martes, 13 de diciembre de 2016



EN LA VIDA HAY QUE SEGUIR CRECIENDO, PORQUE SI NO LO HACES, NUNCA ALCANZARÁS TUS OBJETIVOS.


FELIZ NAVIDAD PARA TODOS Y QUE LLEGUE ESA PAZ QUE ILUMINE VUESTRO CAMINAR.





La pirámide de La Luna (2ª parte)

Anna sigue escuchando y poco después se produjo un aparentemente silencio.
En esos momentos recuerda aquel pequeño fragmento de cráneo que recogió del suelo y que había guardado, se encontraba tan alterada que no recordaba dónde lo había puesto, busca en su mono de trabajo, pero no estaba, con ansiado nerviosismo lo busca dentro de su bolso, respira hondo, allí se encontraba el fragmento de cráneo. Al cogerlo escuchó una risa infantil que la hace estremecer, intenta calmarse, de nuevo echada encima de la cama intenta convencerse de que todo lo sucedido en aquella habitación era consecuencia de un mal día, cierra los ojos, no quería dar pábulo a sus pensamientos pues no podía ser realidad lo que estaba imaginando.
Aquel amanecer parecía resistirse y ante la perspectiva de no poder dormir, cierra los ojos, quedándose poco después profundamente dormida, cuando despierta, mira el reloj, se sobresalta, ¿Cuántas horas había dormido?
Eran las doce de la noche, no supo cómo lo hizo pero, se dio una ducha rápida y siguiendo un incoherente impulso, pidió un taxi, supo que su corazón se encontraba acelerado, pues intuyó que el destino la llamaba sobre su voluntad.
Se encontraba acomodada en el taxi cuando presintió que una energía misteriosa parecía querer advertirla que fuese cauta, pues a su alrededor se podían estar urdiendo acontecimientos que podían determinar su futuro. Sin motivo aparente el taxi se paró en medio de una calzada deshabitada, para Anna era imposible de imaginar pero al lado del conductor se había sentado un hombre vestido con rico atuendo Inca.
Cuando llegan a la Calzada de los Muertos, el personaje se apea del taxi y en esos momentos y parada ante la inmensa longitud de la calzada, siente que allí reinaba una engañosa calma que le hizo pensar que podía ser el preludio de algo nada agradable a pesar de que ignorar el porqué; la atmósfera que allí se respiraba era tan tensa que hasta se podía cortar con el filo de una daga.
Cuando reaccionó, miró a su alrededor y tan solo pudo ver difusamente que al final de la Calzada, cómo aquel raro personaje que vestía con un ropaje suntuoso le hacía señales para que le siguiese, Anna dudó ante esta actitud, pero  la única opción que tenía era la de obedecer, al pisar la calzada volvió a oír el mismo sonido que días antes le había hecho temblar y retroceder. Ahora se encontraba indecisa y dudaba si debía caminar por aquella calzada al no saber que podía pasarle si de nuevo pisaba aquella tierra removida por la erosión de los tiempos.
También pensó que  los duendes del infortunio podrían estar confabulándose para colocarle obstáculos que podían ser para ella infranqueables.
De nuevo pudo oír la risa de niño, toca el bolso, lo abre y saca el pequeño fragmento de la supuesta calavera que el día anterior había desenterrado.
Mientras tanto Anna seguía con aquel pedacito de hueso en la palma de la mano cuando de nuevo volvió aquel aparente silencio mientras empezaba a caminar por aquella ciudad desierta donde los edificios  son monumentos funerarios que guardan restos humanos.
Al fin se decide y camina con pasos inseguros, a pesar de que no le asustaba para nada aquella necrópolis, pero si se sobresalta cuando cree escuchar algo parecido a un mensaje que desconocía su procedencia y fue entonces cuando empezó a sentir pánico cuando sus pies empezaron a gravitar sobre la tierra hasta acercarla a la pirámide de La Luna, de pronto como si para ella fuera algo vital, siente enormes deseos de escuchar aquellos silencios que no pudo descifrar a pesar de poner toda su energía en ello,  estaba segura de que hasta su cerebro llegó la voz angustiada de una madre que pedía clemencia para su hijo, un hijo que estaba predestinado por los dioses para que fuera el rey de Teotihuacán.
Una vez junto a  la pirámide siente, que los pies se encuentran en el suelo, entonces cree encontrarse en un terrible dilema,  no sabe cómo entrar en ella, pues el personaje que vio en el taxi había desaparecido. Entonces, ensimismada contempla la monumental estructura y supo que a ella sola le iba a ser imposible entrar, pues necesitaba  buscar de dónde provenían aquellos sollozos de aquella madre. Mirando aquella imponente mole, piensa que le iba a ser muy difícil analizar desde el suelo la forma de entrar en ella. Su asombro creció, pues aquella pirámide estaba formada por al menos siete edificios, Anna seguía perpleja, nunca vio nada que se le asemejara, pues las torres se encontraban configuradas por aquellos siete edificios o torres, encontrándose todas ellas colocadas uno encima de otra en perfecta conjunción, tanto que parecían estar todas envueltas de manera mágica como la piel de las capas que envuelven las cebollas.

