La
miro desconcertada, no tenía ni idea a qué se debía esa invitación. Acabábamos
de conocernos y no sabía quién era, ni ella sabía quién era yo. Al mirarme me
sonríe, con una de esas sonrisas de las que se sabe de antemano que va a ser
aceptada su propuesta.
Nos
dirigimos al palacio, nos adentramos en el zaguán. Ahora es el carillón del
reloj de la torre de San Mateo el que retumba en mis entrañas, lo siento como
un ruido siniestro. La puerta enrejada que guarda el patio se encuentra
entornada y yo la sigo sin vacilar, subimos las escaleras de granito donde las
paredes a su paso se cubrían con un tapiz vegetal de grandes hojas relucientes.
La
galería está llena de retratos que contaban la historia dinástica de la
familia. En mi desconcierto, creí ver que todas las caras de los que aparecen
en los retratos de los cuadros tenían una sonrisa extraña. Cruzamos la galería,
abre una puerta y ante mí aparece un gabinete tétrico con paredes enteladas de
un color granate desvaído que hacen juego con la alfombra. Al fondo un mueble
oscuro que parece una librería caduca y una mesa con sillas hacen todo el
mobiliario.
Me
invita a sentarme frente a ella de sopetón y me dice:
-
Me llamo Tatiana.
En
esos momentos creí que se me congelaba la sangre y siento temblar mis piernas.
No hacía muchos días había leído la noticia en el periódico de la muerte de una
aristócrata con el mismo nombre, me tranquilizó el pensar que solo era una
coincidencia pues ese nombre es muy común entre la nobleza.
Después
de un largo silencio dije con una voz que me salió gutural:
-Yo
soy Carmen, una enamorada de la Ciudad Monumental.
Al
oír mi nombre sus ojos se iluminaron y con un movimiento de su mano derecha
hizo aparecer una bandeja conteniendo dos tazas de humeante café.
Yo
miré pero no vi que nadie fuera el portador de la bandeja que pasaba sobre mi
cabeza hasta colocar el servicio encima de la mesa. La habitación por momentos
se tornaba más oscura imitando a la calle donde la noche ya había hecho su
aparición. La oscuridad reinaba en aquel
gabinete añejo y solo el reflejo de la luna que entraba por la ventana me hizo
ver la figura de Tatiana con un pelo alborotado como si fuera un ánima.
Al notar mi intranquilidad Tatiana se levanta
y con otro gesto de su mano hace aparecer ante nosotras a un hombre
excesivamente delgado vestido de negro, con el rostro transparente que parecía
no haber visto la luz del sol en mucho tiempo y que en la mano portaba un
candelabro con velas encendidas.
La
señora a la luz de las velas empezó a transformarse. El cabello le creció
súbitamente volviéndose blanco, sus ojos empezaron a hundirse y sus manos
parecían temblar. Mientras, el gabinete empezaba a llenarse de gente, todos
parecían salidos de sus tumbas y de la señora que minutos antes había conocido,
sólo quedaba una imagen imprecisa, oscura, la de un espectro centenario.
En
el pétreo silencio alguien dijo:
-
Tenemos que ponerle sangre cuanto antes, en unos segundos todo puede acabarse
para la señora…
Aterrada
comprendí que era mi sangre la que estaban solicitando con tanta urgencia.
Intenté salir de aquella ratonera y voy hacia la puerta pero todos aquellos
seres extraños me impiden la salida mientras todos parecían rezar una rara letanía
como si de un rito se tratara.
Una
voz potente, desagradable y autoritaria pregunta al otro lado de la puerta:
-
¿Quién anda ahí?
Aquella
voz podía ser mi salvación. Mi respiración se hace dificultosa ante la
posibilidad de salir de aquella pesadilla, los pasos se alejan y todo se vuelve
silencio, como el silencio tétrico y apagado de una agonía.
Dos
seres con caras extrañas me echan en una camilla de hospital y al instante me
encuentro maniatada mientras una potente luz de vela me ciega los ojos y todo
se convierte en un tenebroso vacio.
Días
después me encuentro de nuevo paseando por aquellas calles cargadas de historia,
paseando con mi “rara amiga” Tatiana. Nunca sabré como pudo suceder pero si sé
que ahora las dos podemos entrar sin necesidad de puertas en todos los palacios
con plena libertad.
Lo
que nunca sabré es en qué me convertí ¿acaso
soy también un espectro? ¿Qué fue lo que pasó cuando ese golpe que creí era un
estruendo de campana me hizo perder el equilibrio?
Pero
creo que para mí eso ya no tiene importancia. Ahora me encuentro en el sitio donde
siempre quise estar, entre esas paredes que me hablan de una vida que no es
pasada, que está presente y escondida entre sus muros misteriosos, que nos
susurra:
-
No cometáis los mismos errores que nosotros cometimos en el pasado…
¿A
qué errores se refería?
Quizás
aquellas premoniciones que tuve de niña me estaban avisando de que aquellos coches
“gordos” eran mejores que estos modernos de chapa delgada y creo, cuando aún
reflexiono ¿Y si fue uno de estos coches de chapa delgada, los que me han hecho
llegar a estas circunstancias?
Pero…
¿tuve acaso otra alternativa?
Foto: www.abc.es
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