viernes, 22 de marzo de 2013

Tánger ( 2ª parte)


Llego a la Plaze de France y bajo por la Rué de la Liberte, me acerco al hotel de Minzah, con su aire de mal imitador de la arquitectura andaluza. El portero me recibe vestido con zaragüelles, su Chechenia y sus babuchas, y unos mozos corren al verme para servirme en lo que deseara. Resulta agradable después de una huida sin motivo que a alguien, aunque sea remunerado, le dé gusto servirte.

Después  de pedir por teléfono que me llevaran el equipaje a mi nuevo alojamiento, me inscribo en el hotel, siempre con la esperanza de encontrar seguridad hasta ver la forma de poder llegar a Cáceres.  No sólo tiene vistas al mar, sino que sólo una estrecha franja de agua me separa de España y la nostalgia se apodera de mis huesos.

Ya en mi habitación, lleno la bañera de porcelana pensando cómo pude meterme en este lío. Mientras miro el mar, me parece que mi alma se ensancha contagiada por el espacio que se pierde en las preguntas… su destino y del que busca el hombre ante todo lo que sufre y vive. Aquella noche, descanso plácidamente.

A las ocho de la mañana, me despierto al oír los bramidos repetidos de un ferri que se acerca a puerto, abro la ventana y el paisaje de la bahía me ciega ante los deslumbrantes rayos de sol. A lo largo hay nubes de agua de las de color plomo, que son atropelladas y empujadas por el viento hacia España, que parecen engancharse en la escarpada del promontorio de Algeciras, a lo lejos parecen fumatas  de reflejos perlados. Mientras entre las dos costas, las aguas del estrecho,  los dos océanos, se disputan su liderazgo y en su lucha las olas se encrespan haciendo difícil la navegación.

En la calle aprieta el calor, cierro la ventana y veo como millares de partículas de polvo flotan entre la ventana y el cristal.

Por la mañana salgo a pasear y siento como si estuviera paseando  por una andaluza calle española, sus fachadas encaladas adornadas con vistosos azulejos, quedaban patentes la holgura económica de una época que suscitó una vida de despilfarro, basada en el juego de las apariencias.

En el hotel me informo que la alta sociedad la componen los que trabajan en las embajadas y consulados siendo un compendio de nacionalidades. Mi deseo en esos momentos no era otro que encontrar trabajo en la embajada española para poder conseguir un pasaporte.

Tánger en estos momentos no podía pensar en nada, estaba empapada de esplendor económico hasta convertirse en una bella perla que todo el mundo quería poseer, pero ella ajena a toda avaricia sigue flotando en el estrecho sin que nadie se atreva a tocarla.

Todos los días en mi ociosidad observo como las mujeres árabes se dirigen al mercado con sus caftanes de seda y sus velos oscuros. Mientras, los mercaderes se distinguen de los demás con su atuendo de chilaba, fez rojo y babuchas que a su vez son árabes bereberes y también europeos de diferentes nacionalidades donde todos  dejan huellas diferentes pero ricas en matices, que es la señal de identidad permanente en Tánger.

Me encuentro en el Zoco Chino donde se puede comprobar  la heterogeneidad de razas  culturas religiones y arquitectura. De repente, una voz hace el silencio, el muecín llama a la oración desde los minaretes.

Muy cerca del Zoco Chino está el cine Vox donde sólo se proyectan,  para mi sorpresa, reproducciones egipcias como el célebre Un Kalsun. Las gentes se aglomeran  en las puertas de las taquillas para comprar su entrada. Dentro es como estar en Hollywood, las películas son en blanco y negro pero los decorados son suntuosos y el vestuarios  de ensueño.

Me siento en el patio de butacas,  cuando la sala aún proyecta la película. Una mano  se desliza tras mi espalda dejando caer  sobre mi hombro con mucha habilidad un paquete  que yo recojo y guardo en el bolso sin razón alguna. Espero hasta la terminación de la película y creo que me estoy volviendo loca.

Al salir, como la calle estaba repleta de cines, muchos espectadores se aglomeran en las puertas para ver películas españolas y americanas.

