La
decisión estaba tomada, tenía que borrar de su mente para siempre aquella
imagen idílica que había llevado grabada en su retina desde que lo conoció. Ahora
y a pesar de haber pasado un tiempo se daba cuenta de que había sido una
estúpida al no reconocer ni ver a aquel hombre que estaba aparentando ser lo que en
realidad no era pues tenía la falsa apariencia de hombre dulce y cariñoso. En
lo real, Michel era uno de esos hombres con el corazón de acero templado que
sabía muy bien manejar, según la circunstancia, sus armas de seductor con la maestría
de un espadachín.
Anna, de vez en cuando y en contra de su
voluntad recordaba alguno de los episodios de su vida, una vida que no se podía
decir que hubiera sido intensa, pero sí con los ingredientes necesarios para
que viviera una tremenda y dolorosa experiencia junto a él. Anna había conocido
a Michel en el viaje fin de carrera que hizo a París, era un chico elegante,
correcto y además simpático. Anna se encontraba en la terraza de la torre
Eiffel admirando desde la altura la gran urbe iluminada cómo si se tratara de
una feria gigantesca, entonces Michel se acercó a ella, se miraron y desde ese
momento y sin pensarlo, Anna creyó que era el hombre ideal que siempre había
buscado, enamorándose perdidamente de él al instante.
Anna no quería volver al pasado porque
no deseaba otra cosa en su vida que ahuyentar
los recuerdos que tanto daño le hacían. Indolente, se levantó del poyete en el
que se encontraba sentada y empezó a caminar de un lado para otro como si no
encontrara el camino a seguir.
Anna había llegado a esa casa de campo
después de que en una noche de insomnio recordara vagamente uno de los pasajes
de su vida y a su mente le viniera el recuerdo de cuando iba a visitar a los
abuelos que se encontraban viviendo en el campo.
“…Aquella mañana salimos toda la familia desde
nuestra casa de Cáceres; después de rodar unos 150km, entramos en la región
extremeña más enigmática y misteriosa. Mi padre se desvió de la carretera para adentrarnos por un sendero
estrecho hasta llegar a la ladera de una colina desde donde se podía divisar la
casa donde vivían los abuelos, aquel verdor que mostraba exhibiendo diferentes
colores de verdes, a mis hermanos y a mí nos cautivó, allí pasamos uno de los
veranos más mágicos de nuestra vida…”.
Años después no pudo imaginar que
volvería de nuevo a aquella casa, ahora destruida, abandonada, como exactamente
sentía su alma. Ante aquella ruina, no percibió ningún desasosiego pues no
sabía con exactitud si se encontraba huyendo de ella misma, no acababa de
entender el porqué pero pensó que esa
era su casa ideal para refugiarse.
Ya habían pasado cinco años desde su
llegada a aquella casa, una casa que carecía de lo más imprescindible, agua, luz,
y por supuesto teléfono, había decidido vivir cómo una eremita, sólo de los
recursos a su alcance, y para alimentarse confiaba en la gran despensa de la
naturaleza.
Recordó, mirando la desconchada fachada
de la casa, cuando en un gesto de libertad, tiró el móvil a la primera papelera
que se encontró en la plaza del pueblo. Ese gesto le hizo sentir un gran alivio
al saber que desde ese momento había roto con la atadura mundana.
Entonces, al mirar al pasado se sorprendió
que a los pocos días de encontrarse allí viviendo su destierro voluntario, Dios
todo poderoso había obrado un milagro en ella, pues no dejaba de asombrarse, ni
tampoco tenía otro argumento para razonar; las molestias que padeció en su matrimonio,
desde que se encontraba en el campo habían desaparecido e ilusionada empezó a
disfrutar de nuevo de una salud de hierro cómo siempre tuvo, como decía su
madre.
Este hecho, a veces le hacía pensar, pero
inmediatamente lo desechaba haciendo un gesto con la mano cómo si pretendiera
espantar alguna mosca que merodeaba cerca de su cara. Anna se había
prefabricado una vida feliz al aceptar la soledad y se sentía aliviada aún a
pesar de que sabía que nunca volvería a ser la misma persona que siempre le
gustó ser. Aquel atardecer se encontraba incomoda con la cabeza llena de imágenes
que insistían en querer aflorar en su memoria.
De repente y cuando paseaba notó algo
raro en el ambiente, un roce entre la maleza, la hizo reaccionar, se acercó
para saber de qué se trataba, algo se movía entre la maleza y parecía que
pisaba con fuerza el suelo haciendo crujir los palos secos que se encontraban en
el suelo.
En esos momentos, el campo se encontraba
en su hora más misteriosa debatiéndose entre la luz y las sombras, Anna volvió
sobre sus pasos para dirigirse a la casa a toda prisa al no poder precisar si
se trataba de un animal grande que se encontraba cazando.
Entró en la casa de repente y sin motivo
aparente le invadió un gran pesimismo que hizo que su mente, en esos momentos
asustada, la obligara a urdir una trama en la cual pudiera aclarar los hechos
que acontecieron aquella fatídica noche de Navidad, aquella que hizo que
cambiara su vida.
Entonces recuerda que en su bolso, donde
llevaba su identificación había guardado un bloc junto a un bolígrafo y pensó
que sería una buena manera de contar con
total sosiego y veracidad lo ocurrido aquella noche en su piso cacereño.
Continuará...
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