martes, 3 de enero de 2012

Las sombras del pasado

Es primavera y me siento a orillas del río Tajo meditando sobre mi vida confundida con la exuberante vegetación, y veo pasar en la belleza del paisaje los fantasmas que me siguen brujuleando tras de mí entre luces y sombras de un pasado que sigue presente.
De repente se oigo un ligero roce en el suelo, con la suela de una bota, siento miedo ¡Está oscureciendo! Más tarde oigo el ruido que producen las uñas de un gato salvaje rasgando la hierba. Luego noto como alguien que se acerca, y siento una respiración cada vez más agitada. De pronto me acuerdo que antes de salir a pasear por el campo me había tomado un valium que quizás aun no me había hecho efecto. Me tranquilizo, quiero pensar que podían ser los pasitos sigilosos de las ratas que cruzan la noche en sus misteriosas tareas.
¡Pero si a las ratas no se les oye respirar!
Me levanto de la piedra que hace de soporte a mi maltrecho cuerpo y me dirijo a la pequeña cabaña que entre matorrales y alcornocales se hizo construir mi amigo Ramón para sus días de ocio y en la que me encuentro ahora huyendo de mi pasado.
Ya hace dos meses que desaparecí de la gran ciudad acuciado por las responsabilidades que todos querían hacerme ver que solo eran mías. Un trabajo que según mis conocidos del ramo, había logrado con mucha suerte en la editorial más famosa de Madrid, pero nunca sabrán que subí poco a poco y en silencio, porque el silencio es un arma a veces cargada de intenciones como eran las mías.
En la editorial ostentaba el cargo de redactor jefe. En mi despacho a modo de filtro de influencias se colaban, por un lado, mediocres académicos, escritores con ansias de triunfar, y periodistas que según ellos tenían historias novedosas de primera portada. Todos los días pasaban ante mí un sin fin de gentes que airados salían de mi despacho por no ser aceptados sus trabajos, rompiendo sin querer sus ilusiones, como la de llegar algún día a ser guionista en Hollywood.
Cuando entré aquel día en mi despacho, el clima en la calle estaba desapacible. Cuelgo el gabán, cuando una ráfaga de viento azotaba los cristales de la ventana. Un carraspeo me avisa que no estoy solo, y me echo hacia atrás como si hubieran intentado golpearme.
Miro hacia la mesa y sentada hay una mujer de unos cuarenta años, bien vestida y de excelente figura que clava su mirada de ojos negros como la noche, en mí. Sin decir palabras saca de su bolso un abultado paquete y un Pen Drive, que tira con rabia sobre la mesa con gesto displicente se dirige a mí, mientras yo ignoro lo que está pasando ¡con voz ronca pronuncia mí nombre!.
¿Eres Alfredo Castro? ¿Verdad? Al momento su mirada se tornó más fiera, tú solo tú, eres el culpable de que mi hermano perdiera la cordura, porque tú le empujaste a cometer su suicidio.
Una amenazante inquietud se apoderó de mí, cuando le oí decir que cualquier injusticia cometida por una causa que crees que es justa, lleva en sí un castigo. Cuando me encuentro a solas, abro el paquete con nerviosismo, y leo el título de una novela que no recuerdo haber visto antes.
El viento se desata cada vez más por la tormenta, abro la ventana para respirar, y el aire en su violencia me arrebataba los pulmones.
Dos semanas después me encuentro solo y en plena naturaleza. Un musgo verdoso bordeaba la cabaña hecha primorosamente con troncos de pino pulido y pintado de barniz, dándole un aspecto de cabaña cinematográfica, dentro un gran salón, cocina y comedor dan a la estancia el calor y bienestar del solitario, al fondo una pequeña alcoba con el cabecero de madera sirve de reposo.
