viernes, 21 de diciembre de 2012

Queridos lectores:
La presentación de mi libro " Los Relatos de Teresa, Misterios al Borde del Abismo" fue un éxito gracias a vosotros, mis seguidores.
Gracias a los presentes, a los que no pudieron asistir por diversos motivos y a los que pacientemente esperaron fuera del salón porque no cabía un alfiler dentro.
Gracias igualmente a Cristina Pérez-Sala, mi editora, de C2O COMUNICACIÓN, que se ha encargado de todo y ha logrado que todo saliera bien. Tampoco me olvido del Chef César Ráez (Torre de Sande) que con su catering dedeitó nuestros paladares en el vino español que se sirvió y de mi amigo José Luis Franco (Franquete) por su difusión del evento en la COPE.
Me presentaron, además de Cristina Pérez-Sala, mis amigos Antonio Bueno (escritor de turismo), Dolores Gozalo (Catedrática de Literatura) y Antonio Rodriguez (Licenciado en Historia y profesor mío).
El libro desde hoy está en las librerías de la Avda. de la Montaña de Cáceres (Bujaco, Figueroa y Álvaro).
Próximamente estará el Librería El Pasaje de la Avda. de Hernán Cortés.
Y no me olvido de mis lectores lejanos (EE.UU., Rusia, América Latina, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido) a los que siento muy cerca en mi corazón. Mi libro se va a vender por ahora en Cáceres (España) y en breve estará en formato electrónico para vuestro disfrute. No obstante, podéis poneros en contacto con la editorial C2O Comunicación: cristinapsf@c2o.es

A continuación, os adjunto un breve reportaje fotográfico de la presentación:














lunes, 17 de diciembre de 2012

Queridos lectores:
Este jueves es especial para mí.
Presento mi libro de relatos: Los relatos de Teresa, Misterios al borde del abismo y me gustaría que estéis conmigo porque ¿qué son los relatos sin sus lectores? sois muy importantes para mí.
Se celebrará este jueves día 20 de diciembre en el Palacio de la Isla (Plaza de la Concepción) de Cáceres a las 20:00 horas.
No faltéis. Os espero.
Teresa.
Y ahora podéis leer la primera parte de "El hombre que guardaba un secreto". Espero que os guste.

El hombre que guardaba un secreto (1ª parte)

