lunes, 27 de mayo de 2013

La dama de blanco



Ya estaba anocheciendo y los campesinos cansados y doloridos recogían los aperos de labranza cuando sintieron con temor temblar la tierra. Miraron y vieron a lo lejos como se acercaban unos jinetes que parecían valientes. Eran aguerridos soldados que galopaban clavando los cascos de sus caballos en la tierra blanda recién arada, exterminando todo lo que se encontraban a su paso.
Los campesinos se escondieron en sus chozas y temerosos observaban a través de las tinieblas rasgadas de un atardecer, donde los rayos del sol ya mortecino sucumben ante el poder de las sombras, y los jinetes que momentos antes vieron los campesinos, cómo se acercaban desde la lejanía, ante sus miradas atónitas éstos se habían convertido en una turba de tenues fantasmas.
Estaban envueltos en ropas transparentes  bajo esa penumbra misteriosa que da el atardecer. Ante la horrible visión, una bandada de cuervos alzó el vuelo graznando para posarse en lo más alto de la torre del castillo.
Ante la puerta, el abanderado grita blandiendo un pendón deshilachado:
-¡Ah del castillo!
El conde enojado se dirige a la puerta y levanta la voz llamando a sus criados para que la abran pero cuando estos se acercan para abrirla al Conde se le presenta el dilema, el de abrir o no abrir, porque hiciera lo que hiciera, tenía la certeza de que se encontraban todos en grave peligro. Entre tanto los jinetes se alinean haciendo un pasillo para que pase su caudillo, que es viejo, con los pelos enmarañados y una panza descomunal.
El que acaudillaba la turba, se apea del caballo limpiándose con la manga la humedad de su nariz y, dirigiéndose al conde  le dice:
-¿Tenéis por ahí escondida alguna doncella?
El conde al oír estas palabras, siente una presión tan fuerte en el pecho que cae desmayado al suelo.
Aquella misma noche, el Conde había tenido un sueño, una visión apocalíptica, en la que interpretaba la aparición de bárbaros, como prueba de que el diablo había salido del infierno, para provocar desolación.
Su joven hija que lo ve todo desde la ventana de su aposento, quiere bajar para ayudar a su padre, pero cuando abre la puerta para salir, su aya se interpone, entre ella y la puerta impidiéndole la salida. La encierra en la habitación y arrastrando un mueble bargueño con enorme trabajo lo pone delante de la puerta, quedando ésta totalmente tapada, y a salvo de los bárbaros.
Los guerreros belicosos y sanguinarios, asesinan a todos los habitantes del castillo, para después desvalijarlo. Entraron en la cocina y como salvajes se dispusieron a comer y beber todas las viandas que se encontraban en la cocina y en la bodega hasta hartarse. Cuando saciaron su gula, se tumbaron en el suelo para dormir como cerdos.
Por la mañana emprendieron de nuevo su camino dejando sólo desolación a su paso. Los campesinos apesadumbrados ante la tragedia se disponen a enterrar a sus muertos. Pero nadie se percató que desde la ventana del primer piso, la condesita gritaba sin ser oída. El tiempo pasó. Quizás, mucho, mucho tiempo hasta que aquella dulce condesita se consumió en su encierro resignándose a su suerte.
Su alma nunca quiso salir del castillo, porque la vio nacer y era lo único que había conocido.
Desde entonces y en cada fiesta que se celebra en el castillo, su alma se inunda de alegría al escuchar los sones de la música. Se pone su traje blanco de gala, para saludar con la mano  a los invitados que pasan por debajo de su ventana, ignorando  que ella y sólo ella es la verdadera anfitriona del castillo.
Esta historia puede ser o no verdad. Pero lo que sí es verdad, que unos niños en una fiesta celebrada en el castillo la vieron asomada a la ventana y la saludaron, consiguiendo con su candor, arrancar de sus labios blancos y fríos una cálida sonrisa.



miércoles, 22 de mayo de 2013

¿Fue un resplandor lo que esntró por mi ventana? (final)



