miércoles, 2 de marzo de 2011

Virus

Caía la tarde y en el horizonte se asomaba el sol que se despedía tímido hasta el nuevo día.
Lisa, cierra la ventana de su apartamento cansada del ajetreado día que había vivido en el laboratorio.
Su agotamiento no era otro que el no poder dar con la formula exacta que tanto le martilleaba en su cabeza desde algunos meses.
Desde entonces no había tregua para ella en el trabajo.
Su cerebro bullía repleto de ideas pero a la hora de exponer en la práctica , su ofuscación contradictoria de poner un elemento u otro le hacía vacilar, sin llegar a ninguna conclusión.
Esto la exasperaba de tal forma que llevaba noches sin conciliar el sueño.
Una noche en el laboratorio se encontraba sola, sumida en cuerpo y alma en su investigación -creía estar a punto de llegar a su gran descubrimiento -.
Un grupo de cuatro hombres enmascarados y silenciosos como serpientes, en esos momentos vigilaban todas las dependencias del inmueble vacío. Una tenue luz les alerta que habían dado con lo que buscaban.
Lisa no oía nada que no fuera el latido de su corazón acelerado por la emoción que le hacía vivir en otra galaxia que no era la terrenal.
Y cuando estaba trabajando y pasando del bacón de destilación al tubo de refrigeración la materia prima de la vacuna... un grito ahogado salió de su garganta cuando uno de los cuatro hombres encapuchados le tapó la boca con un paño empapado de cloroformo. Al instante, su cuerpo cayó inerte al suelo ante la complacencia de los desalmados.
El más alto con voz de mando, ordenó que se destruyera todo lo relacionado con la investigación. En esos momentos, el ordenador personal de Lisa transmitía escuetamente los logros de Lisa.
Uno de ellos avisó de lo que estaba pasando en el portátil y segundos después el preciado contenido de éste era destruido con un golpe certero que lo dejaba hecho añicos.
Por su aspecto se podía deducir que no eran científicos ansiosos de robar una fructífera formula. Eran hombres que se alquilaban por su fuerza y maestría en el arte mercenario y que se vendían al primer y mejor postor que les pagaba generosamente.
Los apuntes y cuadernos que se apilaban en la mesa de despacho fueron rotos y esparcidos por el suelo como después de una batalla.
Uno de ellos, con un bate de béisbol que llevaba en su mano como arma defensiva , rompió de forma despreciativa y sin miramientos un frasco de Etanol, que cayó al suelo esparciendo su contenido inflamable que llegó al pequeño infiernillo que encendido hizo que gorgoreara la sustancia preparada para la investigación.
El laboratorio en unos momentos se convirt5ió en una bola de fuego.
Los cuatro hombres salieron corriendo fuera del edificio satisfechos por el trabajo bien realizado.
Mientras, Lisa era despedida por la explosión a una dependencia protegida por paredes de acero y cemento. Al entrar su cuerpo inerte en la habitación, las puertas de seguridad se cerraron automáticamente salvándola de una muerte segura.
Cuando llegaron los bomberos todo estaba destruido a excepción del pequeño cuarto donde se guardaban importantes y valiosos documentos de investigación avanzada. Allí se encontraron con la investigadora que fue rescatada con vida aunque su cuerpo mostraba más del treinta por ciento de quemaduras de primer grado.
La recuperación de Lisa fue lenta y dolorosa pero eso no le impidió que perdiera la ilusión por su trabajo inconcluso. Entonces más que nunca estaba segura de que su hallazgo era muy importante para la humanidad. Por eso había alguien interesado en que no saliera a la luz.
En cuanto se encontró con fuerzas, lo primero que hizo fue una llamada.
-¿Alfonso?, soy Lisa. ¿Recuerdas los documentos que te di para que los guardaras en tus archivos?
-¡Cómo no! Aquí están a tu disposición. Y me alegra que estés de nuevo entre nosotros.
- Gracias, eres un tesoro.
-Cuando quieras te los llevo a tu casa.
-No es necesario Alfonso, mandaré a mi hermano Jorge a recogerlos.
-Te agradezco lo que has hecho por mí. Gracias a ti, mi trabajo no ha sido en vano.
Una hora después se miraba al espejo satisfecha. Su cara ya no era la misma que se veía cada mañana al levantarse tan solo hacía un año.
Pero estaba satisfecha ahora y se veía más atractiva que nunca. Su peluca hecha a medida importada de Londres le daba un aspecto más juvenil le favorecía exageradamente. Su nariz, antes respingona, ahora lucía pequeña y perfecta. Sus labios carnosos parecían de una estrella de cine.
Solo le había quedado una secuela, sus piernas… que ella sabía disimular con unas preciosas medias y sus lesionadas manos, que con elegantes guantes de Dolce & Gabbana pasaban desapercibidas.
Lisa en todo el tiempo que paso en su recuperación seguía entusiasmada por volver a retomar su trabajo.
Un viernes alguien le mandó a casa una invitación para asistir a una interesante conferencia con respecto a las últimas investigaciones logradas.
Lisa se puso más elegante que nunca, entró en la sala de conferencias y se sentó al lado del Doctor Bernat. Este la miró de soslayo sin reconocerla.
La conferencia fue muy interesante, la disertación amena. Su contenido era dar a conocer aspectos de los avances de la ciencia.
Nadie mencionó el atentado de los laboratorios Centrales, ni de los valiosos documentos que allí se guardaban y que desaparecieron con el incendio cuando ella trabajaba en ellos.
En el cóctel de clausura alguien se acercó a Lisa y se presentó como el Doctor Oliva. Después de charlar de nimiedades y de tomarse más de dos copas de champagne, empezó a comentarle con sorna que una osada y entrometida investigadora se atribuyó el haber descubierto la vacuna contra la enfermedad de la piel azul. Hasta se había atrevido a decir que lo presentaría en el simposium internacional que se celebró en Toledo ante los más prestigiosos científicos del mundo.
También le comentó que no pudo hacer efecto su locura por un accidente fortuito que la quitó de la circulación. Su boca se abrió con una sonrisa vacía de gracia.
Al oír esas palabras, Lisa sintió un repentino escalofrío.
Todos los allí reunidos sabían que la investigadora había estado realizando milagros obteniendo unos avances tan asombrosos que hacían cambiar el mundo de la enfermedad epidérmica que podían tener efectos cuantificables en nuestro mundo físico.
Lisa lo miró y le sonrió coqueta.
Pidieron otra copa de champagne y salieron los dos a la terraza desde donde se podía disfrutar de una puesta de sol inenarrable por su belleza.
Charlaron con desenfado y cuando el Doctor Oliva intentó besar los carnosos labios de Lisa, una jeringuilla llena del contagioso virus de la enfermedad de la piel azul fue inoculada en el brazo derecho del Doctor. Éste no reaccionaba, solo pudo abrir los ojos desmesuradamente mientras le invadía un gran terror.
A lisa se le encharcó el corazón dejándola casi sin respiración. Mientras, una sonrisa de desprecio asomó por sus sensuales labios.
Una sola acción del ser humano puede literalmente transformar el mundo.
Y aprendió que entre la demencia y la genialidad hay una frontera muy fina.

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