jueves, 25 de julio de 2013

Ten cuidado con lo que haces



Aquella mañana amaneció con una niebla tan espesa y pertinaz que a las once del medio día aún se podían cortar con un cuchillo el frío y la humedad que penetraban como dardos envenenados por el paño del abrigo hasta helar los huesos.
Las cafeterías del centro, con el vaho producido por el calor pegado a los ventanales, reclamaban al aterido viandante para que entrara, aceptando ansiosos de meter algo caliente en el estómago.
La cafetería de la plaza Mayor se encontraba como cada mañana llena de clientes cuando una compungida voz da la alarma desde la barra:
-          Señores,  no se puede servir más café, se ha cortado el fluido eléctrico.
Un murmullo se hace notar en el lujoso establecimiento.
En el fondo de un oscuro pasillo, donde se encuentran los lavabos, se oye una voz lastimera pidiendo ser rescatada de la oscuridad. La puerta del lavabo, al ser eléctrica y de último diseño se negaba a abrir.
Unos minutos después de saber la noticia de que no tenían luz, desapareció la calma y el sosiego. Como una catarata de aguas impetuosas, todos se precipitan hacia la puerta de salida.
Pero había un inconveniente, que la puerta estaba dotada de una moderna “célula” fotoeléctrica, esa que a todos nos hace sentir que somos importantes cuando al notar nuestra presencia se abre y se cierra ante nosotros. Pero la puerta al no tener fluido eléctrico  que la obligase a ser una sierva se niega a trabajar dejando a los clientes de la cafetería atrapados.
La puerta parecía disfrutar al observar las caras desencajadas de los que minutos antes reían. Y se le ocurre la idea de vengarse de todos ellos. Ahora ella era la que tenía el sartén por el mango, era la protagonista absoluta, la única y verdadera estrella de una película con la que siempre había soñado.
Impertérrita ve acercarse un caballero que parece ahogarse con el nudo de su corbata al verse atrapado ¿qué contenía en el cartapacio que con tanto ahínco apretaba bajo su brazo?
Algunos enloquecidos al precipitarse hacia ella marcaban sus huellas en los cristales, quizás de delincuentes de corbata y traje caro.
 Mientras, ella estática resiste los envites con cierto sarcasmo y piensa que quizás no existiera en el infierno una furia semejante como la que se siente al verse atrapados sin tener la posibilidad de poder escapar.
El cielo empezaba a oscurecer afuera y en las calles las gentes corren de un lado para otro buscando un sitio donde guarecerse de la inminente lluvia. Pero no encontraban ninguna puerta abierta pues todas se encontraban automatizadas (herméticas, eléctricas) pero los que se hallaban atrapados en esos momentos en los establecimientos no lo pasaban mejor.
En la cafetería de la plaza Mayor se encontraban hacinados, asemejándose a una jauría, en la penumbra. Pronto se perdieron los modales de gente civilizada, todos hablaban a voces, unos a otros se daban codazos por estar más cerca de mí. En una de las mesas, un hombre sentado pide con voz entrecortada ayuda…su pecho rezuma sangre espesa y negruzca esparciendo un olor nauseabundo. Un tenedor se encuentra alojado como un tridente en su pecho mientras su mano derecha se aferra a su cartera en los estertores de la muerte.
Una joven de piernas largas y exagerada minifalda se acurruca mimosa en los brazos de un vejestorio con cara de mafioso. Ella aprovecha el momento de confusión para extraerle del bolsillo unos documentos valiosos para más tarde hacerle chantaje. Ya habían pasado dos horas de desconcierto y ya nada quedaba de aquella cafetería de moda, ahora solo había suciedad, el suelo estaba lleno de ponzoña como la que generan las culebras cuando se encuentran hacinadas en un cubículo. Pronto empezaron a ser ellos mismos, se insultaban como chacales intentando devorarse por conseguir el mejor trozo de la “presa”.
Todos ostentaban altos cargos, donde eran llamados con respeto “señores”, unos señores qué se encontraban enfrentados por querer ser los que más trincaran. Aquel apagón sirvió para que se les cayera la máscara de “caballeros” quedando al descubierto su verdadero rostro, que les denunciaba y decían quiénes eran en realidad, vulgares chorizos que se dedicaban a vivir bien a costa de los demás.
En la calle un tumulto de gente se aglomera frente al ventanal acristalado de la cafetería y miran con compasión a los allí encerrados. Pero nadie hace nada por ellos. Eran hombres que tenían en sus manos el poder de hacer un mundo más justo y mejor para todos pero perdieron la oportunidad por una ambición desmedida.
Un escape de gas en la cocina de la cafetería y un cigarrillo al ser encendido fue el detonante.
En la deflagración la puerta se abrió y cuando llegaron los bomberos, sólo quedaban cenizas que ni siquiera pudieron ser identificadas.

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