jueves, 11 de junio de 2015

Cuando despierta la bestia (2ª parte)



Alguien ordena que comiencen a caminar y entonces algo extraño se produce en el ambiente, pues todos comenzaron a andar dóciles como autómatas, adentrándose por una estrecha senda flanqueada por arbustos punzantes. Era tal la oscuridad reinante que en su caminar sólo podía distinguir las siluetas difuminadas de sus compañeros de viaje.
Después de un largo trecho  caminando a ciegas, empezó a clarear el día y entonces fue cuando vio que estaba situada en la falda de una montaña, que en desigual simetría había unos escalones que en su cansina ascendencia parecían ser interminables. Cuando llevaban escalado unos cien peldaños, Anna se siente desfallecer, su ritmo cardiaco se encontraba demasiado acelerado, se para unos segundos para aspirar aire, cuando de pronto se empezó a oír el chillido escalofriante de las hienas, que parecían salir de cada uno de aquellos peldaños, haciendo que el ascenso a cada paso fuera más insoportable.
Mira a su alrededor intentando amortiguar el miedo que sentía, cuando descubre ante ella algo indescriptible, toda la montaña se encontraba salpicada de cerezos con el fruto maduro que desprendía un intenso color rojo, dando la sensación de que la montaña se encontraba salpicada con gotas de sangre. Espantada, quiere pensar que todo es producto del agotamiento y mira el suelo, aquella vereda por donde habían subido  se encontraba cubierta de huesos fósiles y fue cuando supo de donde venía aquel ruido extraño que oyó bajo sus pies mientras caminaba.  Ahora lo sabía, era el extraño crepitar de huesos,  horrorizada vio cómo el suelo de la vereda era un osario.
Esos huesos que en su caminar iba pisando empezaron a cobrar vida. Se asusta, debía estar soñando ¿podía acaso, hipotéticamente hablando, que fuera posible que estuvieran resucitando criaturas muertas?
La tierra   parecía temblar bajo sus pies mientras seguía implacable el ruido del crujir de los huesos y ante sus ojos estos seres se disponían con total normalidad  a ensamblarse, eran huesos que se mostraban jugosos mientras se iban configurando transformándose en la estructura de unos seres humanos extraños.
¿Acaso todos los componentes de esa extraña excursión estaban viendo lo mismo que ella? Entonces al mirarlos pudo ver por su expresión que no parecían darle importancia a lo que a ella le estaba causando pavor.
Poco después pudo oír pasos que parecían seguir tras los suyos, mira hacia atrás desconfiada y estos seres estaban allí, junto a ella, se encontraban alineados como un ejército disciplinado que se dirige al campo de batalla. Anna se pasa la mano por la frente que se encontraba empapada en un sudor frío, casi cadavérico, entonces supo que se encontraba perdida.
Un ruido inesperado le hace creer que había entrado en el infierno, un enjambre de insectos, negros brillantes, de procedencia desconocida se estaban acercando escandalosamente hacia ellos. Ya estaban a punto de entablar aquella batalla imposible de poder ganar contra aquellos seres volátiles que eran numerosos, pero de momento todo cambió cuando mira hacia la dirección por donde desaparecen los insectos y ve cómo aparecía en la cima de la montaña, un hombre alto, vestido con túnica de color granate, sus ojos eran cómo dos azabaches que nadaban en un cuenco de sangre. 
El efecto que este hombre causó en Anna casi le hace desvanecer, cuando minutos después coronan la cima fatigosamente, ve a un hombre que se hallaba sentado en una piedra redonda que giraba con parsimonia aplastando el fruto del olivo, el ruido que hacía el jugo de la aceituna al caer en uno de los contenedores subterráneos, era tan escalofriante cómo aquel desolado lugar.
El hombre ante sus invitados parecía sentirse contento cuando les dirige la mirada, un criado se acerca al ver la señal que aquel hombre hacía con su mano. Porta una bandeja con pequeñas tazas que contenían una pequeña porción de aceite, les invita a beber, el color  del aceite era verdoso y su  textura era  espesa, sabor áspero y amargo pero Anna se asusta porque aquel caldo no tenía el clásico olor a la aceituna recién exprimida, era otro olor pero no difícil identificar. Ante esta revelación, Anna siente que el mundo se hunde a sus pies, aquel aceite olía a sangre.
El hombre mira hacia donde se encontraba aquel extraño ejército de huesos vivientes, con un gesto les hace mirar hacia un lado de la montaña donde se encontraba un olivo centenario con sus ramas secas que milagrosamente conservaba la fruta  en perfecto estado esperando ser recogida.

Continuará...