jueves, 23 de junio de 2016

¿Puede ser arte? (1ªparte)



Habían pasado cinco años desde que no cogía su apreciado lápiz de carboncillo, con él solía  dibujar los rincones más emblemáticos con la técnica que sabía dominar mejor que nadie, la mano alzada.
Después de tanto tiempo y de haber abandonado la pintura voluntariamente; un día Anna decide que había llegado la hora de volver a volcar toda su imaginación en ese lienzo en blanco que se encontraba olvidado en el desván de su casa.
No sabía de donde le podía venir pero desde hacía unos días estaba oyendo una llamada silenciosa que le pedía que volviera a volcar toda su imaginación en pintar un cuadro que fuera tan bello en su contemplación que le hiciera resarcirse del tiempo perdido. Aquella voz silenciosa que no dejaba de oír le repetía que aquel lienzo olvidado necesitaba ser pintado, pero a su vez le exigía que de hacerlo tenía que ser algo muy especial, algo que estuviera lejos del llamado “arte popular”, que no son capaces de llegar a transmitir nada interesante al ser contemplados; por lo tanto debía poner todo su empeño en sacar todo lo que sabía que circulaba por sus venas.
Aquella tarde se mostraba gris y enfermiza, Anna  no sabiendo cómo acabar con el tedio que le invadía, de repente se sintió empujada por una fuerza  poderosa que le obligó a subir al desván con temor, sintiendo un zumbido en los oídos que le puso furiosa
Una vez dentro de aquel habitáculo que tantos sinsabores le hizo vivir, recordó cuando se encontraba ante el caballete y no le llegaba la inspiración deseada. En aquellos momentos el desván se encontraba en penumbra; antes de correr la cortina que cubría la claraboya para que no entrara mucha luz, Anna nada más entrar, sintió cómo si la estuvieran esperando, miró con recelo a su alrededor y al no ver a nadie,  se dió cuenta de que había estado nada menos que cinco años equivocada al esquivar lo que era una realidad que sabía emanaba desde lo más dentro de su ser.
Titubea antes de sentarse en el taburete, coge el lápiz, lo pasea entre sus dedos indecisos, en ese instante siente que el lápiz se desliza por el lienzo dominando los movimientos de su mano, mientras tanto,  su mente le obliga  a hacer trazos extraños teñidos de colores que le trajeron a la memoria paisajes soñados de los cuales nunca pudo llegar a discernir el motivo por el cual se habían enquistado en su memoria.
De pronto y sin motivo aparente, al mirar aquel boceto que creyó haber terminado, le encontró algo que no le satisfizo, con rabia lo tiró a la papelera, y lo  reemplazó por otro en el caballete. Comenzó de nuevo a dibujar, su mano era ágil cómo siempre, mientras iba configurando la obra, aparecía sin saber  que lo había pintado, en  el centro del cuadro una guarida, el lienzo ante esta observación empezó a moverse onduladamente cómo si le estuviera dando un ataque de risas, parecía decirle de que al fin  estaba logrando su sueño, pues necesitaba ser admirado por todo el mundo por su contenido.
En unos instantes, todo pareció cambiar, todo lo que había pintado Anna cambia de estilo, derivando la pintura hacia un estilo poco común. Se queda, por unos instantes anonadada, era inverosímil lo que estaba contemplando y, vuelve a mirarlo aún con mayor incredulidad, no podía creer que aquella pintura hubiera salido de su mano.
Estresada por la rara emoción que le produjo este descubrimiento, bajó precipitadamente las escaleras, pero al bajarlas siente una opresión claustrofóbica, era como si los pulmones se le hubieran comprimido en la cavidad torácica impidiendo la ventilación.
Cuando entra en el salón y antes de mirar en la estantería de la biblioteca el libro que deseaba consultar, se sienta en el sofá, asustada  desconoce el estado en el que se encuentra su desasosiego, sólo sabe que le faltan las fuerzas  para poder ponerse en pie.
Cuando se encontraba recuperada ante la estantería, pudo observar asombrada  que había una hornacina. Se pone la mano en el pecho, las palpitaciones se hacían a cada instante más y más intensas, mira más calmada, la hornacina se encontraba vacía, pero, para su horror se encontraba pintada en el color de la carne del cuerpo humano, entonces pudo ver que en el fondo apareció espontáneamente la palabra ÉGIDA.
Anna después de leer aquella palabra parece paralizarse, aquella frase en griego significaba, tempestad o piel de cabra,  Anna ante este descubrimiento se espanta, ¿qué estaba sucediendo en su casa?, pues sabía por la mitología que  Zeus con la Egida lanzaba rayos, pero aún se intranquiliza mucho más cuando recuerda que esa palabra también puede significar flecos de serpientes…

Continuará...

 




martes, 14 de junio de 2016

Semáforo (final)