Después de un húmedo otoño, los primeros días de invierno aparecieron amables y cálidos, como preludio a los fríos que estaban por llegar. Aquel día los vientos amainaron y pude cabalgar por la escarpada montaña a lomo de mi fiel jaca Truhana.
Después de una hora de delicioso paseo miré como siempre, desde la cima  de la montaña, el precioso panorama que me brindaba  mi tierra extremeña. Entre aquellos parajes solitarios y en plena naturaleza, destacaba una casona imponente y mudo testigo de un pasado de esplendor.
Siempre tuve curiosidad por verla de cerca y  aquel día decidí acercarme. Dejé atrás las retamas y zarzales que convivían al abrigo de los olivos y me adentré por un camino bordeado de almendros y arbustos, cuando apareció ante mí la soberbia casona. Me sentí confuso ante su pétrea presencia y al acercarme, la terraza de grandes dimensiones estaba rodeada de una balaustrada de piedra que guardaba con celo las escalinatas que daban a la puerta principal. Me aproximé y un anciano se mecía sin cesar en la puerta, con lentitud, con el ritmo monótono de las olas del mar cuando lamen la arena de la playa.
El anciano al verme me invitó con un gesto a apearme del caballo y me ofreció una amplia sonrisa que dejaba al descubierto su boca desdentada de encías abultadas. Tomé asiento a su lado justo en el último peldaño que daba paso a la puerta principal.
Aquel anciano me hacía miles de preguntas mientras  yo observaba cómo le temblaban las manos y me pareció notar que su estado era senil. Sin darme cuenta empezó a contarme la historia de aquella casa que hacía mucho tiempo guardaba en su frágil memoria:
 Aquel día,  toda la casa estaba iluminada. Empezaron a llegar los elegantes invitados de toda la comarca. Los anfitriones esperaban en lo alto de estas escaleras para darles la bienvenida. Los chóferes se disputaban los terrenos cercanos a la finca y  los lugares más llanos una vez los autos estuvieron vacíos de sus lujosos pasajeros. El tiempo de espera se presagiaba largo y monótono y desde lejos se podían oír los sones de la orquesta.
 Era un gran día para ellos, para los dueños de la casa ya que presentaban en sociedad a su única hija y heredera, Eloísa y el propósito de la fiesta no era otro que encontrarle marido a su bella hija, un marido que estuviera acorde con su categoría. A los sones de la música apareció Eloísa,  radiante ante los invitados, con un vestido blanco espectacular que ensalzaba su belleza y su larga cabellera dorada adornada con pequeñas flores que hacían destacar sus ojos de color esmeralda.
Los criados -sigue contando el anciano- se disputaban las mejores rendijas de las puertas para ver a los invitados. Entre ellos destacaba un hombre que se hacía llamar Duque de la Confederación, que ante el dueño de la casa fingió aparentar un repentino enamoramiento nada más ver a Eloísa. El padre, complacido, convino en presentársela con gesto de conformidad y cuando fueron presentados, ella notó en la cara de su padre que el Duque era de su agrado. El Duque, un hombre de mediana edad y enjuto de mirada dura como gotas de asfalto, le sonrió con la hipocresía de una hiena. En esos momentos Eloísa no pudo evitar sentir la mirada de aquel semblante fiero y sagaz que penetraba hasta lo más secreto y profundo de su ser.
Cuando tocó la orquesta una de las piezas románticas, se acercó a ella con gesto posesivo y la enlazó por la cintura para bailar. Eloísa  sintió un estremecimiento y vio como, con los párpados cerrados, sus ojos bailaban la danza del que sueña ya por lo que ha conseguido.
