lunes, 17 de septiembre de 2012

Seis amigas (1ª parte)

Había llovido y desde su ventana, Carla veía el mundo por primera vez con la frescura coloreada de una mariposa que acaba de salir de la fase crisálida y tiembla bajo la luz del sol.
Suena el teléfono y Carla descuelga el auricular molesta por interrumpir sus pensamientos que por primera vez desde hacía tiempo eran positivos para ella. Al otro lado del hilo, su amiga Paloma la invita a pasar una agradable velada con su grupo de amigas en la casa de una conocida suya, recientemente llegada a la ciudad y que es viuda de un diplomático.
Carla, morena y de baja de estatura, con las piernas combadas a la altura de las rodillas y mirada inquisitiva, acepta la invitación y mientras sonríe, su boca se desvía hacia un lado. Siempre se creyó imprescindible en los eventos sociales del grupo en el que se movía por ser la esposa de un cacique de los políticos que en esos momentos se encontraban en el poder y presumía ante las demás de saber chismes e historias íntimas de las señoras de los ministros.
El teléfono suena en casa de Adela. Después de recibir la noticia del evento, se pone a pensar qué ponerse para causar sensación. Su esposo es secretario de un alto cargo del gobierno. Su delgada figura tembló de emoción al encontrar en el fondo de armario un vestido rojo que hacía tiempo había comprado en París en una boutique carísima mientras sus redondos ojos inexpresivos parecen sonreír. La noticia le agradó tanto que aunque no era costumbre en ella, empezó a tararear una moderna canción.
Marichi, también recibe la esperada llamada y es informada por Carla.
 Desde ese momento, se afana en elegir su vestuario. Del joyero elige el collar que tanto llamó la atención en la boda de su hija por ser espectacular Y ahora, pensó:
 Sólo tengo que buscar algún vestido que tenga mucho escote.
Marichi  es una mujer de carácter envidioso y mucha dosis de rencor cuando se le lleva la contraria. Su fortuna le venía de un pariente lejano que murió sin descendencia, siendo ella la única heredera de un célebre prestamista y usurero. Marichi luce una figura vulgar, pero se siente feliz cada vez que se mira al espejo y piensa “soy la más rica de todas ellas”.
Tessa, la más joven de todas, es dicharachera y divertida. No tiene complejos, para ella la vida le sonríe. De tipo algo gordita, sus ojos son demasiado grandes  para su cara pequeña y por eso casi siempre los tapa con grandes gafas de sol. Su esposo lleva el departamento de gestión de grandes fortunas de un prestigioso banco y aunque está prohibida toda divulgación de su negociado por estricta confidencialidad, ella presume de saber quiénes tienen las mayores fortunas de la ciudad.
Paloma, cotilla con aires de grandeza, siempre se creyó la más importante del grupo. Presumió de tener un tío segundo condecorado con la medalla de Isabel La Católica por haber salvado la vida a un sobrino de la esposa del príncipe heredero que fue mordido por una víbora cuando cabalgaba por un camino rural de la alta Extremadura y cayó de su caballo.
 Pero la arrogancia de Paloma no le permitía decir que este suceso realmente acaeció cuando su tío iba caminando por la vereda para segar como bracero al campo de un terrateniente, coincidiendo que el joven aristócrata cabalgaba cerca de esa era. Fue premiado por su arrojo y valentía, cuando con su navaja hizo un corte en la pierna del joven extrayéndole el veneno, y salvar su vida.
Llegó el día en que todas las convocadas se reunieron en casa de Marcela. Aunque no habían tenido la ocasión de conocer ninguna de ellas a la anfitriona aún así, ya se habían informado que era una de esas mujeres que parecía que la vida se extendía delante de ella como un calendario vacío que tenía que llenar cada mes, cada semana, cada día, por eso Paloma les contó a todas, haciendo de portavoz, la clase de mujer que era. Una mujer asidua en reunir a gente periódicamente en su casa allí donde se encontrara. Sus constantes viajes le hacían variar de ambientes desde que murió Juan, su esposo y la vida le parecía insípida y sin nada que esperar, ni por lo que sentir excitación.
La casa donde convocó Marcela a las amigas de Paloma, era una casa provisional hasta encontrar una que la satisficiera plenamente. Estaba ubicada en uno de los barrios más modernos y elegantes de la ciudad, rodeada de un jardín primorosamente cuidado donde los narcisos y los magnolios desplegaban altivos sus flores de talante sensual. Cuando aún los días fríos del invierno daban sus coletazos, escondida tras unos manzanos, se encontraba la piscina, que a pesar del tiempo frío, sus aguas se mostraban limpias y transparentes.
Una a una llegan a la casa desplegando elegancia, aparentando dominio de opulencia y se reúnen en el salón. Nada más entrar, frente a la puerta, está la chimenea que desprende un calor cálido con sus rescoldos. La mesa de comedor de reluciente madera se encuentra en un ángulo del salón cerca de la puerta de la cocina y está repleta de bandejas con dulces variados y galletas recién hechas. De la cocina sale un agradable olor a café.
Mientras, afuera, una claridad blanquecina, nítida y fresca iba apagando el día.
Enseguida se hicieron todas amigas y las conversaciones entre ellas eran criticar a conocidas, a mujeres de rivales de sus maridos o aquellas que ocupaban un puesto social que no les pertenecía. Ninguna era suficientemente guapa ni delgada ni tenía suficiente dinero para entrar en su grupo, a no ser que viniera invitada y con referencias de Paloma. También presumían y se contaban mentiras las unas a las otras. El truco estaba en que ninguna era sincera y para que aceptaran tu mentira había que creerse la de la otra, un auténtico juego de vanidades.
Cuando hablaron de trapitos, la conversación se hizo más acalorada pues no llegaban a ponerse de acuerdo en las tendencias de moda, llegando a parecer, por el guirigay que tenían formado, que un gallo había entrado en un gallinero.
¡ Eran todas tan vacías!
De repente, se produce un apagón y el salón se queda en la más absoluta oscuridad. Una sensación de impotencia les embarga en esos momentos, no se oía ninguna respiración pero en unos minutos volvió la luz y todas se miraron en silencio. En ese instante empezó de nuevo el murmullo no exento de perplejidad, pero solo una de ellas permanecía callada, Carla que parece impasible ante los comentarios surgidos después del apagón y sus brazos apoyados en la mesa se muestran lánguidos.
 Marcela pronuncia su nombre angustiada pero ella no responde a su llamada, no hace ningún movimiento, todas se alarman, cuando alguien dice con voz estrangulada:
-         Está muerta.
El grupo reacciona intentando salir del salón en estampida buscando la salida de la casa pero Marcela, la dueña de la casa, serena, y apoyada en el quicio de la puerta, les impide la salida y alude que nadie puede salir de allí hasta que todo esté aclarado.
Nerviosas entran de nuevo en el salón, y toman asiento en los sofás que hay dispuestos frente a la chimenea.
Mientras, Carla se encuentra con el cuerpo inclinado sobre la mesa, su rostro bajo la luz opaca del salón, parece una máscara indómita de líneas y sombras de otro mundo. Alguien dijo al mirarla:
- Está horrorosa.
Silencio.


Continuará...

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