lunes, 30 de junio de 2014

La trampa (3ª parte)



Aquella tarde de diciembre me encontraba afanada en la cocina preparando la cena de Navidad, todo parecía seguir su curso normal y Michel había llevado el día antes algunas bebidas espirituosas, aquella Nochebuena era la primera que pasábamos solos desde que nos casamos, lo cual me ilusionaba el pensar que lo haríamos más unidos que nunca, bebiendo champán  hasta caer ebrios, uno en brazos del otro. Pero cuando llegó la hora de la cena, Michel parecía retrasarse y ante su tardanza, nerviosa por si le había ocurrido algo anormal,  llamé a sus amigos, éstos no lo habían visto en unos días. Agotada por la espera, olvidé tomarme la taza de manzanilla que cada tarde me preparaba diciéndome que era bueno para conciliar el sueño, yo me la tomaba porque sabía que una manzanilla no hace daño a ningún estómago, la puse encima de la mesa, no pude cenar y decidí apagar las velas, cerrar el comedor y me fui a la cama…
Anna, por unos momentos deja de escribir, su mente parecía permanecer en compás de espera, pues sus recuerdos acuden vagos, imprecisos y siente cómo algo cruel y doloroso le impide recordar con exactitud lo sucedido.
De nuevo oye un ruido, sus facciones se endurecen y ante ella como un ser irreal aparece Michel. No podía creer lo que estaba viendo, no se atrevía ni a tocarse los brazos, no quería que al hacerlo tuviera la respuesta que por nada del mundo quería saber, Anna no puede evitar sentir un gran terror, en esos momentos no podía ni pensar, poco después se tranquiliza, para  más tarde preguntarse ¿Qué razón había para que estuviera paranoica y viera cosas extrañas cómo alucinaciones? En los cinco años que hacía vivía en soledad, nunca había sentido nada igual.
Anna apoya  la cabeza en la pared, no podía acostarse, se sentía con los nervios muy alterados y pasó toda la noche en duermevela. Por la mañana, siente un tremendo pavor, no se atreve a salir de la casa y entonces decide reanudar la escritura, cuando coge el bloc, desconcertada ve que faltan las hojas  que había escrito el día anterior y entonces siente que alguien quiere impedir que no se escriba el relato de los hechos tal y cómo acaecieron.
Y cuando reanuda su relato, hace este comentario:
Ahora más que nunca quiero terminar, mi versión de los hechos.
Aquella noche, una vez acostada, recuerdo que quedé la mesa puesta, las bandejas con los aperitivos y una sopera con un caldo de consomé aún humeante, entonces recordé que no había tapado las bandejas de los aperitivos.
Ante la desilusión de saberme olvidada controlé mi mente para relajar el  cuerpo, poco después me pareció oír voces en el comedor pero presa de una indolencia poco habitual en mí, no me levanté, sabía que era Michel que había regresado y comía lo que estaba en la mesa, hasta llegué a creer por unos momentos que estaba acompañado, pero la desilusión me hizo pensar que ya no me importaba nada de lo que hiciera, hasta creí oír risas, unas risas de mujer…pero no estaba segura de lo que podía estar pasando en el comedor y me quedé profundamente dormida. También  recuerdo que se produjo un ruido extraño pero cambié de postura para seguir durmiendo.
Por la mañana al levantarme, me sentí tan bien que respiré hondo, hacía tiempo que no me sentía tan alegre pues no tenía ni pesadez de estómago, mi cuerpo parecía que se encontraba más ágil, tanto que no creí reconocerme, me puse la bata, salí al pasillo, entré en la cocina, después al comedor, pero no había rastro de Michel y decidí retirar el servicio de la mesa.  Sorprendida vi que los dos cubiertos habían sido  usados,  la sopera con el consomé estaba vacía, las bandejas con las demás viandas también se encontraban vacías, por el desorden que aparecía en la mesa parecía que alguien se había subido a ella…
Anna sigue narrando, pero en su corazón ya no siente el dolor que aquel fatídico día sintió.
Aquella mañana, cuando con un tremendo desaire, recogí la mesa fue cuando vi que una de las copas estaba manchada de lápiz labial y fuera de mis casillas estampé la copa contra la pared. Cuando quise saber dónde han caído los cristales, no podía creer lo que estaban viendo mis ojos, debajo de la mesa y casi ocultos por los flecos del mantel asomaban unos pies desnudos de mujer. En esos momentos no sentí nada pues mi mente se bloqueó, poco después levanté el mantel y aquella mujer que yacía en el suelo se encontraba totalmente desnuda.
Miré de nuevo a la mujer, era la hermana de Michel. Un vértigo insoportable me hizo tambalear, me senté en una silla hasta tener la mente clara. Después decidí llamar a la policía y una vez en la casa, la registraron para encontrar pistas. Mientras tanto yo en medio del  comedor parecía una estatua esperando ser puesta en otro lugar donde no estorbara. Poco después, llegó el forense que certificó la muerte después de haber mirado  de arriba a abajo a la mujer, unos minutos después el juez hace levantar el cadáver y  entonces fue cuando pude ver horrorizada, de que tenía en su mano derecha la taza  que estaba destinada para mí, mi manzanilla. Un temblor de piernas se apoderó de mí, esa era la taza en la que cada día me ofrecía Michel una manzanilla porque según él me confortaba el estómago. El policía que parecía seguir mis más mínimas reacciones, al ver que mi mirada se quedó clavada en la taza, se agachó, la recogió del suelo y mirándome a la cara, la metió en una bolsa de plástico. Entonces por unos segundos, su mirada se cruzó con la mía, ese hombre pareció querer hablarme pero algo sucedió en ese instante que me quedé en blanco y no recuerdo nada más.
Todo esto lo cuento tal y cómo sucedió y yo lo viví.
Firmado: Anna.

