lunes, 13 de mayo de 2013

¿Fue un replandor lo que entró por mi ventana? (2ª parte)



El cielo empezó de repente a salpicarse de manchas negras y yo creí encontrarme ante un abismo insondable, al no tener respuesta nada de lo que estaba viviendo. Eran cuervos que con sus graznidos hacían que todo fuera más insoportable, bajaban al suelo, posándose como una capa negra y misteriosa para devorar los cientos de cadáveres de cerdos que horas antes se encontraban cebando bajo las encinas y que ahora parecían estar congelados, con sus lomos pegados al suelo y las cuatro patas mirando hacia arriba. Era todo tan extraño, estos animales se encontraban en el peso justo para el sacrificio y era una ruina. Ante tanta desolación tenía que haber una explicación.
El purín ya había empezado a descomponerse y el olor empezó a ser insoportable.
Regresé a la casa, el horror no me dejaba pensar, estaba asustado. Con mano temblorosa llamo con mi teléfono móvil al ayuntamiento del pueblo más próximo pero nadie responde a mi llamada, insisto una y otra vez, pero parecía estar llamando al desierto. Mi perro a cada momento se ponía más y más nervioso, con sus ladridos descontrolaba mis nervios. Tenía que serenarme, esa era mi prioridad y entré de nuevo a la cocina para sentarme ante la taza de café que ahora estaba frío y poco apetecible. Miro la taza y me vienen a la mente recuerdos y conversaciones que de niña escuché entre bastidores, cuando mis abuelos oyeron hablar de la compra de la finca al bisabuelo. Lo que nunca entendí era el porqué nunca íbamos en verano a pasar allí las vacaciones, como tampoco entendía el porqué todos los mayores se ponían serios cuando se comentaba algo sobre la finca pareciendo consternar a toda la familia.
Mi bisabuelo después de comprar la finca, comentaban mis padres que inmediatamente y con prisas se hizo construir esta casa que no pareció gustarle a nadie, nunca ningún miembro de la familia puso los pies en ella,  algunos ni tan siquiera sabían de su existencia. Ahora en mi cabeza parecía aflorar todo lo que tenía almacenado, recordando el día en que mi padre después de una celebración y con exceso de alcohol en la venas me dijo, con voz que parecía vacilante, que no pisara nunca la finca. Allí siempre hubo algo misterioso y siniestro, quizás esta fuera la razón por la que nunca mis familiares quisieron  ir a ella, ni tan siquiera heredarla, pero, ¿tan grave era lo que creían los miembros de la familia que estaba sucediendo allí?
Ahora paradójicamente la única dueña de todo aquello era esa tía-abuela con pinta de bruja que ejercía de dama caritativa y ayudaba con un sueldo mísero mi maltrecha economía de mujer soltera pero licenciada en ingeniería agrónoma para gestionarle los trabajos de la finca. Una finca que no se me ocurrió  pensar, desde que empecé a trabajar en ella, que se encontraba distante de cualquier punto de concentración urbana.
 De repente, aquellas nubes negruzcas humedecieron el aire que empezó a cargarse de una sustancia que se esparció por todas partes oprimiéndome los pulmones. Ahora, dormida y al mismo tiempo muy viva, veía clara lo de la existencia de aquella leyenda que siempre me intrigó y que llevamos todos los descendientes de aquel bisabuelo extraño.
Sentí la necesidad urgente de salir de allí, la casa se me antojaba ahora un conjunto de mentiras, esas que siempre quisieron los mayores que escucháramos, haciéndonos caminar por la oscuridad más profunda. Mientras pensaba en todo aquello, sentí aterrada como se agitaban los cimientos de la casa, ya no me importaba alertar a las autoridades, con suerte quizás  algunos de aquellos hombres habían dado la alarma.
Cuando subí a mi coche llamé a mi perro pero no aparecía por ninguna parte, no podía dejarlo aquí a su suerte, silbé, lo volví a llamar y oí un gemido que parecía salir del muro de la casa.  Me acerqué pero no veía nada, detrás de las buganvillas estaba mi perro, en un pasillo, donde al fondo se podía apreciar una gran sala.  Mi perro me miraba asustado mientras arrastraba su barriga hacia la luz que había en el fondo. No me atrevía a entrar y mis pies se clavaron en la tierra.
Una voz conocida para mí insistía zalamera y me invitaba a entrar pero no podía, el terror me lo impedía.

Continuará... 

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