Desorientada después de haber hecho un pequeño análisis de aquella maravilla y sin saber qué hacer, se sienta en una de las piedras que forman el basamento de la pirámide para descansar y pensar. Poco después, aquella piedra la sobrecoge, pues empieza a moverse bajo su cuerpo, se levanta de un brinco y alguien pronuncia su nombre, cuando busca con la mirada de donde podía salir aquella voz, la piedra donde poco antes se había sentado se hizo a un lado dejando al descubierto una oquedad por donde Anna penetró.


Continuará...





miércoles, 16 de noviembre de 2016

La Pirámide de La Luna (1ª parte)

Aquel día Anna con aspecto cansado entró en el Hall del hotel donde se alojaba desde su llegada hacía dos meses a Teotihuacán, siendo miembro de un grupo de arqueólogos,  el cual tenían como objetivo realizar unas excavaciones de una civilización casi olvidada.
Anna fue la impulsora de que se podía sacar a la luz algo importante para la investigación, pues siempre tuvo la intuición desde que allí donde tenían previsto escavar, había algo que le daría prestigio al grupo de arqueólogos al que pertenecía.
Pero después de remover un día y otro la tierra y, al no encontrar nada que valiese la pena catalogar, el grupo empezó a notar cierto cansancio que era poco habitual en ella.
Esperando el ascensor, se toca la frente preocupada, era la primera sensación de agotamiento  que sentía desde que salió de su Cáceres natal.
El yacimiento en el cual se estaba trabajando, tan sólo se encontraba a unos cuarenta kilómetros de la capital mexicana, antes de terminar el trabajo, y visto de que allí no parecía haber nada relevante, parte del equipo decidió abandonar esa excavación para dedicarse a estudiar en profundidad las peculiaridades de la llamada la Pirámide de La Luna.
Ella decidió seguir con las excavaciones que estaban previstas al encontrarse cerca de la Calzada de Los Muertos, esta ciudad estaba denominada por los historiadores cómo Prehispánica de Mesoamérica. El primer día de trabajo en soledad lo dedicó a inspeccionar una parte del terreno que aún no estaba analizado, después de un minucioso trabajo, desilusionada supo que allí no había indicio alguno de enterramientos que pudieran aclarar los muchos años que aquella civilización estuvo oculta.
Como resultado, fue uno de esos días donde a falta de sorpresas, llegaron las desilusiones después de haber estado trabajando muchas horas bajo un sol implacable que al calentar con sus rayos la pirámide, ésta transmitía un intenso calor a su alrededor.
Anna se sienta en el suelo abatida por la desilusión, no percibiendo un leve temblor, que dejó al descubierto un pequeño fragmento de cráneo que roza con la mano, cuando distraída acariciaba la tierra, instintivamente, la cogió del suelo, y después de echarle una fugaz mirada se lo guardó en el bolsillo del pantalón, poco después la desgana de Anna contagió a los cuatro colegas que quedaron junto a ella al encontrarse con la moral por los suelos, comentaron, de, que allí no había nada que valiese la pena desenterrar.
Una hora más tarde y cuando se encontraba en la habitación del hotel, sintió su cuerpo exhausto, después de echar una ojeada a los planos, se dejó caer encima de la cama; la escasa luz del atardecer dibujaban sombras fluctuantes mecidas por las cortinas de la ventana abierta.
En ese preciso momento en el que su mirada se perdía entre las sombras proyectadas en la pared, siente que se encuentra extrañamente relajada, de repente el timbre del teléfono le sobresalta, haciéndole salir de su letargo, era un sonido raro, o, al menos eso fue lo que le pareció percibir al encontrarse indolente. Se incorpora, pero inmediatamente decide no contestar, en esos momentos tan sólo pensaba en limpiar con urgencia de su mente cualquier intromisión, sólo deseaba descansar.
Pero de nuevo el teléfono comenzó a sonar, esta vez con un tono mucho más alto de lo habitual, malhumorada, lo descuelga, una voz extraña al otro lado se hace oír que le hace estremecer, cuando está a punto de colgar, pudo escuchar que se acercaban a ella un rumor de pasos que parecían inseguros, que no logró entender, pues allí no se encontraba nadie más que ella, cuando intenta recuperar la calma, esos pasos se hicieron más audibles a cada segundo que transcurría haciéndole recordar el día en que llegó a Teotihuacán y que pisó  por primera vez la Calzada de los Muertos, estaba segura, era el mismo sonido que ella creyó haber provocado al pisar aquella larga calzada; por eso, en el  instante en que oyó el ruido de sus propios pasos decidió desistir  el acercarse hasta la pirámide de La Luna.