Más tarde bailaría sin cesar con otros jóvenes encantadores, amigos de la familia. Eloísa cansada de tanto fingimiento, miró hacia la terraza y lo vio, tímido y solitario,  apoyado en la balaustrada con una copa de vino en la mano. Cuando terminó la pieza, decidida se acercó a él con una suave sonrisa y se presentó. Se llamaba Eduardo y Eloísa y él bailaron casi sin hablar un vals en la solitaria terraza. Para ella fue lo más inolvidable de la noche.  Más tarde, Eloísa volvió al salón y minutos después lo buscó con la mirada recorriendo el salón y la terraza pero él ya no estaba. Al terminar la fiesta y cerrar los ojos recordó con nostalgia  los dulces ojos de de aquel joven llamado Eduardo, pensó con tristeza lo impredecible y proclive a la tragedia que era el destino. Mientras, se coló por su mente la mirada dura y la falsa sonrisa del Duque.
Desde el día de la fiesta el Duque se hizo asiduo de la casa,  siempre invitado por sus padres. La amistad llegó a ser tan estrecha que todas las decisiones de la familia pasaban por el consejo del Duque y se hizo en poco tiempo una pieza imprescindible en el engranaje de la familia. Desde entonces algo empezó a cambiar en la casa. Los criados no se encontraban a gusto  y por las noches se oían conversaciones extrañas en las habitaciones de invitados, entraban y salía gente desconocida. Los señores de la casa empezaron a perder interés por todos los problemas de la hacienda y la madre de Eloísa empezó a encontrarse triste y desganada, tanto, que unos meses después inexplicablemente no podía levantarse de la cama. Sólo había transcurrido una semana de la extraña enfermedad cuando murió una mañana con una expresión de sufrimiento.
El padre, siempre acompañado por un Duque que anulaba su voluntad, se encerró en sí mismo y no quería relacionarse con nadie. Los dos solían salir cada mañana en solitario a cabalgar por la hacienda cuando un accidente incomprensible para un experto jinete como el padre de Eloísa le hizo caer del caballo. Como consecuencia del golpe recibido, murió poco después.
Eloísa ya estaba sola en el mundo y El Duque cogió las riendas de la casa sin preguntar. Las cosas para ella fueron cada vez peor y el Duque le exigía toda clase de datos referentes al patrimonio de sus padres alegando que ella no se encontraba en condiciones anímicas para administrarlo.
Cada día que pasaba se encontraba más débil y aunque se esforzaba por hacer memoria de lo que  allí ocurría, lo único que conseguía evocar era una imagen imprecisa de la que faltaban todos los detalles, los más importantes.
El anciano narraba la historia de la casa con hondo sentimiento y me asombraba con su relato hasta quedarme allí escuchando y perder la noción del tiempo.
 Eloísa –prosiguió el anciano- se veía perdida en unos pensamientos que la sumergían  en la negrura de un nocturno océano. Una mañana, el Duque le pidió casamiento mientras le ofrecía su diaria taza de café pero ella se encontraba triste por todos los acontecimientos vividos y aceptó con desgana la proposición de boda. Una semana después se celebró la ceremonia civil en la casa, sin invitados, ante un hombre extraño que le hizo firmar un documento del que ella desconocía su contenido.
Después de la peculiar boda, Elisa no  tardó mucho en comprender el episodio en el que su ahora esposo la había metido. Ya no era feliz en la casa que la vio crecer y  la veía como una casa de muñecas inanimada, grande, que respiraba y en cada inhalación parecía querer engullirla.
Aquel día no quiso salir del salón, sólo quería estar sentada en la butaca donde recordaba haber visto a su madre enfrascada en la lectura. Un terrible ardor  le empezó a quemar inexorablemente el cerebro y las entrañas cuando en la penumbra vio  la figura de una mujer vestida con camisón blanco que asomaba la cabeza por la puerta y desaparecía al instante.
Continuará...

