jueves, 3 de mayo de 2012

El estanque (4ª parte)

En mi enojo, exijo que me atienda el joven que dos horas antes me había atendido. Extrañada la joven me contesta con timidez que allí no había ningún recepcionista más que ella. Su mirada me hizo parecer que pensaba que yo no estaba cuerdo. No obstante se brinda a pedir un facultativo para que me atendiera con urgencia.
Después de calmar mi ansiedad desconcertado por lo acontecido, subo a la habitación que comparto con Linda y la encuentro frente al espejo del tocador retocándose el maquillaje.
La miro extrañado de su pronta recuperación pero ella me obsequia con una dulce sonrisa y después de mirarme como nunca me había mirado, me pide con coquetería que la lleve de nuevo al teatro romano donde quería ver una representación de la obra Cleopatra. Sin saber qué decir obedezco sus órdenes mientras mi cerebro confuso se esfuerza por comprender la situación que estoy viviendo.
 Después de regresar de nuestro viaje y para animarla en un día esplendido día de mayo decidí dar una gran fiesta para celebrar la reforma que hice en la casa. Mandé invitación  a los amigos que hicimos en Nueva York y Las Vegas e iban a  acudir todos.
 La casa estaba deslumbrante con una decoración exquisita.  En las habitaciones lucían cortinas traídas del mismo París, los muebles antiguos se restauraron y el estanque se convirtió en una esplendida piscina con cenador adosado. Todo había quedado perfecto y espectacular.
El día de la fiesta llegó y los invitados venidos de Estados Unidos nada más llegar quedaron sorprendidos por el paisaje tan agreste y al mismo tiempo pletórico de olores y colores de la alta Extremadura. Subimos por un empinado y estrecho camino al mirador del cielo desde donde pudieron admirar un inmenso campo de trigales verdes salpicado de rojas amapolas haciendo que este pareciera una inmensa alfombra.
Por la noche durante el cóctel antes de la cena la música sonaba suave como una caricia, alguien se acerca a mí y me agradece la velada.
 Después de la suculenta cena compuesta por ibéricos y quesos extremeños comienza el baile y Linda, como siempre, luce elegante con un traje de Valentino de color rojo y unos pendientes de diamantes. Hizo las delicias de los asistentes con su enorme encanto personal.
La fiesta transcurre entre risas y charlas amenas.
De repente, una luz tenue se refleja en las aguas tranquilas de la piscina. La observo desde la terraza y me adentro por el sendero para averiguar qué es lo que pasa y cuando me acerco a la piscina, una mano de hierro me aprieta el cuello y me hace doblar el cuerpo hasta que me sumerge la cabeza en la piscina. Mis ojos casi se salen de sus orbitas y caigo a la piscina sin remedio. Cuando ya tengo síntomas de asfixia alguien se acerca y con voz ronca pregunta: ¿Quien anda ahí?
El desconocido suelta mi cuello y sale corriendo. Mi salvador ve flotar mi cuerpo y se tira a por mí. Me saca del agua y al ver mi estado inconsciente me hace la respiración boca a boca y yo empiezo a respirar aunque con dificultad.
Una vez recobro la conciencia le pregunto por mi atacante y  parece haber desaparecido, nadie ha visto nada. Después del susto y recuperado, sin que nadie me viera subo a mi cuarto y me cambio de traje volviendo a la fiesta.
Los invitados ríen, gozan y beben a placer pero Linda finge estar bien. Una aureola de color violeta en la palma de la mano hace que su sonrisa sea falsa porque la fiebre empieza a hacer mella en ella y su palidez, a pesar del maquillaje, es notoria. Alguien le pregunta con malicia sobre su descolorida cara y ella sonríe con estudiada coquetería.
Yo me encuentro nervioso después del incidente en la piscina, el cuello me duele y la traquea, después de estar aprisionada, la tengo dolorida y casi no me deja tragar pero tengo que estar en mi puesto haciendo los honores a los invitados.
