sábado, 24 de septiembre de 2016

La expedición (1ª parte)

Anna aquel día se movía como gato encerrado por su apartamento, estaba irritable, se sentía con la moral por el suelo algo inusual en ella debido a su carácter dominante.
Ese amanecer, al despertar percibió en su cuerpo una extraña sensación y quiso auto convencerse de que tal vez aquel día le faltaba motivación para realizar cualquier tarea.
Decidida se dirigió a la cocina, enchufó la cafetera cómo cada mañana solía hacer. Cuando fue avisada por el pitido insistente de la cafetera que el café estaba hecho, se estremece inexplicablemente, llena la taza de café, se sienta y percibe con agrado su humeante aroma, entonces empezaron a desfilar por su mente pasajes desagradables, los culpables de que aquella noche fuera diferente a cualquier noche, pues había tenido uno de los sueños  más agitados que jamás hubiera podido imaginar.
Ante estas evocaciones las piernas le empezaron a temblar, los latidos del corazón se le aceleraron, se vio tendida sobre una piedra plana.
Y era ese sueño motivado por la caída fortuita que sufrió  en aquel pozo cuando se desvió unos metros de los componentes de la expedición.
¿Sería tal vez esa la razón de su desasosiego?
Pero, tan sólo fue un percance…Se asusta, no recordaba cómo había sido rescatada.
Ante esos flashes en su memoria Anna siente una convulsión que le absorbe la energía y si todo lo que le pasó fue la consecuencia de la  obsesión  que siempre tuvo por penetrar en las entrañas de la tierra. En esa caída —pensó— debí dar  con algo oculto, pero no podía recordar nada. ¿Y si la caída la llevó  hasta la misma puerta de Hades? Se asusta de nuevo ante estos pensamientos, aterrada desea  desechar de su mente aquel sueño que se había convertido en una horrible pesadilla.
Se asoma a la ventana, necesitaba con urgencia que la brisa de la mañana acariciara su rostro para que pudiera seguir respirando.
Hasta aquella noche no había vuelto a recordar nada, aquel día  que formó parte de aquella expedición que un grupo de amigos organizaron en la selva venezolana. Anna, cuando se inscribió para participar en aquella aventura, ignoraba de dónde le venía esa  necesidad  incontrolada de explorar las entrañas de la tierra. Pero no encontraba ningún motivo que se lo aclarara. ¿Estaría escondido entre los pliegues de su memoria? Contrariada ante lo incomprensible de este fallo en su memoria, dio un manotazo a la taza  que cayó al suelo, no sin antes emitir un gemido de animal herido.
Por unos momentos se encuentra perdida, intenta recomponer sus ideas y al no conseguir ningún resultado, decide salir a la calle. Sale del apartamento sin rumbo fijo, deambula por la calle, que era una calle cualquiera que desembocaba en una plaza cualquiera.
 Anna, que había estudiado geología en esos momentos se dio cuenta de la importancia que tiene el estudiar los entresijos  de una materia para después saber utilizar esos conocimientos para beneficio de la comunidad.
 Se encontraba en la barrera de los  treinta años y aún no había conseguido trabajar en algo que le satisficiera y a la vez que fuera lo suficientemente remunerado cómo para vivir a la manera que siempre le gustó vivir. Ella se sentía orgullosa de su físico que le daba el aspecto de  jovencita, influyendo en ello las exageradas minifaldas que dejaban al descubierto unas  largas y flacas piernas de adolescente; todo agitado como un cóctel, daba como resultado una mujer  libre y desenfadada que siempre lograba los objetivos que se proponía.
Caminaba pensativa, ajena a las miradas masculinas, su deambular  la condujo hacia una avenida que se encontraba concurrida, atravesó la calzada y frente a ella se encontró una terraza de verano, vio que estaba libre uno de los veladores y pensó que era un buen sitio para huronear a todo el que pasara frente a ella.

