viernes, 22 de agosto de 2014

La pensión (2ª parte)



Anna no acababa de entender porqué aquella mujer se había quedado con su carnet dejándola indocumentada, al meterlo en el cajón lo había cerrado con una llave que ahora tenía en el bolsillo de su delantal. Nerviosa pensó que sería difícil salir de allí y que al día siguiente necesitaba encontrar otro alojamiento.
La mujer aparece de nuevo después de haber dado una patada a la puerta que con el impacto se cerró y quedó encajada, tenía las manos ocupadas en anudarse el delantal que parecía haber cambiado por otro y dirigiéndose a ella le dijo:
- Tardarán poco en limpiar su habitación, no se inquiete que enseguida estará lista.  Hasta hace unos minutos no ha sido desalojada por su anterior huésped- y señaló una puerta que se encontraba justo al lado de las escaleras-si lo desea, puede entrar en el salón y si le apetece le puedo servir una cerveza, ya sabe estos servicios al ser extras se pagan al consumirse.
 Anna con un gesto de su mano le indica que no desea nada.
Entra en el salón y echa un rápido vistazo, la estancia parece aceptable, los sillones se encuentran tapados con sabanillas de color granate, seguramente para ocultar la suciedad acumulada que suele pegarse a la tapicería cuando tienen mucho uso, delante está una mesa de centro  baja de madera con un cenicero de barro y un jarrón con flores de plástico. Ante el sofá se encontraba un aparador antiguo pintado con un barniz que le hacía brillar como si fuera de plástico y le robaba encanto a aquel mueble antiguo sobre el que se encontraba el televisor. En la pared un viejo tapiz moruno de los que  solían comprar como recuerdo en Melilla los soldados españoles que cumplían allí  el servicio militar, allá por los años cincuenta, ante esta observación, por primera vez y desde que entró en aquella pensión de sus labios salió una tenue sonrisa; decide sentarse y al mirar el suelo ve que las baldosas son hidráulicas, todo allí parecía sacado de un museo, a decir verdad, en aquella pensión parecía haberse parado el tiempo.
Poco después piensa preocupada qué era lo que podía haberle pasado a Rebeca para que la dejara tirada en la estación, mira su reloj de pulsera y se extraña que a esa hora ya cercana a la cena no hubiera ningún huésped de la pensión viendo la televisión a  la espera de ser llamados al comedor. Pasan unos minutos y Anna seguía aferrada al asa de su maleta demostrando que se encontraban en tensión, en aquel silencio podía oír una conversación a media voz que venía de una de las habitaciones. Anna pudo apreciar por el tono en el  que hablaban y  por la ansiedad que desprendían sus palabras que parecía que algo grave les inquietaba, Anna entretiene la espera poniendo atención a lo que hablaban aquellos hombres y era algo muy importante, según ellos se podían encontrar ante un hecho lleno de dificultades, también pudo oír,  esta vez su pulso se aceleró, que hablaban de un cadáver que tenía que ser eliminado, porque en el almacén donde provisionalmente lo habían llevado, no estaba seguro. Querían sustituir al vigilante porque era novato y podía abrir el congelador en una de sus rondas para cerciorarse de que todo se encontrara en orden.
