viernes, 24 de febrero de 2012

El talismán de la momia de oro

Por el laberinto de corredores que hay en la facultad, con paso rápido y un silencioso frenesí de urgencia, camina un extremeño de inteligencia inflamable y con grandes ideas poderosas.
Es aún joven, no ha cumplido los cuarenta años, pero su arquitectura ósea de flauta y su mansa gestualidad de profesor despistado no le hace justicia.
Vicente Montiel, es un egiptólogo de prestigio reconocido que prepara una expedición con dos de sus mejores alumnos de la facultad a su añorado Egipto, donde pasó parte de su juventud entre tumbas antiguas y epitafios. Después de permanecer dos cursos impartiendo clases en Cáceres, cuna de sus ancestros, una noche tuvo un sueño premonitorio. Sólo el hecho de pensarlo le producía una opresión en el pecho, tanto que se le llenaban los ojos de lágrimas.
Había descubierto algo en sus sueños, algo que siempre intuyó que existía. Desde entonces solo pensaba obsesivamente en hacer ese viaje al Antiguo Egipto, antes que otros colegas encontraran su sueño, en ello estaba su prestigio de hombre estudioso.
Cuando abrió la ventana de su alcoba, el sol desgarraba las nubes, sus ojos brillaron en el fondo de su cara seca y hundida. Empezó a caminar en círculos por su alcoba, después de desayunar se sentía aun más nervioso y ansioso. De repente llaman a la puerta, un mensajero le entrega una carta urgente, antes de abrir el sobre enciende la luz de la estancia, aun la claridad del día era tenue, abrió el sobre y ya estaba en sus temblorosas manos el pasaje que solicitó a la agencia de viajes. Después de hacer el equipaje, hace unas llamadas telefónicas.
Ya navega con sus entusiastas alumnos por las aguas del río Nilo, un río que sin él no se hubiera realizado la sorprendente civilización del Antiguo Egipto, el profesor rememora, mientras remonta las aguas del Nilo con destino a Menfis, y sonríe recordando la gloriosa historia, como que en las dos orillas del río se prodigaban inmenso campos de cultivo, de cereales, frutas y verduras, que después de las inundaciones la tierra recoge la sabia del rico limo, haciendo que las cosechas fueran ricas y abundantes, en esta tierra negra que ellos llaman Kemet. El pequeño barco se balancea por una ráfaga de viento. Vicente Montiel se siente a cada momento más identificado con estas tierras, abre los ojos, pero aún sigue con sus profundos sueños, porque en esos momentos se encuentra en la más acuosa autopista del orbe Egipcio, por donde en ningún caso las hordas de esclavos tenían el privilegio de navegar, sino miembros de las cofradías y en números restringidos, como eran los sacerdotes y artesanos que formaban parte de los llamados (servidores del lugar de la verdad) donde su misión no era otra que crear las moradas eternas de los faraones de el Valle de los Reyes.
Pero ese, no es el destino de estos tres arqueólogos. De repente, el paisaje fue transformándose intensificando la luz hasta llegar a ser cegadora, estaban cerca del Valle de los Reyes. Ante sus ojos una montaña de arena hizo que el barco en su subconsciente dejara de balancearse, en ese instante, los pájaros dejaron de trinar quedando fuera del tiempo, un tiempo que iba a la deriva mezclando los vivos con los muertos y con los que están por nacer.
El cielo se tornó de nácar gris cuando el barco quedó atrás Tebas. Siguieron la ruta, pasan por Asiut siguiendo el curso del río hasta llegar a Menfis. Una mañana después de navegar tres días, y ya en Menfis, se adentran en el desierto caminan con un calor sofocante hasta divisar las pirámides de Gizeh, todo estaba silencioso, la magia se respiraba albergándoles una fuerza que hacia trascender las leyes de la naturaleza y del entendimiento humano, en el valle ven una estrecha hendidura apenas visible y estrecha, por donde los tres entran a duras penas, al encender las antorchas, al entrar proyectaban un trémulo resplandor rojizo.