Aquella noche fue para ella, una noche oscura que no le dejaba conciliar el sueño, en su duermevela, le pareció escuchar una rara conversación que, estaba segura no provenía de la habitación contigua y, decide, no intentar más la ardua tarea  de dormir, se incorpora, aguza el oído, en aquella rara conversación parecían intercalarse voces donde predominaba la voz de mujer. Anna tan sólo dedujo que los hombres estaban siendo advertidos de que se debía callar lo que había sucedido y  no era oportuno que saliera a la luz.



Continuará...



martes, 18 de octubre de 2016

La expedición (final)

 El amigo al verlo tan afligido lo mira con atención mientras apoyaba los brazos en aquel  velado manchado, redondo y con encimera de imitación a mármol, lo miraba, sí,  pero eso fue todo, pues  en su contemplación disimulaba el no haberle puesto atención y con un gesto de su mano se solapa la ficticia atención con la intención de obligarlo a que siguiera  expulsando lo que llevaba dentro.
Para Anna cada segundo que pasaba escuchando sabía que estaba ejerciendo de espía, sin sentir vergüenza, pues esperaba con ansiedad que uno de los dos pronunciara una sola frase importante que pudiera sacar algún rédito para ella.
Pero algo interrumpió el magnetismo, un teléfono empezó a sonar, haciendo que los dos jóvenes dejaran de hablar. Cuando retornan a la conversación dijo Juanjo:
    No sé cómo pudimos hacer lo que hicimos, dime Paco, por primera vez sé sincero conmigo.
 A Paco le temblaban los labios mientras decía que solo pudo ver que cuando intentaban sacarla  de aquel agujero  ella parecía no querer salir, pues se encontraba  aferrada a la correa de su mochila, con ese gesto le  pareció que la  protegía con su vida.
    ¿Y no se te ocurrió  preguntarle cómo se encontraba?
    No sé que fue lo que me pasó cuando la vi quieta en aquel agujero, sí que tuve la sospecha de que algo había descubierto y no quería decirlo pues ella sabía que teníamos un código de que si alguno descubría algo nos concernía a todos. Anna escuchaba con tanta atención que no supo cómo se vio en un minuto envuelta en un tumulto de gente que alborotados bailaban entre las mesas; eran bailarines habituales  que amenizaban las terrazas. Anna dirige su mirada hacia los jóvenes y descubre que uno de ellos permanecía sentado con una sonrisa que parecía a medio gas, se encontraba impávido, lo mira de nuevo para cerciorarse de que no era una sonrisa natural, y fue cuando supo que su acompañante había desaparecido, mira al suelo al notar sus pies húmedos, estaba pisando un charco de sangre. Mira de nuevo al hombre de la sonrisa impávida y siente que sus nervios se crispan al ver que algo asomaba por su boca abierta, se remueve en la silla, la gente parecía ignorar lo que le estaba sucediendo, se levanta, se acerca para ver qué tenía en la lengua, pero una voz tras ella le dice:
