domingo, 30 de septiembre de 2012

Seis amigas (final)

De nuevo sus miradas se cruzaron acusatorias. Adela, en pie y con un brazo apoyado en la embocadura de la chimenea, empieza a dar órdenes de cómo resolver la tragedia, y dice:
-         Esto se soluciona llamando con carácter de urgencia a la policía.
Cuando salieron de su boca aquellas palabras, su voz se volvió ronca como la de un trueno y cayó desplomada al suelo. El silencio se podía masticar.
 Marcela no puede articular palabra y la puerta del salón se cierra con un golpe seco. Nadie intenta abrirla, se sienten sin fuerzas, atrapadas en una ratonera sin salida y a merced de no se sabía quién.
En la caída, Adela se hizo un profundo corte en el lado derecho de la cara y la sangre se deslizó por detrás de la oreja, donde se apelmazó con su pelo y la lana de la alfombra. Sus ojos parecían desorbitados.
Marichi, se asoma a la ventana y ve como una nube interrumpía tapando por completo el brillo lechoso de la luz de las estrellas. En unos instantes todo se convirtió en un tenebroso vacío y su cuerpo empezó a temblar. Sus ojos se anegaron en lágrimas incontenidas que nadie advirtió, trató de gritar pero ningún sonido salió de su garganta.
Y empezó a soplar el viento, cada vez con más fuerza silbando entre las flores que se agitaban, sacudiendo sus hojas como cataratas dejando los arbustos desnudos. El manzano que ocultaba la piscina de los ojos curiosos, ante el vendaval se inclina sumiso rozando las aguas de la piscina enturbiando su paz.
Tessa, le propone a Marichi, por mediación de Marcela, jugar una partida de cartas para distraer la angustia que estaban viviendo. Los dos cadáveres seguían en la misma postura en que murieron, por orden de la dueña de la casa. Marichi acepta la partida mientras Marcela sonríe complacida por la pasividad de las dos mujeres ante la situación. Se muestra orgullosa de poseer una prodigiosa habilidad para convencer y aprovechar la ocasión, para desviar la atención ante la incierta espera de la policía.
Cuando Tessa echa la última carta sobre la mesa, las dos caen desplomadas encima del tapete verde y el vaso de ponche donde había bebido Tessa se derrama. No hay sangre ni señales de violencia, sólo cuatro cadáveres provocados en circunstancias extrañas.
La  cabeza de Marcela es una máquina muy bien engrasada donde siempre se ejerce un perfecto control sobre el funcionamiento de sus ambiciones. Marcela le comenta a Paloma:
- Nunca podría haberlo hecho mejor que tú, eres un genio.
Las dos supervivientes bajan al sótano de la casa donde previamente habían  escavado fosas y depositan allí los cadáveres. Horas después, las dos salen de la casa no sin antes dejar todo en orden. Los dueños de la casa llegarían a la semana siguiente, de sus vacaciones en la nieve.
Los cuerpos fueron sepultados después de ser rociados con cal viva y seguidamente los taparon con piedras graníticas y con un antiguo dintel de la puerta principal que los albañiles habían dejado olvidadas en el sótano de la casa después de hacer las últimas reformas. Los dueños nunca bajaron al sótano.
Marcela y Paloma, una semana después de los silenciosos asesinatos toman la carretera de Extremadura con dirección a Madrid. Era una huida sin motivo aparente, pues nunca aparecerían los cadáveres. Sus familias jamás las echarían de menos, sólo eran unas mujeres despilfarradoras, que según sus maridos solo sabían vaciar sus tarjetas de créditos y que volverían cuando no tuvieran ningún “euro”.
 Ellas, las dos asesinas, estaban seguras que nunca buscarían los cadáveres en una casa que jamás perteneció a Marcela. Aquella casa se encontraba vacía todos los años por el mes de febrero, ¿Qué cómo lo sabían?, Marcela hizo de limpiadora durante unos meses en una agencia de limpiezas.
