domingo, 8 de mayo de 2011

Tánger (III parte)

Dos días después, sin saber el porqué sigo en Tánger, paseo al atardecer y admiro la fortaleza, la torre del mirador, también recorro el museo donde pude ver una colección de escritos antiguos, tejidos, cerámicas y maderas bellamente talladas. Me siento observada los nervios hacen que me tiemblen las piernas, de repente un sudor frío hace que me sienta mal, salgo a la calle y me mezclo con las gentes que admiran la Mezquita de Bourguiba, alguien se acerca a mí y me pone un velo por la cabeza y me da un suave empujón para que entre dentro de la mezquita, segundos después me encuentro dentro, y pude admirar una bella sala de mármol desde una celosía, es el punto de oración musulmana, es inmensa, un turista me cuenta que la bóveda la sostienen 86 pilares, en verdad ante tanta grandiosidad me siento tan pequeña…miro hacia atrás atraída por una mirada como el imán atrae al hierro y allí estaba el hombre de mirada extraña, lo encontré y lo mire cara a cara, y las luces y las sombras hicieron desvanecer su silueta, lo que casi me vuelve loca. Desde aquel entonces, se convirtió en mi obsesión, hasta creer verlo en todas partes, en esos momentos mi respiración se agita hasta creer desfallecer. Me recupero, y salgo precipitadamente de la Mezquita como si en ese momento alguien hubiera gritado fuego.
Ese es uno de esos día es en el que la soledad amenazaba con destruir mi espíritu. Me adentro por una callejuela y subo una de las cuestas de la medina zigzagueando con la mirada perdida como esperando el milagro de la salvación, en las calles nada parece llevar a ningún sitio, no existen las líneas rectas, la distancia más corta suele ser la que una cree que es la más larga, por un instante la ansiedad me domina, cuando avanzo cinco minutos en una misma dirección, de pronto me encuentro en el mismo punto de partida. En el recodo de una esquina aparecen ante mí una plaza donde los guardacoches apoyados en las paredes dormitan bien previstos de grandes cayados. Mi corazón cansado por el esfuerzo de la subida y por la angustia de una posible persecución, se calmó, y pensé, que la vida tenía que seguir su curso.
Llego a la Plaze de France, y bajo por la Rué de la Liberte, me acerco al hotel de Minzah, con su aire de mal imitador de la arquitectura andaluza, el portero me recibe vestido con zaragüelles, su Chechenia y sus babuchas, corren al verme para servirme en lo que desee. Resulta agradable después de una huida sin motivo que alguien aunque sea remunerado les de gusto el servirte.
Después de pedir que me lleven el equipaje a mi nuevo alojamiento, me inscribo en el hotel, no solo tiene vistas al mar, sino que solo una estrecha franja de agua me separa de España. Lleno la bañera de porcelana pensando cómo pude meterme en este lío. Mientras miro el mar, me parece que mi alma se ensancha contagiada por el espacio que se pierden en las preguntas, su destino, y del que busca el hombre ante todo lo que sufre y vive. Aquella noche, descansé plácidamente.
A las ocho de la mañana, me despierto al oír los bramidos repetidos de un ferri que se acerca a puerto, abro la ventana y el paisaje de la bahía me ciega ante los deslumbrantes rayos de sol, a lo largo hay nubes de agua de las de color plomo, que son atropelladas y empujadas por el viento hacia España y parecen engancharse en la escarpada del promontorio de Algeciras, que parecen fumatas de reflejos perlados. Mientras entre las dos costas, las aguas del estrecho, donde los océanos se disputan su liderazgo, las olas se encrespan haciendo difícil la navegación.
En la calle aprieta el calor, cierro la ventana y veo como millares de partículas de polvo flotan entre la ventana y el cristal.
Por la mañana, las calles son como si estuvieras paseando por una andaluza calle española, sus fachadas encaladas adornadas con vistosos azulejos, quedando así patente la holguera económica que suscitó una vida de despilfarro, basada en el juego de las apariencias.
La alta sociedad me informan que la componen los que trabajan en las embajadas,y consulados siendo un compendio de nacionalidades.
Tánger en estos momentos de esplendor económico se convierte en una bella perla que todo el mundo quiere poseer, pero ella ajena a toda avaricia, sigue flotando en el estrecho sin que nadie se atreva a tocarla.
Todos los días observo como las mujeres árabes, se dirigen al mercado con sus caftanes de seda y sus velos oscuros. Mientras los mercaderes se distinguen de los demás con su atuendo de chilaba, fez rojo y babuchas, que a su vez son árabes bereberes y también europeos, de diferentes nacionalidades donde todos dejan huellas diferentes, pero rica en matices que es la señal de identidad permanente en Tánger.
Me encuentro en el Zoco Chino donde se puede comprobar la heterogeneidad de razas culturas religiones y arquitectura. De repente, una voz hace el silencio, el muecín llama a la oración desde los minaretes.
Muy cerca del Zoco Chino está el cine Vox, done solo se proyectan, para mi sorpresa reproducciones egipcias, como el célebre Un Kalsun. Las gentes se aglomeran en las puertas de las taquillas para comprar su entrada. Dentro es como estar en Hollywood las películas son en blanco y negro, pero los decorados suntuosos y el vestuarios de ensueño.


..............continuará

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