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¡Por
todos los diablos!- exclamó Juan ante aquella visión para la que no encontró calificativo; aquello
que tenía ante sus ojos no podía ser cierto.
Juan, se
encontraba aquella tarde de sábado sentado en el sofá de su casa y entre sus
manos tenía un libro de aventuras que
acababa de cerrar, parecía aburrirle y pensativo levantó la mirada, no sabía
cómo matar el tiempo hasta que llegara la hora en la que se había dado cita con
sus amigos. Pero cuando levantó la cabeza, su mirada vaga se dirigió hacia el
cuadro que había en la pared frente a él, entonces fue cuando de su
garganta se escapó esa exclamación de asombro que no pudo evitar. Al mirar aquel cuadro, se horrorizó, pues ante
él parecía haber cobrado vida, sacudió la cabeza, estaba seguro que esta visión
era a consecuencia de haber estado toda la tarde leyendo aventuras que
transitoriamente habían trastornado su imaginación.
Este
cuadro siempre estuvo colgado en el mismo sitio en el que ahora se encontraba,
siendo una de esas láminas simples que se encuentran en cualquier
establecimiento donde se vende de todo. Era tan simple como la de una
reproducción de un idílica pradera que se presenta alfombrada de delicadas
amapolas con su colorido exuberante, y
al fondo y arropada por dos frondosos plataneros una preciosa casita de madera con la cubierta
a dos aguas, todo hasta allí a Juan le parecía perfecto, pero en esos momentos
en que se encontraba frente a aquel cuadro, no era lo que siempre creyó ver, ¿o
tal vez nunca se había fijado lo suficiente en él?
Lo que
le pareció indiscutible era de que aquella casita ideal, estaba creciendo ante
sus ojos hasta hacerse un enorme caserón de paredes oscuras y ventanucos
enrejados. Las amapolas desaparecidas de la panorámica se habían convertido en
pequeños charcos de sangre, por donde un carro cargado a su paso salpicaba la
vereda.
Juan
retiró su mirada, se pellizcó un brazo, pues
creía estar soñando, un sueño que consiguió aterrarlo, se levantó del
sillón, tocó el cuadro y sus dedos se mancharon de rojo, ¿y si era sangre? Asustado salió de la habitación, necesitaba
hablar con alguien para saber que todo
lo que estaba viendo era sólo ficción. Pero en la casa no había nadie, en esos momentos se encontraba solo, recorrió
el pasillo de la casa donde se encontraban más cuadros colgados, todos se
mostraban tal y como habían sido copiados en láminas simples, estáticas.
Volvió a
la sala y al mirar de nuevo el cuadro pudo observar que ahora parecía
representar un tribunal. ¿Acaso era una representación de la inquisición?
Entonces se acercó más para ver mejor a
que personajes representaban, horrorizado pudo reconocer que eran políticos de
todo el mundo que allí reunidos estaban debatiendo, sobre si debían entrar en
conflicto bélico con otras potencias, Juan no supo cómo pudo leer los labios de
aquellos dirigentes, que podían disponer
a su antojo de los hijos de los demás, mientras ellos desde sus despachos
suntuosos esperaban la comunicación del número de muertos en el combate.
Entonces
Juan en un arrebato de justicia, pensó que si rompía el cuadro, todo lo que en
esos momentos estaba representando desaparecería, y con ello quizás para
siempre las actitudes y acciones con total inmunidad de unos cuantos hombres que
deciden cómo si fueran dioses el destino de las naciones.
Cuando
se acercó para descolgarlo, creyó oír una voz:
- Si
destruyes este cuadro, es que estás loco, estás viendo representado el futuro.
Juan ante esta advertencia sin sentido y
autoritaria, clavó sus ojos en la imagen de aquel personaje y con voz que
parecía un trueno dijo:
-La
locura a veces es un bien que Dios da a los cuerdos para que puedan actuar
haciendo el bien que muchos cuerdos, por el mero hecho de serlos, no se atreven
a ello.
Poco
después, envuelto en alcohol y metido en
la bañera del cuarto de baño aquel cuadro se consumía, cómo debían consumirse
aquellos dirigentes que para salirse con sus deseos de tener más poder hacían
sufrir a su nación. Y así, de este modo, Juan pudo evitar las tribulaciones de
todo un pueblo.