En la Navidad, se gestó la trama entre Marcela y Paloma, cuando Paloma limpiaba los vasos en la cocina del club donde se reunían frecuentemente y escuchaba las conversaciones extravagantes y ostentosas de las que hacían gala. Aquello le produjo una insoportable envidia que contagió a su amiga.
El coche rodaba hacia Madrid con velocidad moderada, pero un inoportuno asno a la salida de uno de los caminos rurales, se atraviesa en la carretera produciendo un leve accidente. Las dos, tranquilas y relajadas, esperan el coche de atestados, al encontrarse el animal malherido, pero el exceso de confianza de las dos mujeres hace que no se percaten de que una carpeta descansa en el asiento trasero del coche. En ella se guarda la documentación que habían robado a las desaparecidas y los policías al registrar el vehículo, las encuentran.
Fueron arrestadas y en el interrogatorio que se les preguntó por las mujeres. Ninguna dijo nada, sólo que miraran en sus pisos de solteras.
El inspector, después de un largo interrogatorio insistía en el lugar dónde se encontraban, vivas o muertas pero sospechando que las habían matado.
Paloma poseída de su gran fuerza mental, contestó prepotente:
-         Primero, impregnamos un dardo con veneno -dijo con sarcasmo- y cuando me encontraba tras Carla sirviéndole el café, se lo clave en el cuello. La pobre no se dio cuenta de nada porque ni tan siquiera reaccionó. Para Adela, hicimos la misma operación, pero de manera distinta, pues se lo clavó al apoyar su brazo en la embocadura de la chimenea, gesto que sabíamos le gustaba hacer. Pusimos varios dardos envenenados diseminados, que se podían clavar con facilidad, por si alguno nos fallaba.
-         ¿Pero y las otras dos?- preguntó el inspector de policía.
-         Muy sencillo -empezó a contar con desparpajo de saberse impune Paloma- en el asiento de las sillas pusimos sendas alfileres con el mismo veneno, teníamos de sobra.
-    ¿Pero qué veneno? -gritaba desalentado el comisario.
 Las dos se encogieron de hombros, tardando unos minutos en responder.
- Bueno, la muerte de las dos últimas fue la más sencilla, dijeron con regocijo- aunque tardaron unos minutos en clavárselas. Esto es todo señor inspector, ahora saque sus conclusiones.
El comisario, tomó asiento y se quedó mirando fijamente a las dos mujeres, que ante la mirada penetrante del comisario, las dos tuvieron, por unos segundos, síntomas de inquietud.
La aridez y la supuesta criminalidad de las dos amigas crearon en el inspector una enorme cefalea, al no encontrar ninguna prueba a pesar de tener muchos indicios. No había ningún cadáver, no las podían acusar de asesinato y además la historia podría ser inventada, parecían no estar en sus cabales.
. Y así, las dos siguieron su tortuoso camino.
Se ponen de acuerdo y las dos asesinas deciden ir a Turquía. Ya en la maravillosa ciudad de Estambul, pasean en una barca por el cuerno de Oro, donde el estuario se encuentra con el mar de Mármara.  Frente a la fortaleza de Rumeli, alguien con una caña hueca desde el puente de Galata, les escupe sendos dardos envenenados.  Las dos mujeres caen al agua heridas mortalmente en la nuca.
Aquel accidente no lo presenció nadie y no pudieron ser rescatadas. Las aguas del mar Mármara hicieron el trabajo del comisario, apresándolas para siempre en su lecho. Nunca más se supo de ellas y por eso, tampoco se encontró ningún culpable.
Siempre hubo un factor desconocido para el inspector de policía en la relación que conexionaba a todas aquellas mujeres y que le hacía sospechar que cualquiera de ellas podría haber sido culpable o victima  del peculiar mundo en el que vivían y que les llevó a esa encrucijada.


