lunes, 30 de mayo de 2011

El Viaje (I parte)

Es un misterio y a la vez un milagro. Pudiera ser quizás fantasía, pero siempre tuve un presentimiento que me llevaba a comprender que lo que sucedía no era otra cosa que la realización de mi destino.
Cabalgaba por la hacienda donde trabajo, propiedad de unos parientes lejanos cuando me encontré por los parajes solitarios y a la orilla del río a un caminante.
Estaba desarrapado, con vestidos raídos e intentaba lavarse la cara apoyado en su cayado. Las aguas del río eran transparentes y frías.
Mi caballo relinchó levantando sus patas delanteras volviendo a clavar sus herraduras en la blanda hierba. De no haber tenido las bridas bien sujetas me hubiera derribado.
Sin apearme del caballo lo miré desde mi montura.
El hombre se secaba las manos con las hierbas que crecen en la orilla del río y levantó la cabeza con aire cansado. Yo no dije nada y esperé que él hablara primero.
Me bajé del caballo y me acerqué a él. Sus ojos me parecieron dos lagos transparentes, me sonrió, y yo amable le tendí la mano que estrechó casi con sumisión. Nos sentamos al borde de un peñasco y el hombre introdujo los pies en la tenue corriente del río meciéndolos levemente arrullado por el intenso olor a hierba-buena y poleo.
Después de conversar un rato de cosas intranscendentes.
Le invité a comer de lo que llevaba en mi zurrón, la finca era grande y había que cabalgar todo el día para saber como se encontraba el ganado por lo que siempre iba previsto de comida por si surgía alguna emergencia - le comenté al anciano-.
Este me miró y de sus ojos se desprendió una bondad infinita que me impresionó. Me pareció ver resbalar una lágrima por sus mejillas. Empezó a hablar su voz parecía cansada.
Su acento era imperceptible por la mezcla de idiomas que tuvo que aprender a hablar cuando se ha vivido muchos años en el extranjero.
- Vengo de Turquía, dijo de sopetón. ¿Aún vive Felipe II?
- ¡No ahora reina su hijo Carlos! Contesté amablemente.
El anciano se quedó pensativo y después de unos minutos de silencio comenzó a hablar de su vida…
Era yo muy joven cuando un día llamó a la puerta de mi padre un emisario del rey. Quería que yo realizara una misión real muy importante en las tierras lejanas de Turquía. Mi padre se opuso por ser yo el primogénito y aún un zagal.
A pesar de la oposición de mi padre, una mañana los huestes de la guardia real me sacaron casi a la fuerza de mi casa, me montaron en una calesa y en régimen de reo me llevaron hasta Cádiz donde me embarcaron en una galera.
Me dieron unos documentos que tenía que entregar al obispo católico en Estambul de parte de Felipe II. A cambio me darían una bolsa para el rey.
Pasaron muchos días y muchas interminables noches en alta mar a merced de gigantescas olas que me hacían vomitar con su balanceo creyéndome estar en el purgatorio y encomendándome a todos los santos para saber que me aguardaba al amanecer.
El capitán hombre avispado en los asuntos de negocios se enteró que yo sabia leer y escribir y me puso bajo su protección para que le ayudara en las cuentas. Seguí rezando a todos los santos por no saber que me aguardaba al día siguiente dado que mi futuro era incierto en manos de renegados sin escrúpulos...
Más tarde, me hice imprescindible y desde entonces todo fue mucho mejor para mí. Disfruté de muchas concesiones que los demás de la tripulación tenían vedadas, como comer patatas asadas.
El viaje era tan largo que todos perdíamos la noción del tiempo, daba igual la cantidad de días pues todos a bordo estábamos exhaustos.
Un atardecer divisamos Alejandría, y allí nos dirigimos para avituallarnos. El cielo amenazaba tormenta y el viento empezó a rizar las olas. Cuando atracamos toda la tripulación bajó a tierra junto con el capitán y yo me quedé abordo estudiando unas cartas de navegación.

Y así pasaron unos meses y mi destino parecía mas seguro los cielos me habían escuchado todas mis oraciones.
Una esplendorosa tarde cuando toda la tripulación se encontraba en tierra disfrutando de los placeres mundanos, la cubierta se llena de corsarios turcos renegados armados de palos y palanquetas de hierro, abriendo por doquier sacos y toneles, yo asustado me escondí tras unas redes de pesca. Un muchacho avispado me vio y empezó a gritar como un energúmeno para llamar la atención, así me apresaron y me llevaron a otra galera donde el idioma era diferente, me encerraron en una bodega donde solo había oscuridad y un intenso olor a mugre y, pienso “Dios mío” para qué me has hecho venir aquí, a este extraño y lejano lugar.

.............. continuará

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