Con el paquete en mi bolso aturdida por mi comportamiento irregular y sin saber qué hacer por tanto acontecimiento vivido, me voy a descansar para calmar mis nervios Ya en la habitación no quiero abrir el paquete y lo deposito encima de una mesita y lo observo, como quien observa los movimientos del enemigo a punto de atacar (sólo pude leer en el remite: Entregar en el teatro Cervantes).

Al día siguiente entro en el Cervantes con mi encargo. Éste es un pequeño teatro con ménsulas doradas, butacas tapizadas en terciopelo rojo, techos pintados de azul y al derredor del escenario grandes carteles con los nombres de las representaciones próximas a proyectar.

Allí estaba el rifeño, quieto, sombrío, en la puerta de la sala de proyección esperando, para mi sorpresa, que le diera su paquete, mientras miraba distraídamente una película de Buñuel. Me puse tras él.

Dos soldados marines norteamericanos, altos, fornidos, me siguen con la mirada. Vuelvo sobre mis pasos después de hacer el encargo. Nerviosa salgo a la calle y de nuevo me pierdo entre las laberínticas calles de la medina que parecen retorcerse, doblarse, hasta parecer que ha desaparecido la salida. Todo es confusión ante mi vista.

La desesperación empieza a hacer mella en mí cuando oigo una voz detrás de mí que me parece amable. Es un joven de mirada tibia, de acentuado perfil griego y su serenidad me infunde valor a pesar de que las calles estaban desiertas por el intenso calor. Mi corazón empezó a bombear tan fuerte que las sienes  se hincharon hasta parecer querer estallar. Lo miro de frente  con desconfianza y mis ojos  delataron mi estado de ánimo al anegarse en llanto. Y en ese mismo instante  pienso que los infortunios y las tragedias humanas aparecen inexplicablemente, siendo estos motivos de enigmas y de  escepticismo.

El joven sin  identificarse, me tiende la mano y se ofrece a sacarme del laberinto de Dédalo en el que creí haberme metido.

Mientras, un hombre de los allí llamados contemplativos en la calle se encuentra sentado a los pies de una farola y parece estar en éxtasis,  su inmovilidad es absoluta, en el momento que lo miro pienso que quizás su estómago este repleto de Kif. En esos momentos para mí todo podía ser posible.

Salimos de las calles que son como arabescos de una caligrafía olvidada y llegamos a una plaza concurrida, donde la animación es constante. El joven misterioso, me invita a entrar a un casino que se encuentra frente a nosotros, la puerta ancha tachonada está abierta de par en par, dando paso  a otra de cristal transparente desde donde se puede apreciar la antesala del casino.

Después de ser presentada como si fuera una vieja amiga  a sus amistades, jugué a la ruleta como nunca antes lo había hecho.

Por la mañana al despertar ya empezaba a amanecer, entrando por mi ventana una luz convaleciente,  pálida que lamia con timidez los cristales. Más tarde  los rayos de sol se hicieron fuertes, bravos, empezando a jugar en las fachadas, tomando diversos  colores, como siena, azul marino, verde mar y rosado que parecen querer jugar con su paleta de colores.

A lo lejos se divisa la costa española que parece envuelta en una suave neblina. Son las dos del mediodía cuando la radio, la Voz de América y radio Tánger Internacional dan las noticias. En esos momentos estoy viviendo las vicisitudes de una guerra mundial, donde todo lo imposible puede hacerse fácil.

Salgo a la calle y me dirijo a una típica casa de comidas, donde almuerzo unas aceitunas con pan y alcachofas. El viento embravecido  soplaba sin cesar en el estrecho. Me siento feliz cada  minuto que paso en Tánger entre esta sociedad tan variopinta en donde casi todo vale.

 
Foto: Telva viajes.com

 
Foto: Viento del sur. wordpress
 
 
Continuará...

1 comentario :

  1. ME ENCANTAN TUS RELATOS, PONES EL ALMA.

    FD. MARIA CRISTINA ATALAYA FUENTES

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