lunes, 17 de septiembre de 2012

Seis amigas (1ª parte)

Había llovido y desde su ventana, Carla veía el mundo por primera vez con la frescura coloreada de una mariposa que acaba de salir de la fase crisálida y tiembla bajo la luz del sol.
Suena el teléfono y Carla descuelga el auricular molesta por interrumpir sus pensamientos que por primera vez desde hacía tiempo eran positivos para ella. Al otro lado del hilo, su amiga Paloma la invita a pasar una agradable velada con su grupo de amigas en la casa de una conocida suya, recientemente llegada a la ciudad y que es viuda de un diplomático.
Carla, morena y de baja de estatura, con las piernas combadas a la altura de las rodillas y mirada inquisitiva, acepta la invitación y mientras sonríe, su boca se desvía hacia un lado. Siempre se creyó imprescindible en los eventos sociales del grupo en el que se movía por ser la esposa de un cacique de los políticos que en esos momentos se encontraban en el poder y presumía ante las demás de saber chismes e historias íntimas de las señoras de los ministros.
El teléfono suena en casa de Adela. Después de recibir la noticia del evento, se pone a pensar qué ponerse para causar sensación. Su esposo es secretario de un alto cargo del gobierno. Su delgada figura tembló de emoción al encontrar en el fondo de armario un vestido rojo que hacía tiempo había comprado en París en una boutique carísima mientras sus redondos ojos inexpresivos parecen sonreír. La noticia le agradó tanto que aunque no era costumbre en ella, empezó a tararear una moderna canción.
Marichi, también recibe la esperada llamada y es informada por Carla.
 Desde ese momento, se afana en elegir su vestuario. Del joyero elige el collar que tanto llamó la atención en la boda de su hija por ser espectacular Y ahora, pensó:
 Sólo tengo que buscar algún vestido que tenga mucho escote.
Marichi  es una mujer de carácter envidioso y mucha dosis de rencor cuando se le lleva la contraria. Su fortuna le venía de un pariente lejano que murió sin descendencia, siendo ella la única heredera de un célebre prestamista y usurero. Marichi luce una figura vulgar, pero se siente feliz cada vez que se mira al espejo y piensa “soy la más rica de todas ellas”.
Tessa, la más joven de todas, es dicharachera y divertida. No tiene complejos, para ella la vida le sonríe. De tipo algo gordita, sus ojos son demasiado grandes  para su cara pequeña y por eso casi siempre los tapa con grandes gafas de sol. Su esposo lleva el departamento de gestión de grandes fortunas de un prestigioso banco y aunque está prohibida toda divulgación de su negociado por estricta confidencialidad, ella presume de saber quiénes tienen las mayores fortunas de la ciudad.
Paloma, cotilla con aires de grandeza, siempre se creyó la más importante del grupo. Presumió de tener un tío segundo condecorado con la medalla de Isabel La Católica por haber salvado la vida a un sobrino de la esposa del príncipe heredero que fue mordido por una víbora cuando cabalgaba por un camino rural de la alta Extremadura y cayó de su caballo.
 Pero la arrogancia de Paloma no le permitía decir que este suceso realmente acaeció cuando su tío iba caminando por la vereda para segar como bracero al campo de un terrateniente, coincidiendo que el joven aristócrata cabalgaba cerca de esa era. Fue premiado por su arrojo y valentía, cuando con su navaja hizo un corte en la pierna del joven extrayéndole el veneno, y salvar su vida.
