lunes, 15 de octubre de 2012

Siempre hay un culpable (final)

Era un halcón solitario, que al penetrar en el patio de la casa rozó la reja de mi ventana cuando entró planeando para posarse sobre el brocal del pozo.
Nadie más que yo vio al halcón escudriñar como un sabueso en su profunda oscuridad.
Cuando por la mañana los componentes de la expedición se agruparon en torno al pozo para coger el agua de su aseo, lo vi allí, parado, como el día en que mi marido desapareció. Aquel día, ese hombre se encontraba en medio del pasillo de la comisaría intentando encender un cigarrillo.
Ahora llevaba gafas con montura al aire y una toalla sobre los hombros. No dejé que me viera, y me metí en mi habitación para pensar cómo salir de lo que me parecía una encrucijada.
Aquel día puse una excusa para no acompañar a Carey a las excavaciones y me quedé sola en aquella fortaleza que se me antojaba una prisión. De repente sentí un fuerte olor a amoniaco, hacía tiempo que no tenía esa sensación, y mi cerebro tuvo una dolorosa regresión a mi pasado. Desde el día en que llegué al desierto los miedos volvieron a mí, los mismos que sentí en vida de mi marido y estos pensamientos me llegaron a paralizar las piernas.
Mientras alguien se movía por el laboratorio, envuelto en la oscura clandestinidad.
En unos minutos, la figura de Laura se perfilo cerca de mi ventana, me miró con una sonrisa que me pareció tan cortante como la punta de un agudo estilete.
¿Quien, era esa mujer?, me preguntaba desconcertada.
Un tumulto de gentes y voces me avisa que se había terminado la jornada en el campamento.
Uno de los muchachos más jóvenes del grupo se fotografiaba con un trozo de una antigua ánfora y una serpiente muerta enroscada al cuello.
Laura en silencio salió del patio y yo sin moverme la seguí con la vista mientras se dirigía a la sala de estar. Más tarde, con paso firme, me dirigí hacia la sala de estar y lo que vi y oí allí fue sorprendente.
Ellos eran los que habían tramado la desaparición de mi esposo y ella,  Laura, era la que enamoro a mi estúpido esposo con ficticias zalamerías de mujer astuta.
Y ahora veía con claridad como los dos, Carey y ella urdieron la trama para sonsacar a mi esposo todo aquello que a ellos les interesaba.
¿Pero, donde está encuentra mi esposo? ¿Qué es lo que quieren de mí? Un ligero mareo hizo que mi cuerpo se apoyara en la puerta que al chirrear quejumbrosa, llamó la atención de carey.  Volvió la cabeza y al verme, su voz sonó áspera y odiosa mientras decía:
- Siempre confié en que te llegaría el final sin saber la verdad.
No pude articular palabra, mi cuerpo se encontraba paralizado, solo mi corazón latía desenfrenado.
Una vez recuperé el control, me dirigí a Carey, y le miré a la cara fijamente. Tuve una repentina y tormentosa visión de lo sucedido en Londres. Me vi como una idiota al confiar en una amistad que solo perseguía un fin macabro, convencer a mi esposo para que le confiara los secretos de un paciente que después de arduos estudios descubrió donde se encontraba el primero de los edificios llamados Zigurat, donde se guardaron los primeros mandamientos escritos en tablillas de barro.
Y grité más que hablar.
-¿De qué te sorprendes Elisa?
-Tú me has traído aquí- le respondí-¿o es que piensas enterrarme en uno de tus famosos hoyos?, ¿o quizás lo que más te ha molestado es que no me creyeran culpable de la desaparición de mi esposo?
-Lo último que has dicho es completamente cierto -dijo Carey.
Pero yo indignada le contesté:
-Ignoras que antes de acudir a tu extraña llamada le hable de mi vida a varias personas con prestigio jurídico. Por cierto, muy conocidos por nosotros.
-¿Qué historia? - gritó con fiereza Carey.
Momentos después, el cuarto de estar, que era el punto de reunión, se lleno de alegre algarabía, algunos del grupo simulaban su optimismo, pues presagiaban que algo muy grave les amenazaba.
Salí de allí, inquieta y desolada, y me refugie en mi habitación. Aquella noche llovió como nunca. Cuando amaneció el sol era tan transparente que me cegaba, el campo tenia la frescura coloreada del arco iris.
Una mujer, llamo a mi puerta. Llevaba el rostro tatuado y el pelo teñido con henna. En voz baja me pidió que la siguiera. Antes de seguirla mire a mi alrededor y me sobresaltó el pensamiento de que algo se estaba tramando sobre mí. Pero yo nunca, nunca había sentido miedo, pero esto era diferente, no tenía salida, me encontraba en una encrucijada.
Cuando giré la mirada, el hombre de las gafas con montura al aire estaba frente a mí, nos quedamos mirándonos unos segundos, como si estuviéramos midiendo nuestra resistencia.
Mientras, Carey se encontraba en el laboratorio.  Estaba solo, y nadie sospecharía nunca lo que estaba haciendo.
Alguien desde una ventana llama a voz en grito a Carey. Un muchacho árabe que bajaba por las escaleras de la terraza contestó:
-Se encuentra en el laboratorio, yo lo he visto entrar.
A cada instante que pasaba la intranquilidad se apoderaba de mí por desconocer mi incierto destino. Subí como una autómata a un Buggy destartalado de color verde lechuga que parecía esperarme y cuando tomé asiento en la parte trasera del coche, sentado ante el volante, estaba de nuevo el hombre de gafas con montura al aire.
Me miró y de repente una terrible explosión se produjo en el laboratorio. Mi cuerpo tembló, sintiendo una terrible taquicardia.
- Gracias por su ayuda Eloísa.
Yo lo mire como cuando se mira algo inesperado y dije:
- ¿De qué me habla?
-Sin su ayuda nunca hubiéramos cogido al traficante más buscado de objetos milenarios, como las tablillas en escrituras sumerias, cuyos signos ya por si solos representan un valor fonético indescriptible para la humanidad.
 El silencio se apodero de mí.
- Y además, quiero que sepa que el Dr. Carey es también el asesino de su esposo, cuyo cuerpo ha sido hallado oculto en el pozo de la fortaleza. Todo ha salido a la perfección, gracias a su audacia y valentía.
Más tarde, ya en Londres:
- Creo- dijo el comisario de policía- que el nombre de Eloísa debe quedar en los anales de la historia como una de las mujeres más intrépidas y valientes, que contó su vida en una carta sin destinatario.

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