martes, 21 de junio de 2011

El Estanque (I parte)

Dejo mi Suzuki todo terreno, aparcado en un recodo del camino y subo a pie por la pedregosa vereda cubierta de retamas y zarzales repletos de jugosas moras. Todo está en estado salvaje. Las paredes de piedra que confinan el camino aparecen en estado lamentable y están casi derruidas, pero a pesar de todo yo sigo mi camino ansioso de llegar a mi casa tantos años añorada. Un perro con aspecto cansado y solitario acompaña mis pasos y camina junto a mí: Ni siquiera ladra, sólo me mira de vez en cuando.
Se divisa la casa, está estática, sin vida, vacía. No muy lejos, el estanque cenagoso y solitario, me recuerda las tardes de verano cuando con mis hermanos solía bañarme.
De esto hace ya más de veinte años y ahora, frente a la casa, todo me parece diferente, más pequeño que en mis recuerdos. Los viñedos a los pies de la casa hacen filas como los soldados en un cuartel y los olivos coronan un montículo desde donde se divisa el pueblo. Allí mi padre hizo construir un mirador que le llamábamos “el mirador del cielo” porque mi madre decía que si alargabas las manos lo podías tocar.
Separo las hojas secas que taponan el umbral de la casa y abro con decisión pero con respeto porque mi corazón se desboca. Observo la escalera empinada y sus peldaños desiguales. Por un instante no me parece mi escalera, el zaguán aparentaba haber menguado y todo me parecía muy extraño.
Subo a la alcoba que ocupaban mis padres y todo estaba igual. La chimenea a un lado de la habitación mantenía los mismos adornos de siempre, aquellos que a mí nunca me dejaron tocar. Allí estaba la cajita de color rojo que mi madre cerraba celosa con una llave que llevaba colgada del cuello.
Salgo del dormitorio y me invade la curiosidad por saber qué es lo que puede haber dentro de la misteriosa caja roja que mi madre guardaba con tanto celo.
Me voy a la cocina y recuerdo el olor a pan recién horneado que solía hacer mi abuela, el frite de cordero que tanto le gustaba a mi padre y me imaginé el chisporreteo que hace la carne en el sofrito.
Sigo mi ruta por las estancias de la casa como si fuera un turista ávido de descubrir cosas nuevas.
Entro en la habitación de mi hermano mayor estaba igual que siempre. Todo en orden. El barco con que jugábamos en el estanque parecía estar esperando que lo utilizasen, allí también estaba el balón, los patines, la raqueta de tenis con la que jugábamos a veces con pequeñas piedras haciendo el gamberro…
Mi vida ha viajado tiempo atrás porque todo lo veo con extraordinaria nitidez, salgo a la calle y me siento en el poyete que precede a la puerta de la casa, y otra vez la dichosa cajita roja que tanto me obsesionaba, cobra de nuevo mi interés por saber que había dentro, subo la escalera decidido y busco algo con lo que pueda abrirla y encuentro en un cajón del cuarto de baño una lima con la que hago palanca y abro lo que tanto me obsesiono cuando era niño.
En un pequeño saquito de terciopelo y cerrado con una cinta de color verde había, oh sorpresa una pequeña piedra que brillaba como una estrella en una clara noche de verano tan hermosa que mis pupilas se dilataron de emoción nunca mis ojos habían visto nada parecido.
Mis padres obsesionados con el hallazgo empezaron a distanciarse tanto que nunca entes habían discutido y empezaron ha llevarse mal por todo, de la noche a la mañana cambio en el ambiente de la casa, mis padres llegaron a mirarse con odio cuando creían que nadie los veía, las risas estaban prohibidas por mi madre y esta nos miraba como si fuéramos extraños a mis hermanos y a mi, mi abuelo ya no jugaba con nosotros la casa bonita que siempre fue ahora se me antojaba fea y desagradable, desde entonces y cada día soñaba con escapar a un sitio lejano para nunca mas volver
En mi cabeza de niño nunca comprendí porque una tarde de otoño y cuando regresaba del colegio, unos señores con sombrero negro se llevaban a mi abuelo, subiéndolo a un coche y esta con una sonrisa que mas bien parecía una mueca nos decía adiós.
Mi madre nunca nos dijo nada, y cuando preguntábamos por el su respuesta era siempre la misma, ha tenido que ir de viaje al extranjero por un trabajo muy importante y que pronto regresaría, pero eso no paso y nos empezamos a hacer mayores y nunca jamás mis hermanos y yo volvimos a preguntar por el.
Ahora con la piedra en la mano me vienen muchos recuerdos escondidos en mi pequeña cabeza y mis piernas se agitan como las hojas de un árbol en una brisa suave
Mi madre mujer altiva, y poseída de su belleza siempre le gusto el lujo era la mujer mas bonita y mejor vestida cuando bajaba al pueblo, mi padre nunca le quitaba ningún capricho y le gustaba exhibirla como un preciado trofeo. EL abuelo que vivía con nosotros dejaba vivir.


.......... continuará........

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