Llegó el día en que todas las convocadas se reunieron en casa de Marcela. Aunque no habían tenido la ocasión de conocer ninguna de ellas a la anfitriona aún así, ya se habían informado que era una de esas mujeres que parecía que la vida se extendía delante de ella como un calendario vacío que tenía que llenar cada mes, cada semana, cada día, por eso Paloma les contó a todas, haciendo de portavoz, la clase de mujer que era. Una mujer asidua en reunir a gente periódicamente en su casa allí donde se encontrara. Sus constantes viajes le hacían variar de ambientes desde que murió Juan, su esposo y la vida le parecía insípida y sin nada que esperar, ni por lo que sentir excitación.
La casa donde convocó Marcela a las amigas de Paloma, era una casa provisional hasta encontrar una que la satisficiera plenamente. Estaba ubicada en uno de los barrios más modernos y elegantes de la ciudad, rodeada de un jardín primorosamente cuidado donde los narcisos y los magnolios desplegaban altivos sus flores de talante sensual. Cuando aún los días fríos del invierno daban sus coletazos, escondida tras unos manzanos, se encontraba la piscina, que a pesar del tiempo frío, sus aguas se mostraban limpias y transparentes.
Una a una llegan a la casa desplegando elegancia, aparentando dominio de opulencia y se reúnen en el salón. Nada más entrar, frente a la puerta, está la chimenea que desprende un calor cálido con sus rescoldos. La mesa de comedor de reluciente madera se encuentra en un ángulo del salón cerca de la puerta de la cocina y está repleta de bandejas con dulces variados y galletas recién hechas. De la cocina sale un agradable olor a café.
Mientras, afuera, una claridad blanquecina, nítida y fresca iba apagando el día.
Enseguida se hicieron todas amigas y las conversaciones entre ellas eran criticar a conocidas, a mujeres de rivales de sus maridos o aquellas que ocupaban un puesto social que no les pertenecía. Ninguna era suficientemente guapa ni delgada ni tenía suficiente dinero para entrar en su grupo, a no ser que viniera invitada y con referencias de Paloma. También presumían y se contaban mentiras las unas a las otras. El truco estaba en que ninguna era sincera y para que aceptaran tu mentira había que creerse la de la otra, un auténtico juego de vanidades.
Cuando hablaron de trapitos, la conversación se hizo más acalorada pues no llegaban a ponerse de acuerdo en las tendencias de moda, llegando a parecer, por el guirigay que tenían formado, que un gallo había entrado en un gallinero.
¡ Eran todas tan vacías!
De repente, se produce un apagón y el salón se queda en la más absoluta oscuridad. Una sensación de impotencia les embarga en esos momentos, no se oía ninguna respiración pero en unos minutos volvió la luz y todas se miraron en silencio. En ese instante empezó de nuevo el murmullo no exento de perplejidad, pero solo una de ellas permanecía callada, Carla que parece impasible ante los comentarios surgidos después del apagón y sus brazos apoyados en la mesa se muestran lánguidos.
 Marcela pronuncia su nombre angustiada pero ella no responde a su llamada, no hace ningún movimiento, todas se alarman, cuando alguien dice con voz estrangulada:
-         Está muerta.
El grupo reacciona intentando salir del salón en estampida buscando la salida de la casa pero Marcela, la dueña de la casa, serena, y apoyada en el quicio de la puerta, les impide la salida y alude que nadie puede salir de allí hasta que todo esté aclarado.
Nerviosas entran de nuevo en el salón, y toman asiento en los sofás que hay dispuestos frente a la chimenea.
Mientras, Carla se encuentra con el cuerpo inclinado sobre la mesa, su rostro bajo la luz opaca del salón, parece una máscara indómita de líneas y sombras de otro mundo. Alguien dijo al mirarla:
- Está horrorosa.
Silencio.