Mira de nuevo, se detiene unos instantes para contemplar aquel rostro…aquel rostro…pero no por eso flaqueó.
Anna reaccionó y entonces supo el por qué hizo lo que hizo, pues había seguido las pautas de las ondas energéticas que nos trasmiten los pensamientos, ya no se encontraba perdida. Se encontraba justo en medio del bien y del mal.
Se asoma de nuevo a la ventana, abajo seguía la sin frenética sinrazón que a veces invade al ser humano ante lo que se ignora, de repente todo cambió cuando desde su ventana Anna pulsó un interruptor que hizo funcionar los semáforos.
Todos ignoraban que Anna fue la causante de aquel atasco, poco después la policía metía en un furgón celular a cuatro terroristas que esperaban para perpetrar un atentado en una cafetería a la hora punta.
Anna mira de nuevo por la mirilla, sonríe, abre la puerta:
 —He venido a decirle…— su voz se interrumpe— su sonrisa es contagiosa.
Ante ella se encontraba  el policía que una vez a su lado también empezó a reír, mientras le decía:
 –Señora, estas risas suelen curar las enfermedades del alma.
Anna le invita a un café, después de una conversación insulsa y, cuando daban el último sorbo al café Anna, con gran simpleza le dice:
—La gangrena a veces anida en  seres despreciables que la  siguen  cómo si fuera un sendero que los conduce poco a poco hasta regiones limítrofes con el infierno; y todo es tan simple como  ambicionar sólo poderes materiales.
Él la miraba con la lascivia propia de un descerebrado, ella sabía que no era el  policía que decía ser, sus ojos tras las lentillas de camuflaje, disparaban fogonazos de fuego.
Anna parecía estar esperando algo mientras con la conversación intentaba distraerlo. En unos segundos la habitación se convirtió en un congelador; se abre la puerta y aparecen tres espectros que se dirigen al falso policía. Él comenzó a temblar, pero no era del efecto del frío helador, era que se estaba viendo así mismo, pues era tan zafio en su raciocinio que al poner la bomba en la cafetería no supo manipular el dispositivo y  le explotó en las manos.
Ahora era igual que sus víctimas, una piltrafa, un cadáver, pero  él no tenía a nadie que le echara de menos, pues quedaría para la eternidad  sólo como  un delincuente,  jamás nadie lloraría su muerte.
La habitación de repente desapareció, un grupo de policías subía y bajaba precipitadamente por las escaleras husmeando el edificio que se encontraba semiderruido, una voz dijo:
 —Aquí no hay nadie, ya se puede tapiar la puerta.
Desde aquel día Anna durmió tranquila el sueño de los justos.





viernes, 3 de junio de 2016

Semáforo (1ª parte)



Hacía tiempo que no se encontraba tan relajada, vivía dónde siempre había querido vivir, era un apartamento pequeño pero elegante con su sello personal, se encontraba ubicado en un antiguo edificio en el centro de la ciudad y frente a su ventana, a la que tanto le gustaba asomarse, se encontraba un gran parque sembrado mucha variedad de plantas que le daban  sombra; los abetos, plataneros y muchos más árboles.
Aquella tarde en la que Anna se encontraba asomada a su ventana parecía estar mejor que nunca. Mirando la calle se sentía feliz sobre todo al saber que no formaba parte de aquel colectivo que caminaba con frenesí, sin ni siquiera cruzar una mirada con el que pasa rozando su brazo, dando codazos tan sólo para llegar al paso de cebra unas décimas de segundos antes que el semáforo se pusiera en rojo.
Anna se mira las manos, sonríe, su sonrisa era ambigua, cómo casi todo lo que  había hecho en su  vida, su edad también era ambigua, unas veces aparentaba tener menos edad de que en realidad tenía, pero cuando llegaba el temido invierno para ella, su aspecto era tan diferente que ni ella se reconocía.
Hacía unos días que no cesaba de tener una pesadilla tras otra, por la mañana al levantarse algunas veces ni siquiera se atrevía a asomarse a su ventana.
Una de esas noches de tenebroso insomnio en un impulso se levantó de la cama, salió a la calle atravesó el paso de peatones y se adentró en el parque; la brisa era desapacible, la copa de los árboles se mecía, los rosales, gladiolos y las dalias parecían despertar a su paso para mirarla, la gravilla que rodeaba los parterres crepitaba bajo sus pies al ser pisada.
Un resbalón la obliga a sentarse en uno de los bancos, todo era silencio y soledad, no había nadie que corriera hacia el paso de cebra para coger el semáforo en verde.
Se levanta del banco cuando empezaba a amanecer, el jolgorio de los trinos de los pájaros  al despertar la puso de mal humor.
Cuando va de regreso a su precioso apartamento, da un rodeo para pararse en cada uno de los postes que va encontrándose en su camino y que sostienen los semáforos. Poco después entra en su casa, se toma una taza de café y se acomoda cómo solía tener por costumbre en la ventana. Anna se distrae viendo aquel frenesí que se sucedía día tras día.
Un golpe a chapa machacada hace que los viandantes vuelvan la con curiosidad, un autobús urbano se había llevado por delante el maletero de un coche aparcado; los dos conductores emprenden una acalorada discusión  hasta ver llegar a un policía, de nuevo se hace oír otro golpe, que hace parase en seco a los que corren acelerados hacia su puesto de trabajo.
Ante tanto encontronazo se forma un terrible caos,  las gentes no cesaban de correr de un lado para otro desorientadas ante el ruido que hacen las sirenas de los coches policías, llegan más policías motorizados, por el reloj del parque los minuteros marcaban las diez de la mañana, ya nadie corría  ni miraban sus relojes, las horas pasaban y no habían llegado a sus puestos de trabajo, siguen llegando vehículos de los servicios del Ayuntamiento y  grúas para retirar los coches siniestrados. Mientras tanto, las bocinas de los coches con los conductores cabreados no dejan de clamar vía libre para seguir circulando.
Estaba llegando la hora de comer pero la aglomeración parecía estar en su más álgido momento, los conductores se bajaban de los vehículos  dejándolos abandonados, ya nadie pensaba en ir a trabajar y era imposible transitar por las aceras.
El parque se llenó de improvisados paseantes, las rosas abrieron sus pétalos para obsequiarlos con su aroma para que no se sintieran tan desesperados, la brisa que mecía las copas de los árboles desprendía su sabia sobre ellos haciendo de benefactora calma.
Anna sigue expectante desde su ventana pero algo de repente cambió y los árboles del parque se encresparon con una gran agitación, el viento empezó a ser virulento presagiando una tormenta.
Anna se impacienta, había oído pasos ante su puerta, miró tras la mirilla y vio el reflejo de la luz de una linterna.