miércoles, 16 de noviembre de 2016

La Pirámide de La Luna (1ª parte)

Aquel día Anna con aspecto cansado entró en el Hall del hotel donde se alojaba desde su llegada hacía dos meses a Teotihuacán, siendo miembro de un grupo de arqueólogos,  el cual tenían como objetivo realizar unas excavaciones de una civilización casi olvidada.
Anna fue la impulsora de que se podía sacar a la luz algo importante para la investigación, pues siempre tuvo la intuición desde que allí donde tenían previsto escavar, había algo que le daría prestigio al grupo de arqueólogos al que pertenecía.
Pero después de remover un día y otro la tierra y, al no encontrar nada que valiese la pena catalogar, el grupo empezó a notar cierto cansancio que era poco habitual en ella.
Esperando el ascensor, se toca la frente preocupada, era la primera sensación de agotamiento  que sentía desde que salió de su Cáceres natal.
El yacimiento en el cual se estaba trabajando, tan sólo se encontraba a unos cuarenta kilómetros de la capital mexicana, antes de terminar el trabajo, y visto de que allí no parecía haber nada relevante, parte del equipo decidió abandonar esa excavación para dedicarse a estudiar en profundidad las peculiaridades de la llamada la Pirámide de La Luna.
Ella decidió seguir con las excavaciones que estaban previstas al encontrarse cerca de la Calzada de Los Muertos, esta ciudad estaba denominada por los historiadores cómo Prehispánica de Mesoamérica. El primer día de trabajo en soledad lo dedicó a inspeccionar una parte del terreno que aún no estaba analizado, después de un minucioso trabajo, desilusionada supo que allí no había indicio alguno de enterramientos que pudieran aclarar los muchos años que aquella civilización estuvo oculta.
Como resultado, fue uno de esos días donde a falta de sorpresas, llegaron las desilusiones después de haber estado trabajando muchas horas bajo un sol implacable que al calentar con sus rayos la pirámide, ésta transmitía un intenso calor a su alrededor.
Anna se sienta en el suelo abatida por la desilusión, no percibiendo un leve temblor, que dejó al descubierto un pequeño fragmento de cráneo que roza con la mano, cuando distraída acariciaba la tierra, instintivamente, la cogió del suelo, y después de echarle una fugaz mirada se lo guardó en el bolsillo del pantalón, poco después la desgana de Anna contagió a los cuatro colegas que quedaron junto a ella al encontrarse con la moral por los suelos, comentaron, de, que allí no había nada que valiese la pena desenterrar.
Una hora más tarde y cuando se encontraba en la habitación del hotel, sintió su cuerpo exhausto, después de echar una ojeada a los planos, se dejó caer encima de la cama; la escasa luz del atardecer dibujaban sombras fluctuantes mecidas por las cortinas de la ventana abierta.
En ese preciso momento en el que su mirada se perdía entre las sombras proyectadas en la pared, siente que se encuentra extrañamente relajada, de repente el timbre del teléfono le sobresalta, haciéndole salir de su letargo, era un sonido raro, o, al menos eso fue lo que le pareció percibir al encontrarse indolente. Se incorpora, pero inmediatamente decide no contestar, en esos momentos tan sólo pensaba en limpiar con urgencia de su mente cualquier intromisión, sólo deseaba descansar.
Pero de nuevo el teléfono comenzó a sonar, esta vez con un tono mucho más alto de lo habitual, malhumorada, lo descuelga, una voz extraña al otro lado se hace oír que le hace estremecer, cuando está a punto de colgar, pudo escuchar que se acercaban a ella un rumor de pasos que parecían inseguros, que no logró entender, pues allí no se encontraba nadie más que ella, cuando intenta recuperar la calma, esos pasos se hicieron más audibles a cada segundo que transcurría haciéndole recordar el día en que llegó a Teotihuacán y que pisó  por primera vez la Calzada de los Muertos, estaba segura, era el mismo sonido que ella creyó haber provocado al pisar aquella larga calzada; por eso, en el  instante en que oyó el ruido de sus propios pasos decidió desistir  el acercarse hasta la pirámide de La Luna.

Aquella noche fue para ella, una noche oscura que no le dejaba conciliar el sueño, en su duermevela, le pareció escuchar una rara conversación que, estaba segura no provenía de la habitación contigua y, decide, no intentar más la ardua tarea  de dormir, se incorpora, aguza el oído, en aquella rara conversación parecían intercalarse voces donde predominaba la voz de mujer. Anna tan sólo dedujo que los hombres estaban siendo advertidos de que se debía callar lo que había sucedido y  no era oportuno que saliera a la luz.



Continuará...