jueves, 8 de mayo de 2014

Esos hombres llamados importantes



-          ¡Por todos los diablos!- exclamó Juan ante aquella visión  para la que no encontró calificativo; aquello que tenía ante sus ojos no podía ser cierto.
 Juan, se encontraba aquella tarde de sábado sentado en el sofá de su casa y entre sus manos  tenía un libro de aventuras que acababa de cerrar, parecía aburrirle y pensativo levantó la mirada, no sabía cómo matar el tiempo hasta que llegara la hora en la que se había dado cita con sus amigos. Pero cuando levantó la cabeza, su mirada vaga se dirigió hacia el cuadro que había en  la pared  frente a él, entonces fue cuando de su garganta se escapó esa exclamación de asombro que no pudo evitar. Al  mirar aquel cuadro, se horrorizó, pues ante él parecía haber cobrado vida, sacudió la cabeza, estaba seguro que esta visión era a consecuencia de haber estado toda la tarde leyendo aventuras que transitoriamente habían trastornado su imaginación.
Este cuadro siempre estuvo colgado en el mismo sitio en el que ahora se encontraba, siendo una de esas láminas simples que se encuentran en cualquier establecimiento donde se vende de todo. Era tan simple como la de una reproducción de un idílica pradera que se presenta alfombrada de delicadas amapolas con su colorido exuberante, y  al  fondo y  arropada por dos frondosos plataneros  una preciosa casita de madera con la cubierta a dos aguas, todo hasta allí a Juan le parecía perfecto, pero en esos momentos en que se encontraba frente a aquel cuadro, no era lo que siempre creyó ver, ¿o tal vez nunca se había fijado lo suficiente en él?
Lo que le pareció indiscutible era de que aquella casita ideal, estaba creciendo ante sus ojos hasta hacerse un enorme caserón de paredes oscuras y ventanucos enrejados. Las amapolas desaparecidas de la panorámica se habían convertido en pequeños charcos de sangre, por donde un carro cargado a su paso salpicaba la vereda.
Juan retiró su mirada, se pellizcó un brazo, pues  creía estar soñando, un sueño que consiguió aterrarlo, se levantó del sillón, tocó el cuadro y sus dedos se mancharon de  rojo, ¿y si era sangre?  Asustado salió de la habitación, necesitaba hablar con alguien para saber  que todo lo que estaba viendo  era  sólo ficción. Pero en la casa no había nadie,  en esos momentos se encontraba solo, recorrió el pasillo de la casa donde se encontraban más cuadros colgados, todos se mostraban tal y como habían sido copiados en láminas simples, estáticas.
Volvió a la sala y al mirar de nuevo el cuadro pudo observar que ahora parecía representar un tribunal. ¿Acaso era una representación de la inquisición? Entonces se acercó más  para ver mejor a que personajes representaban, horrorizado pudo reconocer que eran políticos de todo el mundo que allí reunidos estaban debatiendo, sobre si debían entrar en conflicto bélico con otras potencias, Juan no supo cómo pudo leer los labios de aquellos  dirigentes, que podían disponer a su antojo de los hijos de los demás, mientras ellos desde sus despachos suntuosos esperaban la comunicación del número de muertos en el combate.
Entonces Juan en un arrebato de justicia, pensó que si rompía el cuadro, todo lo que en esos momentos estaba representando desaparecería, y con ello quizás para siempre las actitudes y acciones con total inmunidad de unos cuantos hombres que deciden cómo si fueran dioses el destino de las naciones.
Cuando se acercó para descolgarlo, creyó oír una voz:
- Si destruyes este cuadro, es que estás loco, estás viendo representado el futuro.
 Juan ante esta advertencia sin sentido y autoritaria, clavó sus ojos en la imagen de aquel personaje y con voz que parecía un trueno dijo:
-La locura a veces es un bien que Dios da a los cuerdos para que puedan actuar haciendo el bien que muchos cuerdos, por el mero hecho de serlos, no se atreven a ello.
Poco después, envuelto en alcohol  y metido en la bañera del cuarto de baño aquel cuadro se consumía, cómo debían consumirse aquellos dirigentes que para salirse con sus deseos de tener más poder hacían sufrir a su nación. Y así, de este modo, Juan pudo evitar las tribulaciones de todo un pueblo.

El apartamento (final)



De repente el tañido de una campana le sobresaltó, pero la luz en la que se movía era escasa y no supo orientarse para saber de dónde venía el sonido, aguzó los oídos, quería estar segura que se trataba del tañido de una campana de una iglesia, pero ya había perdido el norte junto con sus esperanzas de salir de allí donde fuera que se encontrara, ya dudaba hasta de saber quién era, una voz en la oscuridad le hizo concebir esperanzas.
-Vaya- dijo la voz-has encontrado este lugar tú solita.
 Anna ya no temblaba, ahora se encontraba paralizada por el terror y la esperanza de poder salir de allí. Esa voz de nuevo vuelve a decir:
-¿Sabes que estás en el segundo sótano?, no temas jovencita que te voy a decir cómo puedes salir de aquí.
Anna no sabía dónde mirar, pues todo a su alrededor era oscuridad ¿pero qué hacía ella en el segundo sótano? Si ella lo que intentaba era subir las escaleras…
De nuevo aquella voz le sacó de su ensoñación:
- Según sales a la derecha, te encontraras con el ascensor…
¿Pero dónde estaba la derecha a la que se refería aquella voz? Aquella voz de hombre seguía hablando, pero Anna desilusionada creía percibirla cada vez más lejos… y lo último que pudo oír fue:
-No olvides que al término del pasillo y de frente llegarás a un despacho que en la puerta tiene el número 2-s-2.
Anna abrió los ojos y sorprendida se vio rodeada de su familia, se encontraba tumbada en el sofá, todos estaban allí con el médico que había sido llamado y que esperaban que tuviera un reacción favorable después de haber sufrido una terrible caída desde las escaleras en las que estaba subida mientras limpiaba el cristal de su vestidor.