miércoles, 10 de febrero de 2016

Las torretas del jardín (1ª parte)

¿Hola… hay alguien?
Cada vez que Anna iba a la casona de campo, al abrir la pesada verja sentía sensaciones extrañas, y cuando se encontraba en la puerta, nada más abrirla hacía cómo  siempre y, por costumbre  la misma pregunta, una pregunta sin respuesta, pues sabía que no había nadie que pudiera contestar, pero para ella era como un rito, pues  lo hacía para cerciorarse de su soledad que desde hacía un año buscaba para sosegar su alma.
Atraviesa el zaguán, sube hasta el primer piso, entra directamente a su alcoba abre el maletín de mano que era el único equipaje que llevaba cuando iba a la finca, saca un libro el cual pensaba leer en el paradisiaco silencio del jardín. Era un día de otoño precioso, allí en aquel entorno entre olivos y madroñeros se sentía  relajada, pues creía que era el sitio ideal para desprenderse de todo aquello  que le molestaba.
Aquella finca la había recibido su abuelo como herencia de un pariente que nunca llegó a conocer, pero al ser la herencia legal en aquel extraño testamento donde los documentos sin duda alguna eran originales con la firma del donante incluido el sello del notario.
 El abuelo, después de recibir aquel legado no sin tener algunas  reservas, pronto supo que hacer de aquella finca y de aquella casona vieja del 1800, pues la transformó en una magnífica estancia donde toda la familia se sentía feliz disfrutando del paisaje extremeño en los meses de verano.
Anna abandona la casa para dirigirse al jardín, con el libro bajo el brazo y una botella de agua sube las escalinatas de granito sintiéndose afortunada al percibir en sus fosas nasales el agradable aroma que desprende la tierra húmeda después de que ésta hubiera soportado una tormenta el día anterior. Aquel entorno siempre le fascinó, el jardín es uno de esos jardines que están diseñados para el uso y disfrute de los dueños. ¿Pero quienes fueron los primitivos  dueños?
Anna se encamina hacia su lugar preferido, un banco de piedra que circundaba junto con otros más del rectangular espacio que guarecido por un bello enrejado parecía una bandeja de jugosas frutas, del mismo material  del banco una mesa  que hace de soporte a la botella de agua, bebe un sorbo su mirada parece perdida, su cabeza pensante como era por costumbre en ella, desde hacía un tiempo era incapaz de discernir lo que le angustiaba, pero allí en aquella soledad sentía que no había motivos para la lucha con la que  hacía tiempo estaba conviviendo, cierra los ojos y, quiere pensar que la naturaleza en esos momentos era su aliada.
Abre el libro, pero algo le impide que se centre en la lectura, entonces empezó a sentir frío, se cubre con el chal, su mirada melancólica le hace contemplar el jardín que desde siempre le había producido una rara atracción, ese día lo veía más que nunca enigmático, y decidió al no centrarse en la lectura analizar toda su flora y ornamentación.
La vereda se encontraba cubierta por un manto de hojas amarillas, crujientes que al ser transportadas y arrastradas por la brisa crepitaban con ese ruido característico que hace creer que arrastran algo pesado, Dirige su atención al centro del jardín donde se encuentran cuatro torretas o monumentos  funerarios orientales, con el aspecto ennegrecido  por su larga exposición a las inclemencias del tiempo.
A Anna nunca no supo cómo por primera vez se le había ocurrido preguntarse el por qué se encontraban allí aquellas horribles torretas y si eran monumentos funerarios que estuvieran guardando restos de los antiguos propietarios… Anna empezó a hacer elucubraciones que creyó eran acertadas, si, no ¿Qué motivos imperantes había para que fueran llevados desde Corea? Sus pensamientos son irrumpidos por el ruido de unas pisadas, se sobresalta, mira a su alrededor, pero no ve a nadie. Sigue con sus cábalas sobre los motivos que pudieran haber tenido los primitivos dueños de aquella finca  para trasladar estas piras funerarias desde tan lejanas tierras hasta Extremadura y sólo para  que fueran ubicadas en el centro del jardín. Alguna razón poderosa tenía que haber. Pues hasta dónde ella podía llegar en lo que sabía de historia los aguerridos conquistadores extremeños no llegaron hasta esos confines.
Anna no encontraba la lógica.
Empezaba a anochecer una brisa cada vez más fría enrareció el ambiente, se levanta para entrar en la casa, pero cuando intentó abrir la verja para salir del jardín algo inusual le llamó poderosamente la atención que le produjo una convulsión que la dejó paralizada. De aquellas torretas  y por sendas ventanitas  o huecos, empezó a salir un humo de color amarillo, denso que, parecía tener una textura gelatinosa, este fenómeno inexplicable en unos momentos empezó a fundirse formando un grupo compacto que parecía una familia.
Los contempla, su cabeza no parecía querer tener conciencia de lo que estaba presenciando, era cómo una de esas representaciones pictóricas donde el pintor traduce con los rasgos de su pincel,cómo es la felicidad. Anna cuando reacciona la primera intención es la de salir corriendo, pero algo invisible y poderoso se lo impide, pues sentía los pies pegados al suelo, ante este desconcierto que siente el libro se resbaló de su mano, pero antes de llegar al suelo ocurrió algo inesperado mágicamente el libro voló hacia esos seres que lo recibieron con júbilo, la figura que parecía ser la dominante de aquel grupo les manda callar, abre el libro y, como un maestro rodeado de sus discípulos comenzó a leer en voz alta.
Pero Anna no sospechaba que aún le aguardaba muchas más visiones incomprensibles.

La lectura estaba siendo narrada  en el idioma coreano con voz melodiosa.



Continuará...



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