jueves, 12 de abril de 2012

El estanque (3ª parte)

Miro hacia atrás y veo con sorpresa que era Linda. Desde aquel instante, nunca más se separó de mí, parece que ella no se resigno a perderme y aquí la tenía, vestida de cowboy como si fuera a una fiesta de disfraces y dispuesta a vivir en el campo y no alejarse de mi nunca más.
Jamás pregunte como pudo llegar hasta la finca.
La sorpresa fue muy agradable y apoyándose en mí despidió al taxista y nos cogimos de la mano y seguimos nuestro camino mirándonos pensativos sin hablar.
Llegamos a la casa y como siempre la verja abierta y la vereda que conduce a la casa cubierta de hojarascas que hacen imposible ver el pavimento de pizarra primorosamente azulado cuando esta limpio.
Entramos en la casa y como si nunca hubiera estado fuera, entro en la cocina y enciendo el hornillo, cojo una olla de porcelana, la lleno de agua y con unas hierbas que allí había leo la aplicación curativa. En grandes letras “Fresno”, eran cosas de mi abuela.
Me quito los zapatos y los calcetines. Pongo al fuego una jarra con agua y cuando está caliente la echo en una palangana, meto los pies cansados y me quedo relajado. De nuevo me vienen los recuerdos de mi niñez, mientras Linda inspecciona la casa.
Busco entre el polvo acumulado de tantos años la casa cerrada y encuentro unos cuantos troncos secos en el leñero y al anochecer enciendo la chimenea del salón. Ya sentados después de la cena le cuento la historia de mi vida a Linda con una copa de whisky en la mano.
 Agotados, ella escucha mi relato de los hechos que allí acontecieron, sin ninguna pregunta ni comentario. Ya a media noche decidimos ir a la cama.
 Linda me pide descansar en la habitación donde había dormido mi abuelo  y yo accedo encantado pero al abrir su cama encuentra en el embozo una rosa roja marchita que toma en sus manos y con sorpresa una espina se le clava en la palma de la mano.
Le brota un hilillo de sangre que mancha la colcha amarillenta por el tiempo, y alarmada me llama: ¡José!
Después de mirar la herida,  le quito importancia  y busco en el botiquín algo que la pueda curar. Como no encuentra nada decido buscar en la cocina alguna hierba que solía usar la abuela.
Después de mucho buscar entre la colección de latas con hierbas secas que siempre guardaba mi abuela en una etiqueta pude leer “Parietaria” y viendo cuales eran sus propiedades curativas puse al fuego unas cuantas hojas. Minutos más tarde el jugo sirve para desinfectar la herida,  que tapo con una venda que encuentro en el cuarto de baño. Parece solucionarse el problema y dormimos los dos dulces sueños como niños.
A la mañana siguiente, el azul del cielo es claro y brillante, el olor del sarmiento y la brisa que mece los olivos hace que los sentidos despierten hacia un mundo irreal.
Todo va de maravilla, yo estoy encantado con Linda a mi lado y por haber decidido ésta dejarlo todo por mí.
   Sin desayunar bajamos al pueblo a comprar viandas no sin antes pasar por la churrería. Saludamos a los vecinos curiosos que nos miran sin disimulo y cuando llega la hora de la comida decidimos comer en el bar del pueblo. Allí en el bar conocimos a una mujer que buscaba trabajo y la contratamos para que nos ayudase en las tareas de la casa.
 Una vez que la despensa estuvo llena nos sentamos en el salón a charlar de lo acontecido. Observo cómo la mano de Linda empieza a hincharse y el dolor que siente es cada vez más insoportable, apenas puede disimularlo pero lo intenta.
 Linda no quiere alarmarme y resistiendo el dolor empezamos a comentar lo que habíamos vivido esa mañana en el pueblo y decidimos, entre bromas y risas, pasar el día siguiente en la finca, sin salir y  sin que nadie nos molestara, así pasaríamos el día tumbados bajo el sol primaveral.
Al anochecer un hombre de aspecto rudo llama a la puerta y se ofrece como labriego. Sabe que hemos contratado a una señora para las labores de limpieza y cocina y piensa que pude ser necesario también. Después de hacerle unas preguntas rudimentarias le acepto ya que no pone ninguna objeción a sus honorarios.
Desde entonces va a ser el que vigilará los viñedos y limpiará la linda vereda que desde la verja llevaba hasta nuestra casa.
A la mañana siguiente, a un coche Seat1500 de los años setenta sube la vereda. Al llegar al linde de mi finca aprovecha la rotura de una pared de piedra  y entra el coche por ella. Cuando llevaba un trecho rodando por el barbecho, n tronco de árbol talado le da de lleno en el vehículo y rompe el cárter en un enorme encontronazo.
El coche se para y su conductor, un hombre de sombrero de paja y cinta negra se tiene que apear del mismo para seguir a pie, acercándose a la casa con sigilo y acechando como un cazador para coger al dueño por sorpresa.
Pero el ruido en pleno campo adquiere una gran dimensión, es tan perceptible que lo oigo desde mi salón, cojo mis prismáticos y ojeo con escrúpulo el entorno.