Continuará...

martes, 11 de septiembre de 2012

Recuerdos

Por la estrecha ventana entraba la luz mortecina de una farola como puñales de luna que se alargaban trepando por la pared. La lluvia lavaba las infamias arrastrándolas por los desagües del olvido.
Raimunda, en la soledad de su alcoba, sentada ante el tocador, se mira fijamente interpretando a su manera las arrugas que el tiempo implacable y sin permiso se había encargado de cincelar sobre su rostro como un experto escultor.
Con un gesto de desdén, rechaza esos pensamientos y empieza a recordar tiempos si no más felices, al menos gratos de guardar, como aquel viaje que la llevó a Turquía una maravillosa primavera. Sus ojos, ante el recuerdo, se iluminaron y su cuerpo flácido y arrugado se irguió como un mástil hasta sentirse joven.
En aquel viaje, conoció que el mundo era diferente a lo que ella siempre había vivido, todo era tan cosmopolita, tanto las razas como las almas, había musulmanes, judíos, otros ortodoxos, cristianos…
Todos conviviendo en aparente armonía, tanto, que en la imaginación de Raimunda, sintió que a todos ellos, en ese conglomerado de lenguas y religiones, les faltaba un rey que los gobernara con sabiduría para que ese remanso de paz durara siempre.
Aquel viaje lo hizo acompañada por Lupe, su amiga de la infancia, alegre y dicharachera, y Ramona, compañera de estudios, seria y miedosa. Agregándose al grupo a última hora Ernesto, un chico simpático y atractivo, poco conocido por ellas, pero que fue aceptado de buen agrado.
Una tarde, haciendo un recorrido turístico por el puente Gálata, y cuando Raimunda extasiada miraba las embarcaciones que sin cesar surcaban las aguas por el Cuerno De Oro, al volver la cara vio un tumulto. Los musulmanes que son muy dados a las lamentaciones en voz alta, miraban con desprecio hacia el otro extremo del puente y cuando curiosos se acercaban a ver lo sucedido, se llevaban las manos a la cabeza, profiriendo toda clase de improperios, Raimunda miró hacia donde estaba la razón de tanta injuria y vio atónita a Ernesto, su compañero de viaje que se retorcía en el suelo de dolor ante su mano derecha cercenada y lucía un enorme cartel en el pecho que decía en varios idiomas: LADRÓN, mientras con la mano que le quedaba la señala y acusa de tener ella en su bolso el objeto robado en la Mezquita de Sta. Sofía.
Lo mira y no entiende nada, cree que se había vuelto loco. Raimunda aún no había visitado la Mezquita y, por unos momentos, se queda perpleja y cuando reacciona sus amigas han desaparecido, la han dejado sola. Mira asustada en todas las direcciones pero no las ve, solo sabe que ahora todo aquel tumulto va contra ella.
 Sale corriendo sin rumbo fijo llena de terror y en su locura se precipita por una calle estrecha y tortuosa, repleta de tabernas y bazares donde se puede comprar de todo, alfombras, abrigos…
En su carrera precipitada no sabe donde se encuentra y se acerca a un hombre cargado con pequeñas alfombras:
-         ¿Sabe cuál es el nombre de esta calle?- le pregunta en un atropellado inglés.
            El hombre, con un gesto de no entender lo que decía, le contesta a voces en griego.
En su huida, ve a un tártaro cubierto de pieles de cordero, parecía querer entorpecer su carrera pero se hace a un lado mientras la mira insistente con sus ojillos negros.
Sigue adelante su carrera pero ahora es más sosegada. Empieza a tener visiones incoherentes que acrecientan aún más su soledad, porque al estar perdida en un país que no se conoce, todo puede pasar. Pronto anochecería y al volver una esquina aparecieron ante ella como fantasmas ondulantes y ligeras, unas jóvenes musulmanas que bajo sus velos impenetrables, parecían reír a coro, cuando regresaban a sus casas antes del ocaso.
Desesperada, cree que está perdida sin remedio y su corazón se acelera tanto que su latido retumba en las sienes, y piensa, que tienen mucho miedo, que sería horrible que pudiera tropezar con alguien que quisiera hacerle daño, algún asesino acechando al doblar un recodo de la laberíntica calle.
De pronto, una voz la hace detenerse y antes de mirar intenta serenarse. Apresura sus pasos y de nuevo la voz, profunda pero suave, se acerca a ella hasta rozar su oreja, se vuelve y era “él”.
Ahora y en la soledad de su alcoba, evoca, aquella época de huidas, intriga y amor junto a un pirata genovés cuyo barco surcaba por el Mármara.
La sonrisa volvió a su marchita cara y sólo se trunco al volver a la realidad.
Pudo haber sido muy feliz con aquel hombre que la salvo sacándola del país cuando era acusada de un delito que no cometió, pero el cuerpo del delito ahora reposaba en un cajón de la cómoda, como lo que era, una reliquia, que si hubiese sido recuperada por la Mezquita, le hubiera costado su mano derecha. Ernesto no supo lo que hacía al guardar el objeto robado en su bolso.
Lo que más separa a los hombres son las religiones, que no quieren entender que el nombre de Dios es único, que no sabe de fronteras. Por esa razón el genovés se quedó en Turquía. Raimunda no pensaba que en esta época de libertad todo hubiera sido diferente, porque el presente, ya no es el mismo que era, pero el futuro tampoco es lo que será.
A los sueños les sucede el despertar y con el despertar se vuelve a la realidad. Esa realidad solo te la devuelve el espejo del lavabo cuando cada mañana te lavas la cara, quedándose los sentimientos, que quizás, también hayan sido eso, sólo un sueño.