De repente, se forma en la terraza. Linda se encontraba tendida en el suelo porque había sufrido un desvanecimiento. Uno de los invitados a la fiesta era médico y atendió a Linda. Después de tomarle pulso sugirió que la llevaran a su alcoba para darle un sedante y se quedara dormida. Después del incidente los invitados empezaron a retirarse. Eran las cinco de la mañana y había que descansar para la comida que les ofrecía en el mirador del cielo a las tres de la tarde.
Ya en el dormitorio, me siento a los pies de la cama donde Linda descansa y me fijo en su cara. Ya no me parece la misma, su dulzura ha desaparecido y una rara mueca en su boca me hace estremecer. La miro más de cerca y sus ojos de color de azabache transmiten una gran tristeza. Le cojo las manos y las tiene frías como el témpano y cuando alzo la mirada veo reflejada una rosa sangrante en el cabecero de la cama. Salgo aterrorizado de la habitación sin atreverme a decirle nada a Linda, a llamarla y despertarla y voy al porche para coger algo de aire. Todo me parece tan extraño que creo voy a volverme loco.
Desde aquella noche que vi aquella rosa en la cabecera de su cama, algo extraño sentía que me estaba pasando pues ya no me apetecía besar sus mejillas rosadas ni sus carnosos labios ahora pálidos y fríos como la muerte.
Me siento en el poyete de la puerta y una sombra se desliza entre los almendros. Doy un salto de pavor y me encuentro al labriego que había contratado (en esos momentos no me acordaba de él) me tranquilizo al verlo y éste me da las buenas noches. Saludo con una mano pues no me salen las palabras y entro en la terraza. Me siento en una butaca y allí me quedo dormido. Al amanecer me despierto y alguien me ha tapado con una manta. Miro hacia un lado y veo que Linda estaba allí, resplandeciente, como si no le hubiera pasado nada la noche anterior y con su sonrisa habitual me ofrece un café caliente. Lo acepto con mano temblorosa por de lo sucedido la noche anterior.
 No le pregunto nada, ni tan siquiera cómo se encuentra su dolorida mano que lucía sin vendas. Yo me toco el cuello y lo siento dolorido,  no sé que pensar, quizás mi mente cansada me esté jugando una mala pasada.
Linda y yo charlamos un rato de nimiedades y nos retiramos para vestirnos de nuevo y recibir a los invitados. La mayoría de ellos estaban hospedados en un hotel rural cercano que había reservado para la ocasión porque todos no cabían en la finca.
El día amaneció radiante, se veía hasta el horizonte infinito desde el mirador del cielo. Alguien solicito y cortés casualmente le regala un ramo de rosas rojas a Linda. Las acepta con recelo pero en la primera ocasión que tiene, las tira por un pequeño barranco cercano.
 Durante la jornada festiva no paso nada, todos se divirtieron hasta la extenuación y la fiesta estaba llegando a su fin cuando el labriego se acerca a mí y me da una carta. La abro y dentro de ella había una hoja de papel de color sepia que envolvía una rosa marchita. La guardo en el bolsillo del pantalón y siento un tremendo pinchazo acompañado de un dolor profundo y cómo un hilo de sangre baja por mi pierna manchándome con su viscoso liquido rojo las botas camperas.
Mi cuerpo se estremece y cuando todos se despiden después de un día magnifico, me retiro a mi habitación, me ducho y cuando estoy secándome con la toalla descubro que ésta tiene también bordada una rosa roja. No sé qué hacer pero llamo a Linda y le cuento lo que me había pasado. Linda me extraña, parece no importarle lo que le cuento, está ausente, alejada de mí y fría pero le ruego que pase la noche conmigo para no estar solo.
Malos presagios atormentan mi alma. Aquella noche los dos abrazados nos quedamos dormidos y así pudimos descansar.


Continuará...y en el próximo capítulo, el desenlace.

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