jueves, 12 de julio de 2012

El mito de Gilgamesh

Uruk, fue una antigua ciudad de Mesopotamia, situada al lado del río Éufrates, denominada Ereh (actual Irak). Esta ciudad era considerada la más antigua del mundo y donde fue el comienzo de la vida urbana.
Por aquel tiempo, la ciudadanía se encontraba revuelta, y desde hacía  un año se reunían a orillas del río Éufrates, bajo el cielo estrellado en la estación primaveral, para contar leyendas sobre un rey que no fue querido por sus súbditos.
El pueblo de Uruk se sentía, en esos momentos oprimido y maltratado por el pésimo gobierno de su rey. Un día de calor insoportable, caldeó los ánimos del pueblo que cansado de tanto totalitarismo y cargados de la amarga sensación de impotencia, en una de esas reuniones, y por unanimidad, deciden pedir ayuda a los dioses.
La petición la hicieron con tanto fervor que los dioses, compasivos, le enviaron a un personaje llamado Enkidu, para que luchara contra el tirano Gilgamesh y lo venciera para hacer feliz a su pueblo. Desde ese momento todos esperaban con ansiedad a este personaje que se convirtió en la esperanza de Uruk.
En un amanecer, y después de una noche de insomnio,  el rey se asoma  a su ventana. Cuando el sol aparecía tímido en el horizonte, vio a lo lejos a un jinete acercarse  a la robusta puerta de entrada a Uruk. En su cara el extranjero lucía una fina red de arrugas producto de duras cabalgadas por recorridos sinuosos y de hacer diferentes servicios para los dioses.
El rey al ver al guerrero, monta su caballo para ir a su encuentro y los dos se encuentran frente a frente. Enkidu le cuenta al rey su misión y después del relato, el rey, indignado, lo lleva con engaños hacia un llano cerca del río, donde pretende ahogarlo.
Comenzó una gran lucha entre los dos que se hizo interminable al ser muy igualada. Cuando el agotamiento de los dos hombres se hizo notable y el coraje que sentían no les permitía aceptar a ninguno su derrota, decidieron ser amigos para poder realizar sus más íntimos deseos, que era conseguir la inmortalidad de los dioses.
Planearon un viaje de aventuras y cuando cabalgaban entre las sombras  y sorteaban los troncos de los altos álamos, una lluvia, empezó a caer sobre ellos mientras avanzaban por sinuosos caminos rodeados de precipicios, cuyo único acceso para seguir caminando era un serpenteante sendero. Enkidu detiene su caballo, un ruido extraño entra por sus oídos, seguido de una suave calma que precede a un silbido agudo, este parecía cortarse con el filo de una daga, era penetrante, casi insoportable, mientras la maleza se estremecía.
Gilgamesh, mira con recelo de donde proviene  el ruido. De repente ante la visión sus ojos  parecen querer salirse de sus órbitas, frente a ellos, aparece un enorme cuerpo gigantesco con cabeza de serpiente, que intenta lamerlos con su lengua bífida. Enkidu queda petrificado. Ninguno de los dos creían en el poder del destino, ni siquiera aquel día en que decidieron salir juntos para recorrer su aventura, Enkidu, al mirar cómo se mecían las copas de los árboles que al rozar  sus hojas hacían resonar en el silencio un murmullo de espectros, en su cuerpo tembloroso, sintió una energía misteriosa y una visión, que le hizo ver como se movía el universo e intuir que a su alrededor se podía estar urdiendo acontecimientos que podían determinar el futuro de Uruk. Notó  que en aquel momento los duendes  del infortunio se estaban confabulando para colocarles un obstáculo infranqueable, sus ojos se hundieron haciendo brillar sus transparentes pupilas.
¡El pueblo se encontraba solo y en peligro!
 Cuando reaccionan, Gilgamesh, saca su daga del cinto y Enkidu lo imita. Empezando los tres una lucha encarnizada, pero cuando estaban a punto de ser abatidos por el monstruo, un golpe certero de Gilgamesh en uno de los ojos del animal, le hace retroceder unos pasos  haciéndolo caer por  el precipicio de un profundo  acantilado. En esos momentos aparece ante ellos una enorme águila que con sus alas desplegadas, tapa la poca claridad que penetraba en el bosque y ven con asombro como hace un giro en su rumbo y  con la velocidad de un rayo persigue en la caída libre al gigante por el acantilado, picándole el otro ojo y dejándole vacía la cuenca. Los dos guerreros se miran y sus ojos parecían salpicados de negros presagios, mientras emprenden la huida, consternados y temblorosos.
Sedientos, se acercan a un estrecho regato donde fluía el agua apacible. Cuando sus cabezas se inclinaron para beber, ven atónitos en el espejo del río flotar un ojo enorme, sanguinolento, que clava su siniestra mirada en ellos. Las hierbas de la ribera bajo su turbia mirada empezaron a crecer hasta ocultar el río y sobrepasar sus cabezas, los caballos asustados empezaron a relinchar hasta quedar libre de las ataduras, empezando a galopar sin control.
Los dos en medio de la maleza sienten como sus corazones se aceleran a la velocidad del sonido. Algo en ellos se les escapaba a la capacidad de entendimiento, Enkidu cierra los ojos y así estuvo mucho tiempo, necesitaba pensar en lo que había visto. Poco después y mientras caminan aparece ante ellos un escarpado sendero donde no se ve la salida.