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El escritor

El escritor se puso triste, muy triste, ya no tenía inspiración y dejó de escribir esos relatos en los que contaba cómo era la vida cotidiana en su ciudad.
Toda la pasión y belleza que le embargaban al escribir dejaron de existir para él y ahora se encontraba solo, perdido. Vagaba por un parque imaginario donde a su paso los abedules retorcían sus ramas como una tela de araña sobre el fango marrón de la tierra, donde las hojas muertas crujían a su paso amenazaban con tragarse sus titubeantes pies. Las ranas del pequeño estanque de aguas verdes y turbias croaban con inusitada intensidad a su paso, mientras sus cuerpos desnudos se dilataban hasta adquirir formas monstruosas y extrañas.
Todo allí parecía irreal ante sus atónitos ojos. Llegó el día en que las flores de aquel parterre donde tanto le gustaba recrear su cansada vista y que tantas veces  hizo despertar sus fantasías, parecían no tener vida para él. Aquellos renglones en blanco, donde escribía sus pensamientos y anhelos ahora se le antojaban cuervos hambrientos, deseosos de encontrar carroña para saciar su gula en el imán de la oscuridad.
El bolígrafo, que en tanta estima tuvo, había desaparecido de su mesa. Pero el escritor ya no sabía reaccionar ante esos detalles, ahora sólo había folios en blanco que sentían deseos de ser impregnados por el sabor de la tinta.
Un día llegó el invierno y la nieve blanca empezó a cubrir su tejado. También llegó una primavera pero a él ya no le inspiraba ni el olor ni el color de las flores, ni tan siquiera el comienzo del verano que tanto llegó a disfrutar levantaron su ánimo, ni aquellas tertulias donde cada miércoles en la tarde-noche solía reunirse con sus “coleguillas”, como tanto le gustaba llamar a sus amigos de siempre.
Pero nada de su vida pasada le reconfortaba, cada  día se encontraba más lejos de volver a escribir sus relatos. Quizás, algún día el azar unido al destino querría que esos folios en blanco encontraran otro escritor que con su bolígrafo les diera vida y de nuevo comenzara a crear fantasías. Pero para él ya nada tenía importancia.
Pero el tiempo se nos presenta como piezas de un complejo entramado donde nada es casualidad, dejándonos ver los ciclos de la vida…
Primero, naces, creces y enseguida, casi sin darte cuenta, llega ese ciclo que a nadie le gusta mencionar, pero al que inexorablemente todos nos acercamos, a veces con demasiada prisa, como si algo irremediable te llamara con premura.
Ahora el escritor, hace lo único que puede hacer, esperar ante su folio en blanco y su mirada ha dejado de ser directa, está perdida, soñando quizás en algo que un día le hizo feliz.
A veces piensa con desánimo que le queda poco tiempo de vida para poder terminar ese libro en el que tantas ilusiones había puesto, pero también le preocupa en su interior el haber perdido la capacidad de poder expresar sus sentimientos ante el papel. A veces, en sus esporádicas lagunas de raciocinio, se siente confuso y cree ver una nube en el horizonte que se le antoja blanca, algodonosa, que se mueve  lenta hasta llegar a él. Pero en realidad no sabe que significa la espera.
Todo se encuentra confuso en su cerebro pero no le apetece alarmarse, se encuentra cansado. Por las noches sueña con un ser etéreo que parece pulular por el cabecero de su cama. Está vestido de un blanco níveo y a veces le susurra al oído que no está solo, que él lo está cuidando.
Aquella noche de otoño, soñó mientras dormía, que hablaba con Dios y que le decía con voz dulce: “No temas por tus errores cometidos, porque al ser humano lo hice como hice a cualquier animal creado pero con una sola excepción, la inteligencia, son aquellos a los que les doy poder para crear y proyectar mundos desconocidos para que llenen de fantasía la vida de los más pobres de espíritu. Por esa razón hago que el escritor con su imaginación, pueda reconfortar el alma y sea acreedor del ilusionismo, para que todos puedan explorar los vastos dominios del espíritu y entrar en el laberíntico universo de la fantasía  tan sólo con su mente”.
Aquella noche, el escritor creyó sentarse por última vez en su escritorio. Ante él, como siempre, un folio en blanco, pero esta vez, escribió con mano firme:
“Todas las verdades de este mundo son a la vez  tan simples y tan complejas como la honestidad”.
Un pálido rayo de luz atravesó las cortinas de la ventana. Para el escritor ya había amanecido y aquel folio en blanco, nunca supo el motivo, le devolvió de nuevo la ilusión. La aurora con su resplandor, volvió a iluminar su vida.
           

lunes, 3 de diciembre de 2012

Queridos lectores:
Esta semana publico en el blog dos relatos, "Oscuridad" y "Antonia y los libros". Son dos relatos totalmente distintos, uno de ellos de miedo y el otro un pequeño homenaje a la primera mujer que pisó una biblioteca.
Espero que os gusten.