En el rostro del profesor se reflejaba una luz de vigoroso intelecto, tan rápidamente como le había venido esa sensación desapareció, el sitio donde se encontraban no era el de su sueño. De una vasija de barro moderna sale una serpiente de color púrpura, silenciosa, que al verlos arrastra su cuerpo hasta esconderse en un nicho donde antes había estado descansando un cadáver, de repente, una luz roja y amarilla resplandece bajo un hueco del suelo, alguien como ellos investigador, llama con voz de ultratumba, clamando que lo sacaran de allí, era un explorador de pirámides, ahora su suerte pendía de un solo hilo y ese hilo lo tenían ellos, y pensó, la suerte de ese hombre en esos momentos era asunto de todos o de nadie, y miró a sus discípulos, mientras la voz se oía cada vez más lejana y apagada, después un silencio que solo era roto por el ruido que hacía la arena del techo al caer al suelo, salen al exterior con el remordimiento de no haber podido dar auxilio a una persona en peligro, y una extraña y suave calma los invadió mirando un radiante sol que les quemaba el rostro.
Al día siguiente se dirigen a Bahariya, situado a unos cuatrocientos kilómetros de El Cairo, donde se encuentra el Valle de las momias de oro, llamado así por la gran cantidad de momias grecorromana que se han encontrado cubiertas con máscaras de oro y pecheras del mismo mineral. Desde que en 1999 y por casualidad se encontró este tesoro arqueológico y el profesor tuvo información de ello, empleo todo su tiempo y energía en estudiar todo lo concerniente a este hallazgo.
Bajo la claridad de la mañana, y rodeada de kilómetros de arena bajo un sol ardiente, las pirámides parecían traslúcidas, un estremecimiento ante la extraordinaria visión hizo en ellos tal mella que no olvidarían en mucho tiempo. Cruzó los brazos, levantó la cabeza, y mirando la pirámide, dijo a sus dos discípulos desafiando el futuro. !Aquí está lo que tantas veces os he dicho que había soñado!. La intensa y dorada luz vibraba entre el polvo con un raro espesor.
Se acercaron a la entrada de la pirámide y armado de arneses bajaron por un profundo pozo, hasta llegar a una cámara mortuoria que estaba compuesta por tres habitaciones, dos de enterramiento y la otra para la “entrega” en la primera incursión por aquella pirámide no podía haber sido más acertada, descubrieron un ataúd de cerámica que contenía unas decoraciones de caras humanas, también tablillas de huesos grabados con los primeros signos jeroglíficos, algunos escritos con tinta negra, es todo tan extraño… cuando tienen estos objetos en sus manos, de repente se oye un ruido atroz, las tumbas de los nichos empezaron a abrirse, momias de todas las estaturas aparecieron ante ellos cubiertas, unas con vendas de lino, otras con vestidos romanos.
Una de las mujeres que debía ser la jerarca de una poderosa élite, se pone ante la entrada con la pierna derecha al frente como si quisiera salir al exterior, debían pertenecer a una familia importante pues todas ostentaban una rica máscara de oro a excepción de la mujer que quería salir, que lucía unos ojos que parecen estar hechos de cristal de un azul intenso, de su cuello cuelga un camafeo o amuleto, que en un movimiento de su esqueleto cae a los pies del profesor que después de unos segundos de indecisión lo recoge. Ya en su mano el objeto empezó a proyectarse destellos de luz, mientras de las otras tumbas se oían lamentaciones y alaridos, las máscaras de oro empezaron a caer al suelo con estrepitoso ruido apareciendo sus calaveras adornadas con extravagantes pelucas.
Los tres intentaron salir de allí pero la mujer de los ojos de cristal no se apartaba de la entrada impidiéndoles la salida, el amuleto cada vez pesaba más en la mano del profesor tanto que se hacía casi insoportable soportar su peso, de repente tras una de las tumbas se oye una melodía, los tres rompieron a llorar, porque cuando se está entre los muertos, los secretos del alma humana a veces se contienen en emociones con una sola melodía.
El amuleto, resbala y cae de su mano haciendo una hendidura en el suelo, la voz de unos de los guardianes de pirámides pide que se deslicen por la hendidura, era la hora de cerrar.
Por la noche ya en el hotel, y mientras cenaban, el profesor piensa en el talismán que tantos sueños le robó, y pensó, que las cosas más pequeñas pueden ser espejos secretos de los más profundos y grandes misterios.
Por la mañana, los alumnos al notar la ausencia del profesor en el comedor para desayunar, llaman a su habitación, al no recibir respuesta, entran, y la visión que perciben es tremendamente impactante. Tendido en la cama se encontraba el profesor con una máscara de oro en su cara, y el símbolo de la corona blanca del dios Seth del Alto Egipto, a su lado mientras, el talismán brillaba en su mano con destellos de ultratumba.
El sueño premonitorio del profesor se había cumplido.

No hay comentarios :

Publicar un comentario