lunes, 25 de enero de 2016

Hola queridos lectores:
Perdonadme por el retraso en publicar en mi blog pero además de un problema informático, he estado muy ocupada con la presentación del segundo libro de relatos, con las dedicatorias y muy inspirada en mi segunda novela, con lo cual ha sido imposible publicar en el blog.
Os prometo que a partir de ahora publicaré más a menudo.
Un abrazo.




Ermita de San Jorge


Aunque nunca supo confirmar la razón por la cual vagaba por los campos cacereños en una búsqueda  insistente.
Anna, una mañana de domingo y cuando rodaba con su utilitario por la carretera Cáceres-Badajoz su coche se paró producido por una avería extraña, después de intentar averiguar que había podido ser el causante de semejante interrupción,  decidió abandonar el vehículo.
Sin rumbo fijo, se adentró por vereda que la guió hacia un torreón o fortín  llamado Torre de las Mogollonas; ilusionada por tan especial hallazgo pasa por una supuesta puerta configurada por dos pivotes de piedra que en su día lucía pintada de cal blanca, al entrar se vio ante unas ruinas tétricamente abandonada que aun así, habían sabido conservar la esencia de su señorío a pesar de hallarse en los brazos de un abandono injusto.
El torreón, aún erguido, parece seguir avistando el horizonte, ¿o tal vez espera ilusionado que la historia no lo olvide? Anna mientras recorre el recinto pisa con cuidado  los cascotes que siembran el suelo, sus pisadas son respetuosas, cómo si  fueran un homenaje póstumo a su glorioso pasado.
Anna sale con el corazón encogido ante tanto abandono injusto, estos monumentos están condenados  al olvido siendo como son nuestros maestros que  con sólo su presencia nos cuentan cómo fue nuestro pasado.
Camina por la vereda, la hierba seca se va enredando a cada paso en sus pantalones, el sol de abril empezaba a calentar aquella llanura, cuando cree ver una edificación casi oculta, su primera impresión fue la de que era un mausoleo, acelera el paso, aquel enterramiento  o lo que fuera, parecía llamarla. Cuando se encontraba cerca, lo primero que ve es una charca que se adentra en la edificación por una hermosa arcada, ansiosa por descubrir algo más busca una entrada husmeando como un sabueso, al fin encuentra una oquedad, entra en el recinto y su cuerpo quedó varado cómo una barca en el arenal de una playa. Cuando reacciona, sus ojos no podían dar crédito a lo que estaban viendo, todo allí en aquella ermita llamada de San Jorge desprendía arte y belleza, pues el pintor extremeño Juan de Ribera, había sabido quedar grabada su sabiduría pictórica con generosidad, pues no había pared,  bóveda o dintel que  hubiera olvidado el pintor en su decoración.
Allí, cómo si un pedazo de cielo se posara, se encontraba casi todo el santoral. Anna no mira, sólo pasea sus ojos con admiración.
De repente descubre algo sobrecogedor, y entonces con frenesí busca los detalles de las pinturas, todas se encontraban estigmatizadas, allí había estado una mano asesina de lo bello, haciendo estragos en el recinto.
Anna sigue con su contemplación sin percatarse de la inminente oscuridad, y de que el campo empezaba a cobrar vida, los búhos ya se habían encaramados en las copas de los árboles donde sus enormes ojos destacan en la penumbra.
Un rumor hace estremecer a Anna, eran voces discordantes que parecían acercarse, Anna aterrada pudo saber que se trataba de una pandilla de vándalos que previstos de martillos y machetes se disponían a diezmar un patrimonio que a todos nos pertenece, los comentarios obscenos se sucedían contra aquel recinto que un día fue sagrado, y donde los caballeros que defendían nuestro feudo antes de partir  para luchar en el campo de batalla entraban en aquel pequeño lago  erguidos en sus monturas para ser bendecidos  por el Creador.
Después de un insoportable griterío blasfémalo, algo pasó, pues todo aquel júbilo cesó envolviendo a la ermita con un silencio sobrecogedor.
Todo debió acontecer cuando uno de aquellos vándalos, con cincel en mano  intentó cegar la figura de Jesús, y que desde la apariencia de pintura los miró a los ojos con benevolencia. Ante este milagro, los desalmados huyeron despavoridos cómo si los persiguiera el diablo, pero no era ese el caso, pues la huida era producida por haber contemplado los ojos de Dios.
Anna al salir de la ermita con las primeras luces del alba miró hacia la pintura que representaba al Señor y vio que le sonreía.
No podemos olvidar la belleza de esta Ermita de San Jorge que como muchas otras se encuentran en nuestro entorno y son nuestra herencia  por lo tanto, es de derecho legítimo el que lo disfrutemos con su contemplación.

Muchas personas sabemos que es importante  no perder nuestras raíces.
Sería bueno que nos uniéramos en un solo afán y un solo sentir como el de concienciar a los responsables de nuestro patrimonio. Que los hagan salir del olvido llevando ¿por qué no? A  excursionistas que por tan sólo un euro pudieran hacer senderismo y al mismo tiempo poder visitar nuestros monumentos.
De este modo y manera podríamos recuperar del olvido nuestro pasado.



Fuente: minube.com

Fuente: hoy.es

Fuente: hoy.es