Pide al camarero un refresco de limón, mientras da el primer sorbo, sonríe para sí, sin duda era una privilegiada pues se sentía viva, mientras miraba a las gentes que pasaban ante ella, de repente se le antojó que pudieran ser esclavos, autómatas, al carecer sus caras de expresión  debido quizás al ser obligados  a acatar las órdenes  de un ser invisible e implacable.

Continuará...



jueves, 15 de septiembre de 2016

Almas en las sombras (final)



Poco después le repite la pregunta:
— ¿Lo cogiste tú?
Eladio miraba en esos momentos a la reina y uno de sus escoltas se paró ante él y dijo:
— ¿Dónde debo buscar mi señora? —preguntó obedeciendo órdenes.
— Quítale los pantalones, deseo ver sus piernas.
    ¿Si es eso lo que desea su majestad?
La mirada malévola de aquella criatura les hizo temblar, pero cuando el lacayo le desabrochó el cinturón del pantalón y antes de que cayera al suelo, el collar apareció en el salón, reposaba en un cojín que acompañaba al hacha ceremonial. Aquello  inundó la estancia de un silencio mucho más terrorífico que las palabras hirientes que se pudieran escuchar.
Con risas discordantes la reina se abrió el escote y puso el collar en su cuello; pero entonces todos los presentes espantados pudieron contemplar  que aquel bello collar cambiaba de color para convertirse en una horrible y gran tortuga de color granate y ojos de un intenso color azul, que se adhirió al cuello de aquella niña. En ese instante, las paredes empezaron a temblar cuando se oyó una voz:
— Esa joya no te pertenece y ¿quién te ha dado el permiso para que te sientes en un trono que no te pertenece? Solo yo, que ostento el título de Faraón  de los dos Egiptos puedo ocupar ese lugar, ¿acaso  ignorabas a quién pertenece esta joya?, pues me pertenece a mí y sabes perfectamente mi nombre, soy Hatshepsut, hija del faraón Tutmosis y de su gran esposa real Ahmose, mis padres gobernaron en el antiguo Egipto. Mi padre me regaló este collar para que formara parte de mi ajuar y así quedar cómo testimonio en el mundo y en el origen de los tiempos.
Tú has roto el orden que mi padre creó, esta joya sólo pertenece a mi ajuar funerario, pero como has dado muestras de que te gusta mucho, te doy la oportunidad de poder llevarla para toda la eternidad, puesto que para eso fue diseñada, tienes mi permiso para que te postres al pie de mi tumba para siempre y así ya no tendrás más oportunidad de usurpar a nadie.
    Soy una niña — dijo llorando para conseguir el propósito de no ser castigada, pero aquella voz la mandó callar:
— Tú nunca has sido una niña, sólo eres sencillamente la perdición del que te conoce, ahora debes tener muy presente de que nuestra civilización siempre fue muy estricta con las reglas a seguir, por lo tanto, debes aguantar una eternidad acompañada por un gran dolor, ¿sabes que me dejas muy consternada?, ¿quién te instruyó para que pudieras perpetrarsemejante hurto? ¿Habías olvidado acaso que en nuestra civilización nadie puede lucir una joya que no haya  sido diseñada en exclusividad para aquella a la que fue concebida?
Eladio, comenta en voz baja:
    Es solo una niña.
Entonces dijo Matilde:
— No Eladio, es un monstruo, nunca te fíes de las falsas apariencias. Pero Eladio, ¿quién te contrató para hacer ese trabajo? Fue a través de Internet y aceptas así como si nada un trabajo que no sabes  de donde procede.
Poco después los dos amigos se vieron envueltos en un mundo lleno de penumbras por donde comenzaron a caminar con pasos perdidos. Así anduvieron tanto que ni ellos mismos supieron a donde se dirigían, ni cómo empezar de nuevo  a buscar trabajo y cazar a los hipotéticos culpables de unos  crímenes que habían  quedado sin resolver.


                                                  Tutmosis I


                                                 Hatshepsut


                                Ahmose