domingo, 15 de junio de 2014

La trampa (2ª parte)



Pero, aquella noche y después de haber comido unas moras—que por cierto que le pareció que tenían un sabor extraño—le invadió un tremendo desasosiego, no se encontraba bien y se recuesta la cabeza en la almohada que ella misma se fabricó, al no poder conciliar el sueño, su mente parece querer hacerle una mala pasada, pero ella lo rechaza porque estaba todo olvidado, de pronto siente nauseas, se alarma desde que se encontraba allí no dio síntomas de ningún trastorno estomacal, se incorpora, necesitaba salir para respirar el aire puro de la colina y  un vómito le hizo tambalearse, mientras se recuperaba por su mente pasó cómo un rayo su vida pasada, una mueca de desagrado salió de sus labios, cuando sin querer pensó que quizás aún tenía posos en el estómago que lavar; un temblor se apoderó de ella, no podía ser, ella era farmacéutica, sabía muy bien cómo limpiar un estómago… 
Vuelve a la cama, le faltan las fuerzas, ya no puede ni pensar;  aquel amanecer intenta levantarse cómo cada día, las piernas siente que le fallan, pero coge la cesta y sale de la casa para recoger los frutos del día, cuando camina entre las veredas, mira al sol, con sólo este gesto se siente reconfortada pues parecía que se asomaba por la cima de la montaña para acompañarla.
Anna no sabía el motivo, pero a su regreso se siente muy cansada y deja caer de nuevo su cuerpo en el camastro abandonando en el suelo la cesta con  los frutos recién cogidos que  cayeron esparcidos por el suelo. Se encontraba mareada, ella sabía cómo hacer muchos remedios para aliviar cualquier dolor físico, pero le faltaban las fuerzas para ir a buscar las plantas que necesitaba. Anna se negaba  a estar enferma y achaca su mal o falta de apetito a algún fruto que había ingerido que estuviera contaminado por la orina de algún animal enfermo. De nuevo intenta incorporarse, una triste laxitud le hace mirar con desgana la tosca pared en la que aún se podía apreciar antiguos vestigios de haber estado encalada, y que ahora su aspecto era como un mapa delimitando el mar y la tierra por pequeños manchones de cal que se encontraban en la descarnada pared.
Anna sin desearlo, empezó a bucear en las profundidades de su cerebro y en un impulso, coge el bolígrafo y el bloc. Y estaba oscureciendo cuando le sorprende un golpe que parecía venir del piso superior, su corazón se acelera, escucha aterrada unos pasos parecen caminar por el techo de su habitáculo, aquellos pasos, reconoce que no eran de un  animal, estaba segura, pero también dudó de que fuera de una persona, se encuentra mareada, se levanta, coge un palo que tenía preparado como arma de defensa en el caso de que fuera atacada por alguna alimaña, se dirige con gran dificultad hacia las escaleras, no se atreve a subirlas, las piernas no le responden, además, aquellas escaleras estaban muy rotas y se podía caer. Aún así, sube aunque con mucha dificultad, una vez arriba, asoma la cabeza con precaución, pero allí no puede ver nada, desolada comprueba que el único suelo que tenía el piso de arriba era el que cubría la habitación que ella ocupaba en el piso de abajo, ahora sus piernas tiemblan, en uno de los rincones algo parece moverse, no puede apreciar de que se trata, tiene que esperar a que llegue el nuevo día.