    No la toques, esa esmeralda está maldita.
Anna se aleja de la terraza con pasos titubeantes, cuando atravesó el parque la bocina de un coche le alerta de que estaba atravesando la calzada indebidamente, cuando llega al portal de su casa al entrar una mano fuerte se lo impide, era uno de los jóvenes de la terraza:
— ¿Estabas escuchando acaso nuestra conversación?
La voz de Anna sonó  serena como si no hubiera visto ni oído nada.
—Yo solo he tomado un refresco.
El joven le dice:
    Creo que ya tienes decidido el argumento de esa historia que tantas veces comentaste querías contar “Anna”  pero no has pensado que el final de este cuento  puede que te resulte un poco complicado, sobre todo cuando relates aquella caída “fortuita” que tuviste ¿Qué fue lo que guardaste en tu mochila que utilizabas como bolso?
— ¡Yo no sé quién eres, no te he visto en la vida!
Y al entrar en el ascensor Anna sacó de su bolso el bolígrafo que cómo un garfio se clavó unos minutos antes en su palma de la mano, con él amaga  al hombre, éste la mira y se  ríe, poco después ese hombre antes de salir del ascensor,  tenía la misma sonrisa impávida que el hombre de la terraza.
Cuando Anna entra en su piso cierra la puerta con un portazo, apresurada se dirige al escritorio, una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro, la esmeralda se encontraba donde ella la puso.
 Poco después entra en el cuarto de baño, necesitaba refrescar su cara. Cuando ante ella aparecieron  aquellos dos jóvenes que parecían esperarla. Entonces fue cuando supo  lo que pasaba, pues ante lo real no puede haber trucos, porque ni aquellos dos jóvenes, ni tampoco ella eran unos jóvenes cualquiera, ninguno del grupo pudo salir con vida de aquella selva venezolana.
¿Pero para qué Anna se hizo depositaria de aquella gema que ni sus amigos ni ella podían disfrutarla?
Aquel mismo día un Chamán hacía invocaciones para que aquella gema volviera a su santuario, para que los dioses siguieran protegiendo a su pueblo.
Por la noche una terrible tormenta descubrió un enorme socavón donde se encontraron cinco cadáveres,  eran los componentes de aquella expedición pero faltaba el cadáver de una mujer que dicen que se vio por última vez caminando por una tortuosa vereda de la selva venezolana abrazada a una mochila…
Su orgullo le impedía ver la realidad, como la de estar vagando sin rumbo por ese submundo que siempre despreció, aunque ahora se sintiera cansada por cargar con el peso de una gema que no le pertenecía.







sábado, 8 de octubre de 2016

La expedición (2ª parte)

