domingo, 8 de febrero de 2015

¿Nuestra mente es un tesoro? (final)



Anna  reacciona pues cree que se ha quedado dormida mirando aquella lápida pero de repente, las luces se apagan, intenta correr hacia el piso superior por las estrechas escaleras que conducen a la puerta de salida, cuando se encontraba ante ella estaba cerrada, ya no quedaba nadie en el museo. Anna parada en medio de aquel bello atrio, le pareció ver a  la luz de la luna hacer sombras que parecían burlarse ella, y que en sus movimientos las sombras jugando con  las columnas a su antojo le pareció que ´estas se transformaban en gigantes que subidos a unos zancos parecían evitar mojarse los pies de sangre.
Anna cree estar viviendo una pesadilla de las más terribles, mira y el suelo se encontraba lleno de cadáveres ensangrentados
Anna se sienta en uno de los bancos a su efecto para que los turistas puedan admirar el bello pórtico de Peristilo. Una voz fuerte, autoritaria pero al mismo tiempo dulce, le despierta.
- ¿Qué haces aquí? - le preguntó.
- Yo-dijo Anna titubeante, sólo he venido aquí para hacer una visita al museo.
- ¿Acaso crees que me lo voy a creer?, sabes que tengo muchos más años que tú, por lo tanto no puedes engañarme y además a mí no se me ha escapado nunca una…bueno sí creo que una sí que se me escapó una sola y  ese fue el gran  error de mi vida  por mi parte,  pero vallamos a lo nuestro, porque eso ya está olvidado.
Anna le pregunta con firmeza:
-          Dime antes que me ponga a gritar ¿quién eres?
-          Pero… ¿Aún no lo sabes? A ti que tanto te gusta la historia sobre todo la extremeña. Yo soy el que ha permanecido oculto durante muchos años tras esa lápida, que si quieres que te diga la verdad, no sé quien la trajo aquí porque este precisamente no fue mi enterramiento y por esa razón y aunque nadie lo sepa  en realidad, yo  sé quién soy y qué papel hice en esta historia que cambió el rumbo de la ahora llamada España. Por ese motivo, no me hace mucha gracia  que al lado de mi lápida haya esa reseña en la cual  se diga que soy de procedencia desconocida; pero claro, con la salvedad de que esta definición puede que se refiera sólo a la piedra, bueno ese detalle por ahora no tiene la menor importancia. ¡No puedo creer que aún no te ha entrado el gusanillo de la curiosidad por saber quién soy!
Tú deberías reconocerme, aunque fuera sólo por las veces que tuve que echarte una mano cuando te encontrabas sola y sin nadie que te protegiera, yo te desvié de aquellos  caminos empedrados por donde desfilaban los romanos y que creo que ahora es llamada Ruta de la Plata, ¿verdad que esto sí te suena? Pues yo soy ese pobre fraile.
Anna lo mira, a ella le pareció que era un soldado.
El fraile la mira, con mirada dulce y prosigue:
-          Eso también es otra historia, sólo quiero que recuerdes aunque sea sólo por un segundo a aquel fraile cuajado de piojos que te acompañó a un cenobio para que te curaran de las heridas sufridas por el ataque de un perro hambriento cómo tú.
Anna de repente siente un enorme dolor de tripa, no puede levantarse del banco, su cabeza se encontraba recordando que ella había sido la hija del lugarteniente del gran Viriato y un grito salió de su garganta… entonces su padre fue el que traicionó a ….no puede creerlo, en ese momento empezó a recordar que en uno de los ataques a su poblado de los romanos murieron todos menos ella y aquel monje le salvó la vida cuando herraba sola y sin rumbo por unos caminos infectados de guerrillas. Pero ¿por qué aquella historia se estaba haciendo realidad en su mente? El monje mientras ella cree estar volviéndose loca, se va difuminando como las volutas de humo de un cigarrillo y le dijo cómo despedida:

- ¿No quieres saber más, de lo que pasó? Porque a veces es mejor dejar los recuerdos como están  para no llegar a revivir desengaños.
La luz del alba la encontró acurrucada en el banco del patio del museo, un guarda, la despierta:
-¿Se encuentra bien?
Anna al ponerse en pie mira con atención el suelo y entonces descubre que justo en la base de las columnas se podían apreciar salpicaduras de sangre, horrorizada, sale del museo, ya en la calle puede contemplar pero desde ese momento bajo  diferente prisma, todo aquello que habían contemplado muchas generaciones, que han pasado junto a esas piedras centenarias que vieron pasar junto a ellas, guerreros romanos, judíos y cristianos y que también  desde la primera fila de la historia presenciaron las rencillas de sus nobles  vecinos. Anna por unos momentos reflexiona, ¿entonces a todo esto de ver pasar el tiempo se le llama Historia? No será que el pasado encierra uno de los más grandes misterios y que conlleva algo impalpable, etéreo que hace que sin querer ahonde en el espíritu del paseante y nos da  a entender que nosotros, todos, también hacemos historia a nuestro paso.
Anna  cuando camina entre una de las vericuetas callejuelas oye a su espalda un ruido de cuero y bronce que parecía caminar tras ella. Ana no se atreve a mirar, pues sabe que estaba caminando por el pasado.

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