Oscuridad

Aquella tarde había bajado la temperatura de manera inesperada y me cogió por sorpresa, sólo llevaba puesto unos vaqueros y una camisa de cuadros azul haciendo juego con un suéter.
Había salido de casa de mis padres y corría, entre cansada y apresurada, el paseo de la avenida. El camino lo conocía de memoria y podía llegar a recorrerlo casi con los ojos cerrados.
Se había levantado una brisa fría y desapacible, miré al cielo y pude apreciar una cordillera de nubes gris azulado que  decoraba el horizonte ya casi en penumbra. Las hojas secas crujían bajo mis pies haciéndome dificultoso el avanzar. Era normal, en otoño caen tantas y tantas hojas  que tienes que aprender esquivarlas con destreza.
Saqué de mi bolso mi reproductor y pensé en disfrutar de la fría caminata con mi música preferida.
De repente, veo que se empiezan a apagar las luces de las farolas, edificios, semáforos, y hasta los faros de los coches que circulaban se apagaron. En unos segundos, todo se quedó en la más absoluta oscuridad. Asustada apago mi reproductor. Siento que el terror se apodera de mí, es la hora de la dormida, los pájaros en las ramas de los árboles se alborotan, es tal el ruido que creo, que me estoy quedando sorda.
Sigo aterrada, no es normal que se apague toda una ciudad, y no quede ningún resquicio de luz en las casas, o que los coches no puedan alumbrar con sus faros el asfalto por donde circulan. Necesito serenarme, no es momento para anular ninguno de mis sentidos.
Me doy cuenta de que ni siquiera puedo verme a mí misma, la oscuridad es total, negra y  a cada paso minúsculo que doy, parece que camino sobre el vacío, es como si anduviera por una cuerda floja. Ahora voy a tientas, no sé donde me encuentro, mi instinto me dice que intente palpar con las manos por donde voy, pero… ¿sé acaso lo que se puede tocar?
Mientras, el siniestro trino de los malditos pájaros se me hace a cada momento más insoportable.
Dudo en avanzar o retroceder. Puedo intentar volver a casa de mis padres pero los 150 metros que me separan de ella, no sé cómo recorrerlos. Doy la vuelta, lo intento pero las hojas del suelo ahora se mezclan con una sustancia extraña que parece lodo pegajoso donde se quedan pegados mis zapatos. Pienso que me estoy alejando del camino a seguir, estoy pérdida. Una luz lejana como una luciérnaga me hace concebir esperanzas y creo que me encuentro cerca del parque por donde tengo que pasar para llegar a mi casa. Pero está muy lejos y es tan tenue que su luz es imposible pueda guiarme.
M e paro y mi corazón empieza a latir muy rápido, tanto que me creo que me voy a marear mientras mis piernas tiemblan sobre una tierra  vacilante.
 Intento calmarme pero no es tan fácil. No sé si seguir, presiento que he cogido el camino equivocado, porque al palpar con los pies, solo percibo piedras muy grandes a mi alrededor. No me encuentro segura, me puedo caer en cualquier momento, y además, no reconozco nada que pueda parecerse al camino que suelo recorrer a diario. No se dónde me encuentro.
En el silencio, empiezo a oír voces a lo lejos de gente que se ha quedado atrapada en la oscuridad igual que yo. No puedo saber muy bien de donde proceden, y no entiendo muy bien lo que dicen, pero cada vez se oye con más claridad. Están diciendo mi nombre: Sara, Sara…
En esta situación quiero sentir y pensar para mi alivio que quizás sea alguien de mi familia que viene a rescatarme de la horrible oscuridad, pero me doy cuenta, que mi nombre es pronunciado y repetido por autómatas, con voz robótica y eco metálico.
A cada momento siento que los nervios se apoderan de mí, porque no sé quiénes  son ni que quieren de mí. Quizás vengan a por mí por alguna razón que yo desconozco.
Ya no me muevo, ni tan solo respiro, así no podrán saber donde me encuentro. Me quedaré aquí de pié hasta que pase todo. Las autoridades no pueden permitir que una ciudad esté mucho tiempo a oscuras, pensé. Será cuestión de unos minutos y todo pasará, estoy segura, me repito  una y otra vez.
En aquel siniestro silencio empieza a levantarse un viento que hace me cueste mantenerme en pié en medio de aquel pedregal. Siento los zapatos los aprisionados entre las piedras que me restan estabilidad y el viento aprovecha para bambolearme como si fuera una cometa de papel levantando las hojas del suelo que me golpean la cara una y otra vez.
 Empiezo a oír agua, es como si estuviera cerca un río, o quizás una fuente cercana. Noto que mis zapatos se mojan, se cubren de agua. La corriente que siento es cada vez más fuerte, ya me cubre los tobillos…
De repente, el agua se deja de oír desapareciendo como si hubiera encontrado un desagüe.
Empiezo a pensar que ya todo ha pasado y de nuevo oigo aquellas voces insistentes. Siento cómo me rodean y dan vueltas sobre mí, parece que no son personas. Las voces vuelan como si no pertenecieran a ningún cuerpo, se entremezclan unas con otras, solo se oye con claridad mi nombre mezclado con las risas de un niño pequeño.
Es horrible, y siento que no puedo aguantar más esta situación. Quiero gritar y pedir ayuda, pero la garganta me responde con un espasmo, que hace que mi voz sea agónica. Intento mirar en la oscuridad, pero me pregunto, ¿y si la oscuridad no es real y soy yo, que me he quedado ciega? Por un instante recordé haber leído, que por un fallo neurológico, una persona se puede quedar ciega de repente.
¿Será eso lo que me ha pasado a mí?
Me encuentro desorientada y confusa, con sensaciones extrañas, que quizás no se correspondan a la realidad.
Pero la verdad es que me encuentro sola, aquí, en medio de la oscuridad y sin ayuda. Vuelvo a intentar gritar cada vez con más fuerzas, pero no me sale la voz. Lloro y lloro angustiada. Cuando despierto, me encuentro en mi cama, con la ropa en el suelo. Empapada en sudor por la fiebre y con mi sobrino, que con su carita de ángel me llama insistentemente: Tita, tita…despierta.

