le abriésemos, el pavor nos hizo pensar que era un aviso de que se había producido algún accidente, sin pensar abro la cremallera, lo hice con tanta precipitación que, del tirón que di a la pletina esta se rompió, dejándonos tan solo un agujero para salir, la sonrisa de aquel hombre al vernos gatear parecía tener una intención indescifrable.
Pero teníamos que salir de la tienda como fuera, había llegado la hora de hacer frente a la situación. Mientras las dos temblábamos sin poder evitarlo ante aquel ser nos quedamos quietas esperando aquello que creíamos nos iba a comunicar, Anna tras mí no sabía más que gimotear, el hombre ante nuestra pregunta que le hicimos sin palabras, tan solo respondió con una mirada que hizo sobre mis pies descalzos (pues no me pude calzar por las prisas) Anna seguía pegada a mi espalda.
Aquel hombre por gestos nos dio a entender que le siguiéramos, sumisas y embargadas por una angustia atroz, pensamos que nos conducía hacia donde se encontraban nuestros esposos, la incertidumbre hizo que no cruzáramos mirada alguna entre Anna y yo durante el trayecto, cuando llevábamos caminando unos doscientos metros, nos adentramos por un paraje insospechado, nos encontrábamos rodeadas de pináculos rocosos y de verticales laderas talladas por la erosión, aquel entorno tenía el efecto de ser mágico,  y fue cuando nos miramos por primera vez aliviadas. Ellos habían salido para recoger piedras, y allí las había en abundancia.
Siempre tras él, seguimos adentramos por entre centenarias y enormes capas de cenizas que se encontraban petrificada que con el paso del tiempo se habían creado formas insólitas en la piedra, aquel paraje nos empezó a parecer aterrador, teniendo que sortear alguna que otra depresión del terreno, allí el silencio era tan espeso, tan condensado y abrumador, que sentí la necesidad de llamarme con mi propia voz para cerciorarme de que todo aquello que estaba viviendo era sólo una pesadilla. No se veía a nadie por ninguna parte, la zozobra comenzó a torturarnos, la desconfianza es mala consejera cuando no se sabe a dónde se va, pero, el golpe que el hombre da con su talón a una roca plana nos pone en alerta.
 ¿Habríamos dado con un loco? Porque la roca al contacto con su pie dejó abierta una oquedad, las dos nos miramos al creer que estábamos presenciando un relato del cuento de Alíbaba y los cuarenta ladrones. Con un gesto, nos invitó a entrar, la precaución nos hizo que mirásemos en todas direcciones con necesaria inquietud.
Una vez dentro, nos encontramos con un espacio que para cualquier turista le hubiera parecido onírico, el recinto era tan rústico como era de esperar, pero en aquella penumbra tampoco se podía ver más, de repente,  el vuelo de una bandada de murciélagos que al ser molestados se despegaron del techo de la cueva y emprendieron  un alocado vuelo dando graznidos atronando nuestros oídos, entonces tuvimos la percepción de que no sabíamos dónde nos encontrábamos, pero en nuestra desorientación, si supimos que estábamos solas, aquel hombre había desaparecido de nuestra vista, miramos atrás para volver por el camino andado, pero sólo pudimos ver tras una pared de hojarasca que ocultaba una verja; retiramos las retamas y allí descubrimos que era una puerta, empujamos, entramos, Anna se volvió hacia mí cuando el roce del hierro oxidado  nos avisó que la puerta se había cerrado tras nosotras.

Nos encontramos dentro de una oquedad que parecía una estancia bastante agradable a pesar de su tosquedad, pues había un banco de corcho pegado a la pared y varios taburetes diseminados que parecían estar preparados para celebrar alguna asamblea, el suelo se encontraba tapado con virutas de corcho.











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