miércoles, 30 de julio de 2014

La trampa (final)



Nada más terminar su versión de los acontecimientos, de nuevo le pareció ver una figura difusa de hombre que se escondía entre la luz oscilante que desprendían los troncos de leña al arder en la chimenea. Anna temblando deja caer su bloc al suelo, aterrada sale de la casa y en la salida coge la única arma que desde que llegó le había acompañado para defenderse de las alimañas. Corre por una vereda que lleva al pueblo… de repente tras ella puede oír una risa  que en el campo se magnifica haciéndole creer que estaba viviendo una pesadilla, poco después oye el ruido que hace la retama cuando es pisoteada; la estaban siguiendo y cada paso que da los siente más cerca de ella.
Anna pierde el control, ya no sabe a dónde ir, tira el palo al notar que le resta velocidad en su desquiciada carrera, de repente y cuando piensa que se encuentra cerca de la carretera, al salir de de la calleja y ante ella aparece un hombre, fornido, atlético que abriendo los brazos le intercepta el paso, sin más Anna cae al suelo desmayada.
Poco después despierta en el dispensario del pueblo, un agente le ofrece una taza de tila, Anna mira la taza aterrada, no se atreve a cogerla y mucho menos beberla, entra otro policía y acercándose a Anna le dice:
-          ¿Ha escrito usted esto?
 Anna reconoce su bloc, su mirada se pierde por los confines de su imaginación ¿acaso habían sido ellos los que habían estado merodeando por la casa? De pronto una sirena de la policía interrumpe sus cavilaciones. Uno de los policías le invita a asomarse por la ventana, Anna da un paso atrás cuando reconoce a Michel que con su mirada pareció querer fulminarla. Anna se retira, su cuerpo tiembla mientras el coche de policía se lleva a Michel.
- ¿Ha reconocido a ese hombre?
Anna no puede responder, se encuentra perdida.
De nuevo se abre la puerta y por ella entra su familia, se abrazan, su hermano mayor  mientras coge su mano le dice:
-          Nunca estuviste sola Anna, nosotros estábamos cerca de ti.
El gendarme sonríe:
-          Nos ha dado mucho trabajo, pues todos creíamos que tardaría poco en cansarse de estar sola.
El policía con voz que se asemejaba a un trueno le pregunta:
-          Cuando se casó con este individuo ¿sabía acaso quien era y cómo se llamaba?
-           Anna abre los ojos de par en par ¿pero a dónde quería ir a parar ese policía? El hombre ignorando la reacción de Anna y prosigue:
-          ¿Cómo desea que le llamemos, Michel, Javier, Lucas el trapecista?
 Anna reacciona de repente, unos días antes de lo ocurrido recuerda haber firmado unos documentos, pero dice que como una estúpida no leyó su contenido, todos los allí presentes, esperan que hable Anna, pero  después de un angustioso silencio, Anna rompe a reír cómo si le hubiera dado un ataque de risa.
Y mientras se seca las lágrimas de los ojos producidos por la hilaridad, dice al gendarme:
-          Nunca se le ocurra llorar  por un muerto, porque sólo los vivos dan motivos suficientes para producir penas duraderas.
Al salir del cuartel de la guardia civil del pueblo, Anna dirige su mirada hacia la ladera de la colina que le dio refugio y también la libró de cualquier acusación, pues se había convertido en una idealista y mística eremita.
Nadie sabría jamás que ella era la que había engañado a su falso marido, pues había hecho un seguro de vida a aquella mujer que, desde hacía tiempo, sabía quién era,  ella era su única beneficiaria y… cuando se hiciera un retoque de cirugía plástica, ¿creen acaso que la reconocería alguien de su entorno?  El contenido de la taza, le hizo el trabajo sucio.