Una vez abajo enciende la chimenea que hace de cocina y de estufa, cuando se dispone a asar un conejo, que le había puesto en la puerta su gran amigo Tom esa misma tarde, un perro sin amo, pero que a ella le daba compañía  de vez en cuando…entonces, el corazón ante este pensamiento, casi se le paraliza, ¿no sería Ton el animal que quejumbroso se encontraba en el piso de arriba? Sube las escaleras con el corazón desbocado, con una tea que llevaba en la mano escudriña el desolado habitáculo, allí estaba su amigo Ton, con gemidos que parecían tener los estertores de la muerte, su cuerpo se paraliza al reconocerlo pero, no se puede acercar a él porque aquel habitáculo carecía de suelo.
Unos minutos después baja por aquellas escaleras, desolada llora la pérdida de un amigo, de nuevo oye pasos, hasta esos  momentos nunca había sentido tanto miedo, echa más leña a la chimenea, su cuerpo siente un estremecimiento cuando cree ver por primera vez una sombra en movimiento  reflejada en la pared, asustada se acurruca en el camastro.
 Ya tiene hambre pero no se atreve a comer, algo le dice en su interior que algo no va bien desde hace unos días, pero que le estaba pasando ¿acaso después de tantos años la soledad le estaba haciendo perder la cordura?, cuando logra tranquilizarse ve con agrado que tan sólo era, cómo cada noche, el fuego de la chimenea que reflejado en la pared hace sombras fantasmagóricas mientras los troncos ya quemados crepitan acompañándolos con su música.
De pronto siente que se levanta un viento huracanado que hace temblar la puerta, los árboles al ser movidos con virulencia por el viento, provocaban un ruido tan infernal que le hacía estremecer, un relámpago la coge desprevenida e ilumina la estancia, entonces Anna cree ver la silueta de un hombre apostado en la destartalada puerta, no se atreve a moverse, sólo se le ocurre rezar. No supo cuanto tiempo pasó hasta que se quedó profundamente dormida.
Aquella mañana no se levantó al alba, cuando abrió los ojos ya era medio día, desde que vivía allí jamás se había quedado dormida, salió de la casa, se encontraba mejor, decide coger algún fruto y mientras camina por el campo, siente que alguien la sigue, regresa a la casa… el ruido de un cencerro cerca de ella le sobresalta, mira con ansiedad, buscando al pastor pero no hay nadie, el carnero no conducía a ningún rebaño, y además había desaparecido de su vista como si fuera un fantasma. Entra en su casa, atranca con un palo lo poco que queda de la puerta y entonces se da cuenta que con un solo golpe de una persona fuerte se podía abrir.
Aquel día decidió no volver a salir al atardecer como había hecho tantas veces para respirar el  aroma inconfundible y reconfortante de la tierra cuando reposa al anochecer. El cielo empezó a  cubrirse de nubes grises anunciando que se avecinaba otra tormenta, mira la cesta y ve que estaba llena de arándanos…no podía ser, estaba segura de que no había nada en la cesta, aquellos frutos a Anna le pareció que eran tan escogidos…y todos del mismo tamaño que hizo que sospechara de que allí pasaba algo, decididamente no comería aquellos frutos que le parecieron de dudosa procedencia, necesitaba estar ocupada en algo que alejase los demonios que le acosaban, esos demonios que aprovechan los momentos más vulnerables para atacar la fibra más sensible.
Anna coge el bloc y a la luz de la chimenea, y como si en ello le fuera la vida, se pone a escribir todo lo que llevaba dentro y necesitaba arrancar de su vida para siempre.
Anna comenzó así su narración…

miércoles, 4 de junio de 2014

La trampa (1ª parte)