Se horroriza al pensar que ella pudiera algún día formar parte  de ese submundo, dónde estaba segura de que nunca tendría cabida. Se mira las manos, unas manos que jamás habían probado un trabajo; y con toda tranquilidad, se dice para sí misma como si nada de lo que le rodeaba fuera importante, que nunca se sometería a seguir ninguna regla de juego que no fuera la suya.
Entonces decide escribir las sensaciones que estaba experimentando, saca del bolso un bloc que desde siempre llevaba consigo, lo pone encima del velador, busca un bolígrafo, pero no lo encuentra, nerviosa como una posesa rebusca por los rincones sin obtener resultado, abre una, dos cremalleras y cuando decide  voltearlo encima de la mesa con ira contenida por el contratiempo, siente un pinchazo en la palma de la mano como si se hubiera clavado un punzón afilado. De un tirón  saca a la superficie el bolígrafo y con gesto desafiante  mira a su alrededor, no deseaba sentirse observada, se remueve en el asiento al descubrir a dos jóvenes que se encontraban en el velador de al lado. Anna, mira sorprendida,  no podían ser los mismos que ella creyó que podían ser.
 Los jóvenes ajenos a lo que pensaba Anna mantenían una conversación que parecía interesante, Anna ante esta situación de desconcierto que sintió al mirarlos decide jugar al despiste. Necesitaba escuchar algún fragmento jugoso de aquella conversación para poder atar cabos y sacar conclusiones, pues  tal vez pudieran estar hablando de ella y si fuera esto cierto se podía ver en una situación difícil en el caso de que descubrieran algo que ella misma desconocía de sí. Pero a pesar de saber que se encontraba desmemoriada desde hacía tiempo, en ese caso estaba segura de que sabría cómo manejar este hipotético asunto. Entonces duda en abrir el bloc, aunque en esos momentos ya no lo creía  necesario,  porque se distrae ante aquel avistamiento urbano que le estaba brindando una oportunidad única y que supo con agilidad mental convertirlo  en entretenimiento disipando por unos momentos la angustia que le atenazaba.
Anna se pone tensa cuando intenta analizar la pregunta que formula uno de ellos.
—Dime la verdad Juanjo, aún estás a tiempo.
 Anna se remueve en el asiento, ese nombre… intenta calmarse, después de esa frase necesitaba más que nunca  saber qué se estaba cociendo entre los dos jóvenes. Entonces  los dos, como inicio de una disputa  empezaron a culparse el uno al otro, parecían no saber cómo aclarar un asunto que preludiaba ser escabroso, pues ambos en esta contienda parecían ser cómplices de una conspiración.
Entonces decide escuchar hasta el final, pues tenía que saber de qué se trataba todo aquello. La conversación empezó a subir de tono, sin darse cuenta estaban cambiando el registro de sus voces, esas voces que a Anna le parecieron voces inmateriales, sobre todo cuando empezaron a mezclar acusaciones mutuas jugando a confusión que parecía derivar en  amoríos inconfesables que Juanjo intranquilo, intentaba solazar con elegancia  y un toque de grandeza.
Anna agudiza el oído, no estaba dispuesta a desperdiciar ni un gesto ni una palabra que pudiera darle una pista que la llevara a esclarecer lo escuchado. Entonces  expectante mientras recupera  la compostura  que parecía estar perdiendo, supo que los jóvenes no parecían tener sospecha de estar siendo escuchados, pues con seguridad pensó se hubieran marchado inmediatamente de allí.
Se tranquiliza cuando uno de ellos pide al camarero que les sirva otro refresco. Anna ante este gesto templa los nervios, ahora tenía la certeza de que retomarían la conversación. Pues es sabido que ante una copa o un refresco cuando éste  se toma en compañía de un amigo, se puede reír, pero también es propicio para hacerse toda clase de confidencias si te encuentras deprimido, haciendo sentir una paz interior al saber que eres escuchado, disipando así cualquier duda que nos atormenta; es como si se estuvieras en un confesionario laico, donde se puede contar sin temor alguno tus cuitas a sabiendas de que éstas no se pueden difundir, pues lo que cuentas a un amigo es con la intención de  descargar todo aquello que angustia y oprime.
Uno de ellos saca una pitillera, enciende un cigarrillo, ignorando por unos minutos  a su compañero de mesa, su mirada es distraída, dando el aspecto de que se encontraba en otra galaxia. Anna contiene la respiración esperando la reacción que pudiera tener cuando dejara de mirar hipnotizado las volutas de humo que salían de su garganta ¿estaría pensando cómo terminar aquella conversación?
Anna  deja de observarlos y retorna a su anterior reflexión. ¿Para qué otra cosa pueda servir las cafeterías de las terrazas de verano, si no para que la gente se siente a hacerse confidencias? Por algo es la arteria principal de las ciudades, sin las terrazas las cafeterías en verano, no serían nada. El fumador seguía mirando al infinito, expeliendo con lentitud un humo que parecía estar nublándole la razón.
Poco después dice con voz impersonal:

    Quizás no lo sepas, pero siempre he sentido una gran curiosidad por saber algo de ella. Creo que aún la quiero — esta frase parecía aún más solemne, porque miraba a su amigo de hito en hito y al mismo tiempo pensativo — ¿supiste alguna vez que ella fue mi amor loquísimo y que cada vez que me encontraba cerca de ella la sentía como si fuera una incendiaria que me quemaba todo lo bueno que había en mí, sin importarle de que me quemara la autoestima haciéndome cenizas, para poco después verter el contenido del  cenicero al wáter?

