viernes, 4 de octubre de 2013

Las Flores de tu casa nunca se marchitan (I parte)



La casa familiar, le pareció una solución bienintencionada sobre todo cuando el corazón se encuentra destrozado: Tatiana estaba recién divorciada y, en teoría estaba correcto lo que estaba haciendo, solo se le ocurrió poner tierra de por medio para alejarse de cualquier cosa que le recordase su más reciente vida pasada, pero…cómo podía huir de todo lo que llevaba dentro desde…ni tan siquiera podía recordar, cuándo empezó a sentir esas sensaciones extrañas que aún persistían dentro de su corazón.
Ahora tenía que aprender a estar sola, quizás hasta pudiera hacer todo lo que realmente le apeteciera sin temer nada y sin dar explicaciones a nadie….Por el momento no quería pensar en su futuro, solo deseaba estar tranquila.
Tatiana, se encuentra tras una larga ausencia en la casa de sus antepasados después del fracaso de su matrimonio; este reencuentro con el pasado no le estaba resultando nada fácil. Acababa de cumplir los cincuenta, se encontraba sola, a pesar de lucir buen aspecto, su mirada desprendía una tristeza que siempre supo le acompañó a lo largo de su vida. Y ahora se encontraba de nuevo en el hogar paterno dispuesta a desentrañar todo aquello que le había preocupado desde siempre y que le había hecho salir de Moscú precipitadamente: El destino que eligió fue España, pero el motivo que le atormentaba no desapareció con la lejanía, haciendo que esa obsesión fuera una de las causas que destruyera su matrimonio, ¿ ó quizás hubo otros motivos?.
Se encontraba mirando por balcón por primera vez desde que llegó. Tras los cristales, ve con nostalgia distraída cómo una suave manta blanca de nieve cubre las cúpulas de la Basílica de San Basilio.
La gran explanada de la Plaza Roja, ante sus ojos  aparece como un mar de algodón en calma, un coche de caballos interrumpe sus elucubraciones, al ver cómo sus ruedas rompen la armonía del dulce manto níveo del suelo, haciendo a su paso dos heridas paralelas en el asfalto interminable. Después de unos momentos de contemplación se aparta de los cristales que se habían empañados con el vaho que desprendía su respiración. Cierra parcialmente las cortinas de terciopelo que lucían de un color azul desvaído,  dejando que entrara la tenue claridad de las farolas de la plaza. Se sienta, y pasea su mirada por el salón como si jamás lo hubiera visto antes, entorna los ojos y empieza a recordar vagamente su niñez en aquella casa que ahora se le antojaba que estaba repleta de historias que nunca supo descifrar en su inocencia de niña, aunque siempre tuvo  la intuición de que allí pasaba algo que ella no entendía, y que en su adolescencia  nunca se atrevió a pedir explicaciones.
De repente, sus ojos se quedan fijos ante uno de los cuadros que tenía frente a ella, era un retrato de una mujer madura de cuerpo horondo, vestida con ropas caras que parecía desprender autoridad, mientras su mirada parecía derramar una amargura profunda.
Después de unos minutos de contemplación, no supo cómo su subconsciente, sin su permiso empezó a trabajar a velocidades de vértigo, llegando a reavivar esos recuerdos que tanto tiempo habían estado agazapados en los pliegues del olvido.
Ante esta situación se tapa la cara con las manos, no podía ser verdad todo aquello que su mente le estaba revelando. Se levanta de la butaca bruscamente, sale precipitadamente del salón y, como si fuera un autómata sin sentido alguno, empezó a recorrer la casa como si la visitara por primera vez las habitaciones de aquel primer piso del edificio aristocrático, desde donde se podía divisar un espléndido panorama del espectacular “RUS” (ahora llamada Rusia). De pronto siente que sus pies se quedan clavados ante un cuadro, en el silencio pudo oír cómo salía de aquella pintura, una melodía polifónica que era  interpretada por  el tañar de  campanas, mira detenidamente el cuadro, era una panorámica del pueblo de Rostov, donde desde tiempos inmemoriales suelen acudir atravesando el lago  Nero  los fieles para orar a la llamada de las campanas… Tatiana después de la primera impresión que le causó el toque de campanas, mira detenidamente la pintura, y tras la iglesia aparecía un bosque de pinos y abetos, en uno de los laterales, unos abedules  parecían arropar a una niña pequeña que parecía clamar con sus bracitos en alto que alguien le abrazara. No supo él porqué ante aquella visión su corazón pareció desbocarse aprisionando su respiración.

................. (continuará.....)

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