Uno de ellos dijo:
-Hay que transportarlo cuanto antes, qué digo, de inmediato en el primer camión  que esté preparado para llevar mercancía a Francia, de esa manera estaríamos nosotros exentos de cualquier sospecha, porque una vez en Francia que se haga cargo del camión uno de los nuestros, que sabe lo que tiene que hacer. Por cierto ¿has pensado qué hacer si por un casual el chofer no es tampoco el mismo de siempre?
Ante esta observación parecen ponerse nerviosos, uno de ellos dice:
-         Sea cómo fuera esto, hay que hacerlo cuanto antes, habría que llamar a Francia para decir que parte de la mercancía es perecedera y que tiene prioridad en su entrega a cualquier otra que  tenga prevista su llegada desde Madrid.
Uno de los hombres cambió de voz, parecía que se había tragado algo pues hacía que su voz fuera ronca y entrecortada, mientras el otro interlocutor, levanta el tono de voz para decir:
-         Creo que sería una locura llevarla a Francia…
Se hace un silencio que se rompe para que uno de ellos diga:
-         Pero tampoco podemos hacer lo de siempre…
Las pisadas de los hombres por la habitación parecían nerviosas y al mismo tiempo  vacilantes. Anna podía sentir desde el salón cómo vibraban las vidrieras de la puerta.
El que parecía haberse tragado algo perdió por momentos la compostura  ante su compinche y dijo:
-         Alguien de la empresa de transporte puede sospechar de nosotros al ver que nos movemos mucho por allí, creo que debemos buscar una segunda alternativa pero ¿cuál?
-         ¡Calla!-  aquella orden le pareció a Anna que resonó en aquella habitación como un trueno.
Y con voz sumisa se atrevió decir uno de ellos:
- Otra opción sería tirarla al río Manzanares, por ahora no se me ocurre otra cosa que sea más segura para nosotros, la mayor parte del río está canalizado y seguro que tardan unos días en encontrarlo. Esto sería añadir un factor favorable para nosotros, pues como el ambiente se encuentra un poco convulso, puede que los de la criminal quieran resolver cuanto antes este crimen, diciendo que es el consabido ajuste de cuentas entre un narcotraficante y una prostituta deslenguada.
Anna no podía creer lo que estaba escuchando, mientras,  los hombres seguían inventando estrategias para salir airosos de aquel trance. Unos minutos después uno de ellos dice convencido:
-         No creo que lo de tirarla al río sea la solución más acertada.
           Pero el de la voz atragantada insiste en que  cree que es la mejor alternativa:
-  También tenemos que pensar un plan en el caso de que encontrasen el cadáver antes de arreglar nuestra huida y escabullirnos de lo que tenemos encima, que es un buen tufo.
Ante esta reflexión entre los dos hubo un silencio que a Anna la puso aún más nerviosa.
-¿Has pensado si esta descerebrada no ha limpiado bien y ha dejado ninguna huella que nos pueda identificar? Yo por mi parte no la toqué y entonces no hay de qué preocuparse. Y tampoco, ni siquiera la rocé.


