sábado, 24 de octubre de 2015

El vampiro (2ª parte)



El teléfono de Juan no dejaba de sonar, recibiendo órdenes para que pusiera su firma en documentos que al no entender de qué se trataba, no se molestaba en leer.
Una noche que se encontraba con unos colegas del Ministerio tomando copas en un lugar de moda de la capital ubicado en un antiguo y bello teatro del siglo pasado, ya en desuso y que fue transformados en local de ocio, el preferido  de lo más selecto de la sociedad.
Juan ocupaba uno de los palcos y departía con sus colegas de Ministerio.  se acercó un camarero, Al grupo de hombres que ostentaban cargos relevantes en la industria del cemento, se acercó un camarero y se dirigió a “Don Juan” como todos le llamaban en las altas esferas. Ninguno de ellos se dignó levantar la cabeza y  siguieron como si no hubiera nada más que ellos en la platea, con su animada charla.
Antes que el camarero saliera de la platea, se produjo un apagón. Ante la oscuridad inesperada se produjo un silencio expectante, que le siguió un murmullo, pues los presentes esperaban ser sorprendidos con una actuación espontánea. De repente un hombre entra en la platea amparado en la oscuridad, el hombre sale sin ser visto por Juan y poco después, al encenderse las luces, comenzó la algarabía festiva de nuevo.
Entonces, fue cuando pudo ver tendidos en el suelo a sus acompañantes, sus rostros se mostraban blancos cómo la nieve, mientras las cortinas del palco de color azul se mostraban manchadas de sangre cómo si alguien se hubiera limpiado la boca, una boca manchada de sangre, después que al parecer se había dado un festín.
¿Qué había pasado allí
¿Quién había osado entrar donde él se encontraba?
¿Dónde estaban sus guardaespaldas?
Antes de que Juan pudiera reaccionar, entraron en el palco cuatro hombres que  parecían estar esperando el momento oportuno para retirar los despojos y alguien lo empujó hacia la salida. Pocos minutos después el palco fue ocupado de nuevo por un grupo de jóvenes con total normalidad, nadie se percató que la cortina de esa platea era de un color diferente a las demás.
La prensa silenció el suceso, los políticos no podían salir en las crónicas de sucesos, el Ministerio rechazó su propagación aludiendo que sería nocivo para su negociado.
Dos días después de lo acaecido en aquel antiguo teatro, Juan se encontraba en su despacho leyendo una revista de coches. No quería recordar aquella noche que no se refería precisamente al apagón, si no por lo que allí aconteció, él la llamó “noche negra”. Una llamada de su secretaria le avisa que al otro lado del interfono se encontraba el jefazo, Juan haciéndose el interesante espera unos segundos antes de coger la llamada.
-          Juan, necesito que te pases por mi despacho lo antes posible, necesito hablar de algo concerniente a lo acaecido aquella noche en el teatro.
Juanito no se alteró, sabía que tenía a todos los jefazos atados de pies y manos, pues tuvo la osadía de guardar copias de todos los documentos firmados por él. Satisfecho pensó  que ya era imprescindible en el engranaje del poder corrupto.
Pero, desde entonces empezó a padecer sueños inquietos que no le dejaban descansar, cuando cerraba los ojos, ante él aparecía una hechicera  que desaparecía cuando intentaba tocarla. En otros sueños se veía caminar junto a una vieja harapienta extremadamente delgada, fea y repulsiva, que le decía:
-“Este despojo que ves ante ti, eres tú”.
Juan no es que fuera impresionable, pero le intrigaba de dónde le podían venir esos sueños, pues por lo demás se sentía feliz cómo nunca lo había sido. Una noche desesperado por poder conciliar el sueño, a pesar de ingerir fármacos que no le hacían el efecto deseado, salió a la calle y se adentro por las estrechas y tortuosas calles de la Ciudad Monumental cacereña, buscaba con ansiedad un bar donde ahogar su ansiedad, las calles se encontraban solitarias, las luces de los faroles oscilaban con la brisa, presagiando una luna llena, como una gran bola de sangre, imponiendo al firmamento su terrorífica visión.
 En una esquina se encontraba sentado en el suelo un hombre, vestido con harapos, al acercarse lo llama por su nombre, él lo mira sorprendido y cuando se levanta del suelo le tiende la mano, una mano que por su aspecto había sido cuidada, le comenta que el también trabajo en el mismo Ministerio donde él trabaja, haciendo lo mismo que hacía en esos momentos él.
Asustado se aparta de él llamándolo charlatán con desprecio. El hombre en voz alta le dice:
-          Lo que estás firmando no es legal, ahora que puedes, debes denunciar a los corruptos que tienes por jefes.
Al parecer aquel harapiento, mientras hablaba se deleitaba con la contemplación de un Juan que se mostraba aterrado, encogiendo su cuerpo cómo el paño de lana cuando se moja.
De una de las torres de la Ciudad Monumental, donde había un nido de águilas que al divisar a Juan, bajan de la torre  planeando hasta ponerse frente a él. Juan cierra los ojos, necesitaba borrar esa pesadilla de su mente, pues en su subconsciente quería pensar que se encontraba en la cama soñando.