Mister

El reloj, como siempre puntual, hizo sonar su timbre a las siete de la mañana.
El día amaneció gris y el sol se mostraba tímido, quizás este día había decidido no salir. Kati, como era su costumbre al levantarse, se puso la bata de color azul y se dirigió al cuarto de baño, donde hizo el ritual de lavarse las manos, la cara, y cepillarse el pelo, cuando un ruido estrepitoso alerta a la aún adormecida joven.
El móvil, de repente, parece tomar vida propia y dando un salto desde el bolsillo de la bata de Kati cae precipitadamente al inodoro. Con premura y desconcierto mete la mano con precaución para cogerlo, y cuando cree tocarlo con la punta de sus dedos e intenta sacarlo, mete aún más la mano hacia el sifón, pero para su sorpresa, el teléfono se hunde cada vez más y está ya inalcanzable.
 Hace un pequeño esfuerzo más sin pensar y mete el antebrazo. Se da cuenta de que ya no puede moverse, está atrapada, ahora ya tiene metido medio brazo en el váter. A medida que corren los minutos un terror inenarrable se apodera de ella. En la encrucijada umbría de la suerte impenetrable, el implacable destino la esperaba, un destino que aquella mañana le era adverso. Ese día tenía una cita importante de trabajo, del teléfono dependía su más inmediato porvenir. Mientras, le va invadiendo una gran inquietud
Unos jirones de luz que entran por la ventana parecen querer despertar a las figuras de escayola que descansan en una repisa que pende encima del inodoro, éstas parecen correr a esconderse entre las sombras de la pesadilla.
Mira de reojo hacia el pasillo y ve como unas luces extrañas empiezan a bañarlo, llenándolo de hermosos brillos plateados, los cuadros colgados de la pared representan las cuatro estaciones del año, es primavera, un extraño temblor la invade mientras mira el suceso, se queda petrificada.
De repente una ráfaga de viento, abre la puerta que da al balcón del salón inundándolo al instante de hojas secas que al ser arrastradas por el suelo de parquet componen una sinfonía siniestra.
En el silencio el timbre del teléfono fijo empieza a sonar, insiste una y otra vez, pero ella no puede cogerlo, está atrapada y siente un repentino escalofrío, su corazón empieza a desbocarse y piensa que en el edificio donde se encuentra apenas puede haber vecinos, es la hora de estar cada uno en sus quehaceres.
Nadie la puede oír para auxiliarla y su mano se entumece, le duele, es un dolor extraño, sordo, como de calambre continuo. Un relámpago precede a la tormenta que se desarrolla con un estruendo de agua que cae del cielo.
En ese instante el móvil empieza a vibrar y el váter parece oscilar. Seguidamente, es el timbre de la puerta el que suena y la hace temblar, se encuentra sola, tiene frío, la bata es fina. Siente en los dedos un desagradable hormigueo, algo le está mordiendo las puntas de los dedos. De pronto por el váter empieza a salir agua a raudales, se le están mojando los pies, el suelo a cada momento se ve más mojado, la casa se está inundando, en esos momentos piensa que va a morir ahogada…
Afuera la tormenta se vuelve virulenta haciendo temblar los cristales del edificio, la falta de claridad en la calle le da un aspecto turbador, siniestro.
Pero Kati, al despertar, ve a su mascota acurrucada en su regazo.
Después de hacer intensos esfuerzos por despertarla, Mister, un gato peludo, noruego, cariñoso, y dócil, al darse cuenta que su amita no despertaba, puso en marcha el único mecanismo que sabia y tenía a su alcance, lamerle las manos y mordisquear sus dedos.
 Todo fue al notar el astuto gato que se había vuelto a quedar profundamente dormida encima de la cama.
Al despertar, Kati sonrió mirando a su alrededor. Todo estaba en orden en la casa, sólo había sido una horrible pesadilla. Y acarició a Mister mientras éste ronroneaba de placer.