martes, 6 de agosto de 2013

¿Tuve acaso otra alternativa? 1ª parte



Aquella tarde gris y templada de otoño paseaba ociosa sin prisas saboreando cada rincón de la Ciudad Monumental de Cáceres.  Al pasar por la puerta de uno de los palacios el golpe seco de la puerta de una de las ventanas al cerrarse me sobresaltó, miré curiosa hacia arriba y no vi nada, tan solo noté una brisa agradable pero afiné el oído para intentar percibir cualquier otro ruido mientras la tarde empezaba a declinar.
Seguí mi camino y la nostalgia se apoderó de mí. Empecé a recordar mis años de niña cuando jugaba a la salida del colegio por aquellas calles estrechas, laberínticas y misteriosas. En ocasiones mis ojos de niña creían ver cosas que quizás no fueran del todo realidad, pero ¿porqué guardo en mi cabeza esos recuerdos  a veces se hacen nítidos y al mismo tiempo difusos?
En algunas ocasiones vi salir de esos palacios grandes damas acompañadas de un séquito de criados todos uniformados como si se tratara de un cortejo real, éstos acompañaban a la señora hasta el coche, yo miraba a aquellos coches, tan negros, tan brillantes como el charol de los zapatos de un actor, me llamaban tanto la atención que les puse un nombre; coches gordos.
Tal vez ya en mi inocencia veía en ellos una carrocería robusta que parecía dar seguridad al viajero. O tal vez imaginaba que en un futuro aquellos coches desaparecerían para poner en su lugar otros con la carrocería más fina y delgada que quizás se asemejaran a aquellos librillos de papel fino con el que  el fumador liaba sus cigarrillos en los años cincuenta.
Puede que en la actualidad hagan los coches más ligeros de chapa para poder alcanzar más velocidad, pero ¿velocidad, para qué?
Ahora sigo pensando que quizás esa sería la razón por la cual me gustaban tanto esos coches “gordos”  entonces inalcanzables, sólo los podían poseer aquellos Condes y Marqueses que osaban vivir en mi misteriosa Ciudad encantada, que siempre me atrajo como un imán haciéndome sentir todos sus secretos ocultos y oscuros porque cuando me adentraba por los estrechos recodos de las callejuelas que parecían no tener salida mi corazón se desbocaba con un pavor indescriptible.
Algunas veces en mis juegos asomaba la cabeza cuando veía una puerta abierta de algún palacio. Yo miraba ensimismada aquellos patios peristilos, solitarios, señoriales,  donde desde mi atalaya los sentía llenos de vida, una vida pasada pero que yo la sentía presente. En aquel extraño silencio se podían oír las conversaciones de sus moradores mientras descansaban sentados en esos bancos de madera que tantos y tantos secretos deben guardar. También para mí era perceptible el devenir de los criados en sus quehaceres y sentía cómo en sus incorpóreos movimientos, eran todos espíritus guardianes de la casa. También oía las risas de los niños que inundaban la galería de alegría cuando corrían en tropel disputándose ser los primeros en llegar al estático jardín.
Después de tantos años pasados y en la madurez de mi vida sigo paseando cada día por mi querida cuidad.
Una tarde y cuando me encontraba haciendo mi acostumbrada ruta; Calle Ancha, San Mateo, cuesta de la Compañía hasta llegar a Santa María,  me entretuve más de lo habitual en mi paseo.
La luna luchaba ferozmente con los debilitados rayos de sol, que tuvo que sucumbir ante la caprichosa luna por el dominio de la noche, que al saberse ganadora, empezó con avaricia a robar la luz de las calles y a dejarlas a merced de un color gris tenebroso. Las campanas de la iglesia de Sta. María retumbaron de sopetón en mi cerebro como un choque brutal en la plazuela y creí perder el equilibrio. Al momento otro repiqueteo llamó a convocatoria. Era la hora del rezo del Santo Rosario.
Ya dentro de la plazuela de Sta. María veo salir de uno de los palacios a una señora y la miro extrañada. No era posible, aquel palacio siempre pareció estar deshabitado desde fuera. El aspecto de la señora era distinguido aunque el color de su vestido no fuera muy definido pues parecía haber perdido su color original y su bolso parecía estar en desuso, fuera de la moda actual. Sobre sus hombros, una estola de armiño, que lucía ajada por el tiempo.
No pude ver su cara pero me pareció que era feliz por encontrarse en la calle. Miraba con curiosidad en todas direcciones como si estuviera recordando el entorno después de haber estado ausente por largo tiempo y  sus pasos seguros la llevaron a la puerta de la iglesia que se encontraba cerca de su palacio.
Intrigada la seguí, mi instinto me decía que se trataba de una persona especial. Al encontrarse en la puerta de la iglesia, se percató de que no llevaba velo, sin él no quería entrar en el templo, al girarse para volver sobre sus pasos, su mirada se cruzó con la mía.
A la luz mortecina del atardecer pude ver su rostro. Estaba limpio de maquillaje y el farol de la esquina detalló todas las vicisitudes de su rostro que revelaba unas marcadas ojeras hinchadas y patas de gallos alrededor de sus ojos.
Al pasar por mi lado, me sonrió, caminó unos pasos y volvió su mirada hacia mí, me quedó confusa, no sabía qué pensar. Se acercó mí y con voz dulce me dijo:
-          Ya que no voy a llegar a tiempo para el rezo del rosario, si no te importa te invito a un café en mi palacio que acabo de llegar de un largo viaje y no me apetece estar sola. 

Continuará...


                                                       Iglesia de San Mateo en Cáceres
                                                             Fuente: elmagoerrante.wordpress.com
 

1 comentario :

  1. Hola María Teresa, un relato interesante. He encontrado tu blog porque me pasó la dirección mi padre. Has coincidido con él y con mi madre este verano en Fuengirola, soy Enrique.Me estuvo contando acerca de ti y tus historias. Bueno ya me tienes como seguidor. Espero poder seguir leyendo tu historia, y si necesitas algo no dudes en contactar conmigo en mi bloghttp://relatoskike.blogspot.com.es/.

    Un saludo

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