Antonia y los libros

Este domingo, y como viene siendo habitual, después  de la cena y cuando la casa se encuentra dormida y sumida en ese silencio, sólo se oye el crujir de los muebles que parecen tomar vida quejándose del ajetreo del día y me hacen vivir momentos de misterio.
Me  siento en mi sillón para ojear el periódico del día sabiendo que a esas horas, ya muy entrada la noche, las noticias de la prensa se han vuelto viejas. Pero aún así, leo con atención un artículo en la sección dominical. Este artículo habla de la primera mujer que leyó un libro en una biblioteca.
Había tenido que pasar más de un siglo desde que Felipe V abriera las puertas de la Real Biblioteca (origen de la actual Biblioteca Nacional) que fue inaugurada en 1711. Por aquella época estaba vigente la Constitución de 1761, en la cual se decía prohibir la entrada a la biblioteca a gentes mal vestidas, o mendigos. Se ponía especial énfasis en que también se prohibía la entrada a las mujeres porque éstas podían distraer a los hombres en sus horas de estudios. Después de varias merecidas protestas por parte de las féminas, se hizo una concesión que les permitiera la entrada sólo los sábados pero solo de visita, no admitiéndolas como lectoras.
            Pero la historia ha demostrado sobradamente que la mujer es valiente ante la adversidad (y que conste que no soy nada feminista). Un día se reunieron un grupo de mujeres intelectuales dispuestas a reivindicar sus derechos como ciudadanas, haciéndose oír para romper la exclusividad masculina.
Una de ellas, saltando el protocolo, solicitó un permiso a la entonces regenta María Cristina y obtuvo la licencia para poder entrar en las bibliotecas.  Y así fue como esta mujer llamada Antonia Gutiérrez Bueno consiguió ser la primera fémina  que se sentó ante un pupitre en una biblioteca para leer un libro.
Se logró aquel día un triunfo muy significativo, dando por hecho que el hombre era igual a la mujer en inteligencia, y demostrando que además de parir y tejer jerséis al calor del hogar, servía para muchas cosas más, como se ha demostrado en el siglo en que vivimos, llegar a desempeñar un cargo militar, llevar un negocio, administrar su casa y además saber dar amor.
Y todo esto se lo debemos a un grupo de mujeres que fueron valientes y que gastaron toda su energía y tesón en conseguir que a todas nosotras se nos abrieran las puertas de la cultura.
Y yo si no hubiera sido por este artículo que la noche del domingo leí por casualidad no hubiera conocido el nombre de esta mujer que destacó luchando por todas nosotras. Por eso, yo desde aquí, quiero rendir mi humilde homenaje a Antonia Gutiérrez Bueno, haciendo saber de su proeza, para que no quede en el olvido al menos por unos días.
Pero tampoco olvidemos que fueron muchas las mujeres que con su esfuerzo tejieron y seguirán tejiendo la historia con un suave olor a perfume.
 
Biblioteca Nacional en Madrid