jueves, 31 de octubre de 2013

Las Dolomitas (1ª Parte)


Marta, se encontraba sentada en el sofá de su salón, mirando fijamente el tablero de ajedrez que se encontraba encima de una mesita auxiliar, donde cada noche, y desde que contrajo matrimonio y, como si nada más importante hubiera que hacer en el mundo, su esposo, junto con su hermano, jugaban cada noche y sin pestañear una partida que, en algunas ocasiones, se encadenaban una tras otra, aquellas jugadas podían  llegar a prolongarse hasta muy entrada la noche. Ella, siempre esperaba hasta el término de la partida, para prepararles un café con unos dulces, para que se les aliviara el desgaste producido por la partida.
A Marta, lo que más le irritaba y, que cada día le era más imposible de soportar, era la cara de estúpidos que ponían al término de esta. Eran tan engreídos y vanidosos, que en realidad ni  tan siquiera se jugaban nada para así poder hacer más interesante la partida.
Eran los dos tan anodinos, que a veces desde el silencio y, cuando ella levantaba la mirada del libro que estaba leyendo para dirigirla hacia el tablero; observaba, que, a ninguno de los dos ellos que se creían tan listos y tan inteligentes, nunca se les había ocurrido, que, ante una buena jugada, nunca se debe despreciar al peón, sobre todo, si, lo que pretendes, es vencer a tu contrincante; el jugador, no puede olvidar jamás durante la partida, que un peón, bien colocado, puede llegar a tener más poder que un rey.
Una mañana al levantarse, y después de desayunar, sintió una extraña sensación de vacío y debilidad en las piernas; nunca hasta ese momento se había puesto a pensar tan detenidamente en cómo estaba transcurriendo su vida, esa clase de vida que desde años le estaba asfixiando.
De repente se dirige al cuarto de baño, se mira al espejo, y el espejo le devuelve una imagen que le desconcierta, pues allí, reflejada estaba la cara de una mujer joven, demacrada, que en torno a sus hermosos ojos; unos ojos que siempre fueron objeto de admiración, ahora, se mostraban con una aureola de un horrible color grisáceo.
En unos momentos reacciona; coge una barra de labios y, se da un toque en aquellos pómulos que lucían níveos como la misma muerte; pero que al instante con la ayuda de un lápiz labial, se tornaron de un color sonrosado. Se dirige al armario, toda la ropa que tenía estaba pasada de moda, elige la que le parece la más adecuada; en unos momentos, hace el equipaje, ya lo tenía decidido: Desde ese momento, su vida sería otra.
Con la maleta en la mano empezó a abordarle ese sentimiento absurdo de remordimiento que le hace retroceder unos pasos, pero reacciona y, sale de aquella casa que nunca supo el por qué, pensó si en realidad había sido alguna vez suya. Por qué siempre que regresaba de la calle y, cuando se encontraba en el vestíbulo, le entraba un intenso dolor de cabeza. Pero aquella mañana, cuando abrió la puerta para salir, quedaba tras ella, un silencio que tan solo fue roto por el aullido lastimero de un perro que el viento parecía arrastrar hacia el olvido.
Cuando aquella mañana bajaba los cinco peldaños que la introducían hacia un destino desconocido,--se dijo,--Soy tan insignificante, que si desaparezco de la faz de la tierra, nadie preguntará por mí, y el mundo seguirá girando igual y, no pasará nada.
En el trayecto Cáceres—Madrid, ya no le atormentó, ninguna duda. Cuando llegó a Barajas, saca un pasaje en las  aerolíneas  italianas. Era una necesidad para ella el poder pasear con la mente despejada por aquellos prados que tanto soñó, tapizados de bosques y, también poder admirar vertientes salvajes y sentir al mismo tiempo cómo te crujen las cervicales cuando haces el esfuerzo de querer alcanzar con la vista, las afiladas crestas de los grupos rocosos que, un día, no supo cómo se enteró que existían en los Alpes italianos, donde al atardecer en  las montañas rocosas llamadas Dolomitas, éstas se tiñen de color rosa casi transparente, y otras veces como si fueran hechizadas quizás , influenciadas por él sol, se tiñen de color rojo.
Marta, cuando llega a Italia, desde el aeropuerto se traslada en autocar hacia la región de Trentino, desde allí, en un taxi se dirige a Alto Adagio, donde se hospedaría en una cabaña de estilo tirolés,  según  decía  la publicidad y, que se hallaba situada en mitad de un prado de belleza inigualable, donde ella,  previamente desde el aeropuerto de Fiumicino, había contratado una habitación para alojarse.
Cuando llega a su destino, ante sus ojos se  extiende un gran valle salpicado de típicas cabañas tirolesas; tal como decía  la información que leyó en el folleto. Cuando llega a la cabaña que había contratado, se instala en una confortable habitación, al cerrar pudo ver que grabado en metal en la puerta se encontraba el número trece. Una vez dentro de la habitación, al cerrar la puerta, no supo cómo, pero creyó oír, una suave melodía de Verdi, al mismo tiempo, un olor se extendió por la habitación arropándola como un manto suave y perfumado, que la envolvió, mientras, creía ser transportada hacia uno de los picos más alto de las Dolomitas, donde su cuerpo, por unos instantes creyó, se había fundido con aquella maravillosa marmolada.

............. (continuará....)

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