Veo a un hombre acercarse a la casa haciendo zig-zag por el maizal.
Alertado por no saber las intenciones del intruso aviso a la policía del pueblo y mientras espero que aparezca la benemérita, el hombre deja de moverse.
Me inquieto en la ausencia de movimiento pensando que algo lo ha paralizado.
Yo espero impaciente a la policía y esta llega pronta.  Entonces supe que una oportuna serpiente venenosa le había mordido la pierna quedando lo inmóvil. Los guardias encontraron al individuo inconsciente entre las hierbas  y se lo llevaron al hospital más cercano.
 Pasadas un par de horas me intereso por su salud, tiene envenenamiento por mordedura de víbora y le deben depurar la sangre con transfusiones. El tratamiento durará tres días y ya restablecido lo detendrán por intromisión a la propiedad privada. No sabía qué pensar, tenía incertidumbre sobre las intenciones de ese hombre. Parecía que se había resuelto de una forma aparentemente sencilla pero yo estaba nervioso.
Desde aquel día el sueño lo tengo interrumpido y me da miedo la oscuridad. Las puertas las cierro a la puesta de sol  y Linda no entiende mi actitud pero acata mis ordenes con sumisión de mujer enamorada. Los días pasan sin sobresaltos y después de unas semanas todo vuelve a la normalidad.
Linda no se encontraba bien después del pinchazo que sufrió con la espina de la misteriosa rosa. La fiebre empezó a hacer mella en ella y su tez blanca y transparente se torno cetrina robándole su encanto.
Decido llevarla al hospital y después de un reconocimiento exhaustivo y pruebas bacteriológicas no le encuentran nada. Regresamos a casa y con la medicación que le receta el medico parece mejorar pero por la noche y cuando se acostaba, aparecía en la cabecera de la cama una rosa roja que Linda nunca vio. Sus sueños no volvieron a ser reparadores, sólo descansaba cuando dormía la siesta sentada en la butaca del salón después de la comida del medio día.
 Yo la observaba y no entendía el porque había cambiado tanto, ya no era la muchacha alegre que conocí en una noche de desenfreno en la ciudad del juego.
Durante unos días concebí la idea de hacer reformas en la casa para tener mayor comodidad. Hablé con el constructor y después de presentarme el proyecto lo acepté.
Para pasar entretenidos la espera de la terminación de la obra decidí que los dos podíamos hacer un viaje turístico por Extremadura, sería perfecto.
Todo estaba resultando fantástico. Visitamos Plasencia, Badajoz, Trujillo para terminar en Mérida. A Linda le pareció maravilloso el agreste paisaje repleto de alcornocales y encinas, como destacan los colores en la tierra comprobando que ningún verde es igual a otro haciendo que todo el campo parezca una sinfonía de colores.
Linda y yo, al atardecer de un día espléndido emeritense, visitamos innumerables monumentos de la época romana, como el teatro romano, hermoso en donde si cierras los ojos puedes ver la lucha de gladiadores y el eco del rugido de las fieras en su jaula.
Paseamos por el puente romano y cuando contemplábamos como transcurren las aguas apoyados en la baranda vemos una barca que nos llama la atención por su agitado balanceo. Nos sorprendió que un río de aguas mansas tenga turbulencias pero quizás se tratase de una poza que en su absorción hace que se produzca un pequeño tifón acuático.
Sin perder de vista la barca vemos como el barquero, hombre de aspecto rudo se acerca con su zozobrante balanceo al ojo del puente donde estábamos Linda y yo.
El hombre mira hacia arriba con descaro y nos obsequia,  con su boca desdentada y ojos grandes ensangrentados, una tenue sonrisa maliciosa.
Nervioso por el aspecto del hombre miro a Linda y su mirada perdida me hace temblar. Toco su desnudo brazo y el calor que desprende es febril. La abrazo por la cintura y nos encaminamos despacio al aparcamiento donde había dejado el coche una hora antes.
Pero cuando nos acercamos al aparcamiento veo con impotencia como el manso Guadiana se lleva mi coche arrastrándolo hasta el centro de su caudal.
Algo extraño siento dentro de mí, la situación que estoy viviendo se me antoja dantesca por su extrañeza. Algo raro nos esta sucediendo a Linda y a mí que no se puede explicar con palabras. Cuando llegamos al hotel Parador, pido al recepcionista, un hombre joven y apuesto, que avise a un médico con urgencia para la habitación 108. Ya en la habitación le cojo el pulso y pienso que tiene mucha fiebre por su alteración. Con una toalla mojada le humedezco los labios y la frente, y espero con impaciencia que llegue el médico.
Pasan las horas y el médico no acude a mi llamada. Mientras, Linda se queda dormida profundamente. Bajo a la recepción y me atiende una encantadora jovencita con notable acento extremeño.
Reclamo con autoridad al médico que esperaba y la recepcionista se queda extrañada pues ella no había avisado a ningún medico, nadie se lo había reclamado.

Continuará...

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