 Ahora era una voz autoritaria la que decía:
-          Ya sabes el secreto de la familia que parecías tener ganas de desentrañar. Ya no tienes vuelta atrás ¿te acuerdas de tus primos que perecieron en un accidente extraño de coche? fueron muy osados y como tú también descubrieron nuestro laboratorio…sí, de armas biológicas pero creí que tú eras diferente, algo sosita quizás,  pero tuviste que entrar en el encinar y cometer el mismo error que ellos.
Yo después de escuchar estas palabras, me mantuve quieta como la mujer de Lot y hasta creí que me había convertido en  una estatua de sal. De pronto sonaron cascos de caballos que se acercaban. Era la guardia civil que alertada por los obreros llegaban para investigar los misteriosos sucesos que los hombres habían contado que ocurrieron en esa finca.
Me monto en mi coche apresuradamente porque quiero alejarme de esa pesadilla quedando previamente con la autoridad para dar mi versión de los hechos. Cuando mi coche se alejaba de la casa, una terrible explosión se produjo en el sótano y la destruyó, que en unos instantes se convirtió en cenizas. Aquella  mercancía que se elaboraba allí y que era esperada con ansiedad por unos  terroristas nunca llegaría a su destino y salvaría de la masacre a un pueblo, que su mayor anhelo es tan solo  trabajar en paz.
Aquel día me di cuenta del el riesgo que conlleva el tropezarse, desvelar historias y fenómenos que escapan a nuestra comprensión. Porque ahora estaba todo claro para mí, todo había sido un experimento que después de tantos años de clandestinidad no supieron controlar y que  provocó aquella matanza de cerdos. También supe que aquella tía-abuela no pertenecía a la familia porque era Afgana, fruto de unos amores de mi bisabuelo que le gustaba mucho viajar a ese país. Algunas veces le oyó mi padre decir que era donde tenía sus raíces… ¿y porqué ningún hijo heredó ningún rasgo de él?


lunes, 13 de mayo de 2013

¿Fue un replandor lo que entró por mi ventana? (2ª parte)



El cielo empezó de repente a salpicarse de manchas negras y yo creí encontrarme ante un abismo insondable, al no tener respuesta nada de lo que estaba viviendo. Eran cuervos que con sus graznidos hacían que todo fuera más insoportable, bajaban al suelo, posándose como una capa negra y misteriosa para devorar los cientos de cadáveres de cerdos que horas antes se encontraban cebando bajo las encinas y que ahora parecían estar congelados, con sus lomos pegados al suelo y las cuatro patas mirando hacia arriba. Era todo tan extraño, estos animales se encontraban en el peso justo para el sacrificio y era una ruina. Ante tanta desolación tenía que haber una explicación.
El purín ya había empezado a descomponerse y el olor empezó a ser insoportable.
Regresé a la casa, el horror no me dejaba pensar, estaba asustado. Con mano temblorosa llamo con mi teléfono móvil al ayuntamiento del pueblo más próximo pero nadie responde a mi llamada, insisto una y otra vez, pero parecía estar llamando al desierto. Mi perro a cada momento se ponía más y más nervioso, con sus ladridos descontrolaba mis nervios. Tenía que serenarme, esa era mi prioridad y entré de nuevo a la cocina para sentarme ante la taza de café que ahora estaba frío y poco apetecible. Miro la taza y me vienen a la mente recuerdos y conversaciones que de niña escuché entre bastidores, cuando mis abuelos oyeron hablar de la compra de la finca al bisabuelo. Lo que nunca entendí era el porqué nunca íbamos en verano a pasar allí las vacaciones, como tampoco entendía el porqué todos los mayores se ponían serios cuando se comentaba algo sobre la finca pareciendo consternar a toda la familia.
Mi bisabuelo después de comprar la finca, comentaban mis padres que inmediatamente y con prisas se hizo construir esta casa que no pareció gustarle a nadie, nunca ningún miembro de la familia puso los pies en ella,  algunos ni tan siquiera sabían de su existencia. Ahora en mi cabeza parecía aflorar todo lo que tenía almacenado, recordando el día en que mi padre después de una celebración y con exceso de alcohol en la venas me dijo, con voz que parecía vacilante, que no pisara nunca la finca. Allí siempre hubo algo misterioso y siniestro, quizás esta fuera la razón por la que nunca mis familiares quisieron  ir a ella, ni tan siquiera heredarla, pero, ¿tan grave era lo que creían los miembros de la familia que estaba sucediendo allí?
Ahora paradójicamente la única dueña de todo aquello era esa tía-abuela con pinta de bruja que ejercía de dama caritativa y ayudaba con un sueldo mísero mi maltrecha economía de mujer soltera pero licenciada en ingeniería agrónoma para gestionarle los trabajos de la finca. Una finca que no se me ocurrió  pensar, desde que empecé a trabajar en ella, que se encontraba distante de cualquier punto de concentración urbana.
 De repente, aquellas nubes negruzcas humedecieron el aire que empezó a cargarse de una sustancia que se esparció por todas partes oprimiéndome los pulmones. Ahora, dormida y al mismo tiempo muy viva, veía clara lo de la existencia de aquella leyenda que siempre me intrigó y que llevamos todos los descendientes de aquel bisabuelo extraño.
Sentí la necesidad urgente de salir de allí, la casa se me antojaba ahora un conjunto de mentiras, esas que siempre quisieron los mayores que escucháramos, haciéndonos caminar por la oscuridad más profunda. Mientras pensaba en todo aquello, sentí aterrada como se agitaban los cimientos de la casa, ya no me importaba alertar a las autoridades, con suerte quizás  algunos de aquellos hombres habían dado la alarma.
Cuando subí a mi coche llamé a mi perro pero no aparecía por ninguna parte, no podía dejarlo aquí a su suerte, silbé, lo volví a llamar y oí un gemido que parecía salir del muro de la casa.  Me acerqué pero no veía nada, detrás de las buganvillas estaba mi perro, en un pasillo, donde al fondo se podía apreciar una gran sala.  Mi perro me miraba asustado mientras arrastraba su barriga hacia la luz que había en el fondo. No me atrevía a entrar y mis pies se clavaron en la tierra.
Una voz conocida para mí insistía zalamera y me invitaba a entrar pero no podía, el terror me lo impedía.