Continuará...



sábado, 24 de septiembre de 2016

La expedición (1ª parte)

Anna aquel día se movía como gato encerrado por su apartamento, estaba irritable, se sentía con la moral por el suelo algo inusual en ella debido a su carácter dominante.
Ese amanecer, al despertar percibió en su cuerpo una extraña sensación y quiso auto convencerse de que tal vez aquel día le faltaba motivación para realizar cualquier tarea.
Decidida se dirigió a la cocina, enchufó la cafetera cómo cada mañana solía hacer. Cuando fue avisada por el pitido insistente de la cafetera que el café estaba hecho, se estremece inexplicablemente, llena la taza de café, se sienta y percibe con agrado su humeante aroma, entonces empezaron a desfilar por su mente pasajes desagradables, los culpables de que aquella noche fuera diferente a cualquier noche, pues había tenido uno de los sueños  más agitados que jamás hubiera podido imaginar.
Ante estas evocaciones las piernas le empezaron a temblar, los latidos del corazón se le aceleraron, se vio tendida sobre una piedra plana.
Y era ese sueño motivado por la caída fortuita que sufrió  en aquel pozo cuando se desvió unos metros de los componentes de la expedición.
¿Sería tal vez esa la razón de su desasosiego?
Pero, tan sólo fue un percance…Se asusta, no recordaba cómo había sido rescatada.
Ante esos flashes en su memoria Anna siente una convulsión que le absorbe la energía y si todo lo que le pasó fue la consecuencia de la  obsesión  que siempre tuvo por penetrar en las entrañas de la tierra. En esa caída —pensó— debí dar  con algo oculto, pero no podía recordar nada. ¿Y si la caída la llevó  hasta la misma puerta de Hades? Se asusta de nuevo ante estos pensamientos, aterrada desea  desechar de su mente aquel sueño que se había convertido en una horrible pesadilla.
Se asoma a la ventana, necesitaba con urgencia que la brisa de la mañana acariciara su rostro para que pudiera seguir respirando.
Hasta aquella noche no había vuelto a recordar nada, aquel día  que formó parte de aquella expedición que un grupo de amigos organizaron en la selva venezolana. Anna, cuando se inscribió para participar en aquella aventura, ignoraba de dónde le venía esa  necesidad  incontrolada de explorar las entrañas de la tierra. Pero no encontraba ningún motivo que se lo aclarara. ¿Estaría escondido entre los pliegues de su memoria? Contrariada ante lo incomprensible de este fallo en su memoria, dio un manotazo a la taza  que cayó al suelo, no sin antes emitir un gemido de animal herido.
Por unos momentos se encuentra perdida, intenta recomponer sus ideas y al no conseguir ningún resultado, decide salir a la calle. Sale del apartamento sin rumbo fijo, deambula por la calle, que era una calle cualquiera que desembocaba en una plaza cualquiera.
 Anna, que había estudiado geología en esos momentos se dio cuenta de la importancia que tiene el estudiar los entresijos  de una materia para después saber utilizar esos conocimientos para beneficio de la comunidad.
 Se encontraba en la barrera de los  treinta años y aún no había conseguido trabajar en algo que le satisficiera y a la vez que fuera lo suficientemente remunerado cómo para vivir a la manera que siempre le gustó vivir. Ella se sentía orgullosa de su físico que le daba el aspecto de  jovencita, influyendo en ello las exageradas minifaldas que dejaban al descubierto unas  largas y flacas piernas de adolescente; todo agitado como un cóctel, daba como resultado una mujer  libre y desenfadada que siempre lograba los objetivos que se proponía.
Caminaba pensativa, ajena a las miradas masculinas, su deambular  la condujo hacia una avenida que se encontraba concurrida, atravesó la calzada y frente a ella se encontró una terraza de verano, vio que estaba libre uno de los veladores y pensó que era un buen sitio para huronear a todo el que pasara frente a ella.

