Interrumpe sus pensamientos al escuchar un gemido, parecía
que no estaba sola en aquel castillo, pero no podía hablar, tenía que sujetarse
la lengua con un dedo hacia abajo para poder respirar mejor. Coge una piedra,
empieza a dar golpes pero nadie le responde, poco después vuelve a golpear la
pared pero con una piedra más grande,
entonces cree que ha tenido respuesta su llamada, aguza el oído y de repente,
ante sus ojos, ve cómo una figura de
hombre vestido con harapos se sienta en el brocal del pozo donde ella se
encontraba, iba a gritar cuando se da cuenta que en su mano derecha enarbolaba
un pendón deshilachado, no podía creer lo que estaba viendo, con el cuerpo
pegado a la pared a consecuencia del miedo ve llegar la primera claridad del
día.
Después de pensar en las posibilidades que tenía para salir
de allí, decide trepar sujetando sus pies y manos entre la oquedad de las
piedras salientes pero el primer intento es fallido, las manos le sangraban,
los pies descalzos se resistían a seguir trepando, poco después y al ver que no
había otra manera de salir, vuelve a intentar la escalada Cuando le faltaba
medio metro para alcanzar el brocal oye unas voces que le parecieron que se
dirigían hacia el otro extremo de donde ella se encontraba, Anna piensa que
quizás iban a ver al dueño de aquellos quejidos que ella escuchó, poco después
silencio. Anna espera unos momentos prudencial, ya sabía dónde poner los pies y
las manos para sujetarse y poder salir de allí, minutos después consigue
alcanzar el brocal, sale con cautela, se pega al muro, necesitaba estudiar
dónde se encontraba y cuando cree que ha encontrado la manera de llegar a la
puerta de salida, de nuevo aparece ante ella aquel hombre enarbolando un
pendón, pero se pega mucho más a la pared, aquello no era un hombre, era un
espectro. Anna contiene la respiración, se estaba acercando a ella cuando de
nuevo pudo oír otro gemido y el espectro o lo que fuera, le hace señales para
que lo siga. De nuevo atraviesa aquel patio sembrado de ortigas, aquel hombre o
aparición se para ante un hueco, era una puerta pequeña y tan baja que tuvo que
agacharse para poder entrar, ante ella aparecen unas escaleras cubiertas de
hierbajos secos que parecían conducir a algún sitio. Cuando caminaban por un
pasillo estrecho, oye su nombre, Anna siente que no puede dar un paso más, el
terror le impide moverse, el espacio lo invade la oscuridad y cuando sus ojos
empezaban a acostumbrarse a la oscuridad misteriosa después de haber atravesado
el patio del castillo, ve sorprendida que el director de su banco se encontraba
arrodillado ante una pirámide de pequeñas dimensiones. A sus pies unos cuantos
billetes de un dólar, no sale de su asombro, ¿qué hacía el director del banco
allí? Y ¿qué hacía cerca de él aquel fajo de billetes de dólares americanos?
Anna apoya su cuerpo
con desmayo en la pared, no puede creer
lo que está viviendo, estaba ante un rito masónico. De nuevo alguien pronuncia
su nombre, esa voz cree reconocerla, pero la duda le hace temblar, no podía
ser, todo lo que le estaba pasando era sólo un sueño de los que jamás al
despertar se quiere recordar. El hombre que llevaba el pendón, se arrodilla
junto a la pirámide, mientras tanto se va despojando poco a poco de sus raídas
vestiduras y ante ella aparece un caballero, en unos minutos aquella sala se
llena de caballeros, era el momento elegido para colocar la llamada piedra
angular, que según pudo comprobar poco después estaba llena de simbolismos.
A la señal del que parecía el jefe, los caballeros empiezan
a hacer un círculo alrededor de Anna, ella se asusta, no entiende el papel que
pueda representar en aquello que parecía una obra teatral.
El maestre, se dirige a ella, y pone en sus manos un
cartapacio con un billete de un dólar, en el centro del dólar una pirámide,
Anna empezó a comprender, no era sólo un
dólar si no el símbolo masónico. Anna
pierde la noción del tiempo cuando uno de los caballeros, dice: “Ha llegado la hora, hoy es siete de agosto”.
Continuará...