domingo, 16 de octubre de 2011

El torbellino del poder (I parte)

Cecilia, se encontraba inmersa en sus pensamientos como siempre, mirando por la ventana de su apartamento, el parque que se mostraba en esos momentos exento de flores y con el pavimento alfombrado de hojas marchitas dejando desnudos a los frondosos árboles.
Siempre que mira el solitario jardín, piensa que debía haber delegado hace tiempo sus funciones como miembro del comité. Pero esto hubiera sido para ella, como una claudicación, cuando siempre había admirado la audacia y sagacidad de los componentes de su equipo por saber aprovechar con acierto las avanzadas corrientes que llegaban del mundo entero.
Suena el timbre del teléfono, y sobresaltada, lo coge insegura después de hacerlo sonar unas cuantas veces.
Una voz inconfundible, le hace reaccionar con alegría, habla con su hijo unos minutos mientras se acerca a la ventana para ver como éste, en la calle y desde el jardín la saluda con la mano.
Su preocupación se desvanece al verlo tan jovial y acompañado por un joven de su equipo. Espera que suban, esos minutos que pasan hasta que llaman a la puerta del apartamento, siente su corazón estrangulado por la incertidumbre, y hace que su pensamiento la torture con la misma letanía, la de que nunca debió venir a vivir a la ciudad de Norba, y mucho menos ocupar el apartamento de su antiguo compañero, después de haber muerto en extrañas circunstancias.
Por la mañana al despertar, una hermosa luz aparecía en el horizonte de la madrugada, bañando los tejados de un placentero silencio. Su hijo y compañero de equipo, ya no se encuentran en la casa, no hacía falta que dejaran nota alguna, ella sabia bien cual era su misión. Más tarde se toma una taza de café como siempre en solitario y aún adormecida, ve tras los cristales, como fueron despertando poco a poco los sonidos, primero los trinos de los gorriones que alborotados se desperezan ante su ventana entre las ramas de los arbole.
El inconfundible ruido metálico de las persianas que se suben, inundando de claridad las adormecidas alcobas.
Cecilia, siente un gran desasosiego pensando que quizás ya no esté a la altura de las circunstancias.
Ella, no cree vivir en una ciudad cualquiera, vive en la ciudad de Norba, donde nació, y que después de una larga ausencia, le traen recuerdos de los años de su niñez: ya no recuerda a nadie, y nadie la saluda por la calle las pocas veces que abandona su apartamento y su ventana que le sirve de atalaya.
Por eso cada día, mira el parque una y otra vez, y ve pasar las gentes como en un escenario de color gris, y donde los niños de un pasado no tan lejano, jugaban y lloriqueaban por ocupar el único columpio existente, y cuando el viento soplaba con la brisa del noroeste, hacía temblar de frío, en el deshabitado jardín el columpio se mecía vacío, y en su chirrido metálico parecía gemir de soledad.
Ahora dos hombres han llegado a la ciudad, dos hombres que se han forjado en territorios hostiles, donde han padecido, culpas, pecados, y sufrimientos
Mateos y Narciso, salen del apartamento de Cecilia al alba, escudriñan la ciudad, hasta localizar su objetivo, mas tarde pasean por el centro como dos turistas más, haciendo fotos por doquier con una cámara que solo ellos saben el poder potencial que tiene.
Pero en la aparente y plácida ciudad, unos cuantos vecinos del señorial barrio del Rosal, se congregan en un cine abandonado y clandestinamente, para organizar una vigilancia permanente en el barrio, a consecuencia de estar viviendo una ola de comportamiento anormal en la población, que genera un pánico cerval, lo mismo en la noche que por el día...
El hijo de Cecilia y su compañero, no han vuelto al apartamento. Desde hace días Cecilia duerme mal, y en la larga madrugada, se asoma de nuevo a su ventana. La calle está solitaria, todo parece estar en orden, aun es temprano, solo un par de bancos rotos denuncian que los delincuentes esa noche tampoco habían dormido.
Luego, como en un juego de ruidos y siempre a la misma hora, cada mañana, los motores de los coches y camionetas de reparto, a tope de mercancías, pasan raudos la avenida para llenar con sus mercancías, las estanterías vacías de las tiendas aún cerradas.
Llega de nuevo la noche, y para ella es un día más, como siempre monótono, tras su ventana, limpiando una y otra vez con la manga de su chaqueta el vaho adherido al cristal producido por su aliento.
Es otoño y ya araña con su herrumbre el cielo que aguarda la caída de la tarde, para que el terror dé comienzo al amparo de la oscuridad. Antes de acostarse Cecilia, como siempre da el último vistazo a la calle con triste nostalgia.
Un resplandor en el horizonte, la alerta, y le hace abrir la ventana, mientras su corazón se desboca. En un instante, un intenso olor a quemado inunda sus fosas nasales haciéndola estornudar. Con ansiedad contenida, saca la cabeza por la ventana y ve con asombro, como un edificio del otro extremo de la avenida, arde como una tea gigante iluminando la oscuridad de la noche, de repente el humo se extiende por la avenida deparando un panorama espectral.
Cecilia, confusa y al mismo tiempo esperanzada, coge el teléfono móvil y lo guarda en el bolsillo de su chaqueta, esperando una llamada liberadora.
En unos momentos, la calle se convierte en un hervidero de ambulancias, coches de policías, y los imprescindibles bomberos. Los transeúntes se multiplican como por arte de magia, corriendo despavoridos en todas direcciones ante la ignorancia de lo que estaba aconteciendo, que a Cecilia desde su atalaya le pareció ver a las gentes tintes grotescos y hasta rocambolescos mientras hacían aspavientos al mirar el cielo teñido de rojo púrpura.
Las ambulancias, con frenética carrera se hacen paso con dificultad haciendo sonar sus estridentes sirenas, aturdiendo los oídos, hasta llegar al edificio siniestrado. La avenida a cada momento se ve mas concurrida, las gentes, llegan como riadas por las calles adyacentes, de los barrios mas apartados, la mayoría son gentes habidas de espectáculo, y las menos preocupadas por la proximidad de sus hogares al foco del incendio.
Un policía gordo se abre paso entre los curiosos para acercarse al lugar del siniestro, en ejercicio de su profesión, pero un humo cada vez más intenso se lo impide, su deber es despejar el lugar de curiosos, de repente parece inmerso en una suerte de trance cabeceando repetidas veces, mientras su mirada se fija en sus compañeros que sentados en el suelo esperan una ambulancia que salvadora los reanime con oxigeno. Aterrado ante la visión, y cerró los ojos, bajo las cejas pobladas y carnosas, donde destacaba una nariz afilada.

............ continuará ............

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