jueves, 19 de enero de 2012

La invitación (2ª parte y final)

Un viejo marino tostado por el sol les espera con ojos turbios, mientras todos intentan acomodarse. El barquero se echó hacia atrás en la barca para hacer hueco, estiró sus piernas y dejó que su mano acariciara el agua negra mientras entornaba sus legañosos ojos.
El sol ya extendía el aura por el horizonte. En el punto más alto brillaba una media luna. A unos pasos de ellos, detrás y amparada al abrigo de una roca, una figura de mujer envuelta en la penumbra, vio como se dirigían a su destino, callada, inmóvil.
Minutos después de embarcar, el cielo se cubre de negros nubarrones, la mar empieza a encresparse, aún desconocen su destino, solo saben que se encuentran en medio de una mar cada vez más embravecida, todo es silencio. Una hora después de estar en aquella endeble embarcación, se divisa entre la neblina un cúmulo de tierra que al acercarse parece una pequeña isla, en la cima una blanca mansión.
Al desembarcar todos protestan por tener que subir por un peligroso precipicio. Las escaleras son peldaños esculpidos en la roca, el piso es resbaladizo por el continuo azote de las olas. Todos jadeantes por el esfuerzo de la subida, sienten miedo por su integridad física.
Una vez en la cima, la casa se ve majestuosa, es de una sola planta cuadrangular, de estilo moderno y orientada al medio día, recibiendo la luz de unos grandes ventanales. Un ruido infernal reverberó entre las rocas que circundaban la casa.
Un hombre alto, delgado y bien vestido les abre la puerta invitándoles a entrar, el hombre tenía algo de felino en su mirada, su traza evocaba a una bestia predadora, pero atractiva a la vista.
Cristina alza la mirada hacia el hombre, pero sus párpados se encogen. Dentro del salón, reinaba un silencio absoluto, solo roto por el ruido que hacía una de las ventanas abiertas que se encontraba a merced del viento. En las ventanas no había cortinas, tampoco alfombras en el suelo, solo dos sillas y un sillón donde descansaba olvidado un abrigo de mujer y un sombrero de fieltro ajado por el uso.
Una voz femenina, autoritaria, desde un megáfono les da la bienvenida con sequedad. Un silencio expectante reina impregnado de sorpresa y terror. La misma voz se volvió oír, para decir que se pusieran cómodos, pero allí, no había suficientes asientos para todos. Aquello empezó a parecer una pesadilla.
La puerta del salón se cerró de pronto, dejando a todos dentro, mientras una voz lastimera de un niño se oía llamando a su madre. Todos se estremecieron. Uno de ellos, se apartó de la pared donde estaba apoyado, y comentó:
- Esa voz la he oído antes en algún sitio, ahora no puedo recordar (sintiendo un escalofrió que le recorre el cuerpo). Esas palabras retumbaron en los cerebros de todos como truenos de una terrible tormenta.
Dentro del salón se empezó a notar una gran humedad, cuando comenzó a oscurecer, afuera el viento arreciaba rugiendo como una fiera, levantando las olas hasta azotar sin piedad el acantilado.
Aunque quisieran ya no podían salir de la casa, ni tan siquiera del salón, el tiempo era peligroso. Uno de los invitados de la enigmática carta, preguntó a todos mientras se atusaba el pelo una y otra vez con tic nervioso:
- ¿Qué hacemos aquí? ¡Salgamos, cuanto antes!
El más joven se acercó a la puerta, y después de aporrearla, rompió la carta en mil pedazos, tenía la piel fría como si la muerte le estuviera esperando. Los nervios empezaron a hacer estragos en todos.
Cristina, al apoyarse en la pared, sintió que se movía.
El señor del bigote, nervioso, intenta salir por la ventana pero abajo, un precipicio insondable hace imposible su plan de evasión. La ansiedad que siente por salir raya en la locura, haciéndole perder la razón y se precipita en el vacío.
El joven sigue intentando abrir la puerta desatornillando los pernos con un abrecartas que guarda en el bolsillo con la esperanza de salir. De repente, una de las hojas de la puerta se abre haciéndole precipitarse por ella, la puerta se cerró tras él mientras se oye un grito ahogado.
Solo quedaban tres en esa ratonera, desconociendo quien les había metido en ella.
De repente se siente un temblor, y el vacío de la habitación se cuajó hasta convertirse en formas de colores que parecen transparentes. El ambiente empieza a estar viciado, el salón se hace cada vez más pequeño. El hombre que quiso coger el autobús, empieza a perder la razón, y se convierte en una furia desatada, haciéndose peligroso.
Una grieta aparece en el suelo por donde empieza a manar agua con olor a azufre. La brecha se hace cada vez más grande y el nivel del agua sube hasta llegarles a la cintura, los tres gritan hasta quedar afónicos pero nadie escucha sus desesperadas voces. De repente la casa parece nadar en un mar turbulento, haciéndoles pensar que están en alta mar. Un relámpago seguido de un trueno, les hace temblar.
De repente, todo se hace silencio y soledad.
La sirena de un barco patrulla, retumba en el océano, haciendo la situación más siniestra. La noche carece de luna y estrellas. En la tétrica y extraña casa, una terrible mujer vengadora, pide a gritos el exterminio de todos los culpables de su dolor.
Mientras, se debate entre la locura y la razón. Pero para aquellos que recibieron tan funesta carta ya era demasiado tarde, pues ella ya había sembrado la devastadora semilla de la venganza, en aquellos que creyó culpables de la desaparición de su hijo.

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