Entro en la cabaña, la escasa luz del atardecer dibujaba un reverbero fluctuante en la sombra. Me siento en el sofá y veo ante mí en la mesita de centro, que está el libro que un día me llevó aquella mujer que cambió mi vida, la abro por el final y después de leer el último párrafo, sentí la enfermedad de los sentidos que deteriora la percepción del mundo. Y entré en un estado de desasosiego que casi me trastorna los sentidos.
Cuando estoy ante la cocina para prepararme una cena ligera percibo un ruido levísimo, el ruido que produce el aliento contenido por el terror. Había alguien en la alcoba, llamé con voz entrecortada por el miedo. Y volvió a hacerse de noche dentro de mí, el silencio más tarde abro la puerta de la cabaña en la negra oscuridad, asome la cabeza a modo de vigilancia y oí una respiración que salía de la espesa oscuridad, ¿Quién está ahí? ¡Grité!, de nuevo el horrible silencio, cerré la puerta y la aseguré con doble vuelta de llave.
Cuando entré en la alcoba sentí como me oprimía una angustia que jamás había sentido, ya tendido en la cama me sentí vagar por las brumas de un mundo irreal.
Aquella noche no pude dormir, notaba en mi interior que algo me aterraba. Enciendo la luz de la mesilla de noche y vuelvo a retomar la lectura del enigmático libro, ahora empiezo a leer por el principio, mí parecido con el personaje de la novela es sorprendente…sigo leyendo no puedo parar, la historia era mi vida, mi vida pasada que yo guardé con mil cerrojos, que ahora se refleja en la narración. Mientras el silencio se poblaba de rumores insistentes con los latidos de mi corazón en la oscuridad, estaba siendo invadido de amenazas trágicas que no parecían ser de este mundo sino del más allá.
Por la mañana, amanece un día brumoso y fresco, y aún no había terminado el libro, el dolor de cabeza me hace permanecer en el lecho víctima de una fiebre donde el alma tiene tanta parte como el cuerpo.
Pasado dos días me levanto aquejado de múltiples dolores, de nuevo en el sillón retorno la lectura, es raro en mí no recordar lo leído anteriormente y tuve que volver el principio, ¡todo era tan extraño!, me quedo dormido por unos instantes, y mis visiones oníricas son evanescentes, a veces tan transparentes que en sueños creía ver la realidad, mientras mi vida se vuelve cada vez más grotesca, y mis sueños son cada vez más frecuente, y lo peor de todo más convincente para mí, cuando desperté ya no sabía distinguir la realidad con el presente.
Llaman a la puerta, ya casi no tengo fuerzas para abrir, los recuerdos de mi subconsciente han vuelto a mi vida con más virulencia que nunca, ya es imposible seguir así. Abro la puerta y la mujer de ojos negros está ante mí, reclamándome el libro, un libro que en una cama, inmóvil, un hombre motorizado supo redactarle a su hermana. La mujer parecía inmersa en una suerte de trance, cabeceaba repetidas veces mientras su mirada tenía una fiereza, casi fósil. Antes de apretar el gatillo me dijo que quería saber cuánto podía durar sin dormir.
- Pero me equivoqué,- dijo-, eres más fuerte aún de lo que aparentas. A pesar de haber cometido un crimen, con un joven que solo quería triunfar, pues era ambicioso como tú, pero tu avaricia pudo más que la amistad y tuviste que estrellar tu coche contra el cuerpo de mi hermano en un solitario garaje. Escribió ese libro para ti, y para que todos supieran quien eres en realidad. Por eso al ver que su libro no había tenido acogida en tu editorial, un día decidió suicidarse, negándose a tomar alimento, y pidiendo ser desenchufado de aquella maldita máquina, que solo le dejaba pensar.
Un disparo sonó en el silencio, pero ya era tarde pues sentí como mi cuerpo caía no por las balas sino por la presión que tanto tiempo había soportado mi corazón por la lucha encarnizada que siempre tuve por el poder, que siempre me tuvo preso.

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