Pide al camarero un refresco de limón, mientras da el primer sorbo, sonríe para sí, sin duda era una privilegiada pues se sentía viva, mientras miraba a las gentes que pasaban ante ella, de repente se le antojó que pudieran ser esclavos, autómatas, al carecer sus caras de expresión  debido quizás al ser obligados  a acatar las órdenes  de un ser invisible e implacable.

Continuará...



jueves, 15 de septiembre de 2016

Almas en las sombras (final)



Poco después le repite la pregunta:
— ¿Lo cogiste tú?
Eladio miraba en esos momentos a la reina y uno de sus escoltas se paró ante él y dijo:
— ¿Dónde debo buscar mi señora? —preguntó obedeciendo órdenes.
— Quítale los pantalones, deseo ver sus piernas.
    ¿Si es eso lo que desea su majestad?
La mirada malévola de aquella criatura les hizo temblar, pero cuando el lacayo le desabrochó el cinturón del pantalón y antes de que cayera al suelo, el collar apareció en el salón, reposaba en un cojín que acompañaba al hacha ceremonial. Aquello  inundó la estancia de un silencio mucho más terrorífico que las palabras hirientes que se pudieran escuchar.
Con risas discordantes la reina se abrió el escote y puso el collar en su cuello; pero entonces todos los presentes espantados pudieron contemplar  que aquel bello collar cambiaba de color para convertirse en una horrible y gran tortuga de color granate y ojos de un intenso color azul, que se adhirió al cuello de aquella niña. En ese instante, las paredes empezaron a temblar cuando se oyó una voz:
— Esa joya no te pertenece y ¿quién te ha dado el permiso para que te sientes en un trono que no te pertenece? Solo yo, que ostento el título de Faraón  de los dos Egiptos puedo ocupar ese lugar, ¿acaso  ignorabas a quién pertenece esta joya?, pues me pertenece a mí y sabes perfectamente mi nombre, soy Hatshepsut, hija del faraón Tutmosis y de su gran esposa real Ahmose, mis padres gobernaron en el antiguo Egipto. Mi padre me regaló este collar para que formara parte de mi ajuar y así quedar cómo testimonio en el mundo y en el origen de los tiempos.
Tú has roto el orden que mi padre creó, esta joya sólo pertenece a mi ajuar funerario, pero como has dado muestras de que te gusta mucho, te doy la oportunidad de poder llevarla para toda la eternidad, puesto que para eso fue diseñada, tienes mi permiso para que te postres al pie de mi tumba para siempre y así ya no tendrás más oportunidad de usurpar a nadie.
    Soy una niña — dijo llorando para conseguir el propósito de no ser castigada, pero aquella voz la mandó callar:
— Tú nunca has sido una niña, sólo eres sencillamente la perdición del que te conoce, ahora debes tener muy presente de que nuestra civilización siempre fue muy estricta con las reglas a seguir, por lo tanto, debes aguantar una eternidad acompañada por un gran dolor, ¿sabes que me dejas muy consternada?, ¿quién te instruyó para que pudieras perpetrarsemejante hurto? ¿Habías olvidado acaso que en nuestra civilización nadie puede lucir una joya que no haya  sido diseñada en exclusividad para aquella a la que fue concebida?
Eladio, comenta en voz baja:
    Es solo una niña.
Entonces dijo Matilde:
— No Eladio, es un monstruo, nunca te fíes de las falsas apariencias. Pero Eladio, ¿quién te contrató para hacer ese trabajo? Fue a través de Internet y aceptas así como si nada un trabajo que no sabes  de donde procede.
Poco después los dos amigos se vieron envueltos en un mundo lleno de penumbras por donde comenzaron a caminar con pasos perdidos. Así anduvieron tanto que ni ellos mismos supieron a donde se dirigían, ni cómo empezar de nuevo  a buscar trabajo y cazar a los hipotéticos culpables de unos  crímenes que habían  quedado sin resolver.