Continuará... 

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lunes, 6 de mayo de 2013

¿Fue un resplandor lo que entró por mi ventana?



La casa solariega propiedad de mi tía-abuela se mantenía en pie a pesar de los años, firme y solitaria en la cima de la montaña casi tapada por cuatro buganvillas que parecían lamer los  muros como cuatro lenguas de fuego.
Aquella mañana me encontraba durmiendo en la lúgubre casa cuando el sol inesperadamente se metió en mi alcoba por la rendija de la destartalada puerta de la ventana, pareciendo saetas de plata que se clavaron sin piedad en mis ojos deslumbrándome al despertar.
Mi perro, un hermoso mastín, aquella mañana inusualmente ladraba ante la puerta de mi alcoba con tanta insistencia que con sus ladridos parecía querer transmitirme la desesperación que sentía. Abro la puerta y al instante su enorme cabeza se refriega con desesperación en el pantalón de mi pijama. Lo calmo acariciando el lomo de su cuerpo mientras me dirijo a la cocina sin pararme a pensar qué podía querer decirme con tanta exigencia mi fiel amigo Tom.
Después de media hora sigo deslumbrada, miro el reloj de la cocina que parece estar pegado a la pared y que a pesar del tiempo milagrosamente seguía funcionando a la perfección aún encontrándose  cubierto por una capa negruzca y pegajosa de un color raro. Eran las seis de la mañana y con el sueño aún pegado al cuerpo me preparo un café y cuando me llevaba la taza a la boca oigo un murmullo lejano que parece acercarse a la casa haciéndose notar igual que una locomotora cuando está llegando a una estación.
Dejo el café y salgo de la casa cuando el grupo de obreros que días antes habían sido contratados por mí para el descorche corrían desde el alcornocal, presurosos por la umbría ladera repleta de vegetal y empinada pendiente. Venían hacia mí y por el murmullo de sus voces pude apreciar que estaban asustados por algo que habían visto en el campo.
Miro hacia el cielo y sorprendido veo que el sol se encontraba oculto tras unas nubes grises y compactas. Perplejo pienso ¿de dónde pudo salir ese resplandor que me cegó?
 Me asusto ante este pensamiento y no acierto a entender que querían decirme aquellos hombres que hablaban todos al mismo tiempo. Me siento en el poyete de la puerta de entrada y mi mente se encuentra confusa. Cuando reacciono, los jornaleros, corren dándome la impresión de que se había producido una invasión terrestre que abarcaba todo el orbe de la tierra. Uno de ellos se queda rezagado y me acerco a él, al mirarme movió sus labios con el intento de contarme algo de lo sucedido, pero sólo profirió un quejido espeluznante mientras de la comisura de sus labios empezó a manar una saliva de un intenso color mostaza que embadurnó su cara. Cayó al instante al suelo para no volver a levantarse.
Mientras, el resto de la cuadrilla corre despavorida hasta desaparecer entre la foresta. Allí solo quedábamos un cadáver que se llevó el secreto de lo acontecido, mi fiel perro y yo.  Sentado en el poyete veo a lo lejos estelas de polvo en el camino por donde las camionetas atestadas de hombres emprendían la huida y los amortiguadores chirreaban emitiendo un sonido cada vez más débil e irreal conforme se alejaban.
Intranquilo por no saber lo que sucedía me monto en mi furgoneta todo terreno, me dirijo al alcornocal pero allí no había nada extraño y mucho menos nada que pudiera haber asustado a los obreros salvo las herramientas que estaban esparcidas y olvidadas por el suelo. Me dirijo al encinar, también propiedad de mi tía-abuela y cuando llego y pongo el pie en el suelo, Tom se niega a salir del coche. Miro alrededor y una especie de soplo helado pasa por mi espalda instalándose en mis piernas que al instante siento entumecidas, quedándome paralizada ante aquella dantesca visión. De repente, las encinas se empezaron a encrespar agitadas por el viento mostrando un paraje extraño.
En el cielo las nubes negruzcas y compactas, compasivas, daban paso a un tímido rayo de sol haciendo un pasillo que intenta dar luz a aquella desolación. Yo siento un estremecimiento, cuando el corazón se me desboca amagando con querer salirse por la boca.

Continuará... 


                              
                                   Foto: www.hospederiasde extremadura.es