Entro más tarde en el hotel Palmearían o Kunsaal
donde se juega a la ruleta, al baccarat y se bebe champagne. Me mezclo entre el
público fiel de los adoradores de fortunas y de la vida fácil del llamado
Tánger, ese día gano una fuerte suma de dinero. Me inscribo de nuevo en este
hotel y ahora, mezclada entre estas gentes, siento una inmensa sensación de
poder que hace subir mi adrenalina.
Cuando regreso a mi habitación estoy pletórica pero un olor extraño me pone en
guardia y minutos después descubro que alguien había estado registrando mi
pequeño neceser. Al día siguiente después de comprarme un precioso vestido rojo
de alta costura, me voy a Ville Plasír donde dicen que van los nostálgicos a recordar lo que vivieron
en las lujosas noches de Montecarlo o de
Niza. Me encuentro en la terraza del hotel mientras saboreo una copa de
champaña cuando unos ojos se clavan en mí, es Mohameneld, el joven que tanto me
ayudó desde que lo conocí y me sacó de
las laberínticas calles en las que me vi atrapada.
Después de charlar de cosas intranscendentes, se
presenta como mi enlace en Tánger y me pide guardar en la memoria su dirección
para llamarlo sólo en casos de excepción.
En ese momento supe que estaba metida en el
torbellino de la ilegalidad. Por la mañana, me dirijo al Zoco Grande, entre sus
callejuelas estrechas y empinadas me
dirijo a la Mezquita
de Sidi Bonabib donde cerca hay un
rastro donde se puede comprar cualquier cosa, hasta una ganzúa para abrir cajas
fuertes.
Un hombre con chilaba y gorro de fez vocifera los
artículos de su establecimiento, me mira con interés, me acerco, le pido unas
babuchas y una túnica de seda. Una vez
en mis manos las babuchas, meto la mano en una de ellas, y recojo el
recado que guarda dentro bajo la mirada atenta del vendedor. Cuando salgo de la
tienda, una envestida furiosa del viento de levante hace que la chilaba caiga
al suelo y al instante es recogida por el hombre extraño de cara surcada que me
la ofrece sin decir palabra. Sigo mi camino intentando no alterar ningún
músculo de mi cuerpo cuando veo ante mí como un hombre vestido a la usanza
árabe se encuentra en el centro de la estrecha callejuela, con un cesto de
mimbre, era un encantador de serpientes. El hombre me mira y con voz balsámica,
casi táctil me dice:
-
No temas, puedes
pasar.
Mientras, el animal encerrado da silbidos de
desesperación. De repente siento en mi cuerpo que una tempestad se desencadena
hasta llegar a lo más recóndito del corazón. Mi olfato se estremece ante el
olor a pellejo de cabra que emana de las tenerías e inunda con su olor las
callejuelas.
Camino frenéticamente por las caldeadas calles, me
dirijo al mirador y miro el mar, sueño
con los barcos fenicios y las trirremes
romanas que un día surcaron el estrecho hacia el mar de las tinieblas, como
llaman los árabes al Océano Atlántico. El viento sigue implacable de levante,
no cesa de silbar pero yo sigo en el mirador.
Una anciana se acerca a mí y me cuenta que un día
oyó decir que había una música hipnótica en el viento que todo aquel que la
escucha puede empezar a girar y girar hasta perder el control y caer en trance.
Descubrí al escuchar la narración
que me encontraba girando y girando como
si estuviera jugando un papel en esta sociedad que no era el mío y que nunca
hubiera sospechado vivir.
Desde el mirador de la alcazaba Casbah veo el café
Tingis donde se sientan los comerciantes prósperos después de hacer sus
contratos con cualquier clase de moneda. Me acerco y es asombroso, allí se
pueden entender en seis idiomas y es allí donde el estrecho de Gibraltar
extiende ante mis ojos el verdor de la costa
española que surge misteriosa entre la calima.
Llego de nuevo al hotel, las moscas en la calle parecen
multiplicarse mientras empieza a apretar el calor y el suelo está
alfombrado por una película de finísimo polvo y arena que es levantado al
contacto con los zapatos. El viento es tan fino
que hace que millares de partículas de polvo floten y choquen con los
cristales de las ventanas una suave melodía.
Aquella noche los barcos cargados de contrabando
atraviesan el estrecho de Gibraltar para descargar su mercancía en España. Así
es, como Tánger se convierte en el centro internacional de las intrigas y las
maquinaciones secretas, haciéndose famosa
entre el público fiel de los
adoradores de fortunas que luchan por hacerse un lugar en aquel paraíso.
Me asomo y frente a mi ventana veo una casa extraña
rodeada de cipreses que cubiertos de polvo se agitan sin pereza bajo el viento
del estrecho. Los que transitan las calles se encogen bajo sus chilabas porque
los torbellinos de polvo les impiden respirar.
Aun así me dispongo a entregar la mercancía que me
había sido encomendada cuando al salir a la calle, ya en la puerta, de nuevo aparece
ante mí el hombre de la cara surcada. En esos momentos siento una sensación
extraña, pues creo estar viviendo una pesadilla con pasadizos secretos y
sombríos que comunican calles empedradas y que en su soledad sólo se puede oír
el zumbido de las moscas.
Una suave voz me devuelve a la realidad, llamándome
por mi nombre:
-
Julia…
Julia acaba de instalarse en su tierra natal Cáceres
después de casi dos décadas fuera. En sus manos tiene un periódico que cada día
le envían sus amigos desde Francia y se siente orgullosa de la labor realizada
por ella en los tiempos de agitación política. Con estupor ve como se ha
transformado la realidad en hechos extravagantes y misteriosos que dictan mucho
de la realidad.
En esos momentos, sin duda alguna, Julia experimenta
un doble placer de lectura porque no
fue leer por leer, sino que, según el
informante de la noticia, los hechos siempre se narraron diferentes a la
realidad.
En una nota adjunta al periódico, Julia puede leer
que había sido encontrado un cadáver en circunstancias extrañas y cuya
identificación era la de un hombre llamado Hanmed apodado el rifeño. Junto al
cadáver había una nota con un nombre: Julia.
Pero eso no le impidió viajar de nuevo en su
subconsciente a Tánger para revivir en primera persona una historia de la que
sólo ella conocía la verdad y que fue la más interesante de su vida.