Continuará...




jueves, 15 de octubre de 2015

El vampiro (1ª parte)



Para una mujer que dedica su vida a la educación de sus hijos, siempre cree estar segura de  ocupar el lugar que le pertenece. La observación no es casual pues una madre suele tener un especial talento para saber captar aquellos matices que sin desearlo se desprenden del comportamiento de cada uno de ellos. Pero no es capaz de poner bajo sospecha lo que éstos pueden esconder deliberadamente, que puede ser el origen de una curiosa y misteriosa enfermedad que puede llevarlos a cometer locuras.
Para Anna sus tres hijos eran su amuleto de la suerte.
La madre siempre vivió una vida paralela, una vida que no hacía mucho había tomado un desvío que le hacía vivir una vida que jamás hubiera sospechado.
Dos de sus hijos terminaron sus estudios, pero el pequeño Juan, desde siempre demostró ser decidido, avispado, no queriendo implicarse en nada que tuviera que ver con el sacrificio.
Cuando comenzó su adolescencia, empezó a preocupar a su madre por su forma de ver y vivir la vida. Hablaba demasiado por teléfono y cuando su madre preguntaba él sacudía la cabeza  mientras decía:”Son cosas mías”.
En una ocasión en la que acababa de hablar le dijo a su madre:
-          Mamá, no cojas el teléfono, estoy esperando una llamada que seguramente sea para formar parte de un grupo en el cual hay posibilidades de poder llegar a tener un hueco en la política.
Anna lo miró en silencio. Aquella confidencia era acaso una escusa para tranquilizarla, pero Juan no supo el efecto que causó en su madre, fue todo lo contrario al parecerle una quimera para tapar algo, que desde ese momento ella estaba dispuesta a desentrañar. Justo después de aquella fugaz confidencia de Juan hubo cómo algo excepcional entre ellos, más flexibilidad en la convivencia.
Todo pareció cambiar, Juan había iniciado una nueva vida y con ella había implantado su nueva personalidad prefabricada, como saber palmear en las espaldas de cualquiera que fuera importante. Mientras, su madre analizaba su mirada,  llegando a oír sus pensamientos cómo si estos fueran cascabeles que anunciaban “yo algún día no muy lejano estaré con toda seguridad más alto que todos estos a los que doy palmadas en la espalda”.
Su madre asustada pensaba que estaba atrapado en nuevas creencias malsanas que sólo eran terrenales, pues había empezado a ser un hombre de hielo, vacío, interesado, tan sólo le preocupaba esa huida hacia adelante que no permite recordar lo andado, para así darse más facilidades para conseguir la meta que se había propuesto.
Una tarde que se encontraba en casa, llegó su hermano mayor, que al mirarlo notó en él una mirada cínica, llegando a desconcertarlo. Y se dirigió a su madre:
-          Mamá, ¿qué le pasa a éste?
-          No tengo ni idea, yo lo veo como siempre – contestó Anna.
-          ¿Ha encontrado trabajo?
Juan escucha sin decir palabra, mientras su madre comenta por lo bajo:
-          Algo sí que sé que se trae entre manos, debe ser algo bueno que le hace ilusión, yo lo veo feliz. También tengo entendido, que va a emprender un viaje.
-          ¿Qué me cuentas? ¿Acaso pretende ir a Alemania? ¿Pero…si no tiene dinero?
 Y dando la media vuelta, entre dientes comentó:
-           Sólo los tontos sueñan con salir al extranjero para hacer fortuna.
Pocos días después Juan empezó a viajar.
Una noche mientras la familia veía en el televisor una de esas tertulias en donde los políticos o aspirantes a ello debaten sus opiniones con periodistas e historiadores,  a todos les llamó la atención que en uno de los laterales de la mesa se encontraba Juan, sí, era él, interviniendo cómo un tertuliano más, se veía ufano. En el cuarto de estar nadie dijo nada, sólo escuchaban atentos a lo que podía decir Juan cuando le tocó el turno de hablar, entonces abrió la boca y empezó a rebatir lo que aquellos historiadores y periodistas acababan de decir. Todos en la familia estaban asombrados, estaba defendiendo un partido político, lo estaba haciendo con tanto ardor que una de las venas del cuello parecía le iba a explotar en cualquier momento.
Una vez recuperados de la sorpresa, la madre que sospechaba que algo no estaba bien, fingió estar satisfecha por los logros de su hijo pequeño. Desde aquella noche Anna decidió resolver aquella incógnita. Un día supo con quien trabajaba, dejando en ella una desolación tan grande que no pudo sentir por el más que desprecio. Se había vendido como sicario.
Meses después se convocaron elecciones para elegir el Gobierno de la Nación. El partido del que dijo ser miembro, consiguió un buen resultado gracias a sus patrañas televisivas. Poco después fue nombrado consejero del ministro de Fomento.
Juan no cabía en sí de gozo, ya estaba llegando a la meta deseada, sólo le faltaban unos cuantos peldaños fáciles de subir para conseguir su propósito.
Con su astucia y poca ética, pronto se vio rodeado de políticos corruptos que empezaron a confiarles misiones  que por su sagacidad e ignorancia, era el idóneo para cometer delitos inconfesables.

Continuará...