Continuará...

domingo, 17 de agosto de 2014

La pensión (1ª parte)



Dos horas habían transcurrido desde que Anna se apeara del autobús que la llevó desde Cáceres a Madrid, en el andén de la estación esperó impotente la llegada de su amiga para recogerla, la cual parecía haber olvidado su cita. Después de un tiempo prudencial en el cual creyó que la espera era demasiado prolongada, decidió salir de la estación. Mientras subía las escaleras mecánicas desilusionada, siente cómo se va adentrando en un mundo desconocido y desconcertante para ella y una vez se encuentra en la calle, busca en su bolso de mano la libreta donde lleva anotada la dirección donde se alojaba su amiga. Mientras lee la dirección siente cómo una brisa helada y desagradable la despeina, mientras sus fosas nasales lentamente se desprendían de ese olor que suelen tener los andenes a muchedumbre mezclado con el gasóleo que queman los vehículos.
A unos pasos de la estación, ve una parada de autobús, pues no había conseguido parar ningún taxi, Anna ignora el recorrido del autobús, por lo tanto no tiene ni idea de hasta dónde puede ir después de sacar el billete, olvida sus temores, se siente emocionada de poder recorrer Madrid desde una ventanilla de un autobús urbano, después de dejar pasar cinco paradas, decide apearse pues se encontraba con síntomas de mareo.
Una vez en la acera, tira de su pequeño troley, se para unos momentos y mira de un lado y otro recordando con agrado una charla que mantuvo con una de sus amigas al anunciarle que pensaba pasar unos días en Madrid entonces le dijo: “Cuando llegues a Madrid tienes que tener en cuenta a donde te diriges, tienes que saber distinguir el Norte del Sur, ya sabes, este detalle es importante que lo tengas presente”.
Anna mientras recordaba la broma de su amiga sonríe al pensar que quizás tenía razón y que no era ninguna broma, pues se encontraba en una situación de que no era capaz de distinguir los puntos cardinales. Con este pensamiento sigue caminando, se siente como si fuera una brújula destartalada después de haber sido pisoteada y con las saetas partidas. Para un taxi y una vez sentada le da la dirección al taxista, cuando éste lee la nota, la mira mientras de sus labios se escapa una sonrisa:
- ¿Acaso es la primera vez que viene usted a Madrid?
Anna se sorprende por la pregunta y afirma seca.
Diez minutos después, el taxista para ante la puerta donde un rótulo anunciaba “Pensión  Sur”. Entra observa el vestíbulo y todo lo que le rodea mientras espera que alguien aparezca, de pronto una voz que sale detrás de una de las puertas le sobresalta:
-          ¿Desea habitación?
Anna busca con la mirada, pero sigue sin saber donde se encuentra la mujer y con el mismo tono de voz contesta sí.  Mientras esperaba que aquella mujer apareciera sintió cómo su cuerpo se tensaba, la mujer no parecía tener prisas por salir de donde se encontraba, a medida que los minutos transcurrían y no se oía ningún ruido dentro de la casa.
Cuando apareció la mujer se dirigió a ella con palabras que le hicieron pensar de que su amiga había tenido escasa fortuna al estar alojada en aquella pensión, la mujer una vez instalada tras el escueto mostrador, le pide su identificación y se cerciora de que el carnet es correcto. Anna le dice que busca a una amiga que se hospeda allí llamada Rebeca, la mujer sin levantar la mirada de una de las libretas donde Anna supuso anotaba los nombres de los hospedados, le habla de manera displicente :
-          Creo que se está refiriendo a una chica que estuvo aquí hospedada con ese nombre, pero de eso hace ya bastante tiempo, ahora recuerdo que empezó a salir con un chico y un día pidió la cuenta, supuse que era para irse con él, eso es lo único que se de ella, si es que hablamos de la misma persona.
Anna no supo el motivo pero después de hablar con aquélla mujer empezó a inquietarse, aquella chica de la que le habló no debía ser la misma persona, pues estaba segura que, de haber sido la misma no le hubiera invitado a llegar hasta allí. Miró de nuevo su libreta donde tenía anotada las señas y comprobó que eran correctas.
 ¿Qué motivo podía haber tenido Rebeca para mentirle faltando a su cita de la estación?
Después de mirar el reloj Anna comprendió que no podía buscar otro alojamiento, era tarde y no sabía desenvolverse por la ciudad, tendría que esperar a que amaneciera un nuevo día y quizás entonces tendría las ideas más claras, aún así, no podía evitar sentirse presa de una gran incertidumbre.
La voz de aquella mujer le hizo volver a la realidad, tendría que aceptar la habitación que le ofreciera, pues no tenía salida alguna. Tras el pequeño mostrador, de nuevo revisa su carnet de identidad con especial interés y Anna espera impaciente para que se lo devuelva, alarga la mano para cogerlo pero asombrada ve cómo lo guarda en un cajón, Anna ante este gesto se aterra. Segundos después y a la espera de que le asignaran su habitación, oye unas voces, mira y ve cómo dos hombres intentan bajar las estrechas escaleras con dificultad asiendo una camilla donde se suponía transportaban un cuerpo. Anna cuando pasan por su lado da un paso atrás hasta pegar la espalda en la fría pared y entonces pudo ver, por la rigidez que mostraba bajo la sábana que se podía tratar de un cadáver.
Mientras tanto la patrona de la pensión desaparece. Todo es muy extraño, la puerta por donde había desaparecido la mujer de repente se abre de par en par dejando al descubierto un patio lleno de cachivaches, latas vacías de conservas y diversas inmundicias, de pronto una nueva ráfaga de aire hace que la puerta golpee la pared cómo si fuera dirigida por un mecanismo haciendo que sus golpes fueran continuados.

Continuará...