        La decisión estaba tomada, tenía que borrar de su mente para siempre aquella imagen idílica que había llevado grabada en su retina desde que lo conoció. Ahora y a pesar de haber pasado un tiempo se daba cuenta de que había sido una estúpida al no reconocer ni ver a aquel  hombre que estaba aparentando ser lo que en realidad no era pues tenía la falsa apariencia de hombre dulce y cariñoso. En lo real, Michel era uno de esos hombres con el corazón de acero templado que sabía muy bien manejar, según la circunstancia, sus armas de seductor con la maestría de un  espadachín.
Anna, de vez en cuando y en contra de su voluntad recordaba alguno de los episodios de su vida, una vida que no se podía decir que hubiera sido intensa, pero sí con los ingredientes necesarios para que viviera una tremenda y dolorosa experiencia junto a él. Anna había conocido a Michel en el viaje fin de carrera que hizo a París, era un chico elegante, correcto y además simpático. Anna se encontraba en la terraza de la torre Eiffel admirando desde la altura la gran urbe iluminada cómo si se tratara de una feria gigantesca, entonces Michel se acercó a ella, se miraron y desde ese momento y sin pensarlo, Anna creyó que era el hombre ideal que siempre había buscado, enamorándose perdidamente de él al instante.
Anna no quería volver al pasado porque no deseaba otra cosa en su vida  que ahuyentar los recuerdos que tanto daño le hacían. Indolente, se levantó del poyete en el que se encontraba sentada y empezó a caminar de un lado para otro como si no encontrara el camino a seguir.
Anna había llegado a esa casa de campo después de que en una noche de insomnio recordara vagamente uno de los pasajes de su vida y a su mente le viniera el recuerdo de cuando iba a visitar a los abuelos que se encontraban viviendo en el campo.  
     “…Aquella mañana salimos toda la familia desde nuestra casa de Cáceres; después de rodar unos 150km, entramos en la región extremeña más enigmática y misteriosa. Mi padre se desvió de la  carretera para adentrarnos por un sendero estrecho hasta llegar a la ladera de una colina desde donde se podía divisar la casa donde vivían los abuelos, aquel verdor que mostraba exhibiendo diferentes colores de verdes, a mis hermanos y a mí nos cautivó, allí pasamos uno de los veranos más mágicos de nuestra vida…”.
Años después no pudo imaginar que volvería de nuevo a aquella casa, ahora destruida, abandonada, como exactamente sentía su alma. Ante aquella ruina, no percibió ningún desasosiego pues no sabía con exactitud si se encontraba huyendo de ella misma, no acababa de entender  el porqué pero pensó que esa era su casa ideal para refugiarse.
Ya habían pasado cinco años desde su llegada a aquella casa, una casa que carecía de lo más imprescindible, agua, luz, y por supuesto teléfono, había decidido vivir cómo una eremita, sólo de los recursos a su alcance, y para alimentarse confiaba en la gran despensa de la naturaleza.
Recordó, mirando la desconchada fachada de la casa, cuando en un gesto de libertad, tiró el móvil a la primera papelera que se encontró en la plaza del pueblo. Ese gesto le hizo sentir un gran alivio al saber que desde ese momento había roto con la atadura mundana.
Entonces, al mirar al pasado se sorprendió que a los pocos días de encontrarse allí viviendo su destierro voluntario, Dios todo poderoso había obrado un milagro en ella, pues no dejaba de asombrarse, ni tampoco tenía otro argumento para razonar; las molestias que padeció en su matrimonio, desde que se encontraba en el campo habían desaparecido e ilusionada empezó a disfrutar de nuevo de una salud de hierro cómo siempre tuvo, como decía su madre.
Este hecho, a veces le hacía pensar, pero inmediatamente lo desechaba haciendo un gesto con la mano cómo si pretendiera espantar alguna mosca que merodeaba cerca de su cara. Anna se había prefabricado una vida feliz al aceptar la soledad y se sentía aliviada aún a pesar de que sabía que nunca volvería a ser la misma persona que siempre le gustó ser. Aquel atardecer se encontraba incomoda con la cabeza llena de imágenes que insistían en querer aflorar en su memoria.
De repente y cuando paseaba notó algo raro en el ambiente, un roce entre la maleza, la hizo reaccionar, se acercó para saber de qué se trataba, algo se movía entre la maleza y parecía que pisaba con fuerza el suelo haciendo crujir los palos secos que se encontraban en el suelo.
En esos momentos, el campo se encontraba en su hora más misteriosa debatiéndose entre la luz y las sombras, Anna volvió sobre sus pasos para dirigirse a la casa a toda prisa al no poder precisar si se trataba de un animal grande que se encontraba cazando.
Entró en la casa de repente y sin motivo aparente le invadió un gran pesimismo que hizo que su mente, en esos momentos asustada, la obligara a urdir una trama en la cual pudiera aclarar los hechos que acontecieron aquella fatídica noche de Navidad, aquella que hizo que cambiara su vida.
Entonces recuerda que en su bolso, donde llevaba su identificación había guardado un bloc junto a un bolígrafo y pensó que sería una buena manera  de contar con total sosiego y veracidad lo ocurrido aquella noche en su piso cacereño.


Continuará...