                                                  Tutmosis I


                                                 Hatshepsut


                                Ahmose







martes, 16 de agosto de 2016

Almas en las sombras(2ª parte)



Matilde no encontraba palabras que fueran disculpas razonables para que su amigo no se enojase con ella. Necesito que entiendas que mi propósito no es el de escaquearme, en esta ocasión sé que no me encuentro con la suficiente información, ¿acaso has pensado que este collar, o lo que parece ser, puede llegar a tener hasta cinco mil años de antigüedad?
Eladio la mira desconcertado, de repente sus ojos  cambiaron de color dando la apariencia de un ser de otro mundo, Matilde no pareció sorprendida ante el cambio radical de aquellos ojos y como si todo fuera de lo más normal salió a la calle cabizbaja, un suspiro se escapó de su garganta que por unos momentos le alivió del estrés que le empezaba a dominar. Retrocedió sobre sus pasos, entró de nuevo en el despacho de Eladio que al verla supo de que estaba dispuesta a ayudarlo aún y a pesar de creer que aquel collar guardaba un enigma que si llegara a descifrarlo, podía llegar a ser muy peligroso, Matilde temblaba al desconocer el poder que ésta podía tener.
Y mirando a su amigo dijo:
— ¿Sabes acaso por donde vamos a empezar?
Eladio la miró, él también se encontraba perdido.
         Matilde, sabes que necesito saber algún dato para empezar.
         Eso no puede ser, tan sólo dispongo del collar — contestó Eladio con la voz entrecortada por el dilema que se le presentaba.
Matilde, resignada toma la caja en sus manos pero su cuerpo empezó a temblar — ¿Oh Dios mío, que está pasando?
Eladio miró la caja y espantados vieron que de ella empezaron a salir hilos de humo de diferentes colores, era parecido a un arco iris después de una tormenta, sus colores eran perfectos, entonces todos aquellos colores envolvieron la habitación quedando los dos dentro de aquel círculo sin poder apenas moverse.
Suena la puerta, un cliente entra que al verlos envueltos en una bolsa de colores, al instante quedó calcinado por un potente rayo.
Matilde y Eladio se miraron espantados y entonces se dieron cuenta de que eran dos seres extraños, no se reconocían entre sí. A Matilde le daba vueltas la cabeza, estaba siendo cierto  todo lo había sospechado de aquella joya, pues todo lo ocurrido había sido propiciado por aquel enigmático collar.
De repente, se oyeron nuevos pasos que se dirigían al despacho, Matilde quiere gritar para advertirles que no entraran, pero Eladio con los ojos ensangrentados de un demente les invita a entrar. Los dos clientes, ante el espectáculo que presenciaron se quedaron inmóviles, poco después eran empujados por una fuerza extraña que les hizo desaparecer por las estrechas escaleras.
Entonces, el despacho empezó a cambiar, no sólo el color de las paredes que fueron teñidas de color rojo fuego, perdiendo su primitivo color que no se diferenciaba por su atractivo, pues siempre fue de un color gris desvaído.
Un ruido infernal atronó los oídos de Matilde, todo cambió. Los muebles eran diferentes, raros, Matilde cerró los ojos temiendo lo peor, cuando los abrió se encontró en un salón de cuyas columnas colgaban rosas marchitas, al fondo podía ver un sitial vestido de terciopelo negro, en aquel salón se encontraban los dos solos sin saber qué clase de magia los había transportado hasta allí.
De pronto se oyó el sonido agudo de una trompeta y apareció un séquito de ocho personas vestidas con túnicas faraónicas que escoltaban a una niña casi adolescente, su mirada era dura y despiadada.
Se sentó en aquel trono y demostró que carecía del lógico candor que posee una niña, sus gestos eran duros que demostraba saber hacerse obedecer.
Matilde mira a Eladio:
— ¿Tienes tú el collar?
Pero Eladio no responde a su pregunta.

Continuará...