De repente a lo lejos se oye un eco de risas que invaden el extraño silencio del bosque, una siniestra mariposa negra aletea maléfica a su alrededor. En esos momentos algo extraño le estaba pasando a la horripilante mariposa, pues empezó en ella una metamorfosis que lentamente la iba transformando, sus ojos se acrecentaron… Gilgamesh, siente como su cuerpo tiembla ante la visión, se encuentra aterrado. Las risas que se oyen a lo lejos se acercaban cada vez más y de pronto aparecen dos niñas hermosas, de belleza incomparable con piernas de cabra y voz melodiosa que parecen querer parar el universo. Enkidu mira a las jóvenes niñas y se siente enamorado, les canta un poema que le sale del alma: “Niñas, con vuestra hermosura hacéis arder las lágrimas de mis ojos de ámbar,  haciéndome respirar el fresco incienso  en mi tortuoso olfato, elevando el alma de el que os ama hasta el infinito. Venid, acercaos, os esperamos con arrobo”.
Las jóvenes cantarinas se abrazan en esos momentos transformándose en un enorme pulpo con un ojo en cada tentáculo con en el que intentan atrapar a los guerreros. Gilgamesh, ante la situación sobrecogedora, recuerda que su cinturón es de latón dorado y lo dirige hacia un tenue y escuálido rayo de sol que se encontraba rezagado  en el ocaso, el cual,  al reflejarse en el metal hizo deslumbrar a las arpías. Al instante, cayeron cegadas por el rayo de luz a un pozo de aguas cenagosas de donde tardaron en salir, dándoles tiempo a los dos guerreros a huir  de la encrucijada en el que los habían metido.
Entre tanto, el pueblo de Uruk en la ausencia de Gilgamesh era protegido por la diosa Inanna que cuidó de la ciudad. Cuando los dos amigos caminaban por el bosque  entre la  niebla, la falta de luz daba al bosque un aspecto turbador y siniestro. Ven como  una criatura cubierta con una espesa capa de pelo se mueve entre los árboles y camina sobre sus dos patas largas, huesudas, que remataban en pezuñas redondas como si fueran dos grandes plataformas. Las hojas de los árboles, con el viento, al rozarse con la criatura aullaban como gatas en celo.
 Entonces deciden volver. No estaban satisfechos de las aventuras que habían vivido.
Y cuando llegan a Uruk, la diosa Inanna que había cuidado con celo la ciudad, le declara su amor  a Gilgamesh por considerarlo un héroe. Pero él la rechaza y provoca la ira de la diosa que en venganza le envía al Toro de las tempestades para destruir a los dos amigos y a la ciudad entera.
Gilgamesh y Enkidu después de una encarnizada lucha, matan al toro, pero los dioses se enfurecieron más y castigaron a Enkidu  con la muerte.
Gilgamesh, ante la muerte de su amigo, recurre a un sabio llamado Utnapishtim, un sumerio que junto a su esposa y por la gracia de los dioses goza de inmortalidad. Gilgamesh, le pide que le otorgue la vida eterna que hace tiempo buscaba. Utnapishtim, le contesta que el otorgamiento de la inmortalidad a un humano es un evento único que no volverá a repetirse desde el Diluvio Universal. Como consuelo de su viaje frustrado, el sabio le dice donde encontrar una planta que le devuelva la juventud (más no la vida eterna). Dicha planta se encuentra en lo más profundo del mar.
El guerrero, entusiasmado, decide ir en su busca y efectivamente, la encuentra  después de luchar con innumerables animales marinos. Pero de regreso a su pueblo decide tomarse un baño para refrescarse en un río de aguas transparentes,  afluente del Éufrates. Deja la planta en la orilla y una sigilosa serpiente se la roba. El héroe llega a la ciudad extenuado por el esfuerzo y triste por haber cometido tan grave error, no se perdona el haber abandonado la planta milagrosa en la orilla del río y desilusionado, días después, muere.
Desde ese mismo día de su muerte, Gilgamesh, mora en el templo de Eanna, buscando desesperadamente las tablillas de la inmortalidad entre las hornacinas del Zigurat donde se dice que están escritos los más hondos secretos de la vida. Inanna movía las tablillas  con sumo cuidado, al ser estas muy frágiles, ya que no se cocían, solo se secaban al sol. Así Gilgamesh siguió viviendo hasta el infinito, pero de otra manera y desde entonces se encuentra  en un mundo cósmico que es el nos acoge a  todo el Orbe.
Mientras, la caprichosa diosa Inanna adornaba su templo con conos de colores hechos de arcilla que recreaban motivos geométricos, para olvidar a su amado. Desde la cercana montaña se podía ver el templo impresionante, que rodeado por una capa de estuco y levantado sobre una sólida plataforma de adobe resultaba de una belleza tan singular, que llamo al templo zigurat.
Inanna, desde el día que fue rechazada por Gilgamesh, se encerró en su templo y nunca más volvió a salir de él.
Así se cuenta que la figura del héroe representa la  de un personaje que emprendió un camino  y que  a través de su recorrido, aprendió que el verdadero sentido de la vida no es el alcanzar la inmortalidad, sino entender que no estamos solos en el mundo, que para superarnos debemos caminar todos junto y así vernos complementados con los errores y los aciertos.
Y se cuenta que  las gentes de Uruk  lo llegaron a amar y lloraron amargamente al valiente héroe que había viajado a los confines del mundo, llegando a ser divino al cobijar en su mano la planta de la inmortalidad. La historia lo convirtió en el triste